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Authors: Diego Armando Maradona

Tags: #biografía, #Relato

Yo soy el Diego (14 page)

BOOK: Yo soy el Diego
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Con la gente seguía bien. Pero pasaba que si la gente decía que la
squadra
se había vendido, estaba diciendo que Maradona se había vendido... Y si realmente pensaban así, me quería ir. En el partido contra la Sampdoria, el último, la gente gritaba:
¡Bianchi, Bianchi, resta con noi!
(¡Bianchi, Bianchi, quédate con nosotros!). Así que yo pensé: "Está bien, que se quede Bianchi en el club". La verdad es que me daba mucha, mucha bronca, porque el pensamiento generalizado del plantel, aunque yo no había firmado aquella nota, era que se tenía que ir el técnico. Ferlaino, en el momento en que se perdió el
scudetto,
tendría que haber dicho "vayase" y listo. Pero así, con el comunicado, terminamos haciéndolo mártir, lo hicimos más que Maradona... Tanto fue así que terminaron renovándole el contrato inmediatamente.

No es que yo no estuviera de acuerdo con mis compañeros o ellos conmigo, al contrario. Si el fin de toda esta revuelta era Maradona, ¡pero Maradona por abajo, ¿se entiende?! ¡Maradona por abajo! Yo no tenía nada que ocultarle al técnico, habían sido duras las palabras cuando discutimos con él, si casi llegamos a las manos... Lo que nos pasó futbolísticamente en aquellos últimos partidos fue que no teníamos mucha fuerza en la mitad de la cancha: teníamos a Romano que venía desgarrado, Bagni que estaba mal y De Napoli, que era el que corría por los demás, palmado. Tampoco nosotros, los de arriba, les dábamos una mano a los del medio y el técnico nunca ponía cuatro volantes. Cuando se avivó, ya estábamos fundidos... El querer cambiar justo en el partido clave, con el Milán, fue culpa de él. Y fue culpa nuestra haber aguantado todo el campeonato con Bagni filtrado. Y la dejé picando, con un análisis simplemente de números: "Y aparte otra cosa: si vos sumas, Maradona hizo 15 goles, Careca 13, Giordano 10, entonces,
je,
¿viste? Es imposible perder un campeonato. Pero si haces diez y te meten doce, bueno...".

Al fin, me volví a Buenos Aires con toda la calentura del mundo. Cuando nos íbamos de vacaciones, el club dio su opinión: apoyaba a Bianchi, le renovaba el contrato por un año y dejaba abierta la puertita para pegarles una patada en el culo a los cuatro ideólogos del comunicado: Garella, Ferrario, Bagni y Giordano. A mí, lo que me caía como una patada en los huevos, era que le daban todo el mérito de lo que habíamos conseguido al técnico, ¡al técnico! ¿Tan rápido se habían olvidado? Yo había llegado primero que él, había luchado contra el descenso, me había peleado con Ferlaino, le había dicho que comprara a este jugador, al otro, ¿y entonces? Encima, eso no era todo... Yo le había pedido a Ferlaino que comprara al Checho, a Sergio Batista, y él por las suyas compró al brasileño Alemáo. Le tomó la leche al gato, como tantas otras veces.

Cuando volví a Italia en julio, me tiré con los tapones de punta. El pueblito elegido para la pretemporada era Lodrone y allá fui, a pedirle explicaciones al técnico, a defender a los cuatro que habían firmado el comunicado y a aconsejarles a todos que no habláramos más, porque si seguíamos así le iban a renovar el contrato a Bianchi por cinco años... Hablamos con el tipo, no le pedí disculpas ni nada que se le parezca, pero me di cuenta de que la única salida para el Napoli era seguir dándole para adelante. Eso hice y arrancamos otra etapa.

De aquella primera parte de la temporada '88/'89, la quinta mía en Italia, recuerdo particularmente dos partidos, dos domingos consecutivos que no voy a olvidar mientras viva. Primero, en la sexta fecha, el 20 de noviembre de 1988, goleamos a la Juventus 5 a 3, en Torino, con tres goles de Careca. Y en seguida, a la semana, el 27, le metimos cuatro, 4 a 1, al Milán en el San Paolo. ¿Se imaginan lo que eran los hinchas del Napoli? ¡A la Juve y al Milán, nueve goles en dos partidos! Y así seguimos: nuestro enemigo, en esa temporada, era el ínter, el Inter del Pelado Díaz. En un partido contra el Bologna, en esos días, inventé el festejo bailando un tango... Es que ese mismo día habían llegado mis viejos a verme y a ellos les dediqué el baile. Eso fue: una dedicatoria.

Y al mismo tiempo, empezamos nuestra carrera en la Copa de la UEFA: ¡Yo me moría por conseguir un título internacional, carajo, eso me faltaba!

Cuando llegaron las fiestas, me di cuenta de que en aquel 1988 me había pasado de todo... Entonces, cerré el año con un mensaje que le mandé a todos los argentinos, a través de los medios y pensando en la gente de UNICEF, que me había llamado a colaborar: "Haría cualquier cosa por los chicos de todo el mundo, sobre todo por los que más lo necesitan, me gusta verlos contentos y felices. Por eso me disfracé de payaso y fui uno más de ellos en el circo Medrano, en Nápoles. Había más de tres mil allí y entre ellos mi hija, Dalmita. Por eso quiero cooperar con UNICEF, para ayudar a todos los niños que pasan hambre y sufren. Estoy convencido de que es la mejor forma de terminar este 1988... Por eso también me traje a Nápoles a mis padres, para pasar con ellos la Navidad, porque nunca estuvimos separados para esa fecha, y también para recibir el Año Nuevo. Yo lo siento así y gracias a Dios puedo hacerlo... Este 1988 será inolvidable para mí. Sufrí una gran tristeza, como fue la derrota del Napoli en el Campeonato Italiano, pero muchas más alegrías. Mi mejor temporada por un lado, pero también ver crecer día a día a mi hija y tener a toda mi familia reunida. Eso es lo más importante que puede tener Maradona.

"No pido nada más para mí, en este 1989 que se inicia. Como digo siempre, tengo miedo de exigir demasiado. Sólo deseo que mi hijo que está por nacer llegue a un mundo mejor, sin guerras, sin hambre... Eso, en definitiva es lo que deseo para todos. Feliz 1989, Argentina".

Eso, en definitiva, es lo que esperaba para mí, también.

Y fue entonces que vino la idea del cambio, la idea de irme. Apareció ese Bernard Tapie, el presidente del Olympique de Marsella, y me ofreció todo lo que yo quisiera y mucho más. Otra vez en el hotel Brun de Milán, donde estaba para filmar algo de publicidad, me senté con él... Con él, que había llegado en su avión privado, con Guillermo y con un empresario, Santos. El tipo me dijo:
No hablemos de cifras, yo pongo el doble de lo que da el Napoli... Lo quiero a usted, ¡sí o sí!
¡Ojo, no era sólo el tema de la plata! O, por lo menos, no era sólo el tema de la plata para mí, porque el Napoli se llevaba... ¡25.000.000 de dólares! Pero había otros temitas que me interesaban más: una villa, y no precisamente Fiorito, una casa en serio, con un parque de 6.000 metros para que corra mi hija, para que disfrute mi familia, con pileta; lo que siempre me habían prometido en Nápoles y nunca me daban, simplemente porque no había: ya estaba cansado de escuchar a mi hija decirme:
Papi, ¿vamos a jugar al balcón?
Y también, lo dije aquella vez y lo reconozco ahora, la tranquilidad de un campeonato como el francés, más... apacible, con un mes de paro en enero, como para volver a la Argentina. Era volver a empezar, era otra cosa, la verdad, era ideal. El tema es quién se hacía cargo de dejarme ir, y yo creo que ése era el terror de Ferlaino... Claro, porque el napolitano que firmara mi libertad, estaba condenado para siempre, todos iban a decir:
Ese hijo de puta es el que dejó ir a Maradona.

La cosa es que, mientras tanto, seguíamos avanzando en el campeonato, seguíamos avanzando en la UEFA... En eso estábamos, en Munich, para jugar el partido de vuelta por la semifinal contra el Bayern, el 19 de abril del '89, y el presidente se me acercó. Charlamos un rato y me lo largó:
Si ganamos la Copa UEFA, te prometo que te dejo ir a Marsella.
¡Para qué! Yo bailaba en una pata... No quería herir a los napolitanos, que me amaban, pero creo que irme a un club que no fuera italiano no los lastimaba tanto. La cosa es que empatamos y nos clasificamos para la final, porque en el partido de ida, en Nápoles, habíamos ganado 2 a 0. Ahora teníamos que jugar contra el Stuttgart de Jurgen Klinsmann y yo estaba que me salía de la vaina... Teníamos un nivel de la puta madre y estábamos convencidos de poder ganar la Copa. El 3 de mayo les ganamos 2 a 1, en Nápoles. Y el 17, empatamos 3 a 3, en Alemania... El último partido, el decisivo, fue aquel en que yo le meto la pelota de cabeza a Ferrara, para que defina, una jugada muy rara porque le di así, de cabeza, desde afuera del área y después de un rebote... Para mí, era todo junto: el primer título internacional con un club, el nombre del Napoli en Europa y... ¡el pase!

Pero Ferlaino no me quiso largar. Ahí mismo, en la cancha, se me acercó cuando yo todavía tenía la copa en las manos... Me habló al oído, agarrándome de los hombros, y me dijo:
¿Vamos a cumplir el contrato, verdad Diego? Hay mucho por hacer todavía.
Yo le quería partir la copa en la cabeza, pero sólo me salió decirle: "No es momento, presidente, no es momento... Pero yo cumplí con mi promesa, ahora tiene que cumplir usted". Y me contestó, ahí mismo, en la cancha:
No, no, no... Yo no te vendo, sólo te lo dije para motivarte.

Ahí, ahí mismo, empezó otra guerra. En realidad, estallaron bombas de batallas anteriores, que por esas cosas no habían explotado antes, y lo que quedó de ahí para adelante fue un campo minado... Entonces, cuando terminó el campeonato, viajé a la Argentina para sumarme al Seleccionado y jugar la Copa América, y empecé a decir todo lo que pensaba... Ferlaino lo había llamado a Cóppola a Brasil para decirle que me olvidara de mi venta, que no me dejaría ir por nada del mundo. ¡Y yo no aguantaba más, no aguantaba más! Me costaba perdonarle a Ferlaino —en aquel momento, ahora ya lo hice— que haya dudado de mí, después de cinco años de conocerme. Después de un partido contra Bologna, que no pude jugar porque mi maldita cintura no me dejaba ni caminar, el 7 de mayo, él había declarado que no creía que fuera para tanto... ¡Y yo traía ese problema en la cintura desde los Cebollitas! Si hasta me aprendí el nombre científico: lumbago artrítico profesional. ¡Inyecciones con agujas de diez centímetros me clavaban ahí para que pudiera jugar! Y es el día de hoy que me duele, todavía... Pero, claro, yo era el poco profesional, el irrespetuoso... Me gustaría tener una estadística de los partidos que jugué lesionado, infiltrado, enyesado casi... ¡Ojo que lo volvería a hacer! Porque lo que yo quería era jugar y ganar.

Desde Brasil les mandé un mensaje. Habían insultado a Guillermo y también a Claudia en el anteúltimo partido del campeonato, contra el Pisa, el 18 de junio, y ya no aguantaba más: o me venden o se bancan que me tome mis vacaciones como corresponde y, cuando vuelva, vemos... Eso les dije. Yo siempre un poco rebelde, ¿no? Y en ese momento quería imponer mi rebeldía en Nápoles, si es que me tenía que quedar allí. Ellos ya lo habían contratado a Albertino Bigon, en el lugar de Ottavio Bianchi, por suerte, aunque yo no tuve nada que ver en el raje... Cuando lo hicieron, estaba navegando por el golfo de Nápoles con mi familia, en el
Dalmín.
Me quedó, me queda, la gran bronca de que se haya ido como un ganador; estaba —y estoy— harto de que cuando ganábamos el mérito era del técnico y cuando perdíamos la culpa era de Maradona. Hay todavía gente que piensa que los técnicos ganan los partidos; se equivocan, no hay táctica sin jugadores y creo que eso no tiene discusión. Y pregunto: si Bianchi era tan fenómeno, ¿por qué no fue campeón con el Como? ¿Porque es un equipo chico? Eso era el Napoli cuando yo llegué... Y sin embargo, el cabeza de termo ése, cuando necesitó un consejo, ¿a quién llamó? ¡A Passarella!

La cosa es que me quería ir del Napoli, pero sabía también que si las cosas no se daban, me quedaba y daba pelea.

Entonces se dio aquello de las vacaciones interminables: después de la Copa América me fui a pescar a Esquina, en Corrientes, me fui a esquiar a Las Leñas, en Mendoza, y disfruté, disfruté, disfruté de mis primeras vacaciones en muchísimos años... Yo quería mis vacaciones y las iba a tener, se habían metido conmigo, iban a bailar. ¿Qué se creían, que era la primera vez que tenía un quilombo? Me había pasado en Argentinos, cuando insultaron a mi viejo; en Barcelona, cuando se me tiraron encima con todo... Pero había llegado el límite: se metieron con Guillermo, con la Claudia, con Dalmita. Parecía que se habían olvidado, de golpe, todo lo que les había dado: el
scudetto,
después de sesenta años; la Copa de Italia; la Copa de la UEFA, su primer título en Europa; dos subcampeonatos. Parecía que también se habían olvidado que me habían pagado un poco más de diez palos verdes y ya llevaban ganados más de cien. ¿La verdad? Estaba dispuesto a tirarles granadas por la cabeza.

Fue entonces que, casualmente, me empezaron a relacionar con la droga y con la camorra. Aparecieron unas fotos en el diario
Il
Mattino,
y también en otras revistas fotos mías con Carmine Giuliano, al que acusaban de ser el líder de uno de los grupos camorristas, el capo de uno de los barrios más fuertes, el de Forcella... Que había camorra en la ciudad, no lo voy a negar yo. Pero de ahí a que yo hiciera negocios con ellos, hay un trecho muy largo: a mí nunca me rompieron los huevos. Era como que yo entretenía a la gente, entonces ellos decían:
Con el pibe no se metan.
Reconozco que era algo atrapante, ese mundo, lo reconozco. Para los argentinos, una novedad: la mafia, ¿cómo será? Era algo fascinante ver eso, pero claro, a mí me ofrecían cosas y yo nunca quería aceptar: por aquello de que primero te dan y después te piden... A mí me ofrecían ir a los clubes de fans, me regalaban relojes, ésa era la relación que tenía. Pero si yo veía que no era clarita la cosa, no aceptaba... Pero era una época increíble: cada vez que iba a uno de esos clubes me regalaban Rolex de oro, autos, ¡autos! A mí, por ejemplo, me dieron la primera Volvo 900 que hubo en Italia... Y yo les preguntaba: "Pero, ¿qué tengo que hacer?". Y me contestaban:
Nada, sacate una foto.
“Gracias", decía yo, y al otro día veía la foto en el diario. Así fue que aparecí con Carmine Giuliano y su familia.

Bueno, también decían que traficábamos. Desde Buenos Aires, entonces, mandamos un comunicado donde contábamos y denunciábamos un montón de cosas que nadie sabía. Y pedíamos protección para volver, porque si no se daban las condiciones de seguridad, ni locos aparecíamos por ahí. Detallábamos atentados que habíamos sufrido, como una bola de acero que me tiraron contra el parabrisas de uno de mis autos, y que nunca habían sido investigados, o robos nunca aclarados, como ese en el que me llevaron el balón de oro del '86. Denunciábamos que había un complot que ponía en peligro la vida de mi familia. Cosa que era cierta...

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