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Authors: Diego Armando Maradona

Tags: #biografía, #Relato

Yo soy el Diego (6 page)

BOOK: Yo soy el Diego
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Fue a finales de octubre, se estaba definiendo el campeonato Nacional. En un diario de Santa Fe le hicieron una nota a Hugo, y el diario
La Razón,
que en ese momento vendía un montón, la levantó: la publicaron justo el sábado, la noche anterior al partido que teníamos que jugar contra Boca. El decía que yo jugaba bastante bien, pero que los periodistas me estaban inflando... Y que era un gordito, o que iba a ser un gordito... Yo estaba que me salía de la vaina porque quería jugar de una vez por todas una definición y justo éste me venía a decir eso. Nosotros habíamos jugado el miércoles contra Unión, en Santa Fe; al día siguiente, ¡al día siguiente!, un amistoso en San Justo, ahí cerca; y ahora estaba la posibilidad de clasificarnos para las finales del Nacional si le ganábamos a Boca. Al Loco le contesté con todo: dije que más que un problema de locura, era un problema de celos, que para mí había,
¡había!,
sido un gran arquero pero que ahora no era nadie, que le metían goles estúpidos... Que se metía conmigo y con Fillol —porque también había dicho que el Pato atajaba porque tenía suerte— por envidia. ¿La verdad? Me había sorprendido, porque con él teníamos onda. En otro Boca-Argentinos nos habían pedido una foto juntos y todo bien, ningún problema. La cosa es que me había hecho calentar. Y como Cyterszpiller ya se había dado cuenta de que cuanto más enojado estaba mejor jugaba, me empezó a pinchar.


Bueno, hoy le haces dos goles y se acabó la historia, ¿no?


No, Jorge, no... Dos, no; cuatro le voy a meter.

Antes del partido, Hugo se me acercó y me dijo que él no había dicho eso, que yo era un fenómeno. No me importó... Más me importó cumplir con la promesa que yo le había hecho a Jorge. Lo vacuné cuatro veces.

En el primero, la recibí por la derecha, la tiré al medio del área con un zurdazo de rabona y le pegó en el brazo a Hugo Alves. El penal lo tiré suave, a la derecha de Gatti; él fue a la izquierda.

En el segundo, me fui con la pelota por la derecha, a cuatro o cinco metros de la banderita del córner y en diagonal hacia el centro de la cancha. Ruggeri me hizo foul, ellos se desconcentraron un poco, aproveché y patié enseguida. La pelota se metió arriba y en el segundo palo.

En el tercero, la trajo Pasculli como puntero izquierdo. Yo piqué por el medio, me la tiró perfecta al borde del área, lo sobró a Abel Alves y entonces la bajé con el pecho. Después me fui más a la derecha y cuando salió Gatti se la toqué de cachetada, suave, al segundo palo.

En el cuarto, tiramos una pared con Pasculli, me fui por el medio y Abel Alves me hizo foul desde atrás; me parece que ya estaba adentro del área. El referí lo cobró afuera, del centro un poco hacia la derecha. Vidal se puso adelante de Gatti, aprovechando que ellos ponían a Hugo Alves al lado de un palo y entonces no había offside. Le pegué fuerte, al palo del arquero, y la pelota se metió arriba.

Aquel partido fue increíblemente importante para mí: le respondí a Gatti de la mejor manera, conseguí algo valioso para Argentinos, como era la clasificación para los cuartos de final del torneo y... la tribuna de Boca me gritó por primera vez:
¡Maradooó, Ma-radooó!
Fue una emoción enorme: eran los mismos que me habían cantado, hacía pocos años,
¡Que-se-que-de, que-se-que-de!
Ya se empezaba a dar entre nosotros algo muy especial... Amor, que le llaman. Encima, después del partido, arranqué con toda mi familia para Estados Unidos: los llevé a conocer... ¡Disneyworld! Mira vos, de Fiorito a Disneylandia en cuatro años.

Por aquellos tiempos, muchos decían que era mi mejor nivel en Argentinos Juniors, desde mi debut en primera. Es posible. Lo más lindo de aquella época es que todas las hinchadas me querían, seguramente porque Argentinos era un club chico. El "problema" es que también me quería la Selección y otra vez me dejaban sin la posibilidad de jugar con Argentinos por cosas importantes. Se venía el Mundialito de Uruguay y nos llamaban a una preparación larga. En Montevideo le ganamos a Alemania, empatamos con Brasil y nos volvimos... Ya estábamos en el '81, y yo no volvería a jugar otro campeonato con la camiseta que me había lanzado al mundo del fútbol, a mi mundo. Argentinos Juniors se terminaba para mí.

LA PASIÓN

Boca '81

El pase lo inventé yo...

¡Y Boca no tenía ni un sope para pagarme!

Siempre supe que con ellos iba a vivir algo especial, siempre. Y eso que a mí me tiraba Independiente, porque me fascinaba el Bocha, me encantaba. Pero en mi casa Boca era el equipo de todos. Y habían sido ellos los primeros hinchas que me gritaron en una cancha:
¡Que-se-que-de, que-se-que-de!
Los mismos que me ovacionaron cuando le metí los cuatro goles a Gatti. Siempre supe que me iba a encontrar con Boca, pero... ¡cuánto tardaron en llamarme! El capítulo de mi relación con Boca es muy lindo. Sobre todo porque la historia la inventé yo; el quía armó todo.

River me hizo una oferta —a Cyterszpiller, en realidad— más que interesante. Aragón Cabrera, que era el presidente, le dijo a Jorge que yo iba a ganar como el jugador mejor pago del club, que en ese momento era el Pato Fillol. Cuando me lo comentó, le contesté: "Ojalá que el Pato gane cincuenta mil". No sé, una cifra exagerada, cualquier guita, porque si no era por mucha plata, yo no iba. Era muy interesante la oferta de River, pero ¿qué pasaba? En mi casa el corazón estaba con Boca. Una tarde, caminando con mi viejo por La Paternal, él se animó a contarme un sueño... Era algo raro en él, me sorprendió. No es de hablarme mucho, así que lo escuché. Me dijo:
Dieguito, ¿sabes qué estuve pensando anoche? Que algún día sería muy lindo verte jugar con la camiseta de Boca... La Bombonera, vos, nosotros gritando los goles, los parientes de Esquina también.
Y... Boca tiraba, pero... ¡Boca estaba quebrado, no tenía un chelín!

Aragón se dio cuenta de que yo no estaba convencido, porque me mandó un mensaje a través de Jorge:
Decile que arregle por la misma plata que Fillol o va a tener problemas.
A mí me sonó a amenaza, y la historia me gustó menos todavía. Jorge había averiguado cuánto ganaba Fillol y era un buen paquete, pero yo ya no quería saber nada. Además, si al plantel que ya tenía River me sumaba yo, se terminaba el fútbol, porque era un equipo monstruoso, nadie nos hubiera podido mojar la oreja. En ese momento, River tenía a Passarella, a Gallego, a Merlo, a Alonso, a Jota Jota López. Y Boca se venía desangrando, venía de la peor campaña de su historia, con Rattin... ¡Rattin hizo tres puntos en Boca! Por eso, hace un tiempo, cuando el Rata empezó a hablar mal de Caniggia, mal de mí, que el equipo no funcionaba por nosotros, yo le grité: "¡La puta madre, Rattin! Si a vos te dieron Boca y sacaste tres puntos".

Bueno, la cosa es que estábamos en pleno tira y afloje, cuando me llamó Franconieri, un periodista de
Crónica: Hola, Diego, ¿así que ya está hecho lo de River?
Yo lo cacé al vuelo, me quería sacar de mentira verdad, así que lo dejé hablar un poco y enseguida me jugué: "No, no voy a firmar porque me llamó Boca". Se me ocurrió en el momento, no sé, fue una inspiración, una idea de esas que aparecen de vez en cuando. A él le venía fenómeno la noticia que no existía y picó. A la tarde, apareció
Crónica
con un título
así
de grande:
"Maradona a Boca".
Ya estaba la operación en marcha, sólo faltaba una cosa: que picaran los dirigentes de Boca... Y los dirigentes de Boca picaron.

Me preguntaron si era cierto que tenía ganas de ir al club o era sólo para presionar a River. Es fácil imaginar cuál fue la respuesta que les di. En la negociación estaban los dirigentes Carlos Bello y Domingo Corigliano. Era una situación rara: River, con toda la plata y sin mis ganas; Boca, sin un mango y con toda mi pasión. En el medio del lío, vamos con Argentinos Juniors a Mar del Plata, para jugar por la Copa de Oro ¡contra River! ¡Para qué...! Ya todo el mundo sabía que yo moría por Boca y no pararon de insultarme en todo el partido:
¡Maradona,/ hijo de puta/ la puta/ que te parió!
¡Todo el partido! En realidad, yo era el tipo más feliz del mundo, había logrado lo que quería: que ellos mismos se convencieran de que yo no los quería para nada. Hasta ese momento, más allá del título de
Crónica,
yo no había hecho ninguna declaración, pero esa noche, apenas salí del vestuario, después de que encima perdimos uno a cero, casi grité: "Después de estos insultos, no me quedan dudas: quiero ir a Boca y no a River". Se me vinieron todos encima: Martín Noel, que era el presidente de ellos, y el viejo Próspero Cónsoli, que era el presidente de Argentinos y me adoraba, pero... ¡me quería matar! Le había pedido trece millones de dólares a River y sabía que se los podía sacar, pero ¿a Boca? Nada. ¿Qué hacemos? ¿Cómo hacemos? Empezaron las negociaciones.

En el medio, me pasó algo que me convenció todavía más. El martes 3 de febrero no tuve mejor idea que invitar a la Claudia y a un montón de parientes y amigos a ver la final del Campeonato Mundial Infantil, Inter contra la Academia Tahuichi de Bolivia... ¡en el Monumental! Claudia dudó un poquito; no entendía por qué yo me exponía tanto, pero allá fuimos. El ambiente estaba pesado contra nosotros. Cuando llegamos al palco, un tipo me dice:
Usted y su novia pasan, para el resto no hay lugar. Si quieren, vayan a la platea.
A mí me cayó como una patada en el hígado, pero acepté, para no hacer más lío. Nos instalamos y al ratito nomás, un par de dirigentes empezaron a gritarme cosas:
¿Qué haces acá, ¡bostero!?
¡Para qué...! Me di vuelta, los quería matar, nos agarramos a trompadas, hasta que nos sacaron de ahí a mí y a Claudia. Lo último que les grité, antes de juntarme con el resto en la platea, fue algo que ya sabía: "¡A este club no vuelvo nunca más! Lo juro: ¡Nunca más!". Nunca más.

El tema era ver cómo se concretaba lo otro. El jueves 12 los dos clubes ya se habían puesto de acuerdo, pero al día siguiente Aragón cumplió con aquella amenaza que me había hecho: a Boca le cayó la DGI y la plata que estaba lista para pagar mi pase desapareció. Empezó un tironeo terrible que recién terminó el viernes 20. El pase, al fin, se hizo a préstamo y Boca se quedaba con la opción de comprarme. Por ese préstamo pagaron —o tenían que pagar— cuatro millones de dólares, y le tenían que dar a Argentinos un montón de jugadores: Santos, Rotondi, Salinas, Zanabria, Bordón y Randazzo... ¡A todos los representaba Guillermo Cóppola! Y Randazzo, no sé, se creía Uwe Seeler, porque no quería saber nada de irse de Boca. En realidad, todo era una maniobra de Guillermo: por él casi se cae mi pase a Boca, porque cuando los dirigentes le decían:
Guillermo, es una falta de respeto, la gente nos va a matar si no se concreta lo de Diego,
él les contestaba:
¿Falta de respeto? Es una falta de respeto para Randazzo.

Pobre Randazzo, el padre se me acercó llorando, cuando ya todo se había hecho, para que hiciera volver al hijo al club en un año, porque se había quedado con una opción. Ellos, con Cóppola a la cabeza, me invitaron a almorzar en El Viejo Puente, en Almirante Brown y Pedro de Mendoza. Comimos ranas importadas de Japón y así festejamos el pase.

A mí me tocaba un montón de plata, pero fue como si hubiera firmado en blanco. Por el porcentaje de la transferencia, nada más, eran 600.000 dólares, pero terminaron pagándome en especies. Me dieron unos departamentos que había hecho el empresario Tito Hurovich que parecían de cartón, ni papeles tenían, no los podíamos escriturar, nada. Uno estaba en Correa y Libertador, en Núñez, donde viví muchos años, justo enfrente de la ESMA, la Escuela de Mecánica de la Armada que se había hecho famosa por culpa de la dictadura, por los desaparecidos. El otro estaba en República de la India... ¡No se los podíamos vender a nadie, eran un desastre!

Y yo había rechazado una oferta de River, que estaba lleno de plata, para aceptar la de Boca, que no tenía un sope. ¡Era una cosa de locos! Perdí guita. O sea, dejé de ganar, porque sabía que, haciendo un buen campeonato en Boca, tenía al Barcelona ahí... El Barcelona ya había puesto la plata, prácticamente. Yo no pasé directamente desde Argentinos por esas cosas de la vida, porque los catalanes eran tan poderosos que compraban todo, como ahora.

Lo que sí pasé fue de una vida a otra. Yo era famoso ya, pero nunca imaginé que ponerme la camiseta de Boca iba a significar para mí un cambio tan grande. Desde esa época es que yo no puedo ir a comer a un restaurante sin que se rompa algo, o se amontonen doscientas mil personas, o me pidan cuatro mil autógrafos. Para esa época, yo ya me había mudado de la casita de Argerich a otra más grande, en la calle Lascano. El Fiat 125 también me había quedado chico, ya andaba en Mercedes Benz. Otra historia, otra vida. Un salto muy grande, enorme.

Firmé mi contrato en La Bombonera, delante de las cámaras de Canal 13, que había pagado por la exclusividad. Y esa misma noche salí a la cancha, con la camiseta de Boca, para jugar el amistoso contra Argentinos que formaba parte del negocio. Fue el viernes 20 de febrero de 1981. Era un tiempo con cada camiseta. La que usé en el primero, la blanca de Argentinos, se la regalé a Francis Cornejo. Después, en la escalera del vestuario visitante, me cambié y me puse por primera vez los colores de Boca. Me mandé para la cancha, me persigné, pisé el césped con el pie derecho, entré y supe que empezaba una gran historia... Lo que son las cosas, le hice un gol de penal a mi equipo de toda la vida, el equipo con el que me había quedado con las ganas de ser campeón, ¿sabes lo que es eso?

En el último entrenamiento con Argentinos, en el club Teléfonos, me había dado un tirón en un pique. Me quedé toda la tarde con la bolsa de hielo, pero no pasaba. Me cuidé mucho, hice reposo, pensé que iba a estar bien, pero el viernes apenas corrí, zas, me tiró de nuevo... Así que llegué a Boca lesionado y no pude darle enseguida a la gente lo que esperaba de mí. Me brindé entero, como siempre, pero sabía mejor que nadie que todos esperaban más, más... Lo sabía porque yo también esperaba más. Pero no podía picar ni moverme mucho. Lo que me salvó fue que hice goles, que vacuné de entrada. El que le había hecho a Argentinos, en la presentación, casi ni contaba; hasta me dolía pensar en eso, me dolía de verdad... Pero enseguida tuve el debut oficial, a los dos días, el domingo 22, contra Talleres de Córdoba en la Bombonera. ¡Mamita, cómo estaba la Bombonera!

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