Read Yo soy el Diego Online

Authors: Diego Armando Maradona

Tags: #biografía, #Relato

Yo soy el Diego (9 page)

BOOK: Yo soy el Diego
3.34Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Viajamos 27 horas desde África y llegamos justo para jugar otra fecha del campeonato: así estábamos. Igual, goleamos a San Lorenzo de Mar del Plata, y nos preparamos para seguir. En total, jugué doce partidos, hice once goles, llegamos a los cuartos de final, contra Vélez, y ahí se acabó todo... El 2 de diciembre del '81, en La Bombonera, de noche, el arbitro Carlos Espósito me echó cuando faltaban diez minutos, después de un partido de esos calentitos, calentitos. Había pasado de todo... A mí me mandaron encima a Moralejo, para que me marcara de cualquier manera: hasta a él le daba vergüenza por lo que estaba haciendo; no dio ni un pase, me cagó a patadas, me agarró todo el partido. Hasta que reaccioné. Me salió la tañada y a la mierda. Cuando me rajaron, todavía estábamos 0 a 0; en esos minutos finales, pasó a ganar Vélez, empató el Cabezón Ruggeri y enseguida el Mono Perotti hizo el gol del triunfo. Jamás pensé que ése iba a ser mi último partido oficial, por campeonato, en Boca... Jamás. Y encima terminé expulsado. En el partido de vuelta, los muchachos estaban muy golpeados y Vélez los mató. Allí se terminó la historia... oficial. Ya no estaba Marzolini como entrenador y llegó el Polaco Vladislao Cap.

Lo que siguió después fue maravilloso... y cansador: entre aquel Nacional olvidable y el arranque de la concentración para el Mundial de España, hubo otra gira increíble, por Estados Unidos, Hong Kong, Malasia, Japón, México y Guatemala. Ocho partidos, entre el miércoles 6 y el miércoles 27 de enero, a cambio de 760.000 dólares. Ocho partidos en 21 días. Yo hice viajar a mis viejos, a mis tres hermanos más chicos (Hugo, Raúl y Caly), y por supuesto a Claudia y a Jorge. Y ya tenía un camarógrafo, Juan Carlos Laburu, que me seguía a todas partes... Me acuerdo que después del primer partido, contra El Salvador, en Los Angeles, se me acercó un señor brasileño al vestuario y me dijo:
Quiero saludarte porque hace unos años Carlos Alberto, campeón del mundo del '70, jugó contra vos para el Cosmos y me dijo: "Acabo de ver a un chico argentino que va a ser sensación en el mundo". Mira vos, tenía razón.
Yo no lo podía creer, era Rildo, el mismo que había sido número tres del Santos y la Selección brasileña.

Con respecto al viaje... para que nadie diga que yo exagero, voy a transcribir una declaración del doctor Eduardo Madero, que era el médico de Boca en aquel momento, describiendo lo que fue aquello, con las valijas todavía sin abrir: "
Yo llevo muchos años en esto. Seguramente hay muchos equipos que han jugado cuatro partidos en una semana. Incluso yo mismo lo viví en el Estudiantes de Zubeldía. Pero esto de Boca debe ser récord mundial, sin dudas. Arrancamos el domingo pasado en Tokio. Jugamos y volamos a Los Angeles. Cambiamos de avión y llegamos a México. El partido con el América fue el martes a la noche. Terminamos de cenar y nadie durmió porque a las seis de la mañana del miércoles nos fuimos a Guatemala. Se jugó ese mismo día con Comunicaciones. ¡Ese mismo día! El jueves empezamos el regreso, vía Miami. Tomamos un vuelo con conexión en Río de Janeiro y caímos en Buenos Aires el viernes al mediodía. Y hoy sábado, con otro avión, aparecemos en Mar del Plata para debutar... A mí me parece un milagro. Agarra un mapa y fíjate: esto es record mundial".

Aquel sábado 30 de enero de 1982, ante un estadio mundialista repleto, me empecé a despedir de Boca, ahora en partidos amistosos. Le ganamos a Racing 4 a 1 por la Copa de Oro, el torneo de verano. Yo hice un gol de penal, pero debí haber hecho otro todavía mejor: fue a los cinco minutos, nomás; arranqué en la mitad de la cancha, pasé entre Berta y el Japonés Pérez, que se me tiró a los pies, pero no llegó; lo pasé a Leroyer abriéndome hacia la derecha; con el mismo pique, lo pasé a Van Tuyne; le amagué al arquero Vivalda y lo dejé gateando; me quedó para la derecha y le pegué... una masita. Veloso la sacó sobre la línea. Hubiera sido un golazo.

Después, por la misma Copa, jugué contra Independiente y, al fin, el último partido, contra River: perdimos 1 a 0, el sábado 6 de febrero de 1982, y el gol de ellos lo metió el Pelado Díaz. Después, el Polaco Cap, que era el nuevo entrenador, me dio permiso para volverme a Buenos Aires, a estar con mi familia, a descansar un poco; en Mar del Plata ni a la playa podía ir. La gente me quería mucho, demasiado... Me encerré en mi quinta de Moreno y esperé.

A esa altura, la discusión era si seguía en Boca o no. La situación económica en la Argentina era desastrosa y las ofertas del exterior eran una presión grandísima. Mucha guita, mucha, aunque no tanta como en los noventa. Imagínense: por mí, ofrecían ocho palos verdes, que en aquella época era una fortuna incalculable, imposible de rechazar... Y eso, en el 2000, ¡lo pagan por cualquier defensor! ¡La que me perdí, yo! En eso se me escapó la tortuga, lo acepto, lo acepto. En una conferencia de prensa, durante la gira, le preguntaron a Domingo Corigliano qué iba a pasar y él contestó;
Vamos a hacer todo lo posible para que se quede.
Entonces, yo me paré en la silla y empecé a gritar: "¡Co-ri-gliano, Co-ri-gliano!". Pero sabía que era difícil, muy difícil. Y me daba bronca. Yo quería jugar la Copa Libertadores, mi gran deuda con el fútbol argentino. Quería ganar un título que no fuera de entrecasa, de cabotaje...

Por eso declaré algo que todavía hoy sostengo, cambiando los nombres de los protagonistas: "Me fastidian cosas que pasan alrededor del fútbol. Me fastidia que las cosas no sean más simples. Que haya dirigentes que trabajan más para las fotos que para su club. Que en mi país no haya instituciones que puedan bancar a Maradona, a Passarella, a Fillol. Que no se pueda retener a esos jugadores. A veces me hablan del fútbol de antes y yo digo que sí, puede ser que haya habido grandes jugadores, pero éstos le dieron a la Argentina dos títulos mundiales y a mí me gustaría que nunca se fueran del país". Eso lo dije, ¡en 1982!

Le pedía a Dios que aquella gira y aquella Copa de Oro no fueran mi despedida de Boca. Pero como también era realista, confesaba que, de irme, el lugar que más me gustaba era España. Porque ahí se iba a jugar el Mundial que me ofrecía la primera oportunidad de revancha, porque ya iba a entrenarme y a concentrarme con las figuras que admiraba durante los cuatro meses siguientes, y... porque allá había mucha gente que me quería mucho.

Empecé a pensar, la verdad, que me querían más que en mi país. Porque los partidos que jugamos con la Selección, antes del Mundial, en la cancha de River, contra Yugoslavia, contra Checoslovaquia, contra Alemania, me dejaron una sensación rara, amarga: fue mi primer desencuentro con la gente, me silbaron, me gritaron que me entrenara y me dejara de joder... ¡Yo no lo podía creer! Ni vacaciones me había tomado: pasé de Boca a la Selección derechito, sin escalas. Y no había jugado bien, era cierto, ¿pero Maradona no tenía derecho a jugar más o menos, alguna vez? La verdad, pensaba en el Mundial y me importaba un carajo si a mí me marcaban, si a mí me anulaban, como por ahí había pasado en esos partidos: cambiaba eso por Argentina Campeón del Mundo.

Cuando esa serie terminó, me fui a Esquina, a Corrientes, a reencontrarme con mis orígenes: me metí por el río Corriente, por el Paraná Miní, por esos lugares donde sólo mi viejo y sus amigos eran capaces de meterse y no perderse. Con la Claudia, con mis hermanos, con mis amigos de siempre, los de allá, me fui a pescar dorados, pacúes y... a pensar. A pensar en todo lo que me había pasado en un par de años, nada más. Y me quedó en el alma una frase que todavía hoy podría repetir: "La gente tiene que entender que Maradona no es una máquina de dar felicidad".

LA FRUSTRACIÓN

España '82, Barcelona

Me agarró en una época oscura, difícil...

Después de cuatro meses de concentración desde aquel torneo de verano de Mar del Plata que fue mi despedida de Boca, llegamos a España para jugar el Mundial '82, con la idea de que ya habíamos ganado la Copa. Sólo que nos olvidamos de un detalle: para ganar, primero hay que jugar. Tal vez porque pensamos que la cosa había anclado bien en el 78, y mejor todavía en el 79, creímos que ya estábamos hechos, que era fácil... Pero hubo algo más, fundamental: la preparación física fue nefasta. Esto lo digo con una claridad muy grande y por primera vez, aquél fue el error más grande. ¡No se pueden hacer evaluaciones con piques de 150 metros con un pibe como yo, que venía de jugar un campeonato entero! ¡No se puede! Eso me desgastó, y estoy seguro de que al resto también. Para no ser el último, para que no se dijera que yo no trabajaba, respondía con todo... Es así: con los trabajos que nos hacía hacer el profesor Ricardo Pizzarotti yo llegué al Mundial '82 cansado, sobreentrenado. Muerto. Sin la chispa, sin ese pique que era como una marca registrada mía.

Una pena, porque yo tenía muchas ganas de estar en esa concentración. Sabía que eran cuatro meses, ¡cuatro meses!, desde el último partido en Boca hasta el debut, pero no me importaba un carajo. Era mi primer Mundial, estaba excitadísimo. Soñaba con compartir la habitación con mi amigo el Beto Barbas, el entrenamiento con todos esos monstruos, que Menotti me hablara, que me retara... Le había prometido a mi vieja y a Claudia que le iba a pegar únicamente de derecha durante esos cuatro meses de concentración... Y después se fue todo al carajo.

Es cierto, también, que en aquellos tiempos era jodido mantener la concentración. Y menos, estar adentro de la concentración, a ver si nos entendemos... ¡Era bravo! Yo no digo que sólo yo hice las cosas bien y los demás no, ¡no! Yo creo que todos, todos, perdimos concentración y eso se contagió. El fútbol es contagio: si vos tocas, tocas, tocas, la toca hasta el más burro. Y lo que digo es que el aburrimiento, el aburguesamiento también se contagia; y en una concentración ¡ni te cuento! Nosotros estábamos en Villajoyosa, en Alicante, un lugar espectacular... Nos creíamos los mejores, ¡y no habíamos jugado todavía!

El primer partido, aquel contra Bélgica, el 13 de junio de 1982 (¡13, la puta que lo parió!) fue una gran frustración. Yo sé que todos los ojos apuntaban sobre mí, porque ya estaba hecho lo del Barcelona, y porque tenía que ser la figura sí o sí: justo antes del Campeonato el pase se había hecho por una fortuna nunca vista hasta ese momento. Los catalanes habían pagado más de ocho palos verdes por mí. Antes del Mundial, me hicieron posar con la camiseta blaugrana, así le decían, azul y roja, en las manos. Si no ganaba, me mataban... Perdimos, sí, pero no nos dieron un penal que me hicieron a mí, grande como una casa. Después la rompimos contra Hungría, el 17 de junio, le metimos cuatro goles, 4 a 1: ahí hice dos, los primeros míos en la historia de los Mundiales; el primero de palomita y el segundo pegándole desde afuera, con zurda, por supuesto. Seis días más tarde me molieron a patadas contra El Salvador, igual les ganamos 2 a 0, pero yo ya me imaginé lo que se venía... No me quejo, no quiero aparecer como una víctima, pero me pegaron mucho: creo que todo el mundo se acuerda de cómo me marcó Claudio Gentile cuando jugamos contra Italia por la segunda rueda, el 29 de junio en Barcelona. Perdimos 2 a 1 y a él solamente lo amonestaron. Pero, claro, todo el mundo se acuerda del resultado nomás. En Italia, muchos años después, Gentile me reconoció que jugó a no dejarme jugar: cada que intentaba recibir la pelota, me daba,
tac,
en los gemelos. Y yo ya no me podía dar vuelta... ¡No lo echaron! Eso es lo que puedo creer: no es culpa de los Gentile, la cosa; es culpa de los arbitros.

Después nos agarró Brasil, el 2 de julio, y nos ganó 3 a 1. Pero cada vez que veo ese partido en video, más me convenzo de que no fuimos menos que ellos. Y también me hicieron un penal... Terminó mal, lo sé, pero lo que pocos saben es que la patada que le metí en los huevos a Batista era para Falcáo. No me aguanté una cargada que organizó Falcáo en la mitad de la cancha, hicieron
tac, tac, tac,
me hicieron pasar de largo. Cuando me di vuelta, vi a uno y le metí la patada, de caliente... Pobre, era Batista.

Me fui muy mal de ese Mundial, lógico. Todavía hoy me veo caminando, saliendo de la cancha, la palmada de Tarantini a la pasada... Todo el mundo pensaba que iba a ser mi Mundial, y yo también.

En mi primera entrevista después de volver, dije que yo en el Mundial '82, no fracasé; hice lo que pude. Un jugador nunca fracasa solo, puede andar mejor o peor, pero no pierde solo. Uno solo no saca campeón a un equipo... Lo que sí sé es que yo fui quien más perdió; nadie arriesgaba tanto, nadie tenía más ganas de que las cosas salieran bien. Se le había dado mucha manija al asunto, éramos pocas figuras para la publicidad, y era mi primer Mundial... Yo les dije antes de viajar a los que lloraban por mi pase al Barcelona: "Vamos, viejo, no mientan; en nuestro país hay cosas mucho más importantes que Maradona... Quiero borrar este Mundial de mi cabeza y empezar a pensar en el del ‘86". Eso les dije.

Y después de todo eso, y encima de todo eso, viene Barcelona. ¡Barcelona! Yo, hoy, creo que Barcelona era un club para mí, de verdad. El mejor club del mundo, mejor incluso que la Juventus, pero yo no conocía la idiosincrasia de los catalanes. Y no me imaginaba tampoco que me iba a encontrar con un tarado como el presidente, José Luis Núñez. Se tiraba de cabeza para aparecer en las fotos, cuando perdíamos entraba llorando al vestuario para ofrecernos mas plata (como si jugar mejor o peor dependiera de la guita), me hacía campañas de prensa en contra porque tenía mucha influencia en un diario. En realidad, toda aquélla es una etapa complicada: me agarró en una época oscura, difícil... Yo pasé de jugar en un fútbol tranquilo a... jugar a otra cosa. Que sé yo, al principio no la agarraba de ningún lado; en los entrenamientos te pegaban patadas en la boca. ¡No era fútbol eso! Y teníamos a los mejores jugadores de España. Esto no es tirarme contra los muchachos del Barcelona, porque hacían lo que podían, pero fue muy fuerte el cambio de la técnica a la furia, muy fuerte: ¡ellos corrían y yo tocaba! Y yo no me iba a acostumbrar a eso: a correr, correr, correr... En el test de Copper yo hacía 2.700, mientras los otros llegaban a 5.000, 6.000. ¡Rompían el test! Y me empecé a dar cuenta: claro, eso los llevaba a que antes de tocar, ya estaban corriendo. Víctor era un corredor, Periko Alonso era un corredor... Me podía entender con el alemán Bernd Schuster, pero cuando llegué él estaba volviendo recién de una lesión; con el Lobo Carrasco, que me ayudó mucho. El tema era seguir corriéndolos a todos o abandonar. Y me hice fuerte, fuerte... Se me hizo muy difícil a mí, no era culpa de mis compañeros. Entonces, no entré en la furia, pero me puse físicamente fuerte y empecé a frenarlos yo, con la pelota. Y ellos me empezaron a entender a mí: yo les marcaba el ritmo, les transmitía la técnica, sin sacarles su furia.

BOOK: Yo soy el Diego
3.34Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Toast by Nigel Slater
A Catered Mother's Day by Isis Crawford
Dead Sleeping Shaman by Elizabeth Kane Buzzelli
A Question of Class by Julia Tagan
Love in Fantasy (Skeleton Key) by Elle Christensen, Skeleton Key
Sylvia: A Novel by Leonard Michaels
Stand Against Infinity by Aaron K. Redshaw