Cuando Glauer se quitó la chaqueta, Caxton vio que éste había salido mucho peor parado. El agente era un tipo corpulento que no se detendría por un rasguño, pero la verdad era que aquella herida tenía muy mala pinta. Le faltaba un trozo de carne del bíceps y cada vez que movía el brazo izquierdo sentía una punzada de dolor. No obstante, era sorprendente la poca sangre que había en la herida.
Caxton sabía qué significaba aquello. Glauer respiraba con dificultad, se quejaba de una sed insaciable y tenía la cara lívida, todo síntomas claros de anemia. El vampiro que lo había mordido en el brazo debía de haberle chupado la sangre. Tal vez demasiado. Alguien le pasó una cantimplora y él bebió con desazón. Caxton se quitó la corbata y le practicó un torniquete por encima de la herida; eso evitaría que la sangre que le quedaba abandonara el cuerpo al tiempo que minimizaría el riesgo de infecciones. Aunque Glauer necesitaba más ayuda de laque ella era capaz de ofrecerle. Necesitaba un médico; necesitaba que lo llevaran a un hospital.
Yeso no iba a suceder. O, por lo menos, no de forma inmediata.
Pero por lo menos no estaba en estado de shock, Caxton podía dar las gracias por ello. Uno de los soldados tenía venda y esparadrapo. Caxton le vendo el brazo y lo ayudó a ponerse la chaqueta. Le dolió volverse a vestir, pero era imprescindible para conservar el calor corporal, algo crucial cuando uno perdía mucha sangre.
Al terminar, lo miró a los ojos:
-El que te hizo eso…
-Acabé con él –respondió Glauer.
Caxton se mordió el labio y asintió. Sin embrago, sabía que había otros vampiros que había bebido sangre humana caliente. La sangre no sólo los alimentaba, también los volvía más fuertes y resistentes. Hizo correr la voz a través de la teniente Peters. La siguiente oleada sería aún más difícil de matar. Era posible que un solo disparo al corazón no bastara para acabar con un vampiro bien alimentado.
-Dios–dijo uno de los soldados al enterarse-. ¿Qué pasa, acaso es hoy mi cumpleaños? Yo quería un pony, no esto
Unos cuantos soldados, demasiado pocos, se rieron. La tensión en el Cyclorama Center era densa como el cemento. Todos sabían que los vampiros se acercaban, pero los muy cabrones se estaban tomando su tiempo.
La radio de Caxton crepitó. Antes de que pudiera responder la teniente Peters se levantó sin previo aviso. Todos los ojos de la sala se volvieron para mirarla. La soldado se llevó un dedo al auricular de su aparato de radio.
-Adelante–dijo.
Caxton supuso que hablaba con el piloto de uno de los helicópteros. El Cyclorama no tenía ventanas, de modo que aquélla era la única forma que tenían de saber qué sucedía en el exterior sin asomar la cabeza y comprobarlo personalmente. Era una misión para la que nadie se presentaría voluntario.
-De acuerdo, recibido –dijo la teniente al cabo de un momento. Se volvió hacia Caxton-, Claros indicios de movimiento. Los sujetos se definen claramente bajo los focos y…
Las puertas del Cyclorama Center se abrieron de golpe antes de que pudiera terminarla frase. Un único vampiro entró caminando, con los brazos en cruz y la boca abierta en una mueca perversa. No llevaba camisa y Caxton logró distinguir las costillas bajo su piel blanca y tensa, pero tenía las mejillas sonrosadas. Debía de haber comido hacía un momento.
Los soldados estaban a punto, lo habían estado desde el momento en que se habían refugiado en el edificio. Empezaron a dispararle y las balas le acribillaron ambos lados del pecho. Unos fragmentos de carne lívida siguieron despedidos a causa de los impactos y un chorrito de sangre negra brotó de una herida en la mejilla. Dio un paso hacia delante y aparecieron nuevos orificios en todo su cuerpo, pero los viejos habían empezado ya a cicatrizar.
Dio otro paso al frente… y de repente varias figuras lívidas salieron de detrás, propulsadas a derecha e izquierda: más vampiros.
"¡No!", pensó Caxton. Pero sí, actuaban de forma organizada. Habían planeado el ataque, habían hecho uno de los suyos se atracara de sangre hasta que su cuerpo fuera casi inmune a las balas y lo habían mandado el primero. Entonces, mientras éste atraía los disparos, los demás vampiros se habían colado en el edificio sin encontrar resistencia.
La peculiar acústica de la sala circular hacía que los disparos de rifle reverberaran y sonaran repetidamente, y los fogonazos de los cañones de las armas fracturaron la visión de Caxton, que se levantó de un brinco. Cogió a Glauer y se lo llevó hacia la puerta trasera, una salida de incendios situada en el parte norte del edificio. Notó un aire frío en la nuca y se volvió. Fue como si su Baretta adquiriera vida propia. Antes siquiera de tomar conciencia de la pálida sombra que tenía sobre el hombro, ya había realizado tres disparos. El vampiro se retorció y se abrazó con sus escuálidas extremidades y cayó a sus pies. ¿Le habría alcanzado al corazón? Lo dudaba mucho, pues había disparado a ciegas. Rápidamente levantó de nuevo la pistola y apuntó. El vampiro se arrodilló con gran esfuerzo y puso un pie en el suelo. Caxton esperó pacientemente hasta que el pálido cuerpo del vampiro volvió a ponerse en pie.
Entonces le colocó la boca del arma contra el pecho y le atravesó el corazón con una bala de calibre 50. El vampiro murió tan rápido que no le dio tiempo ni al levarse una sorpresa.
Estaba salvada… de momento. Se dio la vuelta para comprobar la evolución de la batalla.
Por toda la sala, los soldados morían sin apenas tiempo para apuntar. Vio a uno chillando y golpeando el suelo mientras un vampiro le desgarraba la espalda con sus dientes como cuchillos. Otro le había arrancado ya las piernas. La teniente Peters estaba luchando con un vampiro que podría haberla aplastado a ella y a su corazón. Caxton vio cómo la teniente le golpeaba la cabeza una y otra vez con el escudo térmico del rifle.
-Rompan contacto –gritó Caxton. Varios soldados, los que no habían muerto ya o estaban a punto, la oyeron y se dirigieron hacia la puerta principal. Apuntó contra el vampiro que estaba luchando con Peters, pero le habría sido imposible no darle también a la teniente. En cualquier caso, al cabo de un instante ya no importaba, pues el vampiro hundió la boca en su garganta. La soldado quiso soltar una última maldición pero tan sólo logró emitir un gemido lastimero. Al cabo de un momento estaba muerta y el vampiro atacante se había vuelto mucho más fuerte.
Pensé que tendríamos tiempo para entrenarnos y preparar tácticas especiales para utilizar los vampiros en la guerra. No fue así.
Nadie esperaba que tuviera lugar la batalla de Gettysburg; ninguno de los dos ejércitos estaba preparado. Y, sin embargo, en cuanto comenzó ya no hubo forma de pararlo, como un fuego en un campo en barbecho.
Yo me encontraba en mi caravana, cerca de Hagerstown cuando llegaron las noticias. Me dirigía hacia Pipe Creck para unirme al ejército de Meade. Allí habían tendido una trampa para intentar atraer a Lee hacia el sur, pero pronto se vio que éste no había picado. Mis instrucciones cambiaron de repente y tuve que subirme a un tren militar que iba a dejarnos al otro lado de la frontera. Yo no estaba preparado. Mis hombres no estaban preparados.
Pero no importaba, nada importaba. Atravesé el tren militar en cuanto éste empezó a moverse y vi a algunos hombres rezando y a otros llorando, mirando al cielo. Creían que el fin de los días había llegado. Los soldados sabían que aquella batalla iba a ser de "las buenas", un último intento desesperado para detener a Lee antes de que éste lograra tomar la ciudad de Filadelfin y obligara a firmar un tratado de paz. Los hombres cantaban canciones, como Jonh Brown’s Body, que no había oído desde la gran asamblea de Washington, cuando la ciudad se había convertido en un gran campo militar, o el Himno de Batalla de la República. Dios mío, ¡era tan conmovedor!
Cuando nos acercamos a la pequeña ciudad comercial de Gettysburg los cantos cesaron de forma abrupta y fueron reemplazados por otro sonido, un sonido abominable, un sonido insoportable que hacía que el vagón se estremeciera y que los ataúdes traquetearon en sus estantes. Yo nunca había oído fuego de artillería real con anterioridad. Jamás había oído las pistolas resonar como si fueran campanas, ni la tierra retumbar como si fuera a abrirse. Ya a veinticinco kilómetros de distancia, el fragor de la batalla te dejaba sin aliento. Luego me enteré de que el estruendo de las armas se oía incluso desde Pittsburg.
ARCHIVO DEL CORONEL WILLIAM PITTENGER
-Vamos, ¡Andando! –dijo Caxton, que cogió a un soldado por el brazo y lo empujó hacia la salida. Éste le siguió. La puerta se abría y se cerraba sobre sus goznes con resorte cada vez que uno de sus hombres la atravesaba. Caxton echó un vistan el interior del Ciclorama por si había más supervivientes, pero lo único que vio fueron cadáveres desgarrados y cubiertos de sangre. Y vampiros.
Había unos veinte reunidos en el centro de aquel vasto espacio circular y la estaban mirando. Sus uniformes harapientos, uno llevaba incluso los restos mohosos de una gorra de campaña, eran similares a los de los soldados que había pintados en las paredes. ¡Aquellos vampiros eran tan viejos y estaban tan hambrientos! Imaginaba perfectamente el hambre que debían de tener después de pasar ciento cuarenta años bajo tierra.
Caxton se maldijo. Arkeley nunca habría permitido que aquella idea tomara cuerpo. Aquellos vampiros no eran personas, ya no. Eran asesinos, animales salvajes a los que había que aplastar.
Uno de ellos dio un paso adelante hacia ella, con los brazos levantados. Imploraba, suplicaba un poco de su sangre. Detrás de él los demás empezaron también a avanzar.
Caxton apuntó con precisión. El vampiro dio otro paso. Había comido, Caxton lo vio en el ligero tono sonrosado de sus mejillas y en sus costillas, que no sobresalían tanto como las de los demás. Su primer disparo tan sólo le agrieto la piel y le astilló varios huesos. El segundo lo volteó de forma que Caxton sólo le veía el brazo y el costado. Esperó a que se diera la vuelta, a que la mirara de nuevo, y entonces le soltó un tercer disparo que hizo añicos su oscuro corazón para luego salir a través del orificio de salida, en la espalda.
Los otros seguían avanzando, se acercaban cada vez más. Algunos intentaron clavarle la mirada, pero Caxton logró evitar el contacto visual. Notó el asco le erizaba la piel y le removía el estómago. La adrenalina, puro miedo líquido, le recorrió el cuerpo. No había un solo músculo en todo su cuerpo que no quisiera dar media vuelta y echar a correr, huir. Pero logró mantenerse firme.
Pero Caxton no podía enfrentarse a todos, sería un suicidio. Lo que sí podía hacer, en cambio, era darles algo de tiempo a sus hombres. Éstos estaban fuera, corriendo a través de la oscuridad hacia el centro de turistas. Cuanto más tiempo lograra retener a los vampiros dentro del Cyclorama, más posibilidades tendrían los soldados y Glauer de lograrlo. Quería que Glauer lo lograra, le debía aquella oportunidad.
-¿Quiénes el siguiente? –preguntó Caxton, que levantó el rifle en posición de disparo.
Los vampiros avanzaban todos a una, como una lívida niebla vaporosa, se abalanzaban contra ella como una masa mortífera, a toda velocidad. Era justamente lo que Caxton había esperado. Eran demasiado listos para atacarla uno en uno.
Soltó el rifle, que quedó colgado del portafusil, y se metió la mano en el bolsillo, donde llevaba la segunda y última grana de iluminación. Ya le había quitado el envoltorio de plástico, de modo que tardó apenas un instante en tirar de la anilla y dejarla caer al suelo. Ni siquiera tuvo tiempo de lanzarla…
Se tiró de espaldas al suelo y cerró los ojos con fuerza. Su espalda golpeó la barra de apertura de las puertas en el preciso instante en que la granada estallaba y los vampiros soltaban un alarido de dolor. No había tenido tiempo de colocarse los protectores auditivos, de modo que la explosión le martilleó el tímpano y la dejó sorda. De repente oía un agudo pitido, tan fuerte que le dolían los dientes y le resonaba en las tripas.
No podía pensar, ni respirar. Estaba aturdida por el estruendo, sus sentidos no respondían. Era vagamente consciente de que estaba cayendo, que caía de espaldas, hasta que, de repente, la invadió una nueva oleada de dolor al golpear contra el suelo y levantó instintivamente los brazos para protegerse la cabeza. Abrió los ojos, pero lo único que vio fue la oscuridad. En un momento, había pasado del Cyclorama, tan iluminado, a la oscuridad casi completa de la noche nublada, y sus ojos no habían tenido tiempo de adaptarse.
Alguien la cogió por el brazo. Ella intentó soltarse, aterrorizada ante la idea de que un vampiro fuera a destrozarla aprovechando que estaba sorda y ciega, pero la mano simplemente la agarraba y al cabo de un momento Caxton se dio cuenta de que se trataba de una mano cálida, humana. Parpadeó rápidamente en un intento por obligar a sus pupilas a dilatarse. Poco a poco fue distinguiendo una figura en la oscuridad que se cernía sobre ella, una silueta gris atravesada por una franja más oscura. Era una cara… una cara con un espeso bigote. Era Glauer.
-¿… oye? Los… puerta… manera… cerrar…
Su voz era como un zumbido distante, un sonido grave que intentaba imponerse al pitido de sus oídos. Sólo oía una pequeña parte de lo que decía. Experimento un acceso de frustración mientras se sentaba y se ponía de pie. Ahora veía a Glauer un poco mejor y se dio cuenta de que con el dedo índice estaba señalando algo que había a las espaldas de Caxton.
Se dio la vuelta y vio la puerta de incendios por la que acababa de salir volando. Se había cerrado y ahora traqueteaba con violencia. Era como si los vampiros que había al otro lado quisieran abrirla pero no supieran que tenían que presionar la barra. Era muy posible que fuera así, seguramente fuera la primera vez que veían una puerta como aquélla. Sin embargo, era cuestión de segundos que lograran descubrir cómo funcionaba, aunque tan sólo fuera siguiendo el método de prueba y error.
Glauer le había estado preguntando si había alguna forma de atrancar la puerta, pero ella había perdido un valiosísimo momento mientras volvía en sí. Se volvió precipitadamente y se puso a buscar un cerrojo o algo con lo que bloquear la puerta, pero ésta no tenía ningún pomo en la parte exterior: estaba diseñada para ser usada en caso de emergencia y para evitar la entrada de intrusos. Había una pequeña cerradura con la que seguramente podía cerrarse la puerta, naturalmente no tenían la llave. Glauer pasó los dedos por encima de la placa metálica de la cerradura; a cada sacudida de la puerta, daba un respingo. La puerta se podía abrir en cualquier momento, bastaba que un vampiro se apoyara en ella o presionara por error la barra con la cadera. No tenía más tiempo. Caxton lo cogió de la manga e intentó alejarlo de allí, pero Glauer seguía con los ojos fijos en la cerradura.