Authors: Cayla Kluver
El capitán de la guardia y el sargento de armas llegaron cuando todavía no había transcurrido una hora. Ambos estaban ya al corriente del rapto, aunque no creía que estuvieran informados de todos los detalles. Cannan nos hizo ir a Steldor y a mí, y a Galen y a Destari, a su gabinete para que le ofreciéramos un informe de la situación. Cuando entramos, él se sentó ante su escritorio; Galen y Destari se colocaron a su derecha, y Steldor me hizo sentar en un sillón de piel sin dejar de sujetarme, pues yo temblaba de forma incontrolable. En cuanto estuve sentada, el capitán empezó a hablar.
—Tengo entendido que la princesa Miranna ha desaparecido. Necesito saber con exactitud lo que ha sucedido esta noche.
—Miranna recibió una nota a través de su doncella, y fue a la capilla creyendo que se encontraría con Temerson—dijo Steldor, a mi lado.
—¿Quién es la doncella de Miranna? ¿Cuánto tiempo hacía que la princesa había recibido la nota? —preguntó Cannan en tono firme aunque tranquilo.
Yo había dirigido la vista al suelo, con la mirada perdida. Sentía las mejillas frías y húmedas. Steldor se arrodilló delante de mí para llamar mi atención. Me cogió de las manos y me miró con el ceño fruncido y una expresión de preocupación.
—¿Quién es la doncella de Miranna? —preguntó con delicadeza—. Tenemos que saber su nombre.
Me costó comprender lo que me decía. Al fin lo conseguí y quise pronunciar su nombre, pero la voz no me salía.
—Tienes que ayudarnos, Alera. La…seguridad…de Miranna depende de ello.
A pesar de lo desorientada que me encontraba, sabía que él había evitado de forma consciente insinuar que la vida de Miranna podía hallarse en peligro, o que quizás estuviera muerta. Estaba a punto de ahogarme con los sollozos. Pensar que mi hermana, mi hermana pequeña, su sonrisa, su risa inocente, su gesto alegre…ya no estaban…
—Ryla —dije con voz ronca.
—¿Ryla vive en palacio? —insistió Cannan.
Asentí con la cabeza.
El capitán se dio la vuelta para dirigirse a Galen.
—Manda un guardia a buscar a Temerson y que lo traiga aquí. Y ve a buscar a la doncella.
El sargento asintió con la cabeza y salió a cumplir las instrucciones del capitán. Steldor se puso en pie, pero yo le sujeté la mano con fuerza, pues necesitaba agarrarme a algo, y él se quedó a mi lado.
—Bueno, ¿a qué hora…?
Cannan se interrumpió al oír el fuerte ruido que hizo la puerta al abrirse e impactar con la pared. Halias entró en la habitación en tromba y con una mirada salvaje en sus ojos azules.
—¿Dónde esté Miranna? —preguntó en tono de desafío mientras se apoyaba en el escritorio de Cannan con ambas manos y fulminaba al capitán con la mirada.
El rostro de Cannan se ensombreció un poco y el capitán se puso en pie para dirigirse a su guardia de elite en tono serio:
—Cálmate. El paradero de la princesa todavía debe averiguarse, pero se está haciendo todo la que se puede hacer.
Se hizo un silencio tenso durante el cual pareció que el guardaespaldas de Miranna no conseguiría cumplir las órdenes de su capitán. Al final, Halias se apartó del escritorio y fue a apoyarse contra la pared. Tenía todos los músculos del cuerpo tensos. Destari se puso a su lado y le colocó una mano encima del hombro. Por fin, el capitán volvió a sentarse.
—¿A qué hora fue Miranna a reunirse con Temerson? —preguntó Cannan, ahora que podía terminar la pregunta.
—Me despidió después de cenar —dijo Halias con impaciencia. No dejaba de mirar hacia la puerta, como si fuera a salir tras Miranna en cualquier momento—. Probablemente abandonó sus aposentos poco después, antes de que los guardias del turno de noche empezaran a patrullar por los pasillos.
Steldor me apretó un poco la mano y preguntó:
—¿Es así, Alera? —Al ver que asentía brevemente con la cabeza, continuó—: ¿Puedes decirnos a qué hora tenía que encontrarse con Temerson?
—Justo después del anochecer —contesté. Al hablar noté el sabor salado de las lágrimas en los labios.
—Eso significa que se la han llevado hace unas cuantas horas —concluyó Cannan con expresión adusta—. Si los cokyrianos son responsables de esto, ya no la encontraremos en la ciudad.
Cannan miró a Destari y ordenó en tono brusco:
—Alerta a las patrullas de la frontera. Es posible que sus captores todavía no hayan salido de nuestras tierras.
Emití un sonido que estaba a medio camino del grito y el sollozo. Destari me miró con expresión comprensiva antes de salir de la habitación, y Steldor volvió a arrodillarse y me abrazó. Me agarré a su camisa como si de ello dependiera mi vida. A pesar de mis sollozos, oí que Galen regresaba y levanté la vista para ver si Ryla estaba con él.
—La doncella no está en su habitación —informó en tono incómodo—. No se la ha visto desde primera hora de la noche, y nadie me ha podido decir nada de su pasado.
—¿Qué sabemos de esa doncella? —preguntó Cannan.
Halias empezó a dar golpecitos en el suelo con el pie con gesto impaciente. Levanté la cabeza, que tenía apoyada en el hombro de Steldor. Había comprendido la situación y sentía un peso tan grande en el corazón que me parecía que este casi no latía.
—La contraté hace casi tres meses, en mayo —dije.
En ese momento llamaron a la puerta del gabinete, y un guardia abrió la puerta. Temerson, aterrorizado y despeinado, entró con su padre, el teniente Garrek.
—¿Mandaste una nota a Miranna Hoy? —preguntó el capitán sin perder tiempo.
—N-n-no, señor —contestó Temerson sin dejar de dirigir sus ojos aterrorizados hacia todos los presentes: a Halias, que parecía haber enloquecido; a Galen, que se mostraba preocupado y desconfiado; y, finalmente, a Cannan, que lo miraba con el ceño ligeramente fruncido, la única muestra de preocupación que siempre mostraba.
—¿Así que no tenías ningún plan de encontrarte con ella esta noche?
—N-no, señor.
—Entonces, id a esperar a la sala del sargento de armas —dijo el capitán con un gesto de la mano.
Cuando Temerson y su padre hubieron salido, Destari volvió a entrar. Ya había hecho llegar el mensaje a las patrullas, así que Cannan se dirigió a Galen de nuevo:
—Ve a llamar al rey Adrik y a lady Elissia. No les digas nada de lo que ha sucedido; yo mismo les daré la noticia. Ve a buscar al médico también. Imagino que mucha gente tendrá dificultades para dormir esta noche.
Galen salió. Halias, que no podía parar quieto, se apartó de la pared y empezó a dar vueltas por la habitación. Cannan lo observó en silencio un momento.
—Siéntate, Halias —le dijo, finalmente—. No hay nada que puedas hacer.
—Puedo ir a buscarla —replicó Halias, cortante, ignorando la afirmación de su capitán—. Todos sabemos que a estas alturas ya habrán cruzado el río. Podríamos alcanzarlos antes de que lleguen a Cokyria.
—Nos llevan una enorme ventaja —dijo Cannan sin dejar de mirar al segundo oficial, que no paraba de dar vueltas por la habitación—. Ellos son capaces de viajar en la oscuridad más deprisa que nosotros siguiéndoles la pista.—Después de otro silencio, repitió—: Siéntate. Es una orden.
Halias miró la silla que Cannan le indicaba y, de forma inesperada, le dio una patada tal que la mandó contra la pared. Steldor me soltó y se puso en pie, en una repentina actitud de alerta, y Destara hizo lo mismo, pero el capitán permaneció inmutable.
—¡Por lo menos podríais dejar que fuera tras ella! —gritó Halias, y Destari dio un paso hacia él—. Soy su guardaespaldas…, mi deber era protegerla, y he fallado. Siempre he estado dispuesto a dar mi vida por ella, y esta noche hubiera debido protegerla o morir en el intento. —Se calló un momento y luego continuó en un tono dolido—: London está en Cokyria; dejadme que vaya a buscarlo. Los dos podremos traerla de vuelta a casa.
—No —respondió Cannan con firmeza—. No entraremos ciegamente en tierra enemiga. —Observó un momento a su torturado segundo oficial—. Debes reconocer que si los cokyrianos hubieran querido matar a Miranna, lo habrían hecho sin llevársela de palacio. Deben de tener un objetivo distinto al de quitarle la vida, lo cual nos da tiempo para reaccionar de forma más racional.
—Quizá vos no vayáis a ir tras ellos —dijo Halias, apretando los dientes.
Se dio la vuelta y salió de la sala precipitadamente; la habitación pareció reverberar con su insubordinación. Cannan miró a Destari, que salió tras Halias para detenerlo e impedir que hiciera nada de forma precipitada.
Cannan, Steldor y yo nos quedamos en la oficina del capitán. Steldor levantó la silla que Halias había lanzado contra la pared y la devolvió a su sitio, delante del escritorio de su padre.
—¿Qué debemos hacer con el túnel? —preguntó.
—Es difícil saberlo —se limitó a decir Cannan—. Tendremos que cerrarlo. De alguna manera los cokyrianos se han enterado de su existencia. He enviado unos hombres a que investiguen el túnel que llega hasta el otro lado de los muros de la ciudad; si los cokyrianos lo han descubierto también, tenemos un grave problema de seguridad entre manos, por no hablar de que nos veremos privados de dos posibles caminos de huida en caso de que los necesitemos.
—¿Cómo es posible que se hayan enterado de su existencia? —preguntó Steldor frunciendo el ceño.
Se hizo un silencio.
—Narian debió de decírselo —dijo Cannan, rígido—. Es la única explicación lógica.
—¡No!—exclamé, deseando desesperadamente hacerlo cambiar de opinión—. Narian nunca nos traicionaría, nunca daría una información como esa…
—¿Narian tenía esa información? —me preguntó Steldor.
Noté que los ojos se me llenaban de lágrimas.
—Yo se lo dije —repuse, mirando la expresión de esos dos excelentes militares que ahora formaban parte de mi familia y rezando para que no me culparan.
Ninguno de los dos reaccionó ante mi confesión. La estancia se quedó en silencio, no se oía a nadie respirar siquiera. Finalmente fue Cannan quien rompió ese opresivo silencio.
—¿Vos se lo dijisteis? —repitió. Por una vez, su actitud implacable había dejado paso a la incredulidad y el enojo—. ¿Vos le hablasteis a un cokyriano del túnel que conduce hasta el palacio de Hytanica, y no creísteis necesario informarme ni a mí ni a nadie de ello?
Las lágrimas, calientes, me bajaban por las mejillas y me las sequé con la manga del camisón.
—Padre… —empezó a decir Steldor.
Quizá Steldor pensaba que no podría enfrentarme a una acusación, pero lo interrumpí. Necesitaba explicarme, defender de alguna manera mis actos.
—Él lo descubrió. —No pude disimular la tensión y la fatiga mientras intentaba contar los detalles de la conversación que había mantenido con Narian varios meses antes en las caballerizas del palacio—. Él encontró el túnel por sí mismo, o lo que pensaba que era un túnel, y me preguntó hasta dónde llegaba. Y yo se lo dije. Pero él nunca hubiera dado esa información, él nunca pondría Hytánica en peligro.
Cannan parecía a punto de responder de modo brusco, lo cual no era propio de él, pero en ese momento se abrió la puerta del gabinete y se contuvo. Mis padres entraron en la habitación, seguidos de Galen. Cannan cerró los ojos y respiró profundamente para tranquilizarse y prepararse para dar las desastrosas noticias.
Mi padre se acercó al escritorio; Steldor se apartó un poco para dejarle espacio. Mi madre, al ver que yo lloraba, vino directamente hacia mí. Me puso una mano en el hombro y me acarició el cabello con delicadeza, aunque no sabía qué era lo que me causaba tanto sufrimiento.
—¿Qué ha pasado? —preguntó mi padre, muy inquieto—. Todo el palacio está revolucionado.
—Será mejor que os sentéis—le aconsejó Cannan.
Mi padre obedeció. Se dejó caer despacio en una de las tres sillas de madera que había delante del escritorio del capitán. Galen puso una de las otras sillas cerca de mí y mi madre también se sentó, pero mantuvo una mano encima de mi brazo. Después el sargento se colocó al fondo de la estancia, y mis padres miraron a Cannan. Sabían que estaban a punto de decirles algo terrible.
—No es fácil decir esto —comenzó el capitán, con tono autoritario. Empecé a temblar a causa de los sollozos—. Unos cokyrianos, no sabemos cuántos, se han infiltrado en palacio y han raptado a la princesa Miranna.
Mi madre dejó escapar un grito de angustia que me asustó y que avivó mi llanto. Me rodeó con los brazos, derrumbada, y me apretó contra ella. Mi padre pareció hundirse en la silla, palideció y su rostro envejeció. Pronunció un «no» con los labios, pero fue incapaz de emitir ningún sonido. La terrible noticia del capitán lo había dejado sin aliento.
—Hemos cerrado la ciudad tan pronto como ha sido posible —informó Steldor a mis padres, y miró un momento a su padre en busca de seguridad antes de terminar—. Pero tenemos motivos para creer que se la llevaron de palacio varias horas antes de que supiéramos que se encontraba en peligro.
—¡No!—gimió mi madre—. ¡Mi niña no!
Su dolor me destrozó el corazón, y mi dolor y mis lágrimas disminuyeron para poder ofrecerle consuelo. Por otro lado, los sentimientos de mi padre eran evidentes por su actitud: permanecía inmóvil, sin poder decir nada.
—Si sirve de algún consuelo, no creo que los cokyrianos se hayan tomado el trabajo de llevarse a Miranna de palacio si su intención era matarla —dijo Cannan, repitiendo lo que le habías dicho antes a Halias—. Creo que, de momento, ella está a salvo, aunque se tomarán todas las medidas posibles para traerla de regreso a casa.
—¿Por qué Miranna?—dijo mi padre finalmente, con voz ronca. Tenía los ojos desorbitados y enrojecidos.
—Ella era la presa más fácil, el miembro menos protegido y más inocente de la familia real —explicó Cannan. Lo que dijo a continuación tenía como objetivo servir de consuelo—: Si no somos capaces de atrapar a sus captores, estoy seguro de que los cokyrianos querrán negociar con nosotros su liberación. Aunque no sé qué pedirán.
Un golpe en la puerta anunció la llegada de Bhadran, y Galen lo dejó pasar. El anciano médico que trataba a mi familia desde que yo tenía memoria miró a su alrededor, confuso, sin comprender qué había sucedido. El capitán le explicó la situación rápidamente y le ordenó que nos diera a mis padres y a mí algo que nos ayudara a conciliar el sueño. Bhadran, conmocionado por la noticia, nos administró un sedante, y Cannan sugirió que nos retiráramos, pues esa noche ya no podíamos hacer nada más. Mi padre abrazó a mi madre, que no había dejado de llorar, y la condujo fuera de la habitación. Steldor me ayudó a ponerme en pie, pero las piernas no me sostenían. Entonces me levantó en brazos y me llevó hacia la escalera principal. El agotamiento me venció antes de que llegara al primer peldaño.