Authors: Cayla Kluver
UN AMANECER OSCURO
Cuando me desperté, la luz de primera hora de la mañana se filtraba por entre las cortinas, parcialmente abiertas, en un intento de conquistar los oscuros rincones de la habitación. Permanecí un buen rato enroscada, bajo las mantas, observándome las manos, pálidas, encima de la almohada, mientras me esforzaba por recordar los sucesos de la noche anterior. Recordé el extraño sueño que había tenido, y los efectos del sedante que me había tomado me harían sentir un tanto desconectada. Me froté el rostro y noté las lágrimas secas sobre mi piel.
Entonces, como si me diera de cabeza contra una pared, lo recordé todo.
Unas imágenes del femenino dormitorio de mi hermana pasaron por mi cabeza: su dosel con encajes, los tapices de color pastel que adornaban las paredes, el ejército de muñecas que tenía. Pensé en la posibilidad de que nunca pudiera volver a dormir en él y sentí que se me hacía un nudo en la garganta. Cerré los ojos con fuerza, como si pudiera detener esos pensamientos. Cuando volví a abrirlos, me di cuenta de que Steldor se encontraba en la silla que quedaba a mi izquierda. Estaba profundamente dormido, y parecía que se había quedado conmigo toda la noche. Tenía la cabeza vuelta hacia el lado opuesto a mí, apoyada en el respaldo de la silla y sobre el hombro, y un brazo le colgaba por encima del apoyabrazos y casi rozaba el suelo. Tenía su pelo oscuro y las ropas revueltos, como siempre, pero tenía la misma expresión angelical que se dice que tienen las personas cuando duermen. Sus pestañas, oscuras como el ébano, reposaban sobre las suaves mejillas. De alguna manera, esa profunda expresión de paz de su hermoso rostro me consoló.
Me arrebujé en las mantas y lo observé un rato. Su pecho se elevaba y bajaba a un ritmo constante, siguiendo el de su suave respiración. Deseé que no se despertara para no romper ese hechizo que parecía haber hecho que el tiempo se detuviera. Sabía que en cuanto se despertara iría a buscar a Carinan para saber si se sabía algo de los registros que se habían llevado a cabo durante la noche. También tendríamos que decidir qué haríamos para poder sobrevivir a esa pesadilla y, en ese momento, me sentía agradecida de retrasarlo todo.
Sin embargo, pareció que mi mirada atravesaba las capas de sueño de Steldor, pues este cambió de postura, incómodo, y giró la cabeza hacia el otro lado. Se llevó una mano a la frente y, finalmente, abrió los ojos y me miró. Me observó, casi con aprensión, como si no estuviera seguro de cuál sería mi estado mental o de cómo me sentiría yo porque él se encontrara en mi dormitorio. Al final, se puso en pie y se aclaró la garganta.
—Mi padre querrá vernos. Mandaré a buscar a tu criada para que te ayude a vestirte.
Me senté en la cama y asentí con la cabeza. Lo miré mientras él se dirigía a la puerta; no quería que se marchara, pero sabía que debía hacerlo.
—Gracias por quedarte conmigo —dije.
Él se detuvo con la mano en la puerta, se volvió y asintió ligeramente con la cabeza antes de salir.
Sahdienne llegó al cabo de poco y me ayudó a ponerme un sencillo vestido color crema. Luego me cepilló el cabello tal como hacía cada mañana, y la cotidianidad de esas acciones me causó dolor, pues sabía que, para Miranna, esa mañana no era en absoluto normal. Cuando hubo terminado de hacerme un moño flojo, Sahdienne se puso en pie a mis espaldas y continuó arreglando innecesariamente unos mechones de pelo.
—Majestad, he oído... —murmuró.
Yo no era capaz de reaccionar. Me miré en el espejo del tocador: mi rostro estaba pálido y no reflejaba expresión alguna, tenía unas oscuras ojeras y los ojos enrojecidos. Recé mentalmente para que Sahdienne no continuara, pero ella necesitaba desesperadamente una explicación a pesar de lo delicado del tema.
—¿Es..., es verdad? —tartamudeó, diciendo en voz alta lo que pensaba.
—Sí, lo es —repuse yo con apatía.
—¿Y... fue su doncella? ¿Ryla tuvo algo que ver?
—Sí.
La doncella que yo había contratado; la doncella que yo había colocado en los aposentos de Miranna; la doncella que nos había hecho creer que esa noche sería la mejor de toda la vida de mi hermana. Seguro que había habido algún signo de su falsedad que se me había pasado por alto la primera vez que la vi. ¿Y por qué no había detectado el peligro cuando Miranna me habló de la nota de Temerson? Si hubiera sido astuta como Steldor, habría podido salvarla. Si hubiera prestado más atención, lo habría evitado todo.
—Tengo que irme —dije con brusquedad mientras me levantaba del tocador.
Sahdienne me saludó con un respetuoso gesto de la cabeza y desapareció.
Entré en la sala, donde Steldor me esperaba. Se había puesto ropa limpia y se había arreglado el cabello con su habitual estilo desenfadado. Me esperaba jugueteando con su daga para calmar la inquietud que sentía.
En cuanto me vio, enfundó el arma y me acompañó hasta el pasillo.
Mientras caminábamos me informó de que, cuando me estaba vistiendo, había ido a hablar un momento con su padre.
—Los registros nocturnos no han tenido éxito —dijo. Tuve que esforzarme por no ponerme a llorar, y él intentó consolarme—: Todavía hay esperanza, Alera. Mi padre está organizando una reunión para decidir qué acciones debemos emprender.
—¿Cuándo?
—Ahora. Ha mandado buscar a los demás cuando ha sabido que te habías despertado. —Al ver mi expresión de desconcierto, explicó—: Ha dado por sentado que no habría forma de mantenerte fuera de la reunión, y puesto que tú estuviste relacionada con el incidente, es necesario que asistas.
Asentí con la cabeza, pero no puede evitar hacerle la pregunta que me atormentaba y que me provocaba tanto dolor en el corazón. Sujeté a Steldor para hacer que se detuviera.
—¿La traeremos de vuelta?
Su duda antes de contestar fue suficiente respuesta y acabó con cualquier esperanza que sus palabras pudieran haberme dado:
—Haremos todo lo que esté en nuestras manos.
Se puso en pie y esperó a que yo recuperara la compostura. Después de respirar profundamente varias veces, lo cogí del brazo y él me condujo por la escalera de caracol hasta la primera planta. Esperaba que me llevara al despacho del capitán de la guardia, pero en lugar de eso cruzamos la sala del Rey, que quedaba directamente enfrente de la escalera, entramos en la sala del Trono y nos dirigimos hacia la sala de estrategia, que quedaba en el lado este, entre el gabinete de Cannan y el estudio del Rey. En la sala, rectangular, había una gran mesa de roble y doce hombres se encontraban a su alrededor. Cannan estaba en la cabecera, pues iba a presidir la reunión, y quedaban dos sillas vacías a su izquierda, para Steldor y para mí.
A nuestro lado se sentaban mi padre, Galen, Destari y Halias. A la derecha de Cannan se encontraba Cargon, que era el comandante encargado de la unidad de reconocimiento, y Marcail, el maestro de armas encargado de la guardia de la ciudad. El resto de las sillas estaban ocupadas por cinco oficiales. Cannan, Galen, Halias y Destari parecían no haber dormido desde que había empezado todo, aunque su expresión adusta mostraba una gran determinación.
Todos los ojos se dirigieron hacia nosotros y los hombres se levantaron para dedicarnos una respetuosa reverencia a Steldor y a mí. Seguí al Rey hasta nuestros asientos, consciente de que a muchos de esos hombres mi presencia les parecería extraña, pero me encontraba demasiado agotada emocionalmente para sentirme incómoda por ser la única mujer presente en la habitación. Cuando nos hubimos sentado, Cannan empezó:
—No todos estáis al corriente de los sucesos de la noche pasada, así que os lo resumiré. En algún momento, de madrugada, la princesa Miranna ha sido raptada de palacio por unos intrusos cokyrianos.
Se oyó un murmullo generalizado alrededor de la mesa, pero Cannan continuó sin demora.
—Creemos que el enemigo consiguió colocar a una joven cokyriana como doncella personal de la princesa; todavía tenemos que encontrarla, y se sabe muy poco de su pasado. Parece que hizo que la princesa fuera a la capilla; allí, Miranna fue raptada: se la llevaron por el túnel que conduce a las caballerizas de palacio. Durante la noche se han llevado a cabo varios registros, pero no se ha encontrado a nadie. Continuamos barriendo las colinas, y las patrullas de las fronteras han sido alertadas, pero posiblemente la princesa estaba fuera de la ciudad cuando nosotros descubrimos su ausencia. Quizás incluso estaba ya fuera del reino. No tengo ninguna esperanza de que podamos rescatarla por estos medios. Mis hombres creen haber encontrado el lugar por donde los cokyrianos cruzaron el río, lo cual hace posible que ya se encuentren en las montañas.
»El objetivo de esta reunión es planificar nuestro objetivo. Yo diría que existen tres opciones posibles. Una, enviar a unos cuantos hombres en su persecución. Puesto que esto significa entrar en Cokyria, resultaría muy complejo; la experiencia de London tendría un valor incalculable para este objetivo, pero se encuentra realizando una misión de reconocimiento. En segundo lugar, podemos esperar a recibir noticias de los cokyrianos. El enemigo tenía algún objetivo al raptar a nuestra princesa, y creo que intentarán negociar con nosotros. Eso requeriría que pensáramos seriamente qué estaríamos dispuestos a dar a cambio de su vida.
Mi padre dejó escapar una dolorosa exclamación y se cubrió la boca con la mano, incapaz de soportar la idea de la muerte de su hija menor. Cannan lo miró un momento, pero no con expresión de empatía, sino como si, simplemente, ese ruido le hubiera llamado la atención. En ese momento el capitán se mostraba tal como siempre parecía ser: un hombre de fuerza incalculable que actuaba, y no un hombre que se preocupaba o que se dejaba arrastrar por la tristeza.
—En tercer lugar, y desde mi punto de vista, por último, podemos iniciar negociaciones con Cokyria. Esto nos daría la ventaja de haber tomado la iniciativa, pero debemos recordar que Cokyria no trata muy bien a nuestros embajadores. Por ello, no apoyo esta opción.
Todos los que se encontraban alrededor de la mesa conocían la historia de Cokyria: hacía más o menos un siglo, Hytanica mandó a su príncipe a Cokyria para negociar un tratado comercial con la emperatriz cokyriana. Ella se sintió ofendida por la ignorancia del príncipe sobre la cultura de Cokyria y lo hizo ejecutar. Cuando la noticia llegó a oídos del rey de Hytanica, este declaró una guerra que duró casi cien años. Nadie estaba dispuesto a enviar a otro hombre valioso a territorio enemigo.
—Dejo el tema sobre la mesa para discutirlo —terminó Cannan.
—Deberíamos ir tras ella —afirmó Halias, el primero en pronunciarse. Mi padre se apresuró a asentir con la cabeza—. Deberíamos haber salido tras ella anoche... Está es peligro y su salvación depende de nosotros.
—Eso sería un suicidio —respondió Destari con tono cansado, y yo tuve la sensación de que habían estado discutiendo de ello toda la noche—.
Necesitamos el conocimiento del terreno cokyriano que tiene London para poder elaborar un plan adecuado. Propongo que esperemos, por lo menos hasta que London regrese.
—Pero ¿quién sabe cuándo será eso? —dijo mi padre con pánico en la voz, mientras tamborileaba con los dedos sobre la mesa—. Quizá tarde semanas en regresar, y para entonces Miranna podría... podría estar...
—Muerta —terminó Halias con dureza.
—Entonces permite que mandemos a alguien a buscar a London —sugirió Steldor, mirando a Halias con el ceño fruncido por su falta de tacto—.
Estoy de acuerdo con Destari en que cualquier intento por infiltrarnos a ciegas en terreno cokyriano sería desastroso, pero no tenemos QU E sentarnos a esperar a que London regrese. Quizá Cargon pueda mandar a algunos exploradores a las colinas para que lo busquen.
—Lo haré de inmediato —dijo el comandante, y Steldor y Cannan aprobaron la iniciativa asintiendo con la cabeza—. También haré que mis hombres exploren la fortaleza cokyriana para que busquen los puntos de acceso más fáciles.
—¿Estamos de acuerdo en esto, pues? —preguntó Cannan mirándolos a todos.
—Mandaremos unos exploradores para que busquen a London, pero hasta que lo encuentren, no intentaremos ningún rescate. Para la princesa es tan peligroso que entremos en acción sin un plan bien desarrollado como que esperemos. Creo que puedo decir que ella no se encuentra en un peligro mortal inmediato, y si Cokyria propone los términos de un acuerdo antes de que hayamos elaborado el plan de rescate, volveremos a evaluar la situación.
Todos los hombres, excepto dos, asintieron. Mi padre dirigió un gesto ansioso a Halias, que le devolvió una seria mirada con sus claros ojos azules. Ninguno de ellos estaba contento con esa decisión. Yo, pese a que sentía el aguijón del miedo, me convencí para confiar en la decisión de la mayoría. Halias era preso de la culpa, y mi padre no era militar; los demás hombres tenían las ideas claras y creían que Miranna no corría peligro inmediato. A pesar de todo, no pude evitar sentir cierta inquietud por la afirmación de Cannan según la cual Miranna no estaba en un peligro mortal inmediato. ¿Cuántas clases de peligro existían? Y si no era su vida lo que peligraba, ¿de qué otras formas podían amenazarla?
—¿Cuánto creéis que tardarán los cokyrianos en contactar con nosotros para acordar un encuentro? —preguntó Galen, que me obligó a dirigir la atención de nuevo a la reunión.
—No lo sé —respondió Cannan—. Pero a los cokyrianos les gusta provocar miedo e incertidumbre, y el tiempo está de su parte. Querrán que estemos en el estado de ánimo adecuado para hacer concesiones, así que tardarán en contactar con nosotros. Aunque no hace falta que lo decidamos hoy, cada uno de nosotros debe pensar qué estamos dispuestos a ofrecer a cambio de la princesa.
Cannan hizo una pausa y fue mirando a cada uno de los hombres a los ojos para remarcar la importancia de esa última afirmación.
—Hay otro asunto que debemos tratar. Hemos sufrido una grave agresión a nuestra seguridad, y tenemos que solucionarlo sin demora. Ya he enviado a unos hombres para que bloqueen el túnel por el que se llevaron a la princesa, pero hay otras medidas que debemos tomar.
»En primer lugar, todo miembro del servicio de palacio que haya sido contratado durante este año debe ser investigado. No voy a darles a los cokyrianos el beneficio de la duda. Galen, te encargo que organices las investigaciones. Quiero lugar de nacimiento, familia, historia personal, todo lo QU E pueda demostrar que son hytanicanos leales. Si alguna cosa parece remotamente extraña, notifícamela de inmediato. Además, todo miembro de servicio contratado a partir de ahora pasará por el mismo escrutinio.