Read Aprendiz de Jedi 5 Los Defensores de los Muertos Online
Authors: Jude Watson
—¡Estos chicos no pueden hacer lo que les venga en gana! ¡Los deplorables Melida están detrás de todo esto! —gritó uno de los miembros del Consejo Daan.
—¡Los mentirosos Daan siempre están listos para acusar sin pruebas! —rugió un Melida desde el fondo.
Qui-Gon retrocedió y esperó a que acabara la discusión. A veces es mejor sentarse a esperar que los acontecimientos se desarrollen solos.
Los comunicadores empezaron a sonar. Los Melida y los Daan hablaban a través de ellos, con cara de pánico. Los informes desbordaban a ambos bandos. Una a una, iban cayendo todas las torres. Primero en el perímetro, luego las del centro. Las explosiones sonaban cada vez más cerca, hasta que las últimas torres fueron destruidas.
—Los Jóvenes llegan desde el campo —informó Gueni con una expresión de asombro en su rostro—. La ciudad está ahora abierta, sin defensas. Y vienen armados.
Los Melida y los Daan se miraron. Ahora sabían que el peligro al que se enfrentaban era serio.
—¿Entendéis ahora por qué debéis uniros? —preguntó Qui-Gon con tranquilidad—. Los Jóvenes sólo quieren la paz. Se la podéis dar. ¿No queréis reconstruir vuestra ciudad?
—Dicen que quieren la paz, pero utilizan métodos guerreros —dijo Wehutti impetuosamente—. Bien, podemos hacer una guerra de la que estén orgullosos nuestros antepasados. Hemos perdido algunas armas, pero todavía podemos defendernos.
—Nosotros también tenemos algunas armas —añadió rápidamente un Daan—. Esta tarde llegarán unos cuantos barcos con suministros a la ciudad.
—Ellos se detendrán ante cualquier tipo de defensa —intervino una mujer Melida—. Podemos luchar contra ellos.
—Pero no juntos —dijo Wehutti—. Los gloriosos Melida podemos con ellos sin la ayuda de los Daan.
—¡Por una vez, no os sobrestiméis! —cortó Qui-Gon—. No tenéis armas. No tenéis apoyo desde el aire. Tenéis un ejército compuesto por ancianos heridos. Piensa lo que estás diciendo. ¡Ellos son miles de chicos!
Los dos grupos guardaron silencio. Wehutti y Gueni se miraron. Qui-Gon pudo notar un punto de sorpresa en vez de desconfianza.
—Puede que el Jedi tenga razón —admitió Gueni de mala gana—. Sólo veo una manera de ganarles. Debemos unir nuestros ejércitos y nuestras armas. Pero el Jedi debe liderarnos.
Wehutti asintió lentamente.
—Es la única manera de asegurar que los Daan no nos traicionarán una vez hayamos ganado la batalla.
—Es nuestra única manera de asegurarnos —dijo Gueni—. No podemos fiarnos de la palabra de los Melida.
Qui-Gon negó con la cabeza.
—Yo no os dirigiré en una batalla. He venido aquí para animaros a encontrar una solución, para lograr la paz.
—¡Pero ahora no existe la paz! —gritó Wehutti—. ¡Los Jóvenes han roto las líneas de batalla!
—¡Son vuestros hijos! —gritó Qui-Gon.
La obstinación de ambos bandos le había hecho perder la paciencia. Controló su voz y siguió hablando.
—No mataré a ningún niño. ¿Quién de vosotros está dispuesto a hacerlo? —se volvió hacia Wehutti—. ¿Qué pasa con Cerasi? ¿Eres capaz de luchar en una batalla contra tu propia hija?
Wehutti palideció y bajó la barbilla.
—Mi nieta Rica vive bajo tierra —dijo Gueni.
—No he visto a mi Deila desde hace dos años —dijo una mujer Melida en voz baja.
Los Daan y los Melida se miraron de nuevo, desconcertados. Hubo una larga pausa.
—De acuerdo —dijo por fin Wehutti—. Si te conviertes en nuestro emisario, comenzaremos a dialogar con los Jóvenes.
Gueni asintió.
—Los Daan estamos de acuerdo. Tienes razón, Qui-Gon. No podemos luchar contra nuestros propios hijos.
—No nos reuniremos con ellos —dijo Nield a Qui-Gon con fiereza—. Sé lo que valen sus promesas. Han aceptado para distraernos. Nos dirán que quieren que dejemos las armas y luego comenzarán a luchar otra vez. Su derrota está demasiado cerca. Si cedemos, pensarán que somos débiles.
—Saben que les habéis arrinconado —argumentó Qui-Gon—. Están deseosos de hablar. Ya has ganado, Nield. Ahora recoge los frutos de tu victoria.
Cerasi se cruzó de brazos.
—No estamos locos, Qui-Gon. Por eso ganamos.
Qui-Gon se giró. Llevaba discutiendo con Cerasi y Nield desde que había vuelto, y no había conseguido nada. El problema estaba fuera de su control.
Obi-Wan estaba sentado en una mesa de madera, observando. No había dado su opinión ni había intentado convencer a Cerasi o a Nield. Qui-Gon se había dado cuenta de esto sorprendido. Obi-Wan quería la paz en el planeta. ¿Por qué no hacía nada ahora? Una vez más, cuando trató de ponerse en contacto con su padawan sólo encontró el vacío.
Los cuarteles estaban ahora llenos de chicos y chicas que habían llegado de los campos. Había más reunidos arriba, en los parques y en las plazas. Los Jóvenes se habían movilizado, trayendo toda la comida que tenían e intentando crear un sistema de suministro. Llevaría todo el día hacer que todos comiesen, pero estaban decididos a lograrlo.
—¿Cómo volasteis las torres? —preguntó Qui-Gon con curiosidad a Nield y a Cerasi.
Era una pregunta que se hacía desde que se había enterado de los hechos.
—Tenéis que haberlo hecho desde el aire, pero vuestras naves no pueden hacerlo. Hubieseis necesitado...
Qui-Gon se detuvo. Se giró hacia Obi-Wan. Lentamente, Obi-Wan echó su silla hacia atrás. Qui-Gon oyó cómo rallaba en el suelo de piedra. Después se puso de pie. No vaciló ni retiró la mirada. Miró directamente a Obi-Wan.
—Así que fuiste tú —dijo Qui-Gon—. Utilizaste el caza de combate. Lo cogiste aunque sabías que era nuestra única forma de salir de este planeta. Lo cogiste aunque sabías que era la única esperanza de vida de Tahl.
Obi-Wan asintió.
Cerasi y Nield miraban primero a un Jedi, luego al otro. Cerasi empezó a hablar, pero no dijo nada. El problema era entre Qui-Gon y Obi-Wan.
—Por favor, ven conmigo, Obi-Wan —dijo Qui-Gon con tono cortante.
Le llevó a un túnel adyacente donde pudieran hablar en privado. Esperó unos momentos para recomponerse. La amargura no tenía que superarle. Y, aun así, surgió en él. Obi-Wan había roto su confianza.
No sabía qué decir. Sus emociones le dominaban. Qui-Gon hizo un esfuerzo para acordarse de la preparación que había recibido en el Templo. Según el Código Jedi, tenía que reñir a su padawan. Pero primero tenía que describir la ofensa. Era el deber de todo Maestro: hacerlo sin juzgarle.
Agradecido de tener un pensamiento claro, Qui-Gon respiró profundamente.
—Te ordené que no tomaras partido en esto.
—Sí —respondió tranquilamente Obi-Wan.
Era el deber de un padawan no discutir sus faltas.
—Te ordené que estuvieses preparado para partir en cualquier momento —dijo.
—Sí —replicó Obi-Wan.
—Te ordené que tu mayor preocupación tenía que ser la salud de Tahl. Y, sin embargo, has puesto en peligro su vida cogiendo el único transporte que tenemos y utilizándolo para una misión peligrosa.
—Sí —repitió Obi-Wan por tercera vez. Qui-Gon tragó saliva con dificultad.
—Haciendo eso no sólo has puesto en peligro la salud de Tahl, sino el proceso de paz en Melida/Daan. Obi-Wan dudó por primera vez.
—Yo ayudé a que el proceso de paz...
—Ésa es tu interpretación de los hechos —interrumpió Qui-Gon—, pero ésas no eran tus órdenes. Tu Maestro y el Maestro Jedi Yoda habían decidido que la intervención de los Jedi en este caso sólo perjudicaría a los Melida y a los Daan, e incluso interferir en el proceso de paz. Yo te había dicho todo esto. ¿No es verdad, Obi-Wan?
—Sí —admitió Obi-Wan—. Es verdad.
Qui-Gon hizo una pausa y se concentró en sí mismo para considerar toda la sabiduría Jedi que había sobre la relación entre un Maestro y su padawan: que las reglas habían evolucionado a lo largo de miles de años; que la promesa de obediencia de los padawan no tenía nada que ver con ejercer el poder, sino con obtener sabiduría y ser humilde en el cumplimiento del deber; y que él no estaba allí para castigar a Obi-Wan, ni siquiera para enseñarle, sino para ayudarle en su desarrollo personal hasta que creciera y se convirtiera en un Caballero Jedi.
—No me importa —dijo Obi-Wan, sacándole de sus propios pensamientos.
—¿Qué no te importa? —preguntó Qui-Gon, sorprendido. Normalmente, un padawan permanecía en silencio a la espera de la decisión de su Maestro.
—No me importa haber roto las reglas —dijo Obi-Wan—. Hice bien en romperlas.
Qui-Gon respiró profundamente.
—¿Estuvo bien, también, romper mi confianza?
Obi-Wan asintió.
—Lo siento. Tuve que hacerlo. Pero sí.
Qui-Gon sentía que las palabras de Obi-Wan le atravesaban como una espada. Visualizó en un destello que él había esperado este momento desde que tomó a Obi-Wan como aprendiz. Esperaba la traición. El golpe. Había endurecido su corazón preparándose para este instante.
Y, sin embargo, todavía no estaba listo para eso.
—Qui-Gon, tienes que entender —dijo Obi-Wan con calma—. He encontrado algo nuevo aquí. Toda mi vida me han dicho lo que estaba bien, lo que era mejor. El camino que estaba marcado para mí. Era un gran don, y estoy agradecido por todo lo que he aprendido. Pero en este mundo se han concretado todas las abstracciones que he aprendido. Hay algo que puedo ver. Algo real.
Obi-Wan retrocedió para volver a los cuarteles de los Jóvenes.
—Estos chicos parecen mi gente. Su causa es mi causa. Me llama como nada antes me había llamado.
La sorpresa de Qui-Gon se convirtió en dolor y rabia consigo mismo. Obi-Wan se le había escapado. Debía haberlo previsto antes. Debía haber recordado que Obi-Wan era sólo un niño.
Eligió sus palabras con cuidado.
—La situación aquí es dolorosa, lo reconozco. Es difícil mantenerse al margen. Por eso intenté resolverlo antes de marcharnos, pero ahora debemos irnos, padawan.
La expresión de Obi-Wan se congeló.
—Obi-Wan —dijo amablemente Qui-Gon—. Todo lo que piensas que has encontrado aquí, ya lo tenías. Eres un Jedi. Lo que necesitas es distanciarte y tener un tiempo de reflexión.
—No necesito reflexionar —dijo Obi-Wan en tono cortante.
—Ésa es tu elección —dijo Qui-Gon —, pero, aun así, debes acompañarme al Templo. Necesito encontrar algunas cosas para Tahl en la ciudad. Cuando vuelva espero que hayas recogido tus cosas y estés preparado para partir.
Comenzó a dirigirse hacia el túnel principal. Obi-Wan no se movió.
—Vamos, padawan —dijo.
De mala gana, Obi-Wan le siguió. Qui-Gon sintió cómo le invadía la preocupación. Había algo en el interior de Obi-Wan, algo inamovible que no había encontrado en ningún otro aprendiz. Le vendría bien volver al Templo, donde la sabiduría de Yoda y la calma que rodeaba todo ayudaría a Obi-Wan a centrarse de nuevo.
Qui-Gon oyó un rugido desde el túnel principal, voces que gritaban y pasos agitados en el suelo. Aceleró el paso y se metió en la bóveda, con Obi-Wan pisándole los talones.
Nield les buscó entre la multitud, hasta que estuvo frente a ellos.
—La oferta de negociaciones fue un truco. ¡Los Mayores nos atacan!
El caos reinaba en los túneles. Los pasajes rebosaban de chicos que corrían desesperados para intentar escapar de la batalla que se desarrollaba sobre sus cabezas. Algunos estaban heridos, otros corrían para rearmarse y contraatacar. Cientos de Jóvenes habían quedado atrapados en los parques y en las plazas. Necesitaban refuerzos.
—Necesitamos médicos y una línea de abastecimiento de armas —dijo Cerasi.
Obi-Wan se apresuró a unirse a Cerasi y a Nield. Qui-Gon vio la angustia que se reflejaba en sus tres caras. Era verdad que su padawan ayudaría en todo cuanto pudiese, pero ellos tenían que marcharse del planeta inmediatamente para llevarse a Tahl. Ahora era absolutamente necesario.
Qui-Gon corrió al lado de Tahl. Estaba sentada, intentando oír y entender qué pasaba a su alrededor. Se arrodilló a su lado.
—Yo quería ir a la ciudad a conseguir una nave y algo de ayuda médica, pero me temo que eso es imposible ahora. La guerra ha comenzado de nuevo, y nosotros tenemos que irnos inmediatamente.
Ella asintió.
—De acuerdo. Puedo caminar, Qui-Gon. Tus medicinas me han ayudado mucho. Puedo hacerlo, si me guías.
Qui-Gon se dobló para recoger sus cosas. Habían perdido sus equipos de supervivencia, pero habían estado recopilando reservas. Las metió en la mochila que les había dado Cerasi.
Cuando se volvió para buscar a Obi-Wan, el chico había desaparecido.
Cerasi y Nield tampoco estaban. Qui-Gon soltó la mochila y comenzó a buscar en los túneles adyacentes. Fue lo más lejos que pudo, pero era una pérdida de tiempo. Probablemente, Obi-Wan se habría ido a la superficie con Nield y Cerasi.
Quizás el chico pensaba que Qui-Gon estaría cogiendo más reservas, como el propio Maestro Jedi le había contado. El padawan se reuniría con él en el caza de combate. Obi-Wan le había vuelto a desobedecer, pero Qui-Gon estaba seguro de que aparecería por la nave a la hora de partir.
En cualquier caso, no podía desperdiciar más tiempo. Recogió todas sus cosas, ayudó a Tahl a ponerse de pie y empezó a andar por los túneles, de camino a las afueras de Zehava.
***
Cuando Obi-Wan, Cerasi y Nield salieron al exterior pudieron oír los gritos de los chicos y oler el humo que llenaba las calles. Se pusieron a cubierto, detrás de un muro. Había cazas de combate sobrevolando los parques donde se habían reunido los Jóvenes. Los chicos corrían para ponerse a salvo o trataban de derribar las naves con lanzatorpedos que colocaban sobre sus hombros. Pero las naves esquivaban los disparos fácilmente.
—¡Están desperdiciando munición! —gritó Nield.
—Deben de haber traído los cazas desde otra base —dijo Cerasi—. O puede que los tuviesen escondidos en algún lugar que nosotros desconocíamos. ¡Pero no podemos luchar contra ellos desde el suelo!
Obi-Wan se subió al muro. Un caza de combate se acercaba. Vio cómo empezaba a disparar rápidas ráfagas que caían sobre la hierba. Una chica corrió a cubrirse, pero otro chico no tuvo tanta suerte. El disparo le alcanzó en una pierna y le hizo caer al suelo. Antes de que Obi-Wan se pudiera mover, otros chicos ya habían acudido en su ayuda. La angustia le desbordaba. ¡Los Jóvenes estaban desprotegidos!