Armand el vampiro (59 page)

Read Armand el vampiro Online

Authors: Anne Rice

BOOK: Armand el vampiro
8.27Mb size Format: txt, pdf, ePub

Tímidamente, me puse a canturrear la canción en voz baja, con la boca cerrada, y ella me imitó.

—La Appassionata —le susurré al oído. Me eché a llorar. No quería tocarla con sangre. Era demasiado limpia, demasiado bonita. Volví la cabeza.

Ella se inclinó hacia delante. Sus manos atacaron con furia las turbulentas notas finales.

De pronto se hizo el silencio, tan cristalino como la música que lo había precedido.

Sybelle se volvió y me abrazó con fuerza, y pronunció unas palabras que yo jamás había oído pronunciar a un mortal en mi larga vida inmortal:

—Te amo, Armand.

23

Huelga decir que ambos son unos compañeros ideales.

Ni Benji ni Sybelle se mostraron en absoluto preocupados por los asesinatos. Yo no me lo explicaba. Les preocupaban otras cosas, como la paz en el mundo, el sufrimiento de los sin techo durante el gélido invierno de Nueva York, el precio de las medicinas para los pobres y la terrible situación entre Israel y Palestina, que estaban siempre en guerra. Sin embargo, los horrores que habían presenciado con sus propios ojos les importaban un comino. No les preocupaba que yo matara cada noche para conseguir sangre, que era de lo único que me alimentaba, ni que yo fuera una criatura unida por mi misma naturaleza a la destrucción humana.

Les tenía sin cuidado la muerte del hermano de Sybelle (el cual por cierto se llamaba Fox, pero prefiero omitir el apellido de mi bella pupila).

De hecho, si este texto ve alguna vez la luz del mundo real, tendrás que cambiar tanto su nombre de pila como el de Benjamin.

No obstante, eso ya no me importa. No puedo pensar en la suerte que correrán estas páginas, salvo para indicar que están dedicadas a ella, como ya te he comentado, y si se me permite deseo titularlas Sinfonía para Sybelle.

No es que amara menos a Benji, pero no siento hacia él un afán de protección tan acusado. Sé que Benji tendrá una vida interesante y llena de aventuras, al margen de lo que pueda ocurrimos a mí o a Sybelle, e incluso los tiempos que corran. Tiene la naturaleza flexible y resistente de los beduinos. Es un auténtico hijo de las tiendas de campaña y las arenas del desierto, aunque en su caso, la vivienda era una mísera chabola de ladrillo de cenizas situada en las afueras de Jerusalén, donde Benji inducía a los turistas a posar para unas fotos junto a él y a un apestoso y malhumorado camello por un precio exorbitado.

Benji había sido secuestrado por Fox bajo los ilícitos términos de un contrato de esclavitud a largo plazo por el que Fox había pagado al padre del chico cinco mil dólares. El acuerdo incluía un pasaporte falso de emigración. Benji era sin duda el genio de la tribu, no tenía claro si deseaba regresar a casa y había aprendido en las calles de Nueva York a robar, a fumar y a decir palabrotas, por ese orden. Aunque juraba por lo más sagrado que no sabía leer, resultó que sí sabía, y empezó a hacerlo de forma obsesiva en cuanto yo comencé a surtirle de libros.

Lo cierto es que sabía leer el inglés, el hebreo y el árabe, ya que de niño había aprendido a leer periódicos en los tres idiomas.

A Benji le encantaba ocuparse de Sybelle. Se preocupaba de que comiera lo suficiente, bebiera leche y se cambiara de ropa cuando ninguna de esas tareas suscitaban el interés de la joven. Benji se ufanaba de ser capaz de conseguir para Sybelle lo que necesitara, independientemente de lo que le ocurriera a ella.

Él era quien trataba con el personal del hotel, quien daba propinas a las camareras, quien charlaba con el recepcionista, a quien le contó una fantástica historia sobre el paradero del difunto Fox, quien se había convertido en la fabulosa saga ideada por Benji en un intrépido viajero y fotógrafo aficionado; él era quien hablaba con el afinador de pianos, el cual acudía una vez a la semana porque el piano de Sybelle estaba situado frente a la ventana, expuesto al sol y al frío, y porque Sybelle lo aporreaba con una furia que habría impresionado al mismo Beethoven. Benji se encargaba de hablar por teléfono con el banco, cuyos empleados creían que él era su hermano mayor, David, y quien pasaba por caja puntualmente para retirar dinero como el pequeño Benji.

A las pocas noches de hablar con él me convencí de que podría darle una educación tan esmerada como me había dado Manus a mí, y que llegado el momento el chico elegiría a qué universidad quena asistir, qué profesión quería estudiar y qué aficiones y actividades le atraían. No quería imponer mi voluntad. Pero al cabo de una semana empecé a soñar en enviarlo a un internado del que saldría hecho un conquistador social de la Costa Este, vestido con el clásico blazer azul marino con botones dorados.

Le amo lo suficiente como para despedazar a quienquiera que pretenda ponerle una mano encima.

Pero entre Sybelle y yo existe una afinidad que a menudo elude a mortales e inmortales a lo largo de todas sus vidas. Conozco a Sybelle. La conozco bien. La conocí cuando la oí tocar por primera vez, y la conozco ahora, y yo no estaría aquí contigo si ella no estuviera bajo la protección de Marius. Mientras Sybelle viva, jamás me separaré de ella, y nada de lo que me pida se lo negaré.

Cuando Sybelle muera, padeceré una angustia indecible, pero tendré que soportarlo. No tengo más remedio. No soy la criatura que era cuando contemplé el velo de la Verónica, cuando me dirigí hacia el sol.

Soy otro ser, y ese ser se ha enamorado total y profundamente de Sybelle y de Benjamin, y no puedo hacer nada para remediarlo.

Por supuesto, soy consciente de que me nutro de ese amor, de que me siento más feliz de lo que jamás me sentí en toda mi existencia inmortal, de que he adquirido una gran fuerza gracias a mis dos compañeros. La situación es casi demasiado perfecta para ser otra cosa que accidental.

Sybelle no está loca, ni mucho menos, y creo comprenderla perfectamente. Sybelle está obsesionada con una cosa, con tocar el piano. Desde el primer momento en que puso las manos sobre un teclado no ha deseado otra cosa, y su «carrera», tan generosamente planificada por sus orgullosos padres y por el ambicioso Fox, nunca representó gran cosa para ella.

De haber sido pobre y haber tenido que luchar en la vida, quizás habría sido indispensable para ella obtener el reconocimiento del público a fin de mantener su relación amorosa con el piano, ya que ello le habría procurado la forma de evadirse de la rutina diaria y las trampas domésticas. Pero Sybelle nunca fue pobre, y le tiene auténtica y completamente sin cuidado el que la gente la oiga tocar el piano o no.

Sybelle sólo necesita escucharse ella misma, y saber que no molesta a otras personas.

En el antiguo hotel, constituido principalmente por habitaciones que alquilan por días, y un puñado de clientes lo suficientemente ricos para alojarse allí año tras año, como en el caso de la familia de Sybelle, ésta puede tocar el piano día y noche sin molestar a nadie. Después de la trágica muerte de sus padres, después de perder a los dos únicos testigos que habían asistido de cerca a su desarrollo como pianista, Sybelle se negó a seguir colaborando con los planes de Fox para promover su carrera.

Todo eso lo comprendí prácticamente desde el principio. Lo comprendía en su obsesiva repetición de la Sonata número 23, y creo que si tú la oyeras tocarla, también lo comprenderías. Deseo que la oigas tocar.

A Sybelle no la intimida que la gente se acerque para escucharla, ni le imponen los estudios de grabación. Si otras personas gozan oyéndola tocar el piano y se lo dicen, ella se muestra encantada, pero se lo toma con filosofía. «Ah, de modo que a ti también te gusta esa sonata —piensa—. Qué hermosa es, ¿verdad?» Eso fue lo que me dijo con sus ojos y su sonrisa la primera vez que me acerqué a ella.

Supongo que antes de continuar con esta historia —tengo más cosas que contar sobre mis pupilos— debería responder a la pregunta que sin duda te haces: ¿Cómo conseguí acercarme a ella? ¿Qué hacía yo en su apartamento aquella fatídica mañana, cuando Dora hablaba a la enardecida multitud que abarrotaba la catedral sobre el velo milagroso, y yo, propulsado por la sangre que circulaba por mis venas a modo de combustible, ascendía como un cohete hacia el cielo?

No lo sé. Podría ofrecerte unas tediosas explicaciones de carácter sobrenatural sobre el hecho, las cuales parecen extraídas de los tomos escritos por los miembros de la Sociedad dedicada al estudio de fenómenos paranormales, o los guiones de la sene de televisión titulada Expediente X, protagonizada por los agentes Mulder y Scully. O como el expediente secreto del caso que se conserva en los archivos de la orden de detectives clarividentes llamada Talamasca.

A grandes rasgos, así es como lo veo. Tengo unos poderes increíblemente potentes para realizar toda clase de encantamientos, para dislocar mi visión y transmitir mi imagen a través de la distancia, para incidir en la materia próxima o invisible. Deduzco que aquella mañana, mientras viajaba hacia las nubes, debí de utilizar esos poderes. Quizá los sacara en un momento de terrible sufrimiento, cuando estaba enloquecido y no sabía lo que me sucedía. Quizá fuera una última y desesperada negativa a aceptar la posibilidad de la muerte, o la espantosa situación, cercana a la muerte, en la que me encontraba.

Esto es, tras haber aterrizado en el tejado, abrasado y padeciendo unos tormentos inenarrables, tuve que buscar una vía de escape mental, proyectar mi imagen y mi fuerza hacia el apartamento de Sybelle el tiempo suficiente para matar a su hermano. Es sabido que los espíritus son capaces de ejercer la suficiente presión sobre la materia para modificarla. Quizá fuera eso lo que hice, proyectarme yo mismo en forma de espíritu, topar con la sustancia que era Fox y matarlo.

No obstante, sinceramente no lo creo. Te explicaré por qué.

En primer lugar, aunque Sybelle y Benjamin no son expertos en el tema, pese a sus conocimientos y aparente frialdad cuando hablamos de ellos, por lo que respecta a la muerte y análisis forense del cuerpo de Fox, ambos insisten en que el cadáver estaba exangüe cuando se deshicieron de él. En el cuello presentaba unas pequeñas heridas como producidas por unos incisivos. En suma, ambos están convencidos de que yo estaba allí, en una forma sustancial, y que bebí la sangre de Fox.

Una imagen proyectada no puede hacer eso, al menos que yo sepa. No puede devorar la sangre de todo un sistema circulatorio y luego disolverse, regresando a la cicatrícula de la que provino. No, eso es imposible. Como es lógico, Sybelle y Benji podrían equivocarse. ¿Qué saben ellos sobre sangre y cadáveres? Pero el caso es que dejaron que Fox siguiera tendido en la alfombra, muerto, por espacio de dos días, mientras ellos aguardaban el regreso del Dybbuk o ángel, que estaban seguros de que los ayudaría. En ese tiempo, la sangre de un cuerpo humano se acumula en la parte inferior del cadáver, un cambio que ambos jóvenes sin duda notarían, pero no lo notaron.

¡Ah, me duele la cabeza de tanto cavilar! El caso es que no sé cómo llegué a su apartamento, ni por qué. No sé qué ocurrió. Lo único que sé, como ya he comentado, es que toda aquella experiencia, todo cuanto vi y sentí en la gran catedral restaurada de Kíev, un lugar inconcebible, fue tan real como lo que presencié en el apartamento de Sybelle.

Hay otro pequeño punto, y aunque pequeño es crucial. Después de que yo matara a Fox, Benji vio mi cuerpo abrasado caer del cielo. Me vio, al igual que yo le vi a él, desde la ventana.

Existe una terrible posibilidad: yo iba a morir aquella mañana; iba a ocurrir con toda certeza. Mi ascenso estuvo propiciado por una inmensa fuerza de voluntad y el inmenso amor que profeso a Dios, sobre el cual no me cabe la menor duda en estos instantes en que te dicto estas palabras.

Sin embargo, quizás en el momento crucial, me faltó valor. Me falló mi cuerpo. Y al buscar un lugar donde refugiarme del sol, el medio de soslayar mi martirio, me topé con la grave situación entre Sybelle y su hermano, y al sentir la necesidad que ella tenía de mí, comencé a caer hacia el tejado sobre el que la nieve y el hielo me cubrieron rápidamente. Mi visita a Sybelle pudo haber sido, según esta interpretación, tan sólo una quimera fugaz, una poderosa proyección de mi ser, como ya he dicho, el deseo de satisfacer la necesidad de ayuda de esta joven desconocida y vulnerable a quien su hermano se disponía a propinar una paliza mortal.

En cuanto a Fox, yo le maté, sin la menor duda. Pero murió a causa del temor, de un fallo cardíaco, posiblemente, de la presión de mis manos invisibles sobre su frágil cuello, a causa del poder de la telequinesia o la hipnosis. No obstante, como he dicho antes, no lo creo.

Yo estuve en la catedral de Kíev. Yo rompí el huevo con mis pulgares. Yo vi cómo el pájaro salía volando.

Sé que mi madre estuvo a mi lado y que mi padre derribó el cáliz. Lo sé porque no hay una parte de mí que pudo haber imaginado eso. También lo sé porque los colores que vi entonces y la música que oí no se componían de nada que yo hubiera experimentado jamás.

No existe ningún otro sueño del que yo haya oído hablar sobre el que pueda decir esto. Cuando dije misa en la Ciudad de Vladimir, me encontraba en una dimensión formada por unos ingredientes que mi imaginación no tiene a su disposición.

No quiero decir más al respecto. Es demasiado terrible y angustioso el tratar de analizarlo. Yo no lo busqué, al menos conscientemente; no tenía un poder consciente sobre ello, simplemente ocurrió.

Si fuera posible, lo olvidaría por completo. Me siento tan extraordinariamente feliz con Sybelle y Benji que deseo olvidarlo todo mientras ellos vivan. Sólo deseo estar con ellos, como lo he estado desde la noche que te he descrito.

Como comprenderás, me tomé mi tiempo en venir aquí. Después de haber vuelto a incorporarme a las filas de los inmortales, me resultó muy fácil discernir a partir de las mentes errantes de otros vampiros que Lestat estaba a salvo aquí en su prisión, y que te estaba dictando toda la historia de lo que le había ocurrido con Dios Encarnado y con Memnoch el Diablo.

Me resultó muy fácil discernir, sin revelar mi presencia, que todo un mundo de vampiros me lloraban con una angustia y un dolor mayores de lo que pude haber imaginado.

Así pues, sabiendo que Lestat estaba a salvo, perplejo pero aliviado por el misterioso hecho de que le había sido devuelto el ojo que le habían sustraído, nada me impedía quedarme con Sybelle y con Benji, y eso es lo que hice.

Other books

Death on the Pont Noir by Adrian Magson
Take Me (Fifth Avenue) by Yates, Maisey
Lyttelton's Britain by Iain Pattinson
Finding Home by Lauren K McKellar
Tar Baby by Toni Morrison
Sebastian/Aristide (Bayou Heat) by Ivy, Alexandra, Wright, Laura