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Authors: Franck Thilliez

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

Atomka (36 page)

BOOK: Atomka
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El redactor jefe asintió, preocupado.

—Una periodista francesa que se llamaba Véronique… no sé qué…

—Darcin.

—Darcin, eso es. Le dije que Eileen Mitgang ya no trabajaba en el periódico desde 1999. Tres meses después de su dimisión, Eileen sufrió un accidente que estuvo a punto de costarle la vida. Estuvo más de diez días en coma. Hoy padece una minusvalía y está considerada inválida.

1999. El año después de que Mitgang consultó el documento desaparecido de los archivos de la fuerza aérea, recordó Lucie.

—¿Qué tipo de accidente?

—Intentó evitar a un chaval que jugaba a pelota, en Albuquerque, y se estampó contra un árbol. Por desgracia, arrastró al crío. El chaval murió y Eileen no se recuperó jamás.

Lucie estaba dividida entre el deseo de averiguar todo lo que fuera posible sobre Mitgang y el deseo de lanzarse de inmediato tras Dassonville. Pensó unos segundos.

—¿Tiene alguna información sobre el hombre que ha venido hace una hora? ¿Qué tipo de coche conducía o si se alojaba en un hotel en concreto? Dígame.

—No. Me doy cuenta de que ni siquiera ha dicho su nombre. Hace un rato tenía que cerrar un asunto importante, tenía mucha prisa y…

—¿Puede darme la dirección de Eileen?

—Si quiere… Después del accidente, se fue a vivir en una caravana, al Oeste de Río Rancho, a unos cuarenta kilómetros de aquí. La imagen del chaval la perseguía, se aisló completamente del mundo y, según parece, empezó a darle a la bebida. Ignoro qué habrá sido de ella desde entonces y si aún está viva, pero a sus dos predecesores los envié allí. —Lucie apretó los puños de rabia, mientras Hill tomaba lápiz y papel—. En realidad no hay dirección, ni calle, y no es fácil encontrarlo entre los cañones y las extensiones desérticas. Eileen quería vivir como una ermitaña, en absoluto aislamiento. Intentaré dibujarle un mapa. Creo que a su predecesor le costará encontrarlo, puesto que se lo he contado de palabra, y brevemente.

Lucie estaba cada vez más nerviosa, aún podía tener la suerte de que Dassonville se equivocara de camino. No cabía duda de que con ese asesino en la zona, Eileen Mitgang estaba en peligro.

David Hill se instaló en un sillón y empezó a dibujar. El lápiz parecía ridículo entre sus gigantescos dedos. Lucie permaneció de pie para hacer patente su impaciencia.

—¿En qué tipo de investigaciones andaba Eileen antes de su accidente de carretera?

—El
Daily
es un periódico políticamente neutral y financieramente independiente, más bien satírico, irónico y cercano a la gente. Nos gusta denunciar. En esa época, Eileen estaba interesada en los peligros de la radiactividad, desde su descubrimiento, a finales del siglo XIX, hasta los años ochenta. Al vivir en Nuevo México, el tema era importante y se estimó que era interesante investigar la cuestión nuclear, puesto que a buen seguro habría cosas ocultas que contar. Evidentemente, ella se centró sobre todo en el proyecto Manhattan, durante y después de la segunda guerra mundial. Se llevó a cabo un número incalculable de experimentos, en paralelo a la carrera por la bomba atómica, para comprender los efectos de la radiación en barcos, aviones, tanques y humanos. Muchos medios de comunicación habían hablado ya de ello, pero no de la manera en que Eileen deseaba hacerlo. Quería llegar adonde nadie había llegado aún, para ser consecuente con la política de primicias de nuestro diario.

Su lápiz rechinaba sobre el papel. Lucie tenía la vista clavada en su reloj, mientras escuchaba con atención. Traducir mentalmente le exigía un enorme esfuerzo de concentración y, cada vez que fruncía el ceño porque no había comprendido, Hill se lo repetía más despacio.

—Eileen quería demostrar que la energía nuclear era el mayor peligro que jamás se había puesto en manos del hombre. No le interesaba escribir sobre Chernóbil o Three Mile Island, dos temas ampliamente cubiertos. Buscaba otro ángulo desde el que abordar la cuestión. Algo original. —Hill se puso en pie, echó una moneda al distribuidor y seleccionó una Coca Cola. Le ofreció la lata a Lucie, pero ella la rechazó educadamente—. Comenzó con gran estruendo, con un reportaje sobre las
Radium girls
, las obreras americanas de los años veinte, contratadas por la US Radium Corporation. Se trataba de una empresa que fabricaba cuadrantes luminosos a base de radio, sobre todo para el ejército estadounidense. La mayoría de las mujeres murieron de anemia, fracturas óseas o necrosis de la mandíbula a causa de la radiactividad. En aquellos años se hizo todo lo posible para acallar el asunto y denigrar a esas pobres empleadas. Eileen logró recuperar informes de autopsia originales para apoyar su artículo. Según el documento, los huesos de algunas obreras eran tan radiactivos, casi cien años después, que provocaban vaho sobre el papel transparente en el que estaban envueltos. Todo aquello sucedió mucho antes de los primeros «éxitos» macabros del átomo, pero ¿quién había oído hablar de ello?

Lucie pensó en la foto del tipo irradiado que Hussières le había mostrado. Imaginó a aquellas mujeres que, a diario, se exponían a las radiaciones cuando simplemente querían ganarse el pan.

—Eileen prosiguió su investigación, localizó imágenes y documentos desclasificados de los años cuarenta en los que médicos del proyecto Manhattan hablaban de estadísticas y del «grado de tolerancia» a las radiaciones. Esos temas de conversación entre responsables científicos eran edificantes y merecían llegar a oídos de nuestros lectores. Por ejemplo, los investigadores especializados en salud medían la cantidad de estroncio radiactivo en los huesos de los niños de Nevada, tras las explosiones de las bombas de prueba en el desierto. Estimaban entonces el número de bombas que podía hacerse explotar antes de que la radiactividad superara unos niveles críticos en los organismos de esos niños. Unos niveles críticos más que discutibles, además, que podían variar misteriosamente del sencillo al triple. Eileen también publicó ese caso y, según ella, había cientos de casos más.

«Más niños —pensó Lucie—. Igual que los que aparecían en las fotos encontradas en el domicilio de Dassonville». Ahora estaba segura de que todo estaba ligado: la investigación de Eileen, la radiactividad y el manuscrito del Extranjero irradiado.

Hill aún no había acabado de dibujar el plano y titubeaba entre el lápiz y la Coca Cola.

—Eileen se apasionó irracionalmente con el tema. Descubrió cosas alucinantes y absolutamente desconocidas sobre la carrera para dominar el átomo. Podría hablarle mucho de ello y…

—Tengo mucha prisa, debo llegar a su casa lo antes posible. Ella me lo explicará.

Él se puso en pie.

—Déjeme solo enseñarle su último artículo, es muy interesante. Dos segundos.

Desapareció por el pasillo. Lucie suspiró, estaba perdiendo un tiempo precioso. Por otro lado, algunas de sus preguntas obtenían respuestas: Valérie Duprès, tras su paso por la Air Force, probablemente logró ponerse en contacto con Eileen Mitgang. Las dos mujeres habían compartido las mismas obsesiones, la misma búsqueda, y Mitgang quizá llegó a transmitir a su homóloga francesa sus viejos descubrimientos.

Hill reapareció con un ejemplar del periódico. Lo abrió y señaló un extenso artículo.

—Esa fue su última genialidad, que data de 1998, meses antes de su marcha. En 1972, la Air Force limpió algunos emplazamientos contaminados por elementos radiactivos, emplazamientos cercanos a reservas indias alrededor de Los Álamos. El ejército de tierra redactó informes, a los que Eileen tuvo acceso.

Lucie se fijó en la foto en blanco y negro, en el centro del artículo. Un gigantesco contenedor, enterrado bajo lo que parecía una amplia extensión desértica, estaba lleno de pequeñas cajas perfectamente dispuestas, con el famoso símbolo de las tres aletas negras sobre un fondo amarillo y en las que rezaba «Peligro, radiactividad». A su alrededor, había militares que cavaban, cubiertos con máscaras, guantes y gruesas parkas.

—Todas esas cajas contenían carcasas de animales muy deterioradas —dijo Hill, muy serio—. Una mezcla de huesos y pelos de lo que fueron gatos, perros y también monos. Cuando tuvo acceso a esos documentos, Eileen evidentemente siguió la pista. ¿De dónde procedían aquellos animales tan irradiados? ¿Qué les había sucedido? Hurgando entre papeles desclasificados, siguiendo pistas durante semanas como un detective, descubrió que existía un gigantesco centro secreto de experimentación en pleno corazón de Los Álamos, donde se experimentaba la radiación con los animales. Se construyó mucho antes de que Estados Unidos lanzara sus bombas sobre Japón y desapareció a la par que el proyecto Manhattan. Años de horribles experimentos, como si el desastre nuclear en el Pacífico no hubiera bastado. —Bebió un sorbo de su refresco y acabó de esbozar el plano—. Después de este artículo, Eileen siguió hundiéndose más y más en las tinieblas. No se la veía nunca por el diario, pasaba el tiempo en bibliotecas y archivos o en contacto con antiguos ingenieros de los laboratorios de Los Álamos y de comisiones independientes de investigación de la radiactividad. Quería llegar cada vez más lejos y consumía sustancias para aguantar.

—¿Drogas?

—Entre otras. Acabé pidiéndole que se marchara.

—¿La despidió?

Hill asintió, mordiéndose el labio. Capas de grasa se apilaban sobre su papada, como el fuelle de un acordeón.

—Puede decirse así. Sin embargo, creo que incluso después de su marcha siguió trabajando en ello. Me decía a menudo que si había habido experimentos de semejante envergadura con animales era que…

Lucie pensaba en el anuncio de
Le Figaro
y en los «ataúdes de plomo que aún crepitan». Y también en todos aquellos niños tatuados.

—… podía haber habido otros con seres humanos. —Se encogió de hombros—. Lo creía a pies juntillas. Estaba convencida de que encontraría información en documentos desclasificados, que habrían olvidado destruir y que se habrían perdido en la administración. Eso sucede a menudo y alimenta el grueso de nuestro diario. Sin embargo, le confieso que a mí ese tipo de experimentos me parece muy improbable. En resumidas cuentas, la cuestión es que después del accidente Eileen no ha vuelto a hablar con casi nadie y se ha encerrado en su casa con sus descubrimientos.

—¿Cuál fue la fecha exacta del accidente de automóvil que estuvo a punto de costarle la vida?

Tendió finalmente el plano acabado a Lucie.

—A mediados de 1999, en abril o mayo. Si busca alguna relación con sus investigaciones, no existe. Nadie atentó contra su vida. Eileen mató a ese chaval en pleno día en las calles de la ciudad, sola al volante, ante cinco testigos. Por suerte para ella, los análisis toxicológicos no revelaron nada, porque de lo contrario ahora estaría en la cárcel.

—El documento que consultó en 1998 se titula NMX
-9
, TEX
-1 and
ARI
-2 Evolution
. ¿Le suena?

—No, lo siento.

—¿Sabe si Eileen se puso en contacto con personas concretas antes de dejar el periódico? ¿Le viene algún nombre a la cabeza?

—Todo eso queda ya muy lejos, y Eileen conocía a centenares de personas de lo más variopintas. Investigadores, médicos o historiadores. La mayoría de las veces, yo no estaba al corriente de sus avances hasta el último minuto.

—¿Le parecía que ella estuviera en peligro?

Hill acabó la Coca Cola y aplastó la lata con la mano.

—No especialmente. Nuestros periodistas denuncian a diario. La gente se cabrea, por supuesto, pero no hasta el punto de… ¿me entiende? De lo contrario, el mundo dejará de girar.

Lucie aún tenía un montón de preguntas, pero debía marcharse a toda prisa. Una vez que el redactor jefe le explicó el plano y cómo llegar hasta la casa de la veterana periodista, ella le estrechó la mano y, justo antes de marcharse, le dijo:

—Creo que esos experimentos con humanos existieron realmente. El hombre que ha venido aquí hace una hora está al corriente de ello y trata de borrar cualquier indicio. —Le dio su tarjeta—. Llámeme discretamente en caso de que ese individuo vuelva a presentarse aquí. Lo busca toda la policía de Francia.

Dejándolo boquiabierto, salió y se subió corriendo al coche. Según Hill, había unos cuarenta kilómetros hasta la caravana. Con el motor a fondo, tomó la dirección del noroeste de la ciudad con la ínfima esperanza de llegar la primera.

44

M
aterial de alta tecnología. Discos duros de último modelo en los que roncaban procesadores sobrecalentados. Grandes impresoras, lupas binoculares y objetivos fotográficos sobre mesillas de madera.

Yannick Hubert, el experto en manipulación de imágenes y análisis de documentos, estaba inclinado sobre una mesa cuando Bellanger y Sharko entraron en el laboratorio. Tras los saludos de rigor, condujo a los policías ante dos ampliaciones.

—No son de una calidad extraordinaria, pero de todas formas ofrecen un resultado que podemos explorar. Mirad esto. —Dispuso las dos ampliaciones una al lado de la otra—. A la izquierda, un niño, tendido sobre la mesa de operaciones, aparentemente despierto, sin la menor cicatriz. A la derecha, el mismo niño, justo después de coserle a la altura del pecho. Prescindid del niño y observad a su alrededor. Los pequeños detalles de la sala.

Los dos policías escrutaron las fotos. El campo era relativamente reducido y el niño tendido ocupaba casi dos tercios de la imagen. Bellanger fue el primero en reaccionar. Señaló un trozo del suelo que apenas se veía en la parte inferior de la foto, debajo de la mesa de operaciones.

—Me parece que las baldosas no son las mismas. Joder, no me fijé la primera vez.

—Baldosas azul claro en la foto de la izquierda, como en todas las otras fotos, y azul oscuro en la de la derecha, con baldosas de un tamaño ligeramente diferente. ¿Sabes de muchos quirófanos donde cambien el alicatado durante una operación?

Sharko y Bellanger intercambiaron una mirada de sorpresa. El comisario observó de nuevo la foto, frunciendo el ceño.

—Y, sin embargo, todo lo demás parece rigurosamente idéntico. La lámpara, la mesa, todos esos carros con el instrumental… ¿Es que trasladaron al chaval a otro quirófano similar, pero con diferentes baldosas? —Hubert meneó la cabeza, nervioso—. Eso fue lo primero que se me ocurrió, pero luego me dije: ¿y si fuera el mismo quirófano pero hubiera transcurrido algún tiempo entre una y otra foto?

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