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Authors: Paul Ekman

Tags: #Ensayo, Psicología

Como detectar mentiras en los niños (22 page)

BOOK: Como detectar mentiras en los niños
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Mary respondió que el niño había estado robando y mintiendo como un avezado delincuente. Dijo que su madre también la había castigado a ella de esa manera. «Pero», dijo, «yo no le he quemado las manos como hizo mi madre conmigo.»
[8]

Los medios de información se hicieron eco de esta historia y del intento consiguiente del padre del niño, que solamente había visto a su hijo en dos ocasiones, para obtener la custodia. La parte más interesante de la historia fue la división de la opinión pública. Muchos opinaron que se trataba de un acto repugnante, mientras que otros decían que estaba dentro de los límites de una disciplina apropiada. Después de todo, decían, no había dañado físicamente al niño.

Los expertos han estado siempre casi tan confusos sobre el castigo adecuado como los padres. No obstante, existen algunos estudios científicos que claramente indican que algunas respuestas de los padres son mejores que otras.

Martin Hoffman y Herbert Salzstein llevaron a cabo un extenso estudio con chicos de séptimo curso en 1967 que medía la relación entre los tipos de disciplina paterna y el nivel moral del niño. El desarrollo moral del niño se medía a través de pruebas escritas, hablando con los profesores, compañeros y los propios padres del niño. El niño y los padres contaban entonces qué tipo de disciplina habían recibido en casa. Las técnicas disciplinarias se dividían en tres categorías: reafirmación de poder, en la cual los padres dejaban claro su poder y autoridad sobre el niño; retirar el cariño, lo que incluía formas de enfado y desaprobación, pero ningún castigo físico; e inducción, en la que los padres se centraban en las consecuencias de la acción del niño sobre los demás.

La inducción ganaba, por encima de la reafirmación de poder y del retiro de cariño
[9]
. Esto significa que un niño al que repetidamente le hablan del efecto que su mala conducta tiene sobre los demás tiene más posibilidades de interiorizar la lección y de no volver a caer en ese tipo de conducta. El niño que es castigado físicamente por su comportamiento o a quien se retira el cariño tiene menos posibilidades de aprender la lección. El padre que explica por qué le preocupa que el niño no vuelva a casa a la hora pactada tiene más posibilidades de inculcar la lección de responsabilidad y sinceridad que el padre que estalla.

Incluso a los niños pequeños se les puede enseñar cómo las mentiras que cuentan a sus padres, profesores o amigos afectarán su relación con ellos. Un padre puede apelar al orgullo del niño y a su deseo de que los demás piensen que es mayor.

Estas pruebas contrastan con la escuela de educación infantil que sostiene que «no utilizar la vara estropea al niño», pero de hecho los expertos se han ido alejando rápidamente de la tradición. En la edición de 1945 de su libro Baby and Child Care, el doctor Benjamin Spock escribía: «No estoy defendiendo especialmente el pegar, pero creo que es menos malo que una desaprobación demasiado larga, porque con ello se despeja el ambiente, tanto para los padres como para el niño». Pero en la edición de 1985 del mismo libro, el doctor Spock deplora el pegar, diciendo que «enseña al niño que la otra persona, más grande y más fuerte, tiene poder para conseguir lo que quiera, tanto si lleva razón como no». Incluso sugiere que la «tradición americana de pegar» podría contribuir a la violencia existente en los Estados Unidos
[10]
.

Aunque hay algunos que disienten, la mayoría de expertos en educación infantil creen ahora que los padres tienen que encontrar métodos alternativos para ganarse el respeto de un niño. Como dijo un consultor del Departamento de Servicios Infantiles y Juveniles de Connecticut: «La mayoría de delincuentes juveniles son educados con cinturones, tablas, cuerdas o puños»
[11]
.

La mayoría de expertos cree ahora que la disciplina que reafirma el poder, dentro de la cual se incluye el castigo físico y las amenazas, está asociada con un nivel inferior de desarrollo moral. Inculca el miedo al castigo en lugar de una creencia interiorizada en una conducta moral.

Sobre el tema de la mentira existe consenso al creer que el niño que se ve sujeto a duros castigos físicos miente más, precisamente para evitar esos castigos. Es probable que esos niños no puedan llegar a la etapa en la que se rechazan las mentiras por la ruptura de confianza o por las consecuencias que tienen sobre los demás. Siempre verán la mentira como una estrategia para evitar el dolor.

No obstante, los padres no han llegado al mismo nivel que los expertos. Un estudio realizado en 1984 por el Laboratorio de Investigación Familiar de la Universidad de New Hampshire descubrió que el 88 % de los padres encuestados pegaban a sus hijos. De éstos, el 50 % decía que sólo utilizaban el castigo físico como último recurso, y el 33 % dijo que pegaban a sus hijos cuando se sentían frustrados o «descontrolados». Los estudios realizados desde los años veinte han ofrecido resultados muy similares
[12]
.

No es sorprendente que los padres no sigan la tendencia actual de los expertos. De hecho, el castigo físico es tan americano como la tarta de cerezas. El padre de George Washington seguramente le pegaba, pero consiguió buenos resultados en el apartado de sinceridad. Un estudio sobre las prácticas educativas de la era colonial haría que incluso los más acérrimos defensores del castigo físico parecieran blandos.

Nuestros antepasados puritanos creían que los niños venían al mundo manchados por el pecado, con fuertes pasiones y una inteligencia débil. Correspondía a los padres, en especial al padre, dominar esas pasiones en el niño y formar su buen carácter. Ello requería una vigilancia constante y el control estricto que se consigue con el castigo físico, muchas veces empleando el látigo. Como se consideraba que las madres tendían a la indulgencia y a un excesivo afecto, era responsabilidad del padre supervisar el desarrollo moral del hijo. Por esta razón la ley concedía el derecho de custodia al padre y no a la madre en casos de separación
[13]
.

John Wesley, uno de los principales fundadores del metodismo, expresa claramente la opinión del siglo XVIII sobre la educación infantil en su «Sermón sobre la educación de los niños», que data de 1783:

Consentir al niño es, por lo que a nosotros respecta, hacer que su enfermedad sea incurable. El padre sabio, por otro lado, debería empezar a quebrantar su voluntad en el primer momento en que ésta aparezca. En todo el arte de la educación cristiana no hay cosa más importante que ésta. La voluntad de un padre es para un niño como la voluntad de Dios… Pero para poder llevar a cabo este punto, usted precisará de una increíble firmeza y resolución, porque una vez haya empezado, nunca más deberá ceder. Debe seguir un rumbo fijo: nunca debe bajar la vigilancia ni por una hora; de otro modo habrá perdido todo lo conseguido
[14]
.

John Wesley creía que las mentiras tienen que ser sofocadas con severidad. «Enséñele que el autor de toda falsedad es el diablo, que es un mentiroso y el padre de todo ello. Enséñele a aborrecer y despreciar no solamente la mentira, sino también cualquier equívoco, cualquier argucia y disimulo.»
[15]

Hacia el siglo XIX, las actitudes con respecto a la disciplina se habían suavizado considerablemente, y la madre había reemplazado al padre como principal educadora moral de los niños pequeños. Ello era en parte un reconocimiento práctico de que había menos padres que trabajaran en la granja y ahora probablemente pasaban el día fuera en oficinas o fábricas. Ya no se consideraba a los niños como básicamente malos. Se hacía hincapié en el papel del padre afectuoso antes que en la disciplina.

En un libro muy leído en su época,
The Mother at Home
, el ministro congregacionalista John S.C. Abbott aconsejaba:

Guárdese de una excesiva severidad. Si se sigue un curso regular de gobierno eficaz, verá que la severidad es raramente necesaria. Si, cuando se inflige un castigo, se hace con compostura y solemnidad, las ocasiones merecedoras de castigo serán infrecuentes. Dejemos que una madre sea afectuosa y benigna con sus hijos. Dejemos que simpatice con sus pequeñas diversiones. Dejemos que se gane su confianza con sus asiduos esfuerzos para hacerles felices. Y dejemos que se sienta, cuando han actuado mal, no irritada, sino triste; y que les castigue desde la pena, no desde el enfado
[16]
.

La idea de alejarse del castigo físico e ir hacia un control afectuoso probablemente parezca una buena idea a la mayoría de padres, pero ¿qué ocurre cuando ello no es suficiente? Está muy bien explicarle atentamente a su hijo las consecuencias de una mala conducta, llevarle con paciencia hacia su marco de referencia moral. Pero seguro que a veces se precisa algo más.

Cora, de doce años, mentía repetidamente a su madre sobre el tema de los deberes escolares. Aun cuando su madre, Susan, recibía notas personales del vicedirector sobre el problema de los deberes, Cora lo negaba y decía que la habían confundido con otra niña. La madre de Cora fue a la escuela y supo por su profesor que la conducta de Cora en clase, aparte de los deberes, era normal. El vicedirector sugirió que Cora se hallaba en una edad en que los niños suelen poner a prueba la autoridad.

En esta situación, todos las súplicas bien razonadas sobre la importancia de ser sincero por parte de Susan parecían caer en oídos sordos. Se precisaba una respuesta firme. Como en la mayor parte de incidentes con mentiras, existían dos ofensas: una no haber hecho los deberes y otra la mentira consiguiente. El castigo apropiado tiene que saber distinguir entre las dos faltas.

La mayoría de familias tiene una escala de castigos para la mala conducta, que incluye no poder ver la televisión, hablar por teléfono, o salir de casa. Estos pueden funcionar bien, pero son castigos pasivos, y normalmente no están relacionados con la falta cometida. Los castigos activos que sí tienen relación con la ofensa funcionan mejor. Por ejemplo, si su hijo mayor pega con frecuencia a su hermano pequeño, causándole cortes y magulladuras, y después dice que él no le tocó, una manera de castigarle sería que el hijo mayor realizara las tareas asignadas al pequeño durante un tiempo. Parte del castigo debería ser la restitución a la víctima, cuando existe una.

En el caso de Cora, Susan decidió supervisar de cerca los deberes de cada noche y no dejarle ver la televisión durante un mes. Ella creía que la televisión era un factor importante del problema. Le dijo a Cora que al cabo de dos semanas confiaba en que la niña haría los deberes sin supervisión. Le hizo saber que, para ella, mentir sobre hacer los deberes era algo más grave que los deberes en sí. Le dijo que le resultaba humillante tener que hacer de oficial de policía, y que por encima de todo necesitaba sentir que podía volver a confiar en su hija. Si Cora hacía bien las cosas, al cabo de un mes podría volver a ver la televisión.

Parece que este castigo funcionó con Cora, que se dio cuenta de que existía un límite a lo que su madre estaba dispuesta a tolerar. También aprendió la importancia que su madre le daba a la confianza. Puede que otros castigos también hubieran surtido efecto. Los que no funcionan bien son los que no pueden ser supervisados, como: «Nunca más verás la televisión».

Para muchas mentiras tendrían que haber dos castigos, uno por la ofensa y otro por la mentira que quería encubrirla. El culpable debería comprender que se trata de dos castigos diferentes, por dos faltas diferentes. El castigo por mentir debería reflejar las consecuencias de la ruptura de confianza. Sería apropiado tratar las mentiras repetidas sobre el incumplimiento del horario de vuelta a casa con unas cuantas noches de no poder salir. La confianza rota se podría restablecer insistiendo en que el culpable llamara a casa una o dos veces la noche en que se le dejara volver a salir.

En este caso tampoco existe un castigo con garantía, y como hemos visto, hay grandes diferencias en las actitudes hacia los castigos adecuados. Éstas son algunas directrices que reflejan lo que los científicos y terapeutas que tratan con problemas infantiles actualmente consideran más eficaces:

  • Evite el castigo físico.
  • Separe el castigo por la mentira del castigo por la falta que ésta encubre.
  • Para poder fomentar el desarrollo de los preceptos morales internos, haga hincapié en el efecto que la acción tiene sobre los demás, no solamente en la mala acción en sí.
  • Haga que el castigo se adecúe a la falta.

¿Qué hace un padre si, semanas después de hablar sobre el problema y de repetidos castigos, su hijo sigue sin hacer los deberes y continúa mintiendo sobre ello y quizá también sobre otras cosas? En el capítulo 2 se mencionó que efectivamente existe una fuerte correlación entre las mentiras crónicas de la infancia (que a menudo se dan junto con otros tipos de mala conducta) y la delincuencia adulta. Ello no significa que su hijo se vaya a convertir en delincuente, pero es un aviso serio para que ustedes como padres se den cuenta de que su hijo necesita la ayuda de un asesor profesional. Por desgracia, en la formación médica no se tratan normalmente las mentiras infantiles. Puede que su pediatra no se lo tome tan en serio como debería. Entonces dependerá de usted, como padre o madre preocupado, buscar entre los profesionales de la salud mental hasta encontrar a un consejero que tenga experiencia y que esté cualificado para tratar con niños que sean mentirosos crónicos.

MENTIRAS POR CIRCUNSTANCIAS ESPECIALES: DIVORCIO Y CENTROS DE ATENCIÓN INFANTIL

Como padres modernos, hemos heredado todas las dificultades sobre educación infantil que experimentaron nuestros padres, y además les hemos añadido otras nuevas y amenazadoras. Tantos como la mitad de nuestros hijos tendrán que pasar por el divorcio de sus padres, y más de la mitad seguramente pasarán buena parte de su primera infancia en guarderías y centros similares.

Estos cambios modernos en la vida de nuestros hijos suelen generar en nosotros una sensación de ansiedad y confusión, pero no nos ofrecen directrices claras sobre cómo actuar. Los padres que ya tienen dificultades para enfrentarse a las mentiras de sus hijos en las mejores circunstancias, se suelen sentir paralizados cuando las circunstancias son especiales.

Divorcio

Si continúa la tasa actual de divorcios, como mínimo la mitad de niños menores de dieciocho años experimentarán el divorcio de sus padres
[17]
. El divorcio es una experiencia traumática para los padres y para los hijos. Puede provocar una conducta aberrante tanto por parte de los padres como de los hijos precisamente cuando los recursos emocionales para tratar con la aberración están totalmente agotados. Mis propias experiencias como abogada familiar y como madre divorciada me han convencido de que es raro el niño cuyo desarrollo moral no se ve afectado por la experiencia.

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