Como detectar mentiras en los niños (29 page)

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Authors: Paul Ekman

Tags: #Ensayo, Psicología

BOOK: Como detectar mentiras en los niños
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En los juicios civiles para determinar la custodia o para conseguir una orden para proteger al niño de un agresor adulto, no existen restricciones constitucionales, puesto que no existe un acusado penal. Los jueces pueden interrogar de manera informal al niño en su despacho si así lo desean, con la presencia de los abogados.

Otro tema importante es el de la utilización del testimonio de profesionales expertos en salud mental que han examinado a la víctima. Este testimonio se permite con mayor frecuencia en casos civiles que en casos penales, puesto que se considera demasiado perjudicial para el acusado. Existen dos tipos de información que estos expertos pueden aportar: al testificar sobre el estado mental de la víctima, pueden ofrecer detalles sobre un acontecimiento que el niño puede que no sepa explicar adecuadamente ante el tribunal; y al analizar la conducta del niño, pueden indicar si éste ha sido realmente víctima de abusos sexuales.

En mi opinión, la exclusión de testimonios de expertos sobre la credibilidad o el estado mental del niño es justificable en casos penales. El acusado en estos casos tiene derecho a ser protegido de lo que todavía se consideran observaciones polémicas por parte del profesional de salud mental, y del testimonio de segunda mano sobre lo que realmente ocurrió.

En un juicio civil, donde el objetivo del mismo es proteger al niño de un padre o custodio, la cosa cambia. El juez (no hay jurado) debería contar con la máxima información posible para proteger al niño. Se debería permitir el testimonio de expertos para evaluar el estado mental del niño y también su estructura psicológica. No obstante, en estos momentos, el testimonio sobre si el niño muestra o no suficientes indicios del síndrome de abuso sexual, probablemente es inapropiado, puesto que este «síndrome» no es demasiado aceptado.

EL FUTURO

Cuando estamos en medio de una crisis, es difícil ver el camino. El abuso sexual infantil es ciertamente una crisis, no solamente para el sistema legal y los Servicios de Protección Infantil, sino también para todos los padres que temen que el incremento de denuncias por abusos podría llegar a tocar a sus hijos.

Por el momento tenemos más preguntas que respuestas. Pero aquí están algunas de las cosas que han descubierto los investigadores:

  • Los niños a veces mienten sobre los abusos sexuales. Es más fácil que ello ocurra en casos de disputas por custodia, donde se ven influidos por uno de los padres contra el otro, o en los casos de abusos colectivos, donde el proceso puede fomentar fantasías extravagantes.
  • Si se les interroga correctamente, incluso los niños de menor edad tienen buena memoria, pero con menos capacidad para los detalles que los adultos. Los niños más pequeños son vulnerables ante la sugestión de los adultos.
  • Las nuevas leyes sobre denuncia provocan un alto índice de denuncias infundadas. No obstante, también revelan algunos incidentes de abusos que de otro modo no se hubieran descubierto.

Esto es lo que todavía no sabemos, pero que los investigadores siguen estudiando:

  • Cómo llevar a cabo el crucial interrogatorio inicial. ¿Son útiles las muñecas con detalles anatómicos? ¿Cómo se puede incitar a un niño a que hable sin influir en sus respuestas?
  • ¿Qué papel juega la fantasía en la memoria de un niño?
  • ¿Se traumatiza el niño al ver a su asaltante en la sala del juicio? • ¿Este encuentro perjudicará su testimonio?
  • ¿Cómo reaccionan los jurados ante el testimonio de un niño pequeño? ¿Pueden juzgar adecuadamente la competencia del niño?
  • ¿Cuál es el papel adecuado para el testimonio de un experto en salud mental? ¿Puede realmente identificar un síndrome de abusos sexuales?

La respuesta a estas cuestiones ayudará a los tribunales a alcanzar el difícil equilibrio para poder proteger a los niños víctima de abusos sexuales, sin por ello dejar de proteger los derechos del acusado. Estas respuestas afectarán también a la utilización de testimonios infantiles en otro tipo de casos. Pero es en los casos en que el niño es tanto la víctima como el único testigo en que la necesidad es vital.

Epílogo

Es difícil no sentirse traicionado cuando descubrimos o sospechamos que nuestro hijo nos ha mentido. Parece como si él o ella se hubieran vuelto en contra nuestra. No parece justo. La mentira de nuestro hijo nos incapacita para hacer aquello que pensamos deberíamos estar haciendo como padres. Si no sabemos qué ocurre, no podemos intervenir, proteger, avisar, aconsejar o castigar (si ello es necesario).

La mentira de nuestro hijo conlleva un cambio en quién está al cargo. Ya no somos nosotros, o por lo menos no del todo. Ya pasaron los días en que podíamos o debíamos saberlo todo. Ahora tenemos que vivir con cierta incertidumbre, ahora tenemos que ganarnos la confianza de nuestro hijo. Cuando nuestro hijo llega a la edad en que él o ella puede mentir sin ser siempre, o habitualmente, descubierto, nuestro hijo tiene por primera vez la posibilidad de escoger qué es lo que comparte con nosotros.

Que nuestros hijos dejen de mentir depende del miedo que tengan a ser descubiertos. Han aprendido que pueden colar sus mentiras sin detección. Ahora la sinceridad depende, como mínimo en parte, de cómo hemos sido y somos como padres. De lo comprensivos o impacientes, confiados o suspicaces, justos o duros que hayamos sido. ¿Hemos sido tan permisivos o hemos estado tan ocupados con nuestras propias vidas y carreras que no hemos prestado suficiente atención? ¿Saben que nos importa lo que hacen y cómo actúan? ¿Qué ha aprendido nuestro hijo sobre la importancia de la sinceridad? ¿Cómo hemos enseñado nosotros la sinceridad con nuestro ejemplo? ¿Qué esfuerzo hemos dedicado a enseñar valores morales a nuestros hijos?

El descubrir que nuestro hijo nos ha mentido, y que casi consigue no ser descubierto, nos hace enfrentarnos a la pérdida de nuestro propio poder. Ya no podemos estar seguros de tener toda la información que queremos. Ningún adulto la tiene sobre ninguna otra persona, pero sí tenemos esa información sobre nuestros hijos, por algún tiempo. Debemos tener esa información, debemos saber qué sienten nuestros hijos, qué quieren y necesitan y piensan hacer cuando son muy pequeños, porque dependen totalmente de nosotros para su supervivencia. Pero a medida que el niño crece, nosotros ya no somos su único centro, su única fuente, su único medio de supervivencia.

La mentira reafirma el derecho del niño. Su derecho a desafiarnos. Su derecho a la intimidad. Su derecho a decidir qué cosas va a contar y qué cosas no.

Por supuesto los padres necesitan saber muchas cosas sobre lo que sus hijos hacen o piensan hacer. Y esa necesidad no termina cuando el niño es capaz de engañarnos, solamente se vuelve más difícil para nosotros saber que podemos satisfacerla.

Mentir sobre asuntos graves no solamente es un problema porque dificulta a los padres cumplir con su cometido. La mentira erosiona la intimidad. La mentira genera desconfianza, traiciona la confianza. La mentira implica que no se tiene en cuenta a la persona a quien se miente. Puede llegar a ser casi imposible vivir con alguien que mienta con regularidad.

La mentira normalmente viene acompañada de otras malas acciones, de la ruptura de otras reglas. Cuando se convierte en crónica, puede ser indicio de problemas graves, de desajustes en el niño y en la familia. Si no es tratada, la mentira crónica puede conducir a graves problemas en la edad adulta.

¿Qué debemos hacer cuando sospechamos que nuestro hijo nos está mintiendo? Tanto yo como mi esposa y mi hijo, Tom, hemos ofrecido muchas sugerencias concretas. Lo más importante es recordar que no hay que responder con irritación, con un enojo nacido del hecho de sentirse dolido, traicionado o desafiado. Intente comprender por qué ha surgido la mentira, el motivo por el que se miente. En muchas ocasiones esa comprensión le permitirá hablar con su hijo de manera tal que el niño pueda ser sincero, y ello eliminará el motivo por el cual el niño miente.

Puede que todo lo que se precise sea reconocer una mala acción que su hijo haya cometido. Intente, aunque parezca difícil, ver el mundo desde la perspectiva de su hijo. Póngase de su lado. Muestre clemencia. Acuérdese de lo que era ser niño. Ello no significa que tenga que abandonar sus reglas y normas, pero sí significa comprender antes que castigar siempre una infracción. Y, al ir creciendo el niño, significa estar dispuesto a discutir o negociar las normas familiares.

Una comprensión así no quiere decir que algunas veces no tenga que enfadarse por lo que haya hecho el niño. Los niños a veces hacen cosas muy malas que nos decepcionan y nos irritan, y es importante que ellos lo sepan. Pero aun cuando un niño haya hecho algo terrible, como hacerle daño a otro niño o robar, la desaprobación paterna puede estar mezclada con compasión. Hay que ofrecer un camino de vuelta al respeto hacia uno mismo, evitar la humillación. Un acto terrible, una mentira desesperada para ocultarlo, necesita ser castigado pero también perdonado.

A veces los padres sospechan que el niño miente, aunque éste diga la verdad. Cuando no se cree a un niño sincero, el daño puede ser grave.

Yo no tendría más de trece años cuando eso me ocurrió. Mi madre no me creyó con respecto a un incidente con una chica con la que salía. El recuerdo sigue siendo muy vivido. Estaba saliendo en plan serio con Mary Lou. En esa época, en ese pequeño suburbio de Nueva Jersey, eso es lo que hacían los chicos de esa edad, durante al menos unas semanas. Un sábado por la noche, que Mary Lou me había dicho que iba a pasar con sus padres, me fui al cine y la vi besándose con otro chico dos filas delante mío.

Al día siguiente me enfrenté a ella, la llamé traidora, le pedí que me devolviera mi anillo de clase y rompí su fotografía, que había llevado en mi cartera, y arrojé los trozos a sus pies. Cuando llegué a casa mi madre estaba furiosa, porque le había oído decir a la madre de Mary Lou que yo había llamado puta a su hija. Yo conocía la palabra, pero no la había utilizado. «Traidora» parecía una expresión mucho más adecuada, ¡porque Mary Lou no me estaba engañando con todos los chicos de la clase! Se me acusó de mentir.

Al día siguiente en la escuela, Mary Lou negó que le hubiera dicho a su madre que yo le hubiera llamado puta, pero se negó a hablar con su madre o con la mía. Nunca convencí a mi propia madre de mi inocencia. Me castigaron a no salir durante dos meses y me volví muy amargado. Mi madre murió un año después. Nunca se dio la posibilidad de poder aclarar el asunto.

Cuando los padres se enfrentan a una situación de este tipo en la que no hay manera de poder saber la verdad, tienen una elección sobre el tipo de error en que quieren incurrir. Si son confiados y aceptan la palabra de su hijo, corren el riesgo de ser explotados y engañados si se equivocan. Si son suspicaces y desconfiados, se arriesgan a no creer en un niño sincero si se equivocan, y yo creo que eso es peor. Nuestro hijo no puede contar entonces con nosotros, y esa pérdida puede ser grave. El enojo que genera en el hijo puede motivar esas mismas mentiras que el padre suspicaz había esperado evitar.

La confianza está entrelazada con la mentira de muchas maneras diferentes. El niño mentiroso traiciona la confianza de los padres. El padre a quien se ha mentido tiene que luchar para perdonar al niño y permitir que se restablezca la confianza. El padre desconfiado puede destruir la confianza del niño sincero en la justicia y compromiso de los padres. Puede ser útil pensar que a veces los niños nos mienten porque no confían en nosotros, no están seguros de poder ser sinceros con nosotros sin ser recriminados o castigados.

Los padres no deberían abandonar sus creencias sobre lo que es correcto, pero también tienen que tratar a sus hijos de tal manera que éstos sepan que pueden decir la verdad con confianza. Los padres cuentan de entrada con la confianza del niño, pero a medida que éste va creciendo, tienen que ganársela.

Apéndice

NOTAS METODOLÓGICAS SOBRE EL ESTUDIO HARTSHORNE Y MAY

Me he basado en muchos de los descubrimientos del estudio Hartshorne y May, y aunque muchos de ellos han sido ratificados por subsiguientes estudios científicos, algunos científicos han criticado su trabajo.

Una razón por la cual sus hallazgos tan tenido tan poco impacto es que hacían hincapié en la importancia de los factores de la situación. Sus resultados, según la interpretación de muchos, mostraban que el engaño no está relacionado con las características de un niño sino que depende de los factores de cada tentación. Los análisis realizados recientemente sobre sus datos sugieren que ello es una exageración. Existen algunas concordancias, y es posible explicar el engaño hasta cierto punto mediante factores que no son específicos de cada tentación. La parte de los datos de Hartshorne y May en la que me he centrado, la comparación entre aquellos que nunca engañaban y los que engañaban y después mentían sobre ello, deja claro cómo estos dos grupos de niños difieren entre sí.

Algunos científicos se han preocupado por el hecho de que los doctores Hartshorne y May pueden en realidad haber animado a los niños a hacer trampa al ponérselo tan fácil. Algunos niños razonan así. En mi propia investigación, algunos de los niños que reconocieron que habían hecho trampa me dijeron que no creían que ello estaba mal si el profesor no era muy estricto. Algunos profesores son tan descuidados, dijeron, que debe ser porque no les importa. Puede que esto sea sólo una racionalización. Los estudios hechos en los últimos veinte años descubrieron más engaños en las aulas de las escuelas que dependen de vigilantes y monitores que en aquellas que se basan en el sistema de honor.

Algunos críticos opinan que Hartshorne y May se equivocaron al hacer que fuera otra persona y no el profesor quien pasara los exámenes. Los niños pueden estar más dispuestos a engañar si la persona engañada no es alguien a quien conozcan, como una autoridad de la escuela. Por la misma razón, algunas personas no se sienten mal por robar en unos grandes almacenes, pero no engañarían al propietario de una tienda familiar. No creo que estas críticas sean muy serias. Se dijo a los niños que se trataba de exámenes. Se los pasaron en la escuela, durante el horario de clase. No se decía que se trataba de una investigación. Yo opino que se daban todos los factores para que los niños se tomaran los exámenes en serio. Quizá menos niños hubieran hecho trampa si el profesor se hubiera encargado de pasar los exámenes, pero nuestro interés no radicaba tanto en saber cuántos niños hacían trampa, sino qué distingue a los niños que engañan de los que no lo hacen.

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