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Authors: David Bravo

Copia este libro (14 page)

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Es difícil equilibrar posturas cuando una de las partes cree que su función es la de educar a la otra. Para el poder, las estructuras del pensamiento en las sociedades modernas están divididas por clases: por un lado, la élite intelectual que representa los intereses económicos de unos pocos definiendo principios e ideologías, y por el otro unos ciudadanos destinados a aceptarlas porque no tienen capacidad suficiente ni para trazar ideas coherentes ni para saber cuáles son sus intereses.

Es decir, sencillamente la sociedad carece de ética y esos valores se enseñarán desde arriba hacia abajo. Reinhold Niebuhr, consejero presidencial de asuntos exteriores de EEUU en la época de Kennedy, dijo que «la racionalidad pertenece a los observadores tranquilos, mientras que la gente corriente, no sigue mas razón que la fe, estos observadores tranquilos, deben reconocer la estupidez del hombre medio y deben facilitar la fantasía necesaria y las supersimplificaciones emocionalmente potentes, que mantendrán a los ingenuos inocentes en el buen camino».

Teddy Bautista lleva a la práctica esa teoría general y, cuando habla, no parece que esté manifestando una simple opinión, sino apelando a un derecho natural invariable que hay que seguir para ir por el buen camino. Para él «la piratería es una quiebra de uno de los valores que sustentan la sociedad. La sociedad se basa en normas de comportamiento, en convenios y consensos y si la piratería se permite y se disculpa se está quebrando la ética social». Pero, ¿cómo puede romper la sociedad la ética social? La ética social no puede ser traicionada por los comportamientos generalizados de la propia sociedad, porque son precisamente ellos los que la determinan. Lo que Bautista quiere decir realmente es que la ética social es incorrecta y hay que cambiarla. Concretamente por la suya. El hecho de que la sociedad piense distinto solo puede tener la explicación de que están corruptos por dentro. En el mejor de los casos no es porque la sociedad sea mala sino porque el demonio les ha poseído y hay que hacer un exorcismo de urgencia desde todos los medios de comunicación. Para Bautista el fenómeno de la piratería es muy difícil de combatir porque depende de la conciencia de la sociedad civil. Tal y como él lo define: «la piratería es un gusano que te come por dentro sin darte cuenta». No es que tengas una respetable opinión divergente, lo que tienes es un bicho en el cuerpo.

Esta visión no se quedará en una pataleta esporádica en los medios de comunicación tradicionales. La propaganda pretende ser un bombardeo que no deje neurona viva. La goma de borrar que limpie nuestra conciencia y nos convierta en defensores a ultranza de intereses opuestos a los nuestros, está preparada para sorprendernos tras cualquier esquina. Para José Manuel Gómez Bravo, director de Propiedad Intelectual del Grupo PRISA y expresidente de la Mesa Antipiratería, cualquier cauce para hacer su campaña particular es bueno: «desde las series de televisión, al mundo del deporte, que son ámbitos de mucho predicamento entre los más jóvenes que pueden hacerles reflexionar sobre esas prácticas». No solo en el futuro la familia Serrano será la encargada de nuestra errónea educación y de la de nuestros hijos, sino que la propaganda amenaza con extenderse a los conciertos, salas de cine, fanzines, locales de diversión y mensajes a móviles; «habrá que lanzarse a todos aquellos mecanismos suyos de comunicación», asegura José Manuel Gómez Bravo, representante de la Comunidad de los Rectos.

Los fanáticos del copyright siembran la tierra con sus particulares ideas legales y económicas. No importa que las primeras sean insostenibles, ni que las segundas se demuestren ineficaces en la práctica. Los dogmas de la religión del copyright se presentan a sí mismos como única verdad.

El 19 de Abril de 2005, un grupo de alumnos del Master de Propiedad Intelectual del Grupo Prisa fueron al instituto Antonio López, de Getafe, para evangelizar a todos aquellos pecadores que caen en la tentación del Emule. Los alumnos del Master, miembros aventajados de la religión del copyright, instruyeron a los jóvenes de los peligros de descargar música y películas de Internet. La alternativa era seguir la palabra sagrada o esperar el castigo en forma de hecatombes, epidemias y plagas. Si sigues bajando de la Red «ya no habrá nuevas películas, ni nuevas canciones, ni autores que se arriesguen», además, según el diario EL PAÍS, «los alumnos del curso [de propiedad intelectual] pintaron un panorama desolador, con tiendas de discos sólo llenas de discos recopilatorios».

Educados bajo el prisma de que modelos económicos solo hay uno y que la cultura y la industria son una misma cosa, estos nuevos guardianes de la moral y las buenas costumbres adoctrinaron a sus futuros fieles. Los fanáticos del copyright crean adeptos a un sistema económico que no funciona y a unas leyes que si realmente existieran nos perseguirían a casi todos. Mientras los convencidos siguen los mandamientos para asegurarse plaza en el cielo, los convencedores prefieren sitio en alguna que otra empresa o entidad de gestión como premio a su labor mesiánica.

Sin embargo, la tarea es difícil porque las cosas aquí abajo son muy distintas a como son en el cielo. Aquí, en la tierra, las leyes tienden a proteger únicamente a los mercaderes que Jesús expulsó del templo y, siendo así, es difícil asustar con lo de que la música desaparecerá porque su precio ya hace que esté de hecho desaparecida para la mayoría.

Con éxito o sin él, los evangelizadores, completada su misión, se fueron no sin antes desearle a los moralmente desviados «que por lo menos la conversación os haya servido para que tengáis más simpatía por los derechos de autor». Simpatía probablemente no despertaron, pero miedo seguro que sí. Y es que a veces, con tanto diluvio universal, es difícil saber cuándo la religión busca que ames a tu Dios o que le temas.

Este tipo de adoctrinamientos a domicilio se considera que no son propaganda sino educación objetiva. No representan un determinado modo de ver la propiedad intelectual, concretamente el modo más restrictivo y asocial, sino que es el único modo. El orden natural de las cosas es lo que representan estos enviados de Dios y todo lo demás no pasa de ser una visión crítica de un orden invariable e impuesto desde el cielo.

El 27 de Abril de 2005 se suspendieron las conferencias sobre software libre organizadas por el Centro Social Seco y alumnos de la Escuela Politécnica de la Universidad de Alcalá de Henares porque, según la dirección de la escuela, esos actos eran «una tapadera para hacer propaganda política». La única diferencia entre estas jornadas y las clases sobre «propiedad intelectual» del Master del grupo PRISA es que las segundas no eran una tapadera para hacer propaganda política, sino que eran propaganda política descarada. Sin tapaderas ni complejos.

«Los ciudadanos tienen que cambiar su mentalidad», dice la ministra de Cultura a sus hijos. Esta campaña de educación que se pretende impartir por aquellos que hablan de los «ciudadanos» o de las «personas de la calle» como si fueran gente distinta a ellos, es en realidad una campaña de adoctrinamiento.

Una vez pasado el fin de semana tras la aprobación del Plan Antipiratería, los editoriales de los diarios comenzaron su labor propagandística. El de El Periódico de Cataluña tenía el ilustrativo titular de
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. Desde la editorial de EL PAÍS se pide más mano dura en esta tarea de trasplante de mentes en masa: "Las campañas de mentalización ciudadana, parte destacada también entre los cinco puntos del plan gubernamental, deben ser atinadas y no caer tanto en las aulas de los colegios como en todos aquellos lugares donde los más jóvenes —que son los que, por lo común, no tienen sentido de culpa ni percepción de infracción legal— acceden como lugares de ocio. Los mensajes a ellos destinados deben ser claros y directos y utilizar sus medios habituales de comunicación, desde los móviles a campañas en páginas web o la televisión".

Cuando la Asociación de Usuarios de Internet, tres meses antes de la aprobación del Plan Antipiratería, hizo al Ministerio de Cultura la pregunta explícita de si el intercambio sin ánimo de lucro en redes P2P era legal, la respuesta fue: «Si el intercambio de contenidos a que usted hace referencia supone una actividad para la que la ley establece la necesaria autorización de los titulares de los derechos, obviamente no podrá realizarse sin ella, salvo que dicho intercambio sea encuadrable en alguno de los límites para los que la ley de la propiedad intelectual establece que no es necesaria la autorización del autor ni la del resto de titulares de derechos de propiedad intelectual. Por otra parte, como usted sabe, la interpretación de las leyes no corresponde a las Administraciones Públicas sino a los Juzgados y Tribunales de Justicia».

La respuesta del Ministerio se podría haber resumido en que el intercambio en P2P es legal, si lo permite la ley, pero que no lo es, si no lo permite. Pero lo que resulta más sorprendente es que mientras dicen que no son nadie para interpretar las leyes inician una campaña masiva con la que elevan su opinión legal a verdad universal.

El poder económico siempre ha estado empeñado en hacer pasar a sus intereses privados por intereses comunes. Si pirateas no solo me perjudicas a mí sino que acabarás con la música, acostumbran a decir los superventas futurólogos. Por lo tanto, sus intereses y los nuestros coinciden. Son comunes los intereses de un magnate discográfico y los de un camarero. Pero, si esto es así, si es cierto que los que descargan música de Internet perjudican sus propios intereses ¿por qué siguen haciéndolo? Es sencillo, simplemente son demasiado estúpidos como para darse cuenta de lo que les conviene y hay que guiarlos por ese «buen camino» del que hablaba Reinhold Niebuhr.

El poder traslada el mensaje de que lo que la sociedad pide hay que rechazarlo porque la perjudica. Los ciudadanos, incapaces de saber qué es lo mejor para ellos mismos y para tomar sus propias decisiones, deben ser educados por un grupo de personas mejor preparadas. Como dijo Harold Laswell en Encyclopaedia of Social Sciences, debe reconocerse la «ignorancia y estupidez de las masas» y no dejarse llevar por «dogmatismos democráticos acerca de que los hombres son los mejores jueces de sus propios intereses».

Hoy continúa vigente esa estrategia que se basa en hacer creer que lo que perjudica a un sector privado es en realidad un problema colectivo. El hecho de que millones de personas se intercambien cultura y la tengan al alcance como nunca antes en la historia, es enfocado como un grave problema que afecta a la sociedad en su conjunto y contra el que los ciudadanos deben luchar activamente. El periódico EXPANSIÓN dice que El Plan contra la Piratería, «da al fenómeno un enfoque correcto, al considerarlo no como un problema específico de un sector industrial, sino como una cuestión que afecta a toda la sociedad. […] La piratería genera evidentes efectos perniciosos para la sociedad […] El final de la piratería exige concienciar e involucrar a los consumidores en su erradicación».

Esa educación queda a cargo de una élite que considera que dejarte libertad para tomar tus propias decisiones es tan inteligente como permitir a un niño de dos años cruzar la calle solo.

No es sólo en España. La estrategia de concienciación para que los ciudadanos se pasen a base de palos a un modelo de negocio que no demandan, se practica con éxito en la mayoría de los países. Como saben los padres que hayan echado mano alguna vez de la leyenda del Coco, la estrategia del miedo aplicada a edades tempranas suele tener el efecto disuasor deseado. En Francia, Google, Symantec, Microsoft y la European Music Copyright Alliance han subvencionado una campaña propagandística sobre el «uso responsable, prudente y civilizado de Internet» para que sea impartida en los colegios. Serán estas grandes corporaciones las encargadas de educar a los hijos y de hacerlos consumidores ejemplares. Los colegios galos pasan vídeos a sus alumnos más jóvenes donde se les recuerda que los peligros les acechan a solo un clic de distancia. Como el narrador advierte a esos pequeños peligros sociales: «distribuir archivos músicales sobre los que no posees derechos se paga con 3 años de prisión y multa de 300.000 dólares… es un riesgo muy grande por algo tan pequeño, sobre todo cuando existen ofertas gratuitas y sitios legales de pago». Tras estas palabras aparecen en pantalla los logos de iPod e iTunes. iPod es un reproductor de música digital e iTunes una plataforma de pago para la descarga de música. Ambos productos están fabricados por Appel que es, por si lo dudaban, colaboradora de la campaña educativa.

Con la estrategia del miedo y la excusa de la piratería, las empresas promocionan sus productos en las escuelas y enseñan a nuestros hijos los sacrosantos valores del consumismo. Ya en 1934 el ex publicitario James Rorty explicaba que «el sistema democrático de educación (…) es una de las mejores maneras de crear y expandir los mercados de artículos de toda clase».

El hecho de que los internautas sean más duros de pelar en lo que se refiere a la fabricación de su opinión es que el método de recibir la información que tiene Internet es colectivo. Las noticias se publican y todos los internautas de cualquier país las comentan, las contrastan, las niegan o las aceptan en el mismo sitio donde se han publicado. Ya no estás solo cuando la información te llega.

El sistema de «fabricación del consenso» era perfecto: a la gente se le encierra en casa, se le sienta ante el televisor y se le suministran las ideas que debe aceptar. Es difícil defenderse de algo así cuando no puedes contrastar con nadie la realidad de lo que has visto. Si dudas, inmediatamente la duda se diluye porque piensas que solo lo piensas tú y que debes estar poco menos que loco. Sin embargo, en Internet, la cosa cambia. Si aparece una noticia alarmante, los internautas se ponen en contacto, se hacen preguntas y se las responden mutuamente. Lo más peligroso de Internet es que mantiene a la gente en contacto y ante tanta diversidad siempre hay alguien que sepa de lo que tú preguntas. Lo que antes se acataba como cierto porque no sabías a quién acudir para que te despejara la duda ahora es relativo, y «relativo» es incompatible con el carácter incontestable que a sus palabras le quiere dar el poder.

La publicidad
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La propia estructura de los medios de comunicación impide las ideas que no sean superficiales. Para empezar hay pocos programas donde se pueda debatir sin que aparezca Boris Izaguirre bailando en calzoncillos encima de la mesa. Por otro lado, los programas que permiten el debate, terminan antes de que te hayas hecho a la idea de que han empezado. Programas de una hora con intervenciones de segundos donde si te pasas de tu tiempo asignado el micrófono se te baja o el presentador te golpea en la nuca. Ese sistema es magnífico para los que defienden posturas elementales. En 59 segundos, da tiempo a que Chenoa diga que los músicos se mueren de hambre por la piratería y a que guiñe el ojo a la cámara por lo menos un par de veces, pero intenta explicar algo más complejo en ese tiempo. Es absolutamente imposible.

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