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Authors: Charlaine Harris

Definitivamente Muerta (10 page)

BOOK: Definitivamente Muerta
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«¡Es culpa mía, culpa mía, culpa mía! ¿Por qué no me di cuenta de que no volvió a salir? ¿O acaso sí salió y no lo vi? ¿Se habrá montado en su coche sin que lo viera?».

Pobre Halleigh. Estaba sentada sola, y el montón de pañuelos que tenía al lado era un indicativo de lo que había estado haciendo mientras esperaba. Era completamente inocente, así que reanudé mi barrido.

«Oh, Dios, gracias, Dios, por que no sea mi hijo el que ha desaparecido...».

«... ir a casa y tomarme unas galletas...».

«No puedo ir al súper a por carne de hamburguesa, quizá debería llamar a Ralph y quizá él pueda pasarse por Sonic... Pero ya comimos comida rápida anoche, no es bueno...».

«Su madre es una camarera, ¿a cuánta gente despreciable conocerá? Probablemente haya sido uno de ellos».

Y así siguió, una letanía de pensamientos inofensivos. Los niños pensaban en tentempiés y televisión, aunque también estaban asustados. Los adultos, en su mayoría, estaban inquietos por sus propios hijos y por el efecto de la desaparición de Cody en sus propias familias y clases.

Andy Bellefleur dijo:

—Dentro de un momento estará aquí el sheriff Dearborn y les dividiremos en grupos.

Los maestros se relajaron. Eran instrucciones familiares, como las que ellos mismos solían impartir.

—Les haremos preguntas a cada uno de ustedes por turno, y luego se podrán marchar. Sé que están todos preocupados. Tenemos policías inspeccionando la zona, pero quizá así obtengamos alguna información que nos ayude a encontrar a Cody.

La señora Garfield entró en la sala. Pude sentir su ansiedad precediéndola como una nube oscura, llena de truenos. Miss Maddy iba justo detrás de ella. Podía escuchar las ruedas de su carrito, cargado con un cubo de basura y repleto de todo tipo de artículos de limpieza. Todos los olores que la rodeaban me resultaban familiares. Claro, empezaba sus labores de limpieza después de las horas lectivas. Debía de estar en una de las aulas, y probablemente no había visto nada. Es posible que la señora Garfield hubiera estado en su despacho. El director en mi época, el señor Heffernan, solía permanecer fuera con el maestro que estuviera de servicio hasta que todos los niños se hubieran marchado, de modo que todos los padres tuvieran la ocasión de hacerle alguna pregunta sobre el progreso de su hijo... o la falta del mismo.

No me asomé por el polvoriento telón para mirar, pero pude seguir el progreso de las dos con facilidad. La señora Garfield era un amasijo de tensión tan denso que cargaba el aire que la rodeaba. Miss Maddy también iba acompañada, pero del sonido de su carrito y del olor de los productos de limpieza. Le daba pena, y lo único que deseaba era volver a su rutina. Puede que Maddy Pepper fuese una mujer de inteligencia limitada, pero le encantaba su trabajo porque se le daba bien.

Me enteré de muchas cosas mientras estuve allí sentada. Supe que una de las maestras era lesbiana, a pesar de estar casada y tener tres hijos. Averigüé que otra maestra estaba embarazada, pero que aún no se lo había dicho a nadie. Averigüé que la mayoría de las mujeres (no había maestros en la escuela elemental) estaban estresadas debido a sus múltiples obligaciones familiares, laborales y religiosas. La maestra de Cody era muy infeliz, porque le gustaba el pequeño aunque pensaba que su madre era un poco rara. Creía que Holly hacía todo lo que estaba en su mano para ser una buena madre, y eso contrarrestaba su desprecio por su estética gótica.

Pero nada de todo aquello sirvió para averiguar el paradero de Cody, hasta que me metí en la cabeza de Maddy Pepper.

Cuando Kenya apareció detrás de mí, estaba superada, con la mano sobre la boca mientras trataba de silenciar mi llanto. No era capaz de levantarme y buscar a Andy o a cualquiera. Sabía dónde se encontraba el niño.

—Me ha dicho que venga aquí para ver si has averiguado algo —susurró Kenya. No le gustaba nada el recado que le habían encomendado, y aunque siempre le caí bien, estaba convencida de que yo no podía hacer nada para ayudar a la policía. Pensaba que Andy estaba loco por poner en juego su carrera al pedirme que me sentara allí a escondidas.

Entonces capté otra cosa, algo débil y apagado.

Me levanté de golpe y agarré a Kenya por el hombro.

—Mira en el cubo de basura, el que está en el carrito, ¡ahora! —dije en voz baja, pero (eso esperaba) llena de urgencia como para encender a Kenya—. ¡Está en el cubo, sigue vivo!

Kenya no tuvo la idea de saltar de detrás del telón y correr hacia el carrito de la portera. Me dedicó una mirada acerada. Me asomé por el telón para ver cómo Kenya se dirigía a unas pequeñas escaleras frente al escenario y luego hacia donde estaba sentada Maddy Pepper, tamborileando la pierna con los dedos. Miss Maddy quería un cigarrillo. Entonces se dio cuenta de que Kenya se le aproximaba y una débil alarma se encendió en su mente. Cuando la portera vio que Kenya tocaba el borde del cubo de basura, se puso en pie de repente y gritó:

—¡No era mi intención! ¡No era mi intención!

Todo el mundo se giró, conmocionado, con idénticas expresiones de horror en el rostro. Andy se adelantó, con la expresión dura. Kenya estaba inclinada sobre el cubo, buscando agitadamente y tirando de una miríada de trapos usados que lanzaba sobre el hombro. Se quedó helada durante un segundo cuando encontró lo que estaba buscando. Se inclinó más, arriesgándose casi a caerse dentro.

—Está vivo —le dijo a Andy—. ¡Llama a una ambulancia!

—Ella estaba limpiando cuando el niño volvió a entrar en la escuela para coger el dibujo —dijo Andy. Estábamos sentados solos en la cafetería—. No sé si pudiste escuchar eso, había mucho ruido en la habitación.

Asentí. Pude escuchar sus pensamientos mientras hablaba. Durante todos esos años de trabajo, jamás había tenido ningún problema con un estudiante que no se hubiera resuelto con algunas palabras altisonantes por su parte. Pero hoy, Cody había irrumpido a la carrera en el aula con los zapatos y los pantalones llenos de polen, manchando el suelo que Miss Maddy acababa de limpiar. Le gritó, y él se sobresaltó tanto que sus pies se escurrieron sobre el suelo mojado. El pobre crío se cayó de espaldas y se golpeó en la cabeza. El pasillo estaba enmoquetado para reducir el ruido, pero las aulas no, y su cabeza rebotó en el linóleo.

Maddy pensó que lo había matado, y se apresuró a ocultar el cuerpo en el lugar más a mano. Pensó que perdería el trabajo si descubrían que el niño había muerto, y su impulso fue el de ocultarlo. No tenía ningún plan o idea de lo que iba a pasar. No había razonado en cómo deshacerse del cuerpo, ni en lo destrozada y culpable que se sentiría después.

Para mantener en silencio lo que sabía, idea que la policía y yo considerábamos como la mejor alternativa, Andy le sugirió a Kenya que se dijera que ella se había dado cuenta de repente de que el único receptáculo de la escuela que no se había registrado era el cubo de basura de Maddy Pepper.

—Eso es exactamente lo que había pensado —dijo Kenya—. Que debería registrarlo, echar un ojo al menos para ver si el secuestrador había tirado algo en él. —La cara redonda de Kenya era inescrutable. Kevin la miró, frunciendo el ceño, con la sensación de que había algo soterrado en sus palabras. Kevin no era ningún idiota, especialmente en lo que a Kenya concernía.

Los pensamientos de Andy se me revelaron claros.

—Ni se te ocurra pedirme que vuelva a hacerlo —le dije.

Asintió en aquiescencia, pero mentía. Ante él se extendía un panorama de casos resueltos, de malhechores encerrados, de lo limpio que quedaría Bon Temps si le contara quiénes eran todos los criminales y él encontrara una forma de acusarlos de algo.

—No pienso hacerlo —dije—. No voy a ayudarte siempre. Tú eres el detective. Tú eres el que tiene que descubrir las cosas de manera legal, para poder fundamentar un caso ante un tribunal.

Si recurres a mí todo el tiempo, acabarás siendo descuidado. Los casos fracasarán. Tu reputación caerá en picado. —Mis palabras estaban empujadas por la desesperación y la impotencia. No pensaba que fueran a surtir efecto.

—No es una bola de cristal —dijo Kevin.

Kenya parecía sorprendida, y Andy más que eso. Él pensaba que aquello rayaba con la herejía. Kevin era un mero policía de a pie; Andy, detective. Y Kevin era un hombre tranquilo que escuchaba a todos sus compañeros, pero que se guardaba sus comentarios para sí mismo casi siempre. Era sabido que siempre había estado dominado por su madre; puede que de ella aprendiera que no siempre era bueno dar una opinión propia de las cosas.

—No puedes zarandearla y esperar que surja la respuesta adecuada —prosiguió Kevin—. Tienes que hallar la respuesta por ti mismo. No es justo que te metas en la vida de Sookie para hacer mejor tu trabajo.

—Ya —dijo Andy, poco convencido—. Pero pienso que cualquier ciudadano de bien querría librar su ciudad de ladrones, violadores y asesinos.

—¿Y qué hay de los adúlteros y de los que cogen periódicos de más en los dispensadores? ¿También debería delatarlos? ¿Qué me dices de los chicos que hacen trampa en los exámenes?

—Sookie, ya sabes a qué me refiero —contestó, tan pálido como furioso.

—Sí, ya sé qué quieres decir. Olvídalo. Te he ayudado a salvarle la vida al niño. No me hagas lamentarlo. —Me fui de la misma manera que había llegado, por la puerta trasera y recorriendo el lateral de la escuela hacia donde había dejado el coche. Regresé al trabajo con mucho cuidado, porque aún temblaba por la intensidad de las emociones que habían recorrido la escuela esa tarde.

En el bar, descubrí que Holly y Danielle se habían marchado (Holly al hospital para estar con su hijo, y Danielle porque alguien debía llevarla hasta allí, de lo nerviosa que estaba).

—La policía habría llevado a Holly de mil amores —dijo Sam—, pero sabía que Holly no tiene aquí a nadie más que a Danielle, así que pensé que podría acompañarla.

—Por supuesto, eso me deja a mí sola frente al peligro —dije ásperamente, pensando que iba a recibir un castigo doble por ayudar a Holly.

Me sonrió, y por un momento no pude evitar devolverle la sonrisa.

—He llamado a Tanya Grissom. Dijo que estaría encantada de echar una mano, pero sólo en plan sustitución.

Tanya Grissom acababa de mudarse a Bon Temps, y lo primero que hizo fue pasarse por el Merlotte's para dejar una solicitud de trabajo. Le dijo a Sam que venía de trabajar de camarera en la universidad. Se sacaba doscientos dólares por noche en propinas. Yo le dije con franqueza que eso no iba a ocurrir en Bon Temps.

—¿Has llamado a Arlene y a Charlsie primero? —Me di cuenta de que me había pasado en mis atribuciones, porque sólo era una camarera, no la dueña. No era deber mío recordarle a Sam que llamara a las veteranas antes que a la recién llegada. Pero la nueva era una cambiante, y temía que Sam actuara a favor suyo por eso.

Sam no parecía irritado, sino más bien resignado.

—Sí, eso hice. Arlene dijo que tenía una cita, y Charlsie estaba cuidando de su nieto. Me ha insinuado de forma bastante clara que no seguirá trabajando por mucho tiempo. Creo que va a dedicar la jornada a cuidar del bebé mientras su nuera esté trabajando.

—Oh —exclamé, desconcertada. Tendría que acostumbrarme a alguien nuevo. Por supuesto, las camareras van y vienen, y yo había visto ya a unas cuantas pasar por la puerta de empleados del Merlotte's en mis (caramba, ya van cinco) años trabajando para Sam. El Merlotte's abría hasta medianoche entre semana y hasta la una las noches de los viernes y los sábados. Durante un tiempo, Sam intentó abrir también los domingos, pero no resultaba rentable. Así que ahora el Merlotte's cerraba los domingos, a menos que se alquilara para una fiesta privada.

Sam había intentado rotar nuestros turnos de modo que todo el mundo tuviera la ocasión de trabajar las noches más lucrativas, por lo que algunas jornadas trabajaba de once a cinco (o seis y media si estaba muy concurrido), y otras de cinco a cierre. Había experimentado con turnos y jornadas hasta que todos estuvimos de acuerdo con qué era lo mejor. Él esperaba cierta flexibilidad por nuestra parte, y a cambio era generoso en darnos días libres para funerales, bodas y demás momentos señalados.

Había pasado por un par de trabajos antes de hacerlo para Sam. Era, con diferencia, la persona más fácil con la que había tratado como empleada. En algún momento del camino, se había convertido en algo más que mi jefe; era mi amigo. Cuando descubrí que era un cambiante, no me molestó lo más mínimo. Había escuchado rumores en la comunidad de cambiantes según los cuales los licántropos estaban pensando salir a la luz pública, del mismo modo que lo habían hecho los vampiros. Estaba preocupada por Sam. Me inquietaba que la gente de Bon Temps no lo aceptara. ¿Sentirían que les había estado engañando todo ese tiempo, o se lo tomarían bien? Desde que los vampiros llevaron su bien orquestada revolución, la vida, tal como la conocíamos, había cambiado en todo el mundo. Después de la desaparición de la conmoción inicial, algunos países habían empezado a trabajar para incluir a los vampiros en su modo de vida, mientras que otros los habían declarado como no humanos y urgían a los ciudadanos a que mataran a todos los vampiros con los que se cruzasen (era algo más fácil de decir que de hacer).

—Estoy segura de que Tanya lo hará bien —dije, aunque me salió inseguro, incluso para mis propios oídos. Actuando impulsivamente (y supongo que el caudal de emociones que había experimentado ese día tenía algo que ver), rodeé a Sam con los brazos y le di un abrazo. Percibí el olor de piel y pelo limpios, así como el leve regusto dulce de una loción de afeitado, una connotación de vino, un soplo de cerveza... El olor de Sam. Lo introduje en mis pulmones como si de oxígeno se tratase.

Sorprendido, Sam me devolvió el abrazo, y, por un segundo, el calor de su abrazo hizo que casi perdiera la cabeza de placer. Luego nos separamos porque, a fin de cuentas, era nuestro lugar de trabajo y había unos cuantos clientes por ahí. Llegó Tanya, así que mejor que estuviéramos separados. No me apetecía que pensara que ésa era nuestra rutina.

Tanya medía menos que mi 1,68, y era una mujer agradable a la vista a sus veintimuchos. Su pelo era corto, liso y brillante, de un leve marrón que casi iba a juego con sus ojos. Tenía una boca pequeña y una nariz de botón, aparte de un tipo monísimo. No había ninguna razón para que no me gustara, pero no me alegré al verla. Me avergonzaba de mí misma. Debía dar a Tanya una justa oportunidad de mostrar su verdadero carácter.

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