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Authors: Charlaine Harris

Definitivamente Muerta (5 page)

BOOK: Definitivamente Muerta
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—¿Me puedes contar alguna anécdota? ¿O quizá tienes alguna cláusula de confidencialidad con respecto a los clientes que te contratan?

—Los clientes firman un contrato, pero ninguno de ellos ha solicitado que incluyamos cláusulas de confidencialidad—dijo—. En Special Events no se habla mucho de lo que hacemos, obviamente, puesto que la mayoría de los clientes aún recorren los sótanos del mundo normal. De hecho, resulta un alivio poder hablar de ello. Habitualmente tengo que decir a las chicas que soy asesor, o alguna mentira en ese plan.

—También es un alivio para mí poder hablar sin la preocupación de estar revelando secretos.

—Entonces es toda una suerte que nos hayamos encontrado, ¿eh? —De nuevo su sonrisa—. Será mejor que te deje descansar, que acabas de salir del trabajo. —Quinn se levantó y se estiró todo lo alto que era. Era un gesto de lo más impresionante, viniendo de alguien tan musculoso como él. Era muy probable que Quinn supiera el magnífico aspecto que tenía cada vez que se estiraba. Bajé la cabeza para ocultar la sonrisa. No me importaba lo más mínimo que tratara de impresionarme. Me cogió de la mano e hizo que me incorporara con un solo y sencillo movimiento. Podía sentir que tenía todas sus atenciones puestas en mí. Su mano era cálida y dura. Con ella podría partirme los huesos con facilidad.

Una mujer normal no cavilaría sobre lo rápido que su novio podría matarla, pero es que yo nunca seré una mujer normal. Me di cuenta de eso en cuanto tuve edad suficiente para comprender que no todas las niñas podían entender lo que su familia pensaba de ellas. No todas las niñas sabían cuándo les gustaban a sus profesores, cuándo éstos sentían desprecio por ellas o cuándo las comparaban con su hermano (Jason era encantador incluso entonces). No todas las niñas tenían un tío divertido que trataba de quedarse a solas con ellas en las reuniones familiares.

Así que dejé que Quinn me sostuviera la mano, y alcé la mirada hacia sus ojos violeta y púrpura. Durante un minuto, me permití que su admiración me bañara como un torrente de aprobación.

Sí, sabía que era un tigre. Y no me refiero en la cama, aunque estaba deseosa de creer que allí también era feroz y poderoso.

Cuando me dio el beso de buenas noches, sus labios rozaron mi mejilla y yo sonreí.

Me gustan los hombres que saben cuándo acelerar las cosas... y cuándo no hacerlo.

3

A la noche siguiente, mientras trabajaba en el Merlotte's, recibí una llamada telefónica. Por supuesto, no es bueno recibir llamadas en el trabajo; a Sam no le gusta, a menos que se trate de algún tipo de emergencia. Como soy la que menos recibe entre las camareras (de hecho, podría contar las llamadas que he recibido en el trabajo con una mano), traté de no sentirme culpable cuando le dije a Sam que respondería a la llamada en su despacho.

—Hola —dije cautamente.

—Sookie —me dijo una voz familiar.

—Oh, Pam, hola. —Me sentí aliviada, pero sólo por un momento. Pam era la lugarteniente de Eric, y no era más que una cría, en el sentido vampírico de la palabra.

—El jefe quiere verte —dijo—. Te estoy llamando desde su despacho.

El despacho de Eric, en la parte de atrás del Fangtasia, su club, era a prueba de sonidos. Apenas podía escuchar de fondo la KDED, la emisora de radio por y para los vampiros. Sonaba la versión de Clapton de
After Midnight
.

—Vaya, hombre, ¿es que se le ha subido tanto que no puede hacer sus propias llamadas?

—Sí —dijo Pam; esa Pam que todo lo asumía al pie de la letra.

—¿De qué va el asunto?

—Sólo sigo sus instrucciones —contestó—. Si él me dice que llame a la telépata, yo te llamo. Estás convocada.

—Pam, voy a necesitar alguna explicación más. No me apetece ver a Eric especialmente.

—¿Te muestras recalcitrante?

Oh, oh. Ese término aún no me había salido en mi calendario de la palabra diaria.

—No estoy segura de comprenderte. —Lo mejor es seguir adelante, confesar mi ignorancia y tratar de seguir como pueda.

Pam suspiró, larga y pesadamente.

—Que si te estás poniendo chula —aclaró, dejando aflorar su fuerte acento inglés—. Y no debería ser así. Eric te trata muy bien. —Sonaba ligeramente incrédula.

—No voy a dejar el trabajo o perder mi tiempo libre para conducir hasta Shreveport sólo porque el señor Porque yo lo valgo quiera que vaya como un perrito faldero —protesté, creí que razonablemente—. Puede traer su culo hasta aquí si quiere decirme algo. O también puede coger el teléfono él mismo. —Toma ya.

—Si hubiera querido coger el teléfono «por sí mismo», como dices, lo habría hecho. Estate aquí el viernes a las ocho de la tarde, eso quiere que te diga.

—Lo siento, pero va a ser imposible.

Un silencio significativo.

—¿Dices que no vas a venir?

—No puedo. Tengo una cita —dije, tratando de erradicar cualquier rastro de satisfacción de mi voz.

Hubo otro silencio. Luego, Pam rió con disimulo.

—Oh, qué bonito —exclamó, cambiando de golpe al acento estadounidense—. Oh, me va a encantar decirle eso.

Su reacción empezó a incomodarme.

—Eh, Pam —empecé, pensando si debía dar marcha atrás—, escucha...

—Oh, no —dijo, casi carcajeándose a lo grande, lo cual era muy típico en Pam.

—Dile que le estoy muy agradecida por las pruebas para el calendario —dije. Eric, siempre buscando formas de hacer más lucrativo el Fangtasia, había pensado en realizar un calendario para vampiros y venderlo en la pequeña tienda de regalos. El propio Eric era Mister Enero. Había posado en una cama con una larga túnica de pieles. Eric y la cama se encontraban frente a un fondo gris pálido que presentaba flores brillantes gigantes. No llevaba la túnica encima, oh no. No llevaba nada puesto. Tenía una rodilla doblada sobre la cama deshecha, mientras que el otro pie se apoyaba sobre el suelo y él miraba directamente a la cámara con un aire de lo más ardiente (le podría haber enseñado a Claude unas cuantas lecciones). El pelo de Eric se derramaba en una desordenada melena sobre sus hombros, y con la mano derecha aferraba la túnica que estaba extendida sobre la cama, de modo que la piel blanca apenas le cubriera la entrepierna. Tenía el cuerpo algo girado para hacer ostentación de ese trasero increíble. Un leve rastro de vello amarillo oscuro apuntaba al sur desde su ombligo. Casi me dan ganas de gritar: «¡Ay, lo que lleva escondido!».

Resultaba que yo sabía que el arma de Eric era algo más que una Magnum .357, un revólver de cañón corto.

Por alguna razón, nunca pasé de la página de enero.

—Oh, se lo diré —contestó Pam—. Eric ha dicho que a mucha gente no le gustaría que apareciese en el calendario para mujeres..., así que estoy en el de hombres. ¿Quieres que también te mande una copia de mi foto?

—Eso me sorprende —le comenté—. En serio. Quiero decir. .., que no te importe posar. —Me costó imaginar su participación en un proyecto que comulgaría con los gustos humanos.

—Si Eric dice que pose, poso —dijo, como si fuese lo más natural del mundo. Si bien Eric gozaba de gran poder sobre Pam por ser su creador, he de decir que nunca le he visto pedirle que hiciera algo para lo que no estaba preparada. O la conocía muy bien (lo cual era, por supuesto, cierto), o Pam estaba dispuesta a hacer casi cualquier cosa.

—Tengo que promocionar mi foto —dijo Pam—. El fotógrafo dijo que venderá un millón. —Pam tenía un espectro muy amplio en cuanto a gustos sexuales.

Tras un largo instante en el que contemplé esa imagen mental, dije:

—Estoy segura de que así será, pero creo que pasaré.

—Recibiremos un porcentaje todos los que accedamos a posar.

—Pero Eric se llevará un porcentaje mayor que el resto.

—Bueno, es el sheriff —dijo Pam razonablemente.

—Ya. Bueno, pues hasta luego. —Me dispuse a colgar.

—Espera. ¿Qué le digo a Eric?

—Dile la verdad.

—Sabes que se va a enfadar. —Pam no parecía en absoluto asustada. De hecho, sonaba muy alegre.

—Bueno, eso es problema suyo —dije, puede que de un modo demasiado infantil, y esa vez sí que colgué. Un Eric enfurecido sin duda también sería problema mío.

Tenía la molesta sensación de que había dado un paso importante en el rechazo a Eric. No tenía la menor idea de lo que pasaría a continuación. La primera vez que me encontré con el sheriff de la Zona Cinco, salía con Bill. Eric quiso utilizar mi inusual talento. Se limitó a amenazarme con hacerle daño a Bill si no me plegaba a sus exigencias. Cuando rompí con Bill, Eric se quedó sin ningún método de coerción hasta que necesité un favor suyo, y entonces le suministré la munición más potente de todas: el saber que yo había disparado a Debbie Pelt. No importaba que él hubiese escondido el cuerpo y su coche, y que fuese incapaz de recordar dónde; la acusación bastaría para arruinarme el resto de mi vida, aunque no se demostrara nunca. Incluso si yo lo negaba.

Mientras seguía con mi trabajo aquella noche, me sorprendí preguntándome si de verdad Eric revelaría mi secreto. Si él decía lo que yo había hecho, tendría que admitir que participó, ¿no?

Fui abordada por el detective Andy Bellefleur cuando me dirigía al bar. Los conozco a él y a su hermana Portia de toda la vida. Son unos cuantos años mayores que yo, pero hemos ido a las mismas escuelas y hemos crecido en el mismo pueblo. Al igual que a mí, prácticamente los ha criado su abuela. El detective y yo hemos tenido nuestros más y nuestros menos. Andy llevaba varios meses saliendo con una joven maestra de escuela llamada Halleigh Robinson.

Esta noche tenía un secreto que compartir conmigo y un favor que pedirme.

—Escucha, va a pedir la cesta de pollo —dijo sin preámbulos. Miré hacia su mesa para asegurarme de que Halleigh estaba sentada dándonos la espalda. Así era—. Cuando nos traigas la comida, asegúrate de que lleva esto dentro, escondido. —Sacó un pequeño estuche de terciopelo y me lo puso en la mano. Había una propina de diez dólares debajo.

—Claro, Andy. Sin problema —dije sonriendo.

—Gracias, Sookie —contestó y, por una vez, devolvió la sonrisa, una sonrisa sencilla y sin complicaciones a la par que aterrada.

Andy había dado en el clavo. Halleigh pidió la cesta de pollo cuando me acerqué a tomarles nota.

—Ponle extra de patatas —le dije a la cocinera cuando pasé la nota. Quería un camuflaje tupido. Ella se volvió de los fogones para taladrarme con la mirada. Habíamos tenido muchos cocineros, de todas las edades, colores, géneros y preferencias sexuales. Una vez incluso tuvimos un vampiro. Nuestra cocinera actual era una mujer negra de mediana edad llamada Callie Collins. Callie era muy gruesa, tanto que no comprendía cómo era capaz de aguantar tantas horas de pie en una cocina tan calurosa.

—¿Extra de patatas? —preguntó Callie, como si nunca hubiese escuchado el concepto—. Eh, eh, la gente recibe extra de patatas cuando paga por ellas, no porque sean amigos tuyos.

Puede que Callie fuese tan directa porque ya era lo suficientemente mayor como para recordar los malos viejos tiempos, cuando los blancos y los negros tenían escuelas diferentes, salas de espera diferentes o fuentes diferentes para beber. Yo no recordaba nada de eso, y no me apetecía hacerme cargo de todo el bagaje vital de Callie cada vez que hablase con ella.

—Han pagado por el extra —mentí, poco dispuesta a tener que dar explicaciones por la ventanilla de servicio que cualquiera podría escuchar. En lugar de ello, puse un dólar de mi propina en la caja para que cuadraran las cuentas. A pesar de nuestras diferencias, no les deseaba ningún mal a Andy Bellefleur y a su maestra de escuela. Cualquiera que fuese a emparentarse con Caroline Bellefleur se merecía un momento romántico.

Cuando Callie anunció que la cesta estaba lista, acudí a la carrera para cogerla. Meter la pequeña caja entre las patatas fue más difícil de lo que pensé, y requirió de algunos arreglos clandestinos. Me preguntaba si Andy pensaría que el estuche quedaría lleno de grasa y sal. Qué demonios, no era mi gesto romántico, sino el suyo.

Llevé la cesta a la mesa con felices expectativas. De hecho, Andy tuvo que avisarme (con una severa mirada) para que adquiriera una expresión más neutral mientras servía la comida. Andy ya tenía una cerveza delante, y ella una copa de vino blanco. Halleigh no era una gran bebedora, como buena maestra de escuela. Me di la vuelta en cuanto la comida estuvo sobre la mesa, olvidando incluso preguntarles si deseaban algo más, como debería hacer una buena camarera.

Tratar de permanecer al margen después de aquello me superaba. Aunque traté de que no se me notara, me dediqué a observar a la pareja tan de cerca como pude. Andy estaba de los nervios, y pude escuchar su mente, sumida en la agitación. No estaba seguro de si sería aceptado, y su mente empezó a esbozar una lista por la que sería rechazado: el hecho de ser casi diez años mayor, su arriesgada profesión...

Lo supe en cuanto ella vio el estuche. Puede que no fuese adecuado por mi parte estar al tanto en cada momento especial, pero a decir verdad ni siquiera era consciente de que lo hacía en ese momento. Si bien normalmente me mantengo con las guardias altas, no suelo dejar pasar la oportunidad de dejarme caer en las mentes ajenas y espiar los momentos interesantes. También estoy acostumbrada a creer que mi habilidad es un defecto, no un don, así que supongo que me siento con derecho a sacarle toda la diversión posible.

Estaba de espaldas a ellos, despejando una mesa, tarea que debería haber dejado para el ayudante, así que me encontraba lo suficientemente cerca como para escuchar.

Ella se quedó helada durante un largo momento.

—Hay un estuche en mi comida —dijo finalmente, manteniendo el tono muy bajo porque pensaba que molestaría a Sam si montaba un jaleo.

—Lo sé —dijo él—. Es mío.

Entonces ella lo supo; todas las ideas de su cerebro empezaron a acelerarse, atropellándose casi entre sí debido a su ansia.

—Oh, Andy —susurró. Debió de abrir el estuche. Hice todo lo que pude por no volverme y mirar con ella el contenido.

—¿Te gusta?

—Sí, es precioso.

—¿Te lo vas a poner?

Hubo un silencio. Su mente estaba muy confusa. La mitad de ella estaba en plena celebración, mientras que la otra se sentía preocupada.

—Sí, con una condición —dijo ella lentamente.

Pude sentir el pasmo de Andy. Esperara lo que esperara, no era eso.

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