Entre mares helados, rodeado por acantilados inexpugnables, allá donde ningún hombre se ha atrevido a poner el pie, se alza una isla continente descubierta brevemente por un explorador italiano que le dio su nombre: CAPRONA, conocida por sus extraños habitantes como Caspak. Es la tierra que el tiempo olvidó, un rompecabezas evolutivo donde razas de hombres y animales juegan un extraño ritual que sólo puede tener dos resultados: la muerte o la ascensión a un plano superior.
De los dinosaurios a los mamuts, de los antepasados del Homo sapiens a los fantasmagóricos seres voladores que pueblan sus valles, cazadores y presas parecen proceder de un mismo limo primigenio que sigue sus propias reglas. Un mundo salvaje y violento, donde la vida no vale nada y los desdichados náufragos que llegan a sus junglas descubrirán que ni siquiera su tecnología de hombres de los albores del siglo veinte puede asegurarles una superioridad para la que tendrán que luchar a brazo partido, en todo momento, contra homínidos y bestias... Edgar Rice Burroughs le da la vuelta a las teorías de la evolución. El resultado, una aventura apasionante.
La tercera novela, “Desde el abismo del tiempo” (“Out of time’s abyss“), sigue un esquema muy similar a las anteriores, aunque las pequeñas diferencias resulten muy significativas. En esta ocasión el protagonismo recae en Bradley, uno de los compañeros de Tyler en “La tierra olvidada por el tiempo” a quien se ha dado presuntamente por perdido en compañía de una pequeña unidad de exploración. En realidad, Bradley resulta capturado por los Wieroos, una raza que compite con los Ga-lus por la supremacia en Caspak.
Los Wieroos tienen apariencia más o menos humana, aunque están dotados de dos poderosas alas que les permiten vivir apartados de los monstruos prehistóricos, en una isla de la zona norte del mar interior. Desde tiempos inmemoriales, se dedican a capturar mujeres ga-lu con motivos puramente lujuriosos (pues no nacen hembras Wieroo), mientras buscan el secreto que les permita romper el ciclo evolutivo imperante en Caspak. Bradley, conducido a la principal ciudad Wieroo, debe luchar para escapar (en compañía, por supuesto, de una bella mujer, Co-tan, prisionera también).
Edgar Rice Burroughs
Desde el abismo del tiempo
Serie de Caspak - 3
ePUB v1.0
OZN01.09.12
Título original:
Out of the Time's Abyss
Edgar Rice Burroughs, 1918.
Traducción: Rafael Marín Trechera
Ilustraciones: Desconocido
Diseño/retoque portada: OZN
Editor original: OZN (v1.0)
ePub base v2.0
E
sta es la historia de Bradley después de que saliera del Fuerte Dinosaurio en la costa oeste del gran lago que está en el centro de la isla.
El cuarto día de septiembre de 1916, partió con cuatro compañeros, Sinclair, Brady, James y Tippet, para buscar en la base de la barrera de acantilados un punto por el que éstos pudieran ser escalados. A través del denso aire caspakiano, bajo el hinchado sol, los cinco hombres marcharon en dirección noreste desde Fuerte Dinosaurio, ora hundidos hasta la cintura en la exuberante hierba de la jungla, poblada por miríadas de hermosas flores, ora cruzando prados descubiertos y llanuras parecidas a parques antes de zambullirse de nuevo en los tupidos bosques de eucaliptos y acacias y gigantescos helechos con copas rebosantes que se agitaban suavemente a treinta metros sobre sus cabezas.
A su alrededor, entre los árboles y en el aire, se movían y agitaban las incontables formas de vida de Caspak. Siempre los amenazaba alguna criatura temible y rara vez sus rifles tenían descanso, pero en el breve lapso de tiempo que habían vivido en Caprona se habían vuelto insensibles al peligro, de modo que caminaban riendo y charlando como soldados un día de marcha en verano.
—Esto me recuerda a South Clark Street -observó Brady, que había trabajado como policía de tráfico en Chicago; y como nadie le preguntó por qué, continuó-: Porque no es lugar para un irlandés.
—South Clark Street y el cielo tienen algo en común, entonces -sugirió Sinclair.
James y Tippet se echaron a reír, y entonces un horrible rugido surgió de un bosquecillo ante ellos y distrajo su atención hacia otros asuntos.
—Uno de esos gigantes de las Santas Escrituras -murmuró Tippet mientras se detenían y, con las armas preparadas, esperaban el ataque casi inevitable.
—Son un montón de mendigos ansiosos -dijo Brady-, siempre intentando comerse todo lo que ven.
Durante un instante no llegaron más sonidos del bosquecillo.
—Puede que esté comiendo ahora -sugirió Bradley-. Intentaremos rodearlo. No podemos malgastar munición. No nos durará siempre. Seguidme.
Y se desviaron de su antiguo rumbo, esperando evitar un ataque. Habían dado tal vez una docena de pasos, cuando los matorrales se movieron ante el avance de la criatura, las hojas frondosas se abrieron, y emergió la horrible cabeza de un oso gigantesco.
—A los árboles -susurró Bradley-. No podemos malgastar munición.
Los hombres miraron alrededor. El oso avanzó un par de pasos, todavía gruñendo amenazador. Ya se había asomado hasta los hombros. Tippet le echó una ojeada al monstruo y corrió hacia el árbol más cercano; y entonces el oso atacó. Directamente a Tippet.
Los otros hombres corrieron hacia los diversos árboles que habían j escogido… todos excepto Bradley. Se quedó mirando a Tippet y el oso. El hombre tenía una buena ventaja y el árbol no estaba lejos, pero la velocidad de la enorme criatura que le perseguía era asombrosa. Tippet estaba a punto de llegar a su santuario cuando el pie se le enganchó en una maraña de raíces y cayó al suelo. El rifle se le escapó de las manos y quedó a varios metros de distancia.
Al instante Bradley se llevó el arma a la cara, y hubo una brusca detonación respondida por un rugido mezcla de dolor y furia por parte del carnívoro. Tippet intentó ponerse en pie.
—¡Quédate quieto! -gritó Bradley-. ¡No podemos malgastar munición!
El oso se detuvo, giró hacia Bradley y luego otra vez hacia Tippet. De nuevo el rifle del primero escupió furiosamente, y el oso se volvió otra vez en su dirección.
—¡Ven aquí, gigante de las Sagradas Escrituras! -gritó Bradley con fuerza-. ¡Ven aquí, monstruo! No podemos malgastar munición.
Y cuando vio que el oso parecía decidirse a atacarlo, animó la idea retrocediendo rápidamente, pues sabía que una bestia furiosa a menudo ataca a quien se mueve antes que a quien permanece quieto.
El oso atacó. Como un relámpago se lanzó contra el inglés.
—¡Ahora corre! -le gritó Bradley a Tippet, mientras él mismo se abalanzaba hacia el árbol más cercano. Los otros hombres, ahora a salvo entre las ramas, contemplaron inquietos la carrera. ¿Lo conseguiría Bradley? Parecía imposible. ¿Y si no lo hacía…? James jadeó ante la idea.
La temible montaña de carne y hueso y piel que corría con la velocidad de un tren expreso contra el hombre, que en comparación parecía inmóvil, tenía más de un metro ochenta de altura. Todo sucedió en unos segundos, pero fueron segundos que parecieron horas a los hombres que esperaban en los árboles. Vieron a Tippet ponerse en pie de un salto y correr tras el grito de advertencia de Bradley. Lo vieron correr, agacharse a recoger su rifle al pasar por el lugar donde había caído. Lo vieron mirar a Bradley, y detenerse ante el árbol que podría haberle procurado seguridad, y volverse contra el oso.
Disparando mientras corría, Tippet corrió tras el gran oso cavernario, un monstruo que tendría que haberse extinguido hacía eras. Disparó de nuevo cuando le bestia casi había alcanzado a Bradley. Los hombres de los árboles apenas se atrevían a respirar. Les parecía un intento inútil, ¡y por parte de Tippet, nada menos! Nunca lo habían considerado un cobarde (no parecía haber ningún cobarde entre aquel extraño grupo que el Destino había reunido de los cuatro rincones del globo), pero sí un hombre cauto. Demasiado cauto, pensaban algunos. ¡Cuan inútiles parecían él y su pequeña arma de fuego mientras corría hacia aquel motor viviente de destrucción! ¡Pero, oh, qué glorioso! Algo parecido pensó Bradley, aunque sin duda lo habría expresado de otra manera, más explícita.
Justo entonces a Bradley se le ocurrió disparar, y también él abrió fuego sobre el oso, pero en el mismo instante el animal se tambaleó y cayó hacia adelante, aunque todavía rugiendo de manera terrible. Tippet nunca dejó de correr ni disparar hasta que se encontró a un palmo del bruto, que yacía casi tocando a Bradley y trataba de ponerse en pie. Colocando la boca de su arma en el oído del oso, Tippet apretó el gatillo. La criatura se quedó flácida en el suelo y Bradley se puso en pie.
—Buen trabajo, Tippet -dijo-. Te debo una… aunque ha sido un despilfarro de munición.
Y continuaron la marcha y quince minutos después el incidente dejó de ser incluso un tema de conversación.
Durante dos días continuaron su peligroso camino. Los acantilados se alzaban ya cerca, sin ningún indicio que animara a pensar que podían ser escalados. A últimas horas de la tarde el grupo cruzó un pequeño arroyo de agua caliente en cuya viscosa superficie flotaban incontables millones de diminutos huevos verdes rodeados de una leve espuma del mismo color, aunque algo más oscura. Su pasada experiencia en Caspak les había enseñado que podían esperar encontrarse con una charca emponzoñada de agua caliente si seguían el arroyo hasta su fuente: pero estaban casi seguros de que encontrarían a algunas de las grotescas criaturas de aspecto humanoide de Caspak.
Desde que desembarcaron del U-33 tras su peligroso viaje a través del canal subterráneo bajo la barrera de acantilados que les había traído al mar interior de Caspak, habían encontrado lo que parecían ser tres tipos distintos de estas criaturas. Estaban los simios puros (grandes bestias parecidas a gorilas), y los que andaban de un modo más erectos y tenían rasgos una pizca más humanos. Luego estaban los hombres como Ahm, a quien habían capturado y confinado en el fuerte: Ahm, el hombre-maza. «Famoso hombre-maza», le había llamado Tyler. Ahm y su pueblo sabían hablar. Tenían un lenguaje que les diferenciaba de la raza inferior a ellos, y caminaban mucho más erguidos y tenían menos pelo: pero era sobre I todo el hecho de que poseían un lenguaje oral y llevaban un arma lo que los diferenciaba de los demás.
Todos estos pueblos habían demostrado ser enormemente beligerantes. Como el resto de la fauna de Caprona, la primera ley de la naturaleza tal como parecían entenderla era matar, matar, matar. Y por eso Bradley no sintió ningún deseo de seguir el pequeño arroyo hasta la charca donde seguro que se encontraban las cuevas de alguna tribu salvaje, pero la fortuna les jugó una mala pasada, pues la charca estaba mucho más cerca de lo que imaginaban, y por eso se la encontraron al atravesar una zona cubierta de vegetación, aunque habían querido evitarla.
Casi simultáneamente apareció frente a ellos un grupo de hombres desnudos y armados con mazas y hachas. Ambos grupos se detuvieron al verse. Los hombres del fuerte vieron ante ellos una partida de caza que evidentemente regresaba a sus cuevas cargada de carne. Eran hombres grandes con rasgos que se parecían mucho a los negros africanos aunque sus pieles eran blancas. Sobre gran parte de sus miembros y cuerpos, que todavía conservaba considerables rastros de antepasados simios, crecía pelo corto. Eran, sin embargo, un tipo claramente superior a los bo-lu, u hombres-maza.