Desde el abismo del tiempo (10 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras, Fantástico

BOOK: Desde el abismo del tiempo
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Capítulo IV

C
uanto más avanzaba el grupo, más bárbaras y suntuosas se volvían las decoraciones. Predominaban las pieles de tigres y leopardos, al parecer por sus hermosas marcas, y los cráneos decorativos se hacían cada vez más numerosos. Muchos de estos estaban montados en metales preciosos, adornados con piedras de colores y gemas sin precio, mientras que en las pieles que cubrían las paredes había ornamentos de oro similares a los que llevaba la muchacha y los que ya había visto en los cofres que examinó en el almacén de Fosh-bal-soj, lo cual llevó al inglés a la convicción de que eran tesoros de guerra o robo, ya que cada pieza parecía hecha para adorno personal, y hasta ahora no había visto a ningún wieroo con adornos de ningún tipo.

Y también a medida que iban avanzando los wieroos que recorrían el templo se hicieron más y más numerosos. Ahora eran muchas las túnicas rojas enteras, y los que llevaban la franja azul: un verdadero cubil de asesinos.

Por fin el grupo se detuvo en una sala donde había muchos wieroos, quienes se congregaron alrededor de Bradley y preguntaron a sus captores mientras lo examinaban a él y a su atuendo. Uno de los miembros del grupo que acompañaba al inglés habló aun wieroo que permanecía de pie junto a una puerta.

—Dile a El Que Habla Por Luata que no pudimos encontrar a Fosh-bal-soj; pero que a cambio encontramos a esta criatura dentro del templo, escondiéndose. Debe ser el mismo que Fosh-bal-soj capturó en el país sto-lu durante la última oscuridad. Sin duda El Que Habla Por Luata deseará ver e interrogar a este extraño ser.

El wieroo de la puerta se dio la vuelta, entró y la cerró tras de sí, pero primero depositó su cuchillo curvo en el suelo. Su puesto fue ocupado inmediatamente por otro, y Bradley vio ahora que al menos veinte guardias deambulaban por las inmediaciones. El guardián de la puerta estuvo fuera apenas un instante, y cuando regresó, indicó al grupo de Bradley que entrara en la cámara de al lado; pero primero cada uno de los wieroos se despojaron de la hoja curva y la dejaron en el suelo. La puerta se abrió, y el grupo, ahora reducido a Bradley y cinco wieroos, entró a una sala grande y de forma irregular donde había un único y gigantesco wieroo, cuya túnica era toda azul, sentado en un dosel cubierto.

La cara de la criatura era blanca como la de un cadáver, sus ojos muertos carecían por completo de expresión, y sus labios finos y crueles mostraban unos dientes amarillos en una mueca perpetua. A cada lado había una enorme espada curva, similar a la que tenían los otros wieroos, pero más grande y más pesada. Constantemente sus dedos como garras jugueteaban con un arma u otra.

Las paredes de la cámara, así como el suelo, estaban completamente cubiertas de pieles y telas tejidas. El azul predominaba en todo. Aplastados contra las pieles había muchos pares de alas wieroo, montadas de manera que parecían largos escudos negros. En el cielo había pintada con caracteres azules una asombrosa serie de jeroglíficos, y en los pedestales contra las paredes o amontonados en el centro de la habitación, había muchos cráneos humanos.

Mientras los wieroos se acercaban a la criatura del dosel, se inclinaron hacia adelante, alzando las alas por encima de sus cabezas y estirando el cuello como ofreciéndolo a las afiladas espadas de la sombría y horrible criatura.

—¡Oh Tú Que Hablas por Luata! -exclamó un miembro del grupo-. Te traemos la extraña criatura que capturó Fosh-bal-soj y nos ponemos a tus órdenes.

¡Así que ésta era la mítica figura que hablaba en nombre de la divinidad! ¡Este archi-asesino era el representante caspakiano de Dios en la Tierra! Su túnica azul anunciaba lo primero y la aparente humildad de sus sicarios lo otro. Durante un largo minuto observó a Bradley. Luego empezó a interrogarlo: de dónde venía y cómo, el nombre y la descripción de su país nativo, y un centenar de otras preguntas.

—¿Eres cos-ata-lu? -inquirió la criatura.

Bradley respondió que lo era y que lo era toda su especie, además de todos los seres vivos en su parte del mundo.

—¿Puedes contarme el secreto? -preguntó la criatura.

Bradley vaciló y entonces, pensando en ganar tiempo, contestó afirmativamente.

—¿Cuál es? -exigió el wieroo, inclinándose hacia adelante y exhibiendo claras pruebas de su excitado interés.

Bradley se inclinó a su vez hacia adelante y susurró:

—Sólo lo puedes oír tú; no lo divulgaré a los demás, y sólo con la condición de que me lleves a mí y a la muchacha que vi en el lugar de la puerta amarilla de vuelta a su país.

La criatura se levantó, airado, alzando una de sus espadas por encima de la cabeza.

—¿Quién eres tú para poner condiciones a El Que Habla Por Luata? -chilló-. ¡Cuéntame el secreto o muere donde estás!

—Si muero ahora, el secreto morirá conmigo -le recordó Bradley-. Nunca más tendrás la oportunidad de interrogar a otro de mi especie que conozca el secreto.

Cualquier cosa valía para ganar tiempo, para hacer salir de la habitación al resto de los wieroos, y así poder idear un plan de huida y llevarlo a la práctica.

La criatura se volvió hacia el líder del grupo que había traído a Bradley.

—¿Tiene esta cosa armas?

—No.

—Entonces marchaos. Pero decidle al guardia que no se aleje -ordenó el superior.

Los wieroos hicieron una reverencia y se marcharon, cerrando la puerta tras ellos. El Que Habla Por Luata agarró nervioso una espada con la mano derecha. A su izquierda se hallaba una segunda arma. Era evidente que vivía en el temor constante de ser asesinado. El hecho de que no permitiera que hubiera nadie armado en su presencia y tuviera siempre dos espadas a mano lo confirmaba.

Bradley se estaba devanando los sesos buscando algún indicio que pudiera volver la situación a su favor. Sus ojos miraron más allá de la extraña figura que tenía delante; recorrieron las paredes del apartamento como buscando inspiración en los cráneos muertos y las pieles y las alas, y entonces volvió a mirar al dios wieroo, que ahora mostraba su furia.

—¡Rápido! -gritó el ser-. ¡El secreto!

—¿Nos darás la libertad a la muchacha y a mí? -insistió Bradley.

Durante un instante la criatura vaciló, y luego murmuró:

—Sí.

En el mismo instante Bradley vio que dos pieles en la pared, situadas directamente detrás del dosel, se separaban y un rostro aparecía en la abertura. Ningún cambio de expresión en el semblante del inglés traicionó que había visto algo, aunque se sorprendió pues el rostro en la abertura era el de la muchacha que estaba oculta bajo las pieles en la otra cámara. Un brazo blanco y contorneado asomó a la habitación, y en la mano, bien sujeta, apareció la hoja curva, manchada de sangre, que Bradley había dejado bajo las pieles en el momento en que fue descubierto y capturado. -Escucha, entonces -le dijo Bradley en voz baja al wieroo-. Sabrás el secreto de cos-ata-lu tan bien como yo: pero nadie más debe oírlo. Acércate más: te lo susurraré al oído.

Avanzó y subió al dosel. La criatura alzó la espada, listo para golpear a la primera indicación de traición, y Bradley se inclinó bajo la hoja y acercó la oreja a aquel rostro horrible. Al hacerlo, apoyó su peso en ambas manos, una a cada lado del cuerpo del wieroo, la mano derecha sobre la empuñadura de la segunda espada que yacía a la izquierda de El Que Habla Por Luata. -Este es el secreto de la vida y la muerte -susurró, y al mismo tiempo cogió al wieroo por la muñeca derecha y con la mano derecha cogió la segunda espada y descargó un sañudo golpe contra el cuello de la criatura antes de que ésta pudiera emitir siquiera un grito de alarma. Sin esperar un instante, Bradley saltó sobre el dios muerto y desapareció tras las pieles que habían ocultado a la muchacha.

Con los ojos como platos y jadeando, la muchacha lo agarró por el brazo.

—Oh, ¿qué has hecho? -gimió-. Luata vengará a El Que Habla Por Luata. Ahora sí que vas a morir. No hay escape, pues aunque lleguemos a mi país, Luata puede encontrarte.

—¡Tonterías! -exclamó Bradley, y entonces añadió-: Pero tú misma ibas a apuñalarlo.

—Entonces sólo yo habría muerto -replicó ella.

Bradley se rascó la cabeza.

—Ninguno de los dos va a morir -dijo-, al menos no a manos de ningún dios. Pero si no salimos de aquí, nos matarán. ¿Puedes encontrar el camino de vuelta a la habitación donde te encontré por primera vez en el templo?

—Conozco el camino -respondió la muchacha-, pero dudo que podamos hacerlo sin ser vistos. Pude llegar hasta aquí porque sólo me encontré con wieroos que sabían que tenía que estar en el templo; pero no se puede ir a ninguna otra parte sin ser descubierto.

La ingenuidad de Bradley se había topado con un muro de piedra. No parecía haber ninguna posibilidad de huida. Miró a su alrededor. Estaban en una pequeña sala cubierta de basura: jirones de ropa, viejas pieles, trozos de cuerda de fibra. En el centro de la sala había una columna cilíndrica con una abertura en su superficie. Bradley sabía para qué servía. El suelo alrededor de la abertura y los lados de la columna estaban cubiertos por una sustancia seca, marrón oscuro que el inglés sabía que alguna vez fue sangre. El lugar tenía el aspecto de haber sido un verdadero matadero. El olor a carne podrida permeaba el aire.

El inglés se acercó a la columna y se asomó a la abertura. Debajo todo estaba oscuro como boca de lobo; pero sabía que en el fondo había un río. De repente la inspiración y un atrevido plan saltaron en su mente. Se volvió con rapidez y rebuscó por la sala hasta que encontró lo que buscaba: un tramo de cuerda que yacía esparcida aquí y allá. Con rápidos dedos soltó los diferentes trozos, con la ayuda de la muchacha, y luego ató los trozos hasta que tuvo tres cuerdas de unos tres metros de longitud. Las unió por cada extremo y sin decir palabra aseguró uno de los extremos alrededor del cuerpo de la muchacha, por debajo de sus brazos.

—No tengas miedo -dijo, mientras la llevaba hacia el pozo-. Voy a bajarte hasta el río, y luego iré detrás de ti. Cuando estés a salvo abajo, da dos rápidos tirones de la cuerda. Si hay peligro y quieres que te vuelva a subir, tira una vez. No tengas miedo… es el único camino.

—No tengo miedo -respondió la muchacha, demasiado deprisa, pensó Bradley, y se encaramó a la abertura y se quedó colgando de las manos a la espera de que Bradley la fuera haciendo bajar.

Tan rápidamente como exigía la seguridad, el hombre fue soltando cuerda. Cuando estaba a la mitad de la labor, oyó fuertes gritos y gemidos en la habitación que acababan de dejar atrás. Los wieroos habían descubierto la muerte de su dios. La búsqueda del asesino empezaría de inmediato.

¡Dios! ¿Es que la muchacha nunca llegaría al río? Por fin, justo cuando ya estaba seguro de que entraban en la habitación tras él, llegaron los dos rápidos tirones a la cuerda. Al instante Bradley rodeó la columna con los restos de cuerda, se deslizó por el negro tubo y empezó a descender rápidamente hacia el río. Un instante después se encontraba metido hasta la cintura en el agua, junto a la muchacha. Impulsivamente, ella lo cogió por el brazo. Un extraño escalofrío recorrió a Bradley tras el contacto; pero tan sólo cortó la cuerda que rodeaba su cuerpo y la aupó al pequeño saliente en la orilla del río.

—¿Cómo podremos salir de aquí? -preguntó ella. -Por el río -respondió él-; pero primero tengo que volver al Lugar Azul de los Siete Cráneos y sacar al pobre diablo que dejé allí. Tendré que esperar a que oscurezca, ya que no puedo pasar por la parte descubierta del río de día.

—Hay otro camino -dijo la muchacha-. Nunca lo he visto, pero a menudo los he oído hablar de ellos: un pasadizo que corre junto al río de un extremo a otro de la ciudad. A través de los jardines, es subterráneo. Si pudiéramos encontrar una entrada, podríamos salir de aquí de inmediato. Aquí no estamos seguros, pues registrarán cada pulgada del templo y los terrenos.

—Vamos -dijo Bradley-. Lo buscaremos de todas formas. Y tras decirlo se acercó a una de las puertas que asomaban al saliente pavimentado de cráneos.

Encontraron fácilmente el pasadizo, pues corría paralelo al río, separado solo por una pared. Los llevó bajo los jardines y la ciudad, siempre a través de una oscuridad total. Después de haber llegado al otro lado de los jardines, Bradley contó los pasos hasta rehacer los que había dado al venir corriente abajo: pero aunque tuvieron que ir palpando el camino, fue un viaje mucho más rápido que el anterior.

Cuando pensó que estaba frente al sitio por donde había descendido del Lugar Azul de los Siete Cráneos, buscó y halló una puerta que daba al río; y entonces, todavía en medio de una negrura absoluta, se internó en la corriente y fue buscando el pequeño saliente y la escala. Los encontró a diez metros del lugar por donde había emergido, mientras la muchacha esperaba al otro lado.

Ascender hasta el panel secreto fue trabajo de un minuto. Aquí se detuvo y prestó atención por si algún wieroo estaba visitando la prisión para buscarlo a él o al otro recluso; pero no llegó ningún sonido del sombrío interior. Bradley no podía sino imaginar la alegría del hombre del otro lado cuando volviera junto a él con comida y una nueva esperanza de huida. Entonces abrió el panel y se asomó a la habitación. La débil luz de la rejilla del techo revelaba el montón de harapos en un rincón, pero el hombre que yacía bajo ellos no respondió al saludo de Bradley.

El inglés descendió hasta el suelo y se acercó a los harapos. Tras inclinarse, los levantó un poco. Sí, allí estaba el hombre dormido. Bradley lo sacudió. No hubo respuesta. Se acercó más y a la tenue luz examinó a An-Tak. Luego se enderezó con un suspiro. Una rata saltó de entre los harapos y escapó.

—¡Pobre diablo! -murmuró Bradley.

Cruzó la habitación para encaramarse a la percha, disponiéndose a abandonar para siempre el Lugar Azul de los Siete Cráneos. Entonces se detuvo.

—No les daré la satisfacción -gruñó-. Hagámosles creer que se ha escapado.

Regresó al montón de harapos y cogió en brazos al hombre. Fue difícil encaramarlo al asidero y meterlo por la pequeña abertura hasta la escala, pero por fin lo consiguió, y llevó el cadáver al río y lo arrojó.

—¡Adiós, amigo! -susurró.

Un momento después se reunió con la muchacha y cogidos de la mano siguieron el oscuro pasadizo corriente arriba, hacia el otro extremo de la ciudad. Ella le dijo que los wieroos rara vez frecuentaban estos pasadizos inferiores, ya que el aire era demasiado frío para ellos. Pero de vez en cuando venían, y como podían ver igual de día que de noche, sin duda descubrirían a Bradley y la muchacha.

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