Desde el abismo del tiempo (5 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras, Fantástico

BOOK: Desde el abismo del tiempo
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Después de observar a Bradley durante un momento, la criatura se le acercó.

—¿De dónde eres? -preguntó.

—De Inglaterra -respondió Bradley, con la misma brevedad.

—¿Dónde está Inglaterra y qué? -continuó el interrogador.

—Es un país lejos de aquí -contestó el inglés.

—¿Es tu gente cor-sva-jo o cos-ata-lu?

—No te comprendo -dijo Bradley-. Y ahora supongamos que tú contestas a unas cuantas preguntas. ¿Quién sois? ¿Qué país es éste? ¿Por qué me habéis traído aquí?

De nuevo aquella mueca sepulcral.

—Somos wieroo. Luata es nuestro padre. Caspak es nuestro. Este, nuestro país, se llama Oo-oh. Te trajimos aquí para que El Que Habla Por Luata te mire e interrogue. Querrá saber de dónde vienes y por qué, pero sobre todo si eres cos-ata-lu.

—Y si no soy eos… como se diga, ¿qué?

El wieroo alzó las alas con un gesto muy humano, como de encogerse de hombros, y señaló con sus garras huesudas los cráneos humanos que sostenían el techo. Su gesto fue elocuente, pero lo embelleció argumentando:

—Y posiblemente sí lo eres.

—Tengo hambre -replicó Bradley.

El wieroo le señaló una de las puertas, que abrió, permitiendo que Bradley pasara a otro tejado en un nivel inferior al que habían aterrizado la noche anterior. A la luz del día la ciudad parecía aún más notable que a la luz de la luna, aunque menos extraña e irreal. Las casas de todas las formas y tamaños estaban apiladas como un niño podría apilar bloques de diversas formas y colores. Ahora vio que había lo que podían ser considerados callejones o callejas, pero que se extendían en sorprendentes giros y vueltas, sin llegar jamás a un destino, terminando siempre en una pared sin salida donde algún wieroo había construido una casa.

En cada casa había una fina columna sosteniendo un cráneo humano. A veces las columnas estaban en un rincón del techo, a veces en otro, o se alzaban en el centro o cerca del centro, y las columnas eran de alturas diversas, desde la altura de un hombre hasta las que se elevaban seis metros por encima de sus techos. Los cráneos, por norma, estaban pintados de azul o blanco, o de una combinación de ambos colores. Los más efectivos estaban pintados de azul con los dientes blancos y las cuencas de los ojos veteadas de blanco.

Había otros cráneos, miles de ellos, decenas, centenas de millares. Cubrían los tejados de cada casa, adornaban las paredes exteriores y no muy lejos de donde se encontraba Bradley se alzaba una torre redonda construida enteramente con cráneos humanos. Y la ciudad se extendía en cada dirección hasta donde alcanzaba la vista del inglés.

A su alrededor los wieroo se movían por los tejados y revoloteaban por el aire. El triste sonido del batir de sus alas subía y caía como un solemne canto fúnebre. La mayoría iban vestidos todos de blanco, igual que los que le habían capturado, pero otros tenían marcas de rojo o azul o amarillo en la parte delantera de sus túnicas.

Su guía señaló una puerta en una calleja bajo ellos. -Ve allí y come -ordenó-, y luego vuelve. No puedes escapar. Si alguien te pregunta, di que perteneces a Fosh-bal-soj. Ese es el camino. Y señaló la parte superior de una escala que sobresalía de los aleros del tejado cercano. Luego se volvió y entró de nuevo en la casa.

Bradley miró a su alrededor. No, no podía escapar, eso parecía evidente. La ciudad parecía interminable, y más allá de la ciudad, si no una jungla salvaje llena de bestias, estaba el mar interno infestado de horribles monstruos. No era extraño que sus captores se sintieran a salvo dejándolo suelto en Oo-oh. Se preguntó si ese era el nombre del país o de la ciudad y si había otras ciudades como ésta en la isla.

Lentamente bajó por la escala hasta el callejón aparentemente desierto, que estaba pavimentado con lo que parecían ser grandes y redondos adoquines. Miró de nuevo el liso y gastado pavimento, y una mueca de tristeza cruzó sus rasgos: el callejón estaba pavimentado con cráneos.

—La Ciudad de los Cráneos Humanos -murmuró Bradley-. Deben de haber estado coleccionándolos desde los tiempos de Adán -pensó, y entonces cruzó la calle y entró en el edificio a través de la puerta que le habían indicado.

Dentro encontró una gran sala donde había muchos wieroos sentados ante pedestales cuya parte superior estaba hueca, de manera que parecían los bebederos corrientes para pájaros y abrevaderos que se encuentran en los campos. Un asiento sobresalía de cada uno de los cuatro lados del pedestal, apenas una tabla plana que corría en diagonal desde su extremo externo hasta la base.

Cuando Bradley entró, algunos de los wieroos lo espiaron, y emitieron un extraño quejido. Bradley no sabía si era un saludo o una amenaza. De repente, de un oscuro hueco otro wieroo se abalanzó hacia él.

—¿Quién eres? -chilló-. ¿Qué quieres?

—Fosh-bal-soj me envió aquí a comer -replicó Bradley.

—¿Perteneces a Fosh-bal-soj? -preguntó el otro.

—Parece que eso es lo que cree -respondió el inglés.

—¿Eres cos-ata-lu? -demandó el wieroo.

—Dame algo de comer y seré todo eso -replicó Bradley.

El wieroo pareció sorprendido.

—Siéntate aquí, jaal-lu -ordenó, y Bradley se sentó sin saber que lo había insultado llamándolo hombre-hiena, una apelación despectiva en Caspak. El wieroo se sentó en un pedestal a su lado, y mientras Bradley esperaba, miró a su alrededor y al wieroo. Vio que en cada abrevadero había una cantidad de comida, y que cada wieroo iba armado con un pincho de madera, afilado por un extremo, con el que se llevaban a la boca sólidas porciones de comida. En el otro extremo del pincho había una pequeña concha de almeja que se utilizaba para recoger las porciones más pequeñas y blandas de la comida de la que los cuatro ocupantes de cada mesa picoteaban imparcialmente. Los wieroo se inclinaban sobre su comida, comiéndola rápidamente y con mucho ruido, y tan grande era su prisa que una parte de cada bocado caía siempre en el plato común. Y cuando se atragantaban, debido a la rapidez con la que trataban de engullir, a menudo la perdían toda. Bradley se alegró de tener un pedestal para él solo.

Pronto el dueño del lugar regresó con un cuenco de madera lleno de comida. Lo vació en el «abrevadero» de Bradley. El inglés se alegró de no poder ver el oscuro rincón ni saber cuáles eran los ingredientes de lo que tenía delante, pues tenía mucha hambre.

Después del primer bocado se preocupó aún menos por investigar los antecedentes del plato, pues lo encontró particularmente sabroso. Parecía ser una combinación de carne, frutas, verduras, peces pequeños y otros alimentos indistinguibles, todos sazonados para producir un efecto gastronómico que era a la vez sorprendente y delicioso.

Cuando terminó, su abrevadero estaba vacío, y entonces empezó a preguntarse quién iba a pagar su comida. Mientras esperaba a que regresara el propietario, examinó el plato que había comido y el pedestal donde descansaba. La fuente era de piedra gastada por el uso, los cuatro bordes exteriores ahuecados y pulidos por el contacto de incontables cuerpos wieroo que se habían apoyado contra ellos durante quién sabe cuánto tiempo. Todo en el lugar transmitía la impresión de edad. Los pedestales tallados estaban negros por el uso, los asientos de madera estaban huecos por el desgaste, el suelo de planchas de piedra estaba pulido por el contacto de millones de pies descalzos y gastado en los pasillos entre los pedestales, de modo que éstos se alzaban en pequeños montículos de piedra a varias pulgadas por encima del nivel general del suelo.

Finalmente, al ver que nadie venía a cobrar, Bradley se levantó y se dirigió a la puerta. Había cubierto la mitad de la distancia cuando oyó la voz del dueño llamándolo.

—Vuelve, jaal-lu -gritó el wieroo; y Bradley hizo lo que le ordenaban.

Mientras se acercaba a la criatura que se encontraba tras un gran pedestal de encimera plana junto al hueco, vio sobre la lisa superficie algo que casi le hizo jadear de asombro: era algo simple y corriente, o lo habría sido en cualquier otra parte del mundo menos en Caspak. ¡Un trozo de papel!

¡Y en él, con buena letra compacta, había muchos extraños jeroglíficos! Estas notables criaturas, entonces, dominaban la escritura además del lenguaje oral y aparte del arte de tejer ropas poseían el de fabricar papel. ¿Podría ser que estas grotescas criaturas representaran la cultura superior de la raza humana dentro de las fronteras de Caspak? ¿Había producido la selección natural durante las incontables eras de la evolución caspakiana una monstruosidad alada que representaba el cénit terrestre de la evolución del hombre?

Bradley había advertido algunas de las indicaciones obvias de una evolución gradual de simio a hombre-lanza que se ejemplificaban en las varias razas de ala-lus, hombres-maza y hombres-hacha que formaban los eslabones entre los dos extremos con los que había entrado en contacto. Había oído hablar de kro-lus y galus (supuestamente los más altos en el plano de la evolución) y ahora veía indisputables evidencias de una raza que poseía refinamientos de una civilización adelantada eones a la de los hombres-lanza. Las conjeturas despertadas por una consideración momentánea de las posibilidades implicadas se volvieron de inmediato tan extrañamente retorcidas como las insanas ensoñaciones de un drogadicto.

Mientras estos pensamientos corrían por su mente, el wieroo tendió una pluma de hueso clavada a un receptáculo de madera y al mismo tiempo hizo un gesto indicando que Bradley tenía que escribir sobre el papel. Era difícil juzgar por los rasgos inexpresivos del wieroo qué estaba pasando por la mente de la criatura, pero Bradley no pudo dejar de sentir que le dirigía una mirada de desprecio, como diciendo, «Naturalmente, no sabes escribir, pobre y baja criatura; pero puedes dejar tu marca».

Bradley cogió la pluma y con letra clara escribió:

«John Bradley, inglés».

El wieroo dio muestras de consternación cuando cogió el papel y examinó lo escrito con claros indicios de incredulidad y sorpresa. Naturalmente, no podía entender los extraños caracteres, pero evidentemente los aceptó como prueba de que Bradley poseía conocimiento de un lenguaje escrito propio, pues detrás de la entrada del inglés incluyó unos cuantos caracteres propios.

—Vendrás aquí de nuevo antes de que Lua esconda su cara tras el gran acantilado -anunció la criatura-, a menos que antes seas llamado por El Que Habla Por Luata, en cuyo caso no tendrás que comer más.

«Muy tranquilizador», pensó Bradley mientras se daba la vuelta y salía del edificio.

En el exterior había varios de los wieroos que habían estado comiendo en los pedestales. Inmediatamente lo rodearon, haciendo todo tipo de preguntas, tirando de sus ropas, su cinturón de municiones y su pistola. Esta conducta era completamente distinta a la que habían mostrado en el lugar de comidas, y Bradley todavía tenía que aprender que una casa de comida era un santuario para él, pues las rígidas leyes de los wieroos prohibían altercados dentro de sus paredes. Ahora se mostraban bruscos y bravucones, y con las alas medio desplegadas revoloteaban sobre él con actitudes amenazantes, bloqueándole el paso hasta la escala que llevaba al techo del que había descendido. Pero el inglés no era de los que soportan mucho tiempo las interferencias. Al principio intentó abrirse paso entre ellos, y cuando uno lo agarró por el brazo y lo sacudió, Bradley se volvió hacia la criatura y con un fuerte puñetazo en la barbilla lo derribó al suelo.

Al instante reinó el caos. Se alzaron fuertes gritos, las grandes alas se abrieron y cerraron con un fuerte batir y muchas manos como garras se extendieron para agarrarlo. Bradley golpeó a diestra y siniestra. No se atrevió a utilizar la pistola por miedo a que en cuanto descubrieran su poder lo derrotaran por su número y le quitaran lo que consideraba su as en la manga, algo que había que reservar hasta el último momento, cuando mejor pudiera usarlo para escapar, pues el inglés ya estaba planeando, aunque sin esperanza, tal huida.

Unos cuantos golpes convencieron a Bradley que los wieroos eran unos cobardes y que no llevaban armas, ya que después de dos o tres cayeran bajo sus puños los otros formaron un círculo a su alrededor, pero a distancia segura, y se contentaron con amenazar e insultar, mientras que aquellos que habían caído al suelo no intentaban levantarse y gemían y chillaban en un lúgubre coro.

Bradley avanzó otra vez hacia la escala, y esta vez el círculo se abrió para dejarle paso; pero en cuanto ascendió unos pocos peldaños lo agarraron por un pie e intentaron arrastrarlo. Con una rápida mirada hacia atrás el inglés, aferrado firmemente a la escala con ambas manos, descargó su pie libre con toda la fuerza de su poderosa pierna, plantando un pesado zapato en la cara plana del wieroo que lo había agarrado. Chillando horriblemente, la criatura se llevó ambas manos al rostro y se desplomó en el suelo mientras Bradley escalaba rápidamente la distancia que lo separaba del techo, aunque en cuanto llegó a lo alto de la escala un gran batir de alas le advirtió que los wieroos lo perseguían. Un momento después revolotearon sobre su cabeza mientras corría hacia el apartamento donde había pasado las primeras horas de la mañana tras su llegada.

La distancia desde lo alto de la escala hasta la puerta era corta, y Bradley casi había alcanzado su objetivo cuando la puerta se abrió de golpe y Fosh-bal-soj salió de ella. Inmediatamente los wieroos que le perseguían exigieron que castigara al jaal-lu que de manera tan agraviante los había maltratado. Fosh-bal-soj escuchó sus quejas y luego, con un súbito movimiento de su mano derecha agarró a Bradley por el cuello y lo arrojó por la puerta al suelo de la cámara.

Tan repentino fue el ataque y tan sorprendente la fuerza del wieroo que el inglés quedó completamente desprevenido. Cuando se levantó, la puerta estaba cerrada, y Fosh-bal-soj se alzaba sobre él, su horrible rostro convulsionado en una expresión de ira y odio.

—¡Hiena, serpiente lagarto! -gritó-. ¿Cómo te atreves a poner tus viles y sucias manos sobre los más bajos de los wieroos, los sagrados elegidos de Luata?

Bradley se enfureció, y por eso habló con voz muy baja y tranquila mientras una media sonrisa asomaba a sus labios, pero sus fríos ojos grises no sonreían.

—Por lo que me acabas de hacer -dijo-, voy a matarte.

Y mientras hablaba se abalanzó hacia la garganta de Fosh-bal-soj. El otro wieroo que había estado durmiendo cuando Bradley dejó la cámara se había marchado, y los dos se encontraban solos. Fosh-bal-soj no mostró la misma cobardía de los que habían atacado a Bradley en el callejón, pero eso pudo deberse al hecho de que tuvo poca oportunidad, pues Bradley lo agarró por la garganta antes de que pudiera murmurar un grito y con la mano derecha lo golpeó repetidas veces en la cara y sobre el corazón: golpes feos y aplastantes, de los que dejan fuera de combate a un hombre rápidamente.

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