Pero Fosh-bal-soj no estaba dispuesto a morir de manera pasiva. Arañó y golpeó a Bradley mientras con sus grandes alas intentaba protegerse de la implacable lluvia de golpes, buscando al mismo tiempo agarrar la garganta de su antagonista. Consiguió derribar al inglés, y los dos cayeron pesadamente al suelo, Bradley debajo, y en el mismo instante el wieroo cerró sus espolones sobre la laringe del hombre.
Fosh-bal-soj poseía una fuerza enorme y luchaba por su vida. El inglés pronto advirtió que la batalla se volvía en su contra. Sus pulmones buscaban dolorosamente aire mientras empuñaba la pistola. Con dificultad, la sacó de su funda, e incluso entonces, con la muerte mirándolo a la cara, pensó en su precaria munición. «No puedo desperdiciarla», pensó, y rodeando con los dedos el cañón alzó el arma y descargó un golpe terrible entre los ojos de Fosh-bal-soj. Al instante los dedos como garras soltaron su presa, y la criatura cayó flácida al suelo junto a Bradley, quien permaneció durante varios minutos jadeando dolorosamente mientras intentaba recuperar la respiración.
Cuando pudo hacerlo, se levantó, y se inclinó sobre el wieroo, que yacía silencioso e inmóvil, las alas desparramadas y flácidas y los grandes ojos redondos contemplando ciegos el techo. Un breve examen convenció a Bradley de que la criatura estaba muerta, y con la convicción vino una abrumadora sensación de los peligros que ahora debían acecharlo; ¿pero cómo iba a escapar?
Su primera idea fue buscar algún medio para ocultar la prueba de su acción y luego intentar escapar. Se acercó a la segunda puerta y la abrió con cuidado y se asomó a lo que parecía ser un almacén. Estaba cubierto de telas como la que los wieroos usaban para sus túnicas, y había varios cofres pintados de azul y blanco, con jeroglíficos blancos pintados con afilados trazos sobre el azul y jeroglíficos azules sobre el blanco. En un rincón había una pila de cráneos humanos que llegaba casi hasta el techo, y en otro un puñado de alas secas de wieroo. La cámara tenía forma irregular, como la otra, pero había una ventana y una segunda puerta en el otro extremo, aunque carecía de salida por el techo y, lo más importante de todo, no había ninguna criatura dentro.
Lo más rápidamente que pudo, Bradley arrastró al wieroo muerto a través de la puerta y la cerró; luego buscó un sitio para ocultar el cadáver. Uno de los cofres era lo bastante grande para contener el cuerpo si le doblaba las rodillas, y con esta idea a la vista Bradley se acercó a abrirlo. La tapa constaba de dos piezas, cada una con bisagras en un extremo opuesto del cofre, uniéndose en el centro. No había cerradura. Bradley alzó una mitad y miró dentro.
—¡Por Júpiter! -exclamó para sus adentros, y se asomó a examinar el contenido. El cofre estaba medio lleno de abalorios de oro. Parecía haber brazaletes, tobilleras y broches de oro virgen.
Advirtiendo que no había espacio en el cofre para el cadáver del wieroo, Bradley se dispuso a buscar otro medio para ocultar la prueba de su crimen. Había un espacio entre los cofres y la pared, y ahí metió el cadáver, apilando las túnicas abandonadas hasta que quedó completamente oculto a la vista. ¿Pero cómo iba a lograr escapar a plena luz del día?
Caminó hasta la puerta situada en el otro extremo del apartamento y cautelosamente la abrió un poquito. Ante él y a unos dos palmos de distancia se alzaba la pared de otro edificio. Bradley abrió la puerta un poco más y miró en ambas direcciones. No había nadie a la vista a la izquierda durante una considerable expansión de tejados, y a la derecha otro edificio cortaba su visión a unos seis metros.
Tras salir, giró a la derecha y tras unos pocos pasos encontró un estrecho pasadizo entre dos edificios. Entró en él y había recorrido la mitad cuando vio que un wieroo aparecía en el extremo opuesto y se detenía. La criatura no miraba pasadizo abajo, pero en cualquier momento volvería los ojos hacia él, y entonces lo descubriría inmediatamente.
A la izquierda de Bradley había un hueco triangular en la pared de una de las casas, y allí se escabulló, para ocultarse a la vista del wieroo. Junto a él había una puerta pintada de un vivo color amarillo y construida con el mismo estilo que las otras puertas wieroo que había visto, es decir, compuesta por incontables tiras de madera de cuatro a seis pulgadas de grosor colocadas en grupos de la misma anchura; las tiras de los grupos adyacentes nunca corrían en la misma dirección. El resultado tenía cierto parecido a una enloquecida colcha tramada, impresión que quedó aumentada cuando, como en una de las puertas que había visto, comprobó que los parches continuos estaban pintados de diferentes colores. Las tiras parecían haber sido unidas entre sí y luego al entramado de la puerta con tripa o fibra y luego habían sido pegadas, y después se había aplicado una gruesa capa de pintura. Un borde de la puerta estaba formado por una vara redonda y recta de unas dos pulgadas de diámetro que sobresalía arriba y abajo, las proyecciones encajaban en el dintel y el umbral formando el eje sobre el que giraba la puerta. Un disco excéntrico en la cara interior de la puerta producía una muesca en el marco cuando se deseaba asegurar la puerta contra los intrusos.
Mientras Bradley se aplastaba contra la pared esperando a que el wieroo continuara su camino, oyó las alas de la criatura rozando contra los lados de los edificios mientras avanzaba en su dirección por el estrecho pasadizo. Como la puerta amarilla ofrecía el único medio para escapar sin ser detectado, el inglés decidió arriesgarse, no importaba lo que pudiera encontrar dentro, y así, tras empujarla atrevidamente, cruzó el umbral y entró en un pequeño apartamento.
Al hacerlo, oyó una apagada exclamación de sorpresa, y al volver los ojos en la dirección de donde había procedido el sonido, contempló a una muchacha de ojos espantados que se apretujaba contra la pared opuesta, con una expresión de incredulidad en el rostro. De una mirada Bradley vio que no pertenecía a ninguna raza de humanos con los que hubiera contactado desde su llegada a Caprona: no había ningún rastro en su forma ni en sus rasgos de ningún parentesco con las órdenes inferiores de hombres, ni iba ataviada como ellos… o, más bien, no carecía de atuendo como la mayoría de ellos.
Una suave piel caía de su hombro hasta justo por debajo de su cadera izquierda a un lado y casi hasta la rodilla derecha en el otro, un cinturón suelto le rodeaba la cintura, y adornos de oro como los que había visto en el cofre azul y blanco adornaban sus brazos y piernas, mientras que una tiara de oro con una diadema triangular sujetaba su tupido pelo sobre su frente. Su piel era blanca, como de haber estado largamente confinada, pero era clara y fina. Su figura, a pesar de estar parcialmente oculta por la suave piel de ciervo, era todo curvas de simetría y juvenil gracia, mientras que sus rasgos podían haber sido fácilmente la envidia de las más reputadas bellezas continentales.
Si la muchacha se asombró por la súbita aparición de Bradley, éste quedó absolutamente anonadado al descubrir a una criatura tan maravillosa entre los horribles habitantes de la Ciudad de los Cráneos Humanos. Durante un instante ambos se miraron el uno al otro con clara consternación, y entonces Bradley habló, usando lo mejor posible su pobre capacidad en la lengua común de Caspak.
—¿Quién eres y de dónde vienes? -preguntó-. No me digas que eres una wieroo.
—No -replicó ella-. No soy una wieroo -y se estremeció un poco al pronunciar la palabra-. Soy una galu; ¿pero quién y qué eres tú? Por tus ropas, estoy segura de que no eres ningún galu, pero eres como los galus en otros aspectos. Sé que no eres de esta horrible ciudad, pues llevo aquí casi diez lunas, y nunca he visto traer a un macho galu antes, ni hay otros prisioneros como tú y yo en la tierra de Oo-oh, y esos son todas hembras. ¿Eres un prisionero, entonces?
Él le resumió rápidamente quién y qué era, aunque dudó que ella lo entendiera, y por ella se enteró de que llevaba allí prisionera muchos meses; pero no pudo descubrir para qué propósito, ya que en mitad de la conversación la puerta amarilla se abrió de golpe y entró un wieroo con una túnica veteada de amarillo.
Al ver a Bradley, la criatura se enfureció.
—¿De dónde sale este reptil? -le exigió a la muchacha-. ¿Cuánto tiempo lleva aquí contigo?
—Acabo de entrar por la puerta antes que tú -respondió Bradley por la muchacha.
El wieroo pareció aliviado.
—Es bueno para la muchacha que así sea, pero ahora tú tendrás que morir -dijo, y dirigiéndose a la puerta la criatura alzó la voz y emitió uno de aquellos alaridos extraños.
El inglés miró a la muchacha.
—¿Lo mato? -preguntó, alzando la pistola-. ¿Qué es lo mejor que puedo hacer? No quiero ponerte en peligro.
El wieroo retrocedió hacia la puerta.
—¡Sucio! -gritó-. ¿Te atreves a amenazar a uno de los sagrados elegidos de Luata?
—No lo mates -gimió la muchacha-, pues entonces no podría haber ninguna esperanza para ti. Que estés aquí, vivo, demuestra que tal vez no pretenden matarte, y por eso hay una oportunidad para ti si no los enfureces; pero tócalo con violencia y tu cráneo reseco adornará los pedestales más altos de Oo-oh.
—¿Y qué pasará contigo? -preguntó Bradley.
—Yo ya estoy condenada -replicó la muchacha-. Soy cos-ata-lo.
¡Cos-ata-lo! ¡Cos-ata-lu! ¿Qué significaban esas frase que tanto las repetían los habitantes de Oo-oh? Lu y lo, Bradley lo sabía, significaban hombre y mujer; ata se empleaba para indicar vida, huevos, jóvenes, reproducción y parientes; eos era un negativo, pero la combinación de las palabras carecía de sentido para el europeo.
—¿Quieres decir que van a matarte? -preguntó Bradley.
—Ojalá lo hicieran -respondió la muchacha-. Mi destino será peor que la muerte, dentro de unas cuantas noches más, con la llegada de la luna nueva.
—¡Pobre ella-serpiente! -exclamó el wieroo-. Vas a ser sagrada sobre todas las demás ellas. El Que Habla Por Luata te ha elegido para él. Hoy irás a su templo -el wieroo usó una frase que significaba literalmente Lugar Alto-, donde recibirás las sagradas órdenes.
—Ah -suspiró ella-, ¡si pudiera volver a ver mi amado país una vez más!
El hombre se colocó a su lado antes de que el wieroo pudiera interponerse y en voz baja le preguntó si no había ningún modo de conseguir que huyera. Ella negó con la cabeza tristemente.
—Aunque escapáramos de la ciudad -replicó-, está la gran agua entre la isla de Oo-oh y la costa galu.
—¿Y qué hay más allá de la ciudad, si pudiéramos salir de ella? -insistió Bradley.
—Sólo puedo suponer por lo que he oído desde que me trajeron aquí -respondió ella-; pero por algunas observaciones e informes al azar deduzco que tiene que ser una tierra hermosa donde apenas hay bestias salvajes y ningún hombre, pues sólo los wieroos viven en esta isla y habitan siempre en ciudades, de las que hay tres, siendo ésta la más grande. Las otras están en el otro extremo de la isla, que tiene unas tres marchas de un extremo a otro, y una marcha en su punto más ancho.
Por su propia experiencia y por lo que los nativos de tierra firme le habían dicho, Bradley sabía que quince kilómetros era un buen día de marcha en Caspak, debido al hecho de que en la mayoría de los sitios no había senderos en la jungla y en todo momento los viajeros eran atacados por horribles bestias y reptiles que impedían siempre el avance rápido.
Los dos habían hablado velozmente pero ahora fueron interrumpidos por la llegada de varios wieroos, que acudían en respuesta a la alarma del de la túnica de franjas amarillas.
—Este jaal-lu -gritó el ofendido-, me ha amenazado. Quitadle el hacha y llevadlo a un sitio donde no pueda causar ningún daño hasta que El Que Habla Por Luata haya dicho qué hay que hacer con él. Es una de esas extrañas criaturas que Fosh-bal-soj descubrió primero en el país de los band-lu y siguió hacia el principio. El Que Habla Por Luata envió a Fosh-bal-soj a capturar a una de esas criaturas, y aquí está. Es de esperar que sea de otro mundo y posea el secreto de los cos-ata-lus.
Los wieroos se acercaron atrevidamente a quitarle a Bradley su «hacha», la pistola que colgaba de su funda en la cadera del inglés y que el líder había señalado, pero el primero cayó dando tumbos contra los demás por el golpe en la barbilla que Bradley le propinó, seguido de un empujón, pues tenía la intención de despejar la habitación en tiempo record; pero no lo habría conseguido sin la abertura en el techo. Dos wieroos habían caído y se había producido un gran alboroto de gritos y quejidos cuando llegaron refuerzos desde arriba.
Bradley no los vio, pero la muchacha sí, y aunque gritó una advertencia, fue demasiado tarde para que Bradley esquivara a un gran wieroo que se abalanzó contra él, golpeándolo entre los hombros y derribándolo al suelo. Al instante, una docena más se precipitó contra él. Le arrancaron la pistola de la funda y la superioridad numérica pudo con él.
A una palabra del wieroo de la túnica amarilla, que evidentemente era una persona de autoridad, uno de ellos se marchó y regresó poco después con cuerdas de fibra con las que ataron fuertemente a Bradley.
—Ahora llevadlo al Lugar Azul de los Siete Cráneos -indicó el jefe wieroo-, y que uno le lleve la noticia de lo que ha pasado a El Que Habla Por Luata.
Las criaturas alzaron una mano, el dorso contra sus caras, como en gesto de saludo. Uno de ellos agarró a Bradley y se lo llevó por la puerta amarilla al techo, donde abrió sus anchas alas y cruzó los tejados de Oo-oh con su pesada carga sujeta entre sus largos espolones.
Bradley pudo ver debajo la ciudad extendiéndose en todas direcciones. No era tan grande como había imaginado, aunque calculó que debía tener al menos cinco kilómetros cuadrados. Las casas estaban apiladas en montones indescriptibles, a veces hasta una altura de treinta metros. Las calles y callejas eran cortas y retorcidas y había muchas zonas donde los edificios estaban tan apretujados que la luz no podía alcanzar los niveles inferiores, pues toda la superficie del terreno estaba cubierta de ellos.
Los colores eran variados y sorprendentes, la arquitectura sorprendente. Muchos tejados tenían forma de taza o de platillo con un pequeño agujero en el centro, como si hubieran sido construidos para recolectar agua de lluvia que fuera conducida a una reserva debajo; pero casi todos los demás tenían la gran abertura en lo alto, la que Bradley había visto que utilizaban como si fuera una puerta. En todos los niveles había múltiples postes rematados por cráneos sonrientes, pero los dos rasgos más prominentes de la ciudad eran la torre redonda de cráneos humanos que Bradley había advertido antes y otro edificio mucho más grande cerca del centro de la ciudad. Mientras se acercaban allí, Bradley vio que era un enorme edificio que se alzaba a treinta metros de altura y que se hallaba solo en el centro de lo que en cualquier otra parte del mundo habría sido considerado una plaza. Sin embargo, sus diversas partes estaban unidas con la misma extraña irregularidad que marcaba la arquitectura de la ciudad en conjunto, y estaba rematado por un enorme tejado con forma de platillo que se extendía más allá de los aleros, como si fuera un colosal sombrero chino invertido.