A unos pocos pasos plataforma abajo una puerta cerrada rompía lo liso de la pared. Mientras la observaba preguntándose qué había más allá, la mente llena de fragmentos de muchos descabellados planes de huida, se abrió y un wieroo de blanca túnica salió a la plataforma. La criatura llevaba una gran bacina de madera llena de basura. No advirtió a Bradley, que se agazapó como pudo en el rincón. El wieroo se acercó al borde de la plataforma y vació la basura en el arroyo. Si se daba la vuelta y empezaba a volver hacia la puerta, existía una pequeña oportunidad de que no lo viera; pero si se giraba hacia él, no habría ninguna. Bradley contuvo la respiración.
El wieroo se detuvo un momento, contemplando el agua, luego se enderezó y se volvió hacia el inglés. Bradley no se movió. El wieroo se detuvo y lo miró intensamente. Se acercó, como dubitativo. Bradley permaneció inmóvil, como tallado en piedra. La criatura estaba directamente ante él. No había ninguna posibilidad de que no descubriera lo que era.
Con la rapidez de un gato, Bradley se puso en pie de un salto y con su gran fuerza, reforzada por su peso, golpeó al wieroo en la barbilla. Sin emitir un sonido la criatura se desplomó en el suelo, mientras Bradley, siguiendo casi instintivamente el impulso de la primera ley de la naturaleza, hizo rodar el cuerpo exánime hasta el río.
Entonces miró la puerta abierta, cruzó la plataforma y se asomó al apartamento que había más allá. Lo que vio era una habitación grande, tenuemente iluminada, y los costados de cajas de madera amontonadas unas encima de otras. No había ningún wieroo a la vista, así que el inglés entró. Al otro extremo de la habitación había una puerta, y mientras se dirigía hacia ella, se asomó a alguna de las cajas, que estaban llenas de frutas, verduras y pescados secos. Sin hacer ningún ruido se llenó el zurrón, pensando en la pobre criatura que aguardaba su regreso en el Lugar de los Siete Cráneos.
Cuando llegara la noche, regresaría y traería a An-Tak al menos hasta aquí; pero mientras tanto tenía intención de explorar el lugar con la esperanza de descubrir una salida más fácil de la ciudad que la que ofrecía el negro y gélido canal del fantasmagórico río de cadáveres.
Tras la puerta se extendía un largo pasillo donde unas puertas cerradas indicaban el acceso a otras partes de los sótanos del templo. A unos pocos metros del almacén una escala se extendía hasta una abertura en el techo. Bradley se detuvo al pie, debatiendo si debía seguir explorando o regresar al río; pero en él era fuerte el espíritu de exploración que había llevado a su raza a los cuatro rincones de la tierra. ¿Qué nuevos misterios yacían ocultos en las cámaras de arriba? La urgencia por conocer era fuerte, pero su juicio le advertía que lo más seguro era retirarse. Permaneció indeciso un momento, pasándose los dedos por el pelo; luego mandó la discreción a hacer gárgaras y empezó a subir.
En conformidad con la arquitectura wieroo que ya había observado, el pozo por el que subía la escala continuamente se inclinaba de la perpendicular. A intervalos más o menos regulares estaba horadado por aberturas cerradas por puertas, ninguna de las cuales pudo abrir hasta que escaló sus buenos quince metros desde el nivel del río. Aquí descubrió una puerta entornada que daba a una cámara grande y circular, cuyas paredes y suelos estaban cubiertos con las pieles de bestias salvajes y con esteras de muchos colores; pero lo que más le interesó fueron los ocupantes de la sala: un wieroo y una muchacha de proporciones humanas. Estaba de pie, con la espalda apoyada contra la columna que se alzaba en el centro del apartamento del suelo al techo: una columna hueca de unas cuarenta pulgadas de diámetro donde pudo ver una abertura de unas treinta pulgadas de diámetro. La muchacha se hallaba de lado respecto a Bradley, el rostro vuelto, pues estaba mirando al wieroo, que ahora avanzaba lentamente hacia ella, hablando mientras lo hacía.
Bradley pudo oír claramente las palabras de la criatura, que instaba a la muchacha a acompañarlo a otra ciudad wieroo.
—Ven conmigo -dijo-, y conservarás la vida. Quédate aquí y El Que Habla Por Luata te reclamará para sí; y cuando acabe contigo, tu cráneo se blanqueará en lo alto de un poste mientras tu cuerpo alimenta a los reptiles en la desembocadura del Río de la Muerte. Aunque traigas al mundo a una wieroo femenina, tu destino será el mismo si no huyes de él, mientras que conmigo tendrás vida y comida y nadie te hará daño.
Estaba bastante cerca de la muchacha cuando ésta le replicó a la cara con todas sus fuerzas.
—Hasta que me maten -exclamó-, lucharé contra todos vosotros.
De la garganta del wieroo surgió aquel gemido que Bradley había oído tan a menudo en el pasado, como un grito de dolor convertido en un aullido, y entonces la criatura saltó hacia la muchacha, el rostro distorsionado en una horrible mueca mientras la arañaba y la golpeaba para obligarla a caer al suelo.
El inglés estaba a punto de saltar a defenderla cuando la puerta del otro lado de la cámara se abrió para dejar paso a un enorme wieroo vestido completamente de rojo. Al ver a los dos peleando en el suelo, el recién llegado alzó la voz en un alarido de furia. Al instante el wieroo que estaba atacando a la muchacha se puso en pie de un salto y se encaró al otro.
—Lo he oído -gritó el que acababa de entrar-. Lo he oído, y cuando El Que Habla Por Luata se entere…
Hizo una pausa e hizo un elocuente gesto pasándose un dedo por la garganta.
—No se enterará -respondió el primer wieroo, y con un poderoso movimiento de sus grandes alas se abalanzó contra la figura vestida de rojo.
El recién llegado esquivó el primer ataque, desenvainó una hoja curva que llevaba bajo la túnica roja, desplegó las alas y se lanzó contra su antagonista. Batiendo sus alas, gimiendo y aullando, las dos horribles criaturas midieron sus distancias. El de la túnica blanca, como estaba desarmado, intentó agarrar al otro por la muñeca de la mano que empuñaba el cuchillo y por la garganta, mientras el otro daba saltitos alrededor, buscando una abertura para descargar un golpe mortal. Lo intentó y falló, y luego el otro se abalanzó contra él y lo sujetó. Inmediatamente los dos empezaron a golpearse las cabezas con las articulaciones de sus alas, y a dar patadas con sus blandos pies y a morderse las caras.
Mientras tanto, la muchacha intentó apartarse de los duelistas, y al hacerlo Bradley llegó a verle la cara e inmediatamente reconoció que era la chica del lugar de la puerta amarilla. No se atrevió a intervenir ahora hasta que uno de los wieroos hubiera vencido al otro, no fuera a ser que los dos se volvieran contra él, pues era posible que lo derrotaran en una batalla tan desigual, y por eso esperó, viendo como el de la túnica blanca estrangulaba lentamente al de rojo. La lengua salida y los ojos saltones proclamaban que el final estaba cerca y un momento más tarde el de la túnica roja se desplomó al suelo, el cuchillo curvo resbalando de sus dedos sin nervios. Durante un instante el vencedor siguió apretando la garganta de su derrotado antagonista y luego se levantó, arrastrando el cadáver consigo, y se acercó a la columna central. Aquí alzó el cuerpo y lo metió en la abertura, donde Bradley lo vio perderse de vista de repente. Al instante recordó las aberturas circulares en el techo de la cripta subterránea y los cadáveres que había visto caer al río de abajo.
Mientras el cadáver desaparecía, el wieroo se volvió y buscó a la muchacha en la habitación. Durante un momento, se quedó mirándola.
—Has visto -murmuró-, y si lo cuentas, El Que Habla Por Luata hará que me corten las alas mientras estoy vivo y me cortarán la cabeza y me arrojarán al Río de la Muerte, pues es lo que sucede incluso al más alto que mata a uno de túnica roja. ¡Lo has visto, y debes morir! -terminó de decir con un grito, y se lanzó contra la muchacha.
Bradley no esperó más. Saltó a la habitación y corrió hacia el wieroo, que ya había agarrado a la muchacha, y mientras corría se agachó y recogió la hoja curva. La criatura le daba la espalda y, con la mano izquierda, lo cogió por el cuello. Como un relámpago las grandes alas batieron hacia atrás mientras la criatura se volvía, y Bradley perdió el equilibrio, aunque no llegó a soltar la hoja. Al instante el wieroo cayó sobre él. Bradley yacía apoyado sobre el codo izquierdo, la mano derecha libre, y mientras la cosa se acercaba, lanzó un tajo al horrible rostro con todas sus fuerzas.
La hoja golpeó la unión del cuello y el torso con tanta fuerza que decapitó por completo al wieroo y la horrible cabeza cayó al suelo y el cuerpo se precipitó sobre el inglés. Tras hacerlo a un lado, Bradley se puso en pie y miró a la muchacha, que lo miraba con ojos espantados.
—¡Luata! -exclamó ella-. ¿Cómo has llegado aquí?
Bradley se encogió de hombros.
—Aquí estoy -dijo-, pero ahora lo importante es que los dos salgamos de aquí.
La muchacha negó con la cabeza.
—No puede ser -dijo tristemente.
—Eso es lo que yo pensé cuando me arrojaron al Lugar Azul de los Siete Cráneos -respondió Bradley-. No se puede hacer. Y lo hice. Estás manchando todo el suelo -le dijo al wieroo muerto, y arrastró el cadáver hasta el poste central, donde lo alzó hasta la abertura y lo metió en el tubo. Luego recogió la cabeza y la lanzó tras el cuerpo.
—No pongas esa cara -le dijo mientras la llevaba al pozo-. ¡Sonríe!
—¿Pero cómo puede sonreír? -preguntó la muchacha, con una expresión medio aturdida medio asombrada en el rostro-. Está muerto.
—Así es -admitió Bradley-, y supongo que se siente un poco culpable.
La muchacha sacudió la
cabeza,
y se apartó del hombre, dirigiéndose a la puerta.
—¡Vamos! -dijo el inglés-. Tenemos que salir de aquí. Si no conoces un camino mejor que el río, entonces será el río.
La muchacha lo miró todavía temerosa.
—¿Pero cómo podía sonreír si estaba muerta?
Bradley se rió con ganas.
—Creí que los ingleses teníamos el peor sentido del humor del mundo -exclamó-. Pero ahora he encontrado a un ser humano que no tiene ninguno. Naturalmente, no entiendes ni la mitad de lo que digo. Pero no te preocupes, muchachita. No voy a hacerte daño, y si puedo sacarte de aquí, lo haré.
Aunque ella no entendió todo lo que dijo, al menos interpretó algo en su sonriente semblante, algo que la tranquilizó.
—No te temo -dijo-, aunque no comprendo todo lo que dices a pesar de que hablas mi propia lengua y usas palabras que sé. Pero en cuanto a escapar -suspiró-, ay, ¿cómo puede hacerse?
—Yo escapé del Lugar Azul de los Siete Cráneos -le recordó Bradley-. ¡Ven!
Y se volvió hacia el pozo y la escala por la que había subido desde el río.
—No podemos perder tiempo aquí.
La muchacha lo siguió, pero en el umbral ambos se apartaron, pues desde abajo llegó el sonido de alguien que ascendía.
Bradley se dirigió de puntillas a la puerta y se asomó cautelosamente al pozo; luego regresó junto a la muchacha.
—Suben media docena de ellos. Pero probablemente pasarán de largo.
—No -dijo ella-, pasarán directamente por esta habitación: van camino de El Que Habla Por Luata. Tal vez podamos escondernos en la habitación de al lado: hay pieles y podemos ocultarnos debajo. No se detendrán en esa habitación, pero puede que se detengan en esta un ratito… la otra habitación es azul.
—¿Qué tiene eso que ver? -preguntó el inglés.
—Le tienen miedo al azul -respondió ella-. En todas las habitaciones donde se ha cometido un asesinato encontrarás azul: una cierta cantidad por cada asesinato. Cuanto la habitación es entera azul, la cierran. Esta habitación tiene mucho azul, pero evidentemente matan sobre todo en la habitación de al lado, que ahora es toda azul.
—Pero hay azul en el exterior de todas las casas que he visto -dijo Bradley.
—Sí -asintió la muchacha-, hay habitaciones azules en cada una de las casas: cuando todas las habitaciones son azules entonces todo el exterior de la casa será azul, como es el Lugar Azul de los Siete Cráneos. Hay muchas aquí.
—¿Y los cráneos con azul pintado encima? -inquirió Bradley-. ¿Pertenecían a asesinos?
—Fueron asesinados… algunos de ellos: los que tienen sólo una pequeña cantidad de azul eran asesinos, asesinos conocidos. Todos los wieroos son asesinos. Cuando han cometido un cierto número de crímenes sin ser capturados, confiesan ante El Que Habla Por Luata y son avanzados, y entonces llevan túnicas con franjas de algún color… creo que el amarillo es el primero. Cuando llegan a un punto en que toda la túnica es amarilla, la cambian por una túnica blanca con una franja roja: y cuando uno gana una túnica roja completa, lleva un cuchillo largo y curvo como el que tienes en la mano. Después de eso viene la franja azul en la túnica blanca, y luego, supongo, la túnica toda azul. Nunca he visto ninguna.
Mientras hablaban en voz baja pasaron de la habitación del pozo de la muerte a la habitación adjunta, toda azul, donde se sentaron en un rincón con las espaldas apoyadas contra la pared, y se rodearon de un montón de pieles. Un momento después oyeron a los wieroos entrar en la cámara. Hablaban entre sí mientras cruzaban la habitación, o de lo contrario no habrían podido oírlos. A mitad de la cámara se detuvieron, porque la puerta hacia la que se dirigían se abrió y otra media docena de wieroos entró en el apartamento.
Bradley pudo suponer todo esto por el aumento de volumen de sonido y los fuertes saludos; pero no pudo dar explicación al súbito silencio que se produjo casi inmediatamente, pues no podía saber que bajo una de las pieles que lo cubrían asomaba uno de sus pesados zapatos del ejército, ni que unos dieciocho wieroos con túnicas de rojo sólido o veteadas de rojo estaban mirándolo. Tampoco pudo oír su sibilina aproximación.
La primera indicación que tuvo de que lo habían descubierto fue cuando le agarraron de repente el pie, y lo arrancaron con violencia de debajo de las pieles. Se encontró entonces rodeado de hojas amenazantes. Lo habrían matado en el acto si uno de los que iban vestidos todo de rojo no los hubiera contenido, diciendo que El Que Habla Por Luata deseaba ver a esta extraña criatura.
Mientras se lo llevaban, Bradley tuvo oportunidad de mirar hacia atrás para ver qué había sido de la muchacha y, para su alegría, descubrió que todavía estaba oculta bajo las pieles. Se preguntó si ella tendría valor para intentar sola el viaje por el río y lamentó no poder acompañarla. Se sintió bastante deprimido, más que nunca desde que lo capturaron los wieroos, porque no parecía haber el menor motivo de esperanza en su actual situación. Había dejado la hoja curva entre las pieles cuando lo arrancaron tan violentamente de su escondite. Casi resignado, acompañó silenciosamente a sus captores a través de las diversas cámaras y pasillos, hacia el corazón del templo.