El paisaje era familiar. Lo reconocieron inmediatamente y supieron que aquella columna de humo indicaba el lugar donde se encontraba el Fuerte Dinosaurio. ¿Estaba el fuerte todavía en pie, o el humo se alzaba de las ascuas del edificio que habían ayudado a construir para que albergara a su grupo? ¡Quién podía decirlo!
Treinta preciosos minutos que parecieron otras tantas horas a los impacientes hombres fueron consumidas en la localización de un precario camino desde la cumbre a la base de los acantilados que limitaban la altiplanicie al sur, y entonces una vez más se encaminaron hacia su objetivo. Cuanto más se acercaban al fuerte más grande era su impresión de que algo iba mal.
Imaginaron los barracones desiertos o a la pequeña compañía masacrada y los edificios en ruinas. Casi en medio de un frenesí de miedo cruzaron los últimos tramos de la jungla y se encontraron por fin al borde del prado, a un kilómetro de Fuerte Dinosaurio.
—¡Señor! -exclamó Sinclair-. ¡Todavía están ahí!
Y cayó de rodillas, sollozando.
Brady temblaba como una hoja cuando se persignó y dio gracias en silencio, pues ante ellos se alzaban los fuertes bastiones del fuerte y de dentro del recinto se alzaba una fina espiral de humo que indicaba el emplazamiento de la cocina. ¡Todo iba bien, entonces, y sus camaradas estaban preparando la cena!
Cruzaron corriendo el claro como si no hubieran cubierto ya en un solo día un territorio hirsuto y primigenio que bien podría haber requerido dos días a hombres frescos y descansados. Cuando consideraron que podían oírlos empezaron a gritar de tal manera que al instante unas cabezas se asomaron a lo alto del parapeto y pronto unos gritos de respuesta se alzaron desde dentro de Fuerte Dinosaurio. Un momento después tres hombres salieron del recinto y recibieron a los supervivientes y escucharon la apresurada historia de los once aciagos días que habían transcurrido desde que iniciaron su expedición a la barrera de acantilados. Oyeron las muertes de Tippet y James y la desaparición del teniente Bradley, y un nuevo terror se apoderó del fuerte.
Olson, el maquinista irlandés, con Whitely y Wilson constituían los restos de los defensores de Fuerte Dinosaurio, y narraron a Sinclair y Brady los acontecimientos que habían tenido lugar desde que Bradley y su grupo se marcharon el 4 de septiembre. Les contaron el infame acto del barón Friedrich von Schoenvorts y su tripulación alemana, quienes habían robado el U-33, rompiendo su palabra, y huyendo hacia la abertura subterránea a través de la barrera de acantilados que llevaba las aguas del mar interior al Océano Pacífico; y contaron también el cobarde bombardeo del fuerte.
Les contaron la desaparición de la señorita La Rué el 11 de septiembre, y la partida de Bowen Tyler en su busca, acompañado sólo de su terrier airedale, Nobs. Así del grupo original de once aliados y nueve alemanes que había constituido la compañía del U-33 cuando dejaron aguas inglesas tras la captura del remolcador inglés, ahora sólo quedaban cinco en Fuerte Dinosaurio. Se sabía que Benson, Tippet, James, y uno de los alemanes habían muerto. Se suponía que Bradley, Tyler y la muchacha ya habían sucumbido ante los salvajes habitantes de Caspak, mientras que el destino de los alemanes era igualmente desconocido, aunque bien podían creer que habrían logrado escapar. Habían tenido tiempo de sobra para aprovisionar el submarino y el refinamiento del petróleo crudo que habían descubierto al norte del fuerte podía haberles asegurado un amplio suministro para llevarlos de vuelta a Alemania.
C
uando Bradley se encargó de la guardia la media noche del 14 de septiembre, sus pensamientos estaban principalmente ocupados con la alegre idea de que la noche casi había terminado sin ningún incidente serio y que mañana sin duda regresarían todos a salvo a Fuerte Dinosaurio. Su esperanzado estado de ánimo se tiñó de pesar al recordar a los dos miembros de su grupo que yacían en la salvaje jungla y para quienes nunca habría ya una bienvenida a casa.
Ninguna premonición de un mal inminente arrojó sombras sobre sus expectativas del día por venir, pues Bradley era un hombre que, aunque tomaba todas las precauciones posibles contra el peligro, no permitía que ningún torvo presagio lastrara su ánimo. Cuando amenazaba el peligro, él estaba preparado; pero no evitaba el riego eternamente, y por eso cuando a eso de la una de la madrugada oyó el batir de alas gigantes en el cielo, no se sorprendió ni se asustó sino que se preparó para el ataque que sabía era de esperar.
El sonido parecía proceder del sur, y poco después, por encima de las copas de los árboles en esa dirección, Bradley distinguió una forma oscura revoloteando. Bradley era un hombre valiente, pero tan aguda fue la sensación de repulsión engendrada por la visión y el sonido de aquella forma oscura e imposible, que se abstuvo de seguir su instintiva urgencia por disparar contra el intruso nocturno. Habría sido mucho mejor que hubiera cedido a la insistente demanda de su subconsciente, pero su obsesión casi fanática por ahorrar munición le jugó ahora a la contra, pues aunque su atención estaba concentrada en la cosa que revoloteaba ante él y mientras sus oídos se llenaban del batir de sus alas, de la negra noche apareció tras él otra forma extraña y fantasmal. Con sus enormes alas cerradas en parte para lanzarse en picado y su túnica blanca aleteando tras su estela, la aparición se abalanzó contra el inglés.
Tan grande fue la fuerza del impacto cuando la criatura golpeó a Bradley entre los hombros que el hombre quedó medio aturdido. Perdió el rifle de las manos, y sintió unos espolones como cuchillos agarrarlo por debajo de los brazos y levantarlo. Y entonces la criatura se elevó rápidamente con él, tan velozmente que el aire le arrancó la gorra de la cabeza mientras era alzado al cielo negro y el grito de advertencia a sus compañeros se ahogaba en sus pulmones.
La criatura giró inmediatamente hacia el este y de inmediato fue seguida por su compañero, quien los sobrevoló una vez y luego se situó detrás. Bradley advirtió ahora la estrategia que la pareja había utilizado para capturarlo y llegó a la conclusión de que estaba en poder de seres inteligentes, parientes cercanos de la raza humana, aunque no lo fueran de hecho.
Su experiencia pasada le sugirió que las grandes alas eran parte de algún ingenioso artilugio mecánico, pues las limitaciones de la mente humana, que siempre se niegan a aceptar lo que está más allá de su propia experiencia, no le permitían albergar la idea de que las criaturas pudieran tener alas naturales y ser al mismo tiempo de origen humano. Desde su posición Bradley no podía ver las alas de su captor, ni en la oscuridad había podido examinar de cerca las de la segunda criatura cuando revoloteó ante él. Prestó atención por si oía el zumbido de un motor o algún otro sonido delator que demostrara lo acertado de su teoría. Sin embargo, no captó más que el constante aleteo.
Poco después, muy por debajo y por delante, vio las aguas del mar interior, y un momento más tarde se encontró sobre ellas. Entonces su captor hizo algo que demostró a Bradley sin ninguna duda que estaba en manos de seres humanos que habían diseñado un plan casi perfecto para duplicar, mecánicamente, las alas de un ave: la criatura le habló a su compañero en un lenguaje que Bradley comprendía en parte, ya que reconoció palabras que había aprendido de las salvajes razas de Caspak. A partir de esto juzgó que eran humanos, y al ser humanos, supo que no podían tener alas naturales… ¿pues quién había visto jamás a un ser humano adornado así? Por tanto, sus alas debían ser mecánicas. Así razonaba Bradley, como razonaríamos la mayoría de nosotros, no según lo que podría ser posible, sino según lo que cae dentro del alcance de nuestra experiencia.
Lo que les oyó decir fue que tras haber cubierto la mitad de la distancia, podían pasar la carga de uno a otro. Bradley se preguntó cómo iban a realizar el intercambio. Sabía que aquellas gigantescas alas no permitirían que las criaturas se acercaran lo suficiente para efectuar el traspaso de esa manera, pero pronto descubrió que tenían otros medios para hacerlo.
Sintió que la cosa que lo llevaba se elevaba aún más, y bajo él atisbo momentáneamente la segunda figura vestida de blanco. Entonces la criatura de arriba trinó una llamada, que fue respondida desde abajo, y al instante Bradley sintió que los espolones lo soltaban. Jadeando en busca de aliento, cayó a través del espacio.
Durante un aterrador instante, preñado de horror, Bradley cayó. Entonces algo lo agarró por detrás, otro par de espolones lo sujetaron por debajo de los brazos, su caída fue refrenada y, cuando ya estaba cerca de la superficie del mar, volvió a elevarse. Igual que un halcón se lanza a capturar un pajarillo, este gran pájaro humano se abalanzó hacia Bradley. Fue una experiencia aterradora, pero breve, y una vez más el cautivo fue transportado rápidamente hacia el este y hacia un destino que no podía imaginar siquiera.
Inmediatamente después de este traspaso en el aire, Bradley distinguió la forma oscura de una gran isla por delante, y poco después advirtió que éste debía ser el destino de sus captores. No se equivocó. Tres cuartos de hora después de su secuestro, sus captores se posaron suavemente en tierra, en la ciudad más extraña que el ojo humano haya visto jamás. Bradley apenas pudo ver un leve atisbo de lo que le rodeaba antes de que lo empujaran al interior de uno de los edificios, pero en aquella ojeada momentánea vio extraños montones de piedra y madera y lodo que ciaban forma a edificios de todo tipo de tamaño y estructura, a veces apilados unos encima de otros, a veces alzándose solos en patios abiertos, pero normalmente juntos y apretujados, de modo que no había calles ni callejones entre ellos, más que unos pocos que terminaban casi donde empezaban. Las puertas principales parecían estar en los techos, y fue a través de una de ellas por las que Bradley fue introducido en el oscuro interior de una habitación de techo bajo. Aquí, lo empujaron bruscamente hacia un rincón donde tropezó con una gruesa estera, y allí lo dejaron sus captores. Los oyó moverse en la oscuridad durante un momento, y varias veces vio brillar sus ojos luminosos. Finalmente, desaparecieron y reinó el silencio, roto tan sólo por una respiración que indicó al inglés que dormían en algún lugar del mismo apartamento.
Ahora quedó claro que la estera del suelo era para dormir y que el empujón que le habían dado era una ruda invitación al reposo. Después de comprobar su estado y asegurarse que aún tenía su pistola y munición, algunas cerillas, un poco de tabaco, una cantimplora llena de agua y una navaja de afeitar, Bradley se acomodó en la estera y pronto se quedó dormido, sabiendo que intentar huir en la oscuridad sin conocer sus inmediaciones estaría condenado al fracaso.
Cuando despertó era de día, y lo que vieron sus ojos le hizo frotárselos una y otra vez para asegurarse de que los tenía en verdad abiertos y que no estaba soñando. Una amplia lanzada de luz entraba por la puerta abierta del techo de la habitación, que tenía unos diez metros cuadrados, más o menos, pues era de forma irregular, con un lado curvado hacia afuera, otro se combaba hacia adentro por lo que podría ser la esquina de otro edificio anexo, otra mostraba los tres lados de un octágono, mientras que la cuarta pared era de contorno serpentino. Dos ventanas dejaban entrar más luz, mientras que las puertas evidentemente daban paso a otras habitaciones. Las paredes estaban parcialmente cubiertas con finas franjas de madera, hermosamente encajadas y terminadas, pulidas en parte y el resto cubiertas con un fino paño tejido. Había figuras de reptiles y bestias pintadas sin seguir ningún plan uniforme por las paredes. Un rasgo sorprendente de la decoración consistía en varias columnas situadas en las paredes sin seguir ningún intervalo regular, cuyos capiteles mostraban un cráneo humano que tocaba el techo, pero Bradley no sabía si se trataba del sombrío recuerdo de parientes muertos o de algún horrible rito tribal.
Sin embargo, no fue nada de esto lo que le llenó de asombro. No, fueron las figuras de las dos criaturas que lo habían capturado y lo habían traído aquí. En un extremo de la habitación había una recia vara de unas dos pulgadas de diámetro que corría horizontalmente de pared a pared, a unos dos metros del suelo, sus extremos fijos en dos de las columnas. Colgando de las rodillas de este asidero, las cabezas hacia abajo y los cuerpos envueltos en sus grandes alas, dormían las criaturas de la noche anterior… como dos grandes y horribles murciélagos.
Mientras Bradley las contemplaba con asombro, vio claramente que toda su inteligencia, todo su conocimiento adquirido a través de años de observación y experiencia no valían nada ante la sencilla evidencia que se presentaba ante sus ojos: las alas de las criaturas no eran aparatos mecánicos, sino apéndices naturales, como sus brazos y sus piernas, que crecían a partir de sus omóplatos. También vio que, a excepción de las alas, la pareja tenía un gran parecido a los seres humanos, aunque creados en un molde más grotesco.
Mientras los contemplaba, uno de ellos despertó, separó las alas para liberar los brazos que tenía cruzados sobre el pecho, colocó las manos en el suelo, soltó los pies y se irguió. Durante un instante extendió lentamente sus grandes alas, parpadeando solemne sus grandes ojos redondos. Entonces su mirada se posó sobre Bradley. Los finos labios se replegaron para mostrar unos dientes amarillos, con una mueca horrible. No podía considerarse una sonrisa, y el inglés no pudo imaginar qué emoción registraban. Ninguna emoción alteró la fija mirada de aquellos ojos grandes y redondos; no había color ninguno en las mejillas hundidas y pálidas. Era la mueca de una calavera, como si un hombre muerto hacía mucho tiempo hubiera alzado de la tumba su cráneo cubierto de pellejo reseco. La criatura tenía la altura de un hombre medio, pero parecía mucho más alto por el hecho de que las articulaciones de sus largas alas se alzaban más de un palmo sobre su cabeza sin pelo. Los brazos desnudos eran largos y nudosos, y terminaban en manos fuertes y huesudas con dedos como garras, casi parecidos a espolones. La túnica blanca se abría por delante, revelando piernas huesudas y el hecho de que la criatura no llevaba otro atuendo sino aquel, que era de fina tela tejida. De la cabeza a los pies las porciones del cuerpo que quedaban al descubierto carecían por completo de pelo, y al advertir esto, Bradley notó también por primera vez que gran parte de la aparente falta de expresión de la criatura se debía a que no tenía pestañas ni cejas. Las orejas eran pequeñas y aplastadas contra el cráneo, que era redondeado, aunque la cara era plana. La criatura tenía pies pequeños, hermosamente arqueados y gruesos, pero tan alejados de los demás atributos físicos que poseía que parecían ridículos.