El wieroo que transportaba a Bradley pasó sobre un rincón del espacio abierto sobre el gran edificio, revelando al inglés hierba y árboles y agua corriente debajo. Dejaron atrás el edificio y unos quinientos metros más allá la criatura aterrizó en el tejado de un edificio azul y cuadrado rodeado de siete postes con siete cráneos. Éste es entonces, pensó Bradley, el Lugar Azul de los Siete Cráneos.
En la abertura del techo había una rejilla con barrotes, que el wieroo retiró. La criatura ató entonces un trozo de cuerda a uno de los tobillos de Bradley y lo hizo caer por el borde. Todo estaba oscuro abajo y durante un instante el inglés estuvo más cerca que nunca en su vida de experimentar auténtico terror. Mientras caía al abismo negro sintió que la cuerda se tensaba alrededor de su tobillo y un instante después fue detenido por un súbito tirón que le hizo oscilar como un péndulo, boca abajo. Entonces la criatura lo fue bajando hasta que la cabeza de Bradley entró en súbito y doloroso contacto con el suelo. Después de eso, el wieroo soltó la cuerda y el cuerpo del inglés chocó contra el suelo de tablas de madera. Sintió que el extremo libre de la cuerda caía sobre él y oyó la reja cerrarse en lo alto.
M
edio aturdido, Bradley permaneció tendido en el suelo durante un minuto tal como había caído, y luego lenta y dolorosamente consiguió adoptar una postura menos incómoda. No podía ver nada en la oscuridad que le rodeaba, hasta que después de unos minutos sus ojos se acostumbraron al oscuro interior, y entonces escrutó de un lado a otro su prisión.
Descubrió que estaba en una habitación pelada, sin ventanas, ni ninguna otra abertura que por la que había caído. En un rincón había una masa encogida que podía ser cualquier cosa, desde un montón de harapos a un cadáver.
Casi inmediatamente después de haber clarificado su situación, Bradley comenzó a trabajar en sus ligaduras. Era un hombre de fuerza poderosa, y como desde el principio se había imbuido de la idea de que las cuerdas de fibra eran demasiado débiles para sujetarlo, trabajó con la firme convicción de que tarde o temprano se romperían. Después de cinco minutos estuvo seguro de que las cuerdas de sus muñecas empezaban a ceder; pero se vio obligado a descansar por el agotamiento.
Mientras yacía tendido, sus ojos se posaron en el bulto del rincón, y poco después pudo haber jurado que la cosa se movía. Esforzando los ojos, observó la cosa torva y siniestra del rincón. Tal vez sus nervios agotados le estaban jugando una mala pasada. Pensó que eso, y también su estado de total indefensión, podían haber estimulado su imaginación. Cerró los ojos y se dispuso a relajar sus músculos y nervios; pero cuando volvió a mirar, supo que no se había confundido: la cosa se había movido. Ahora yacía de forma ligeramente distinta, más apartada de la pared. Estaba más cerca de él.
Con fuerzas renovadas Bradley se debatió contra sus ataduras, la mirada fascinada pegada todavía en el bulto informe. Ya no había duda de que se movía: vio que se levantaba en el centro varias pulgadas y que se arrastraba hacia él. Se hundió y levantó otra vez: una forma amenazante, horrible, sin cabeza. Su propio silencio la hacía aún más terrible.
Bradley era un hombre valiente; por lo común, sus nervios eran de acero. Pero estar a merced de un horror desconocido y sin nombre, no poder defenderse… fueron estas cosas las que casi pudieron con él, pues sólo era humano. Si estuviera al aire libre, incluso con todas las probabilidades en su contra, si pudiera usar los puños, defenderse de alguna manera, causar daño a su adversario… entonces podría enfrentarse a la muerte con una sonrisa. No era la muerte lo que temía ahora: era ese horror a lo desconocido que es parte de la fibra de todo hijo de mujer.
La masa informe se acercó más y más. Bradley se quedó inmóvil, escuchando. ¿Qué era lo que había oído? ¿Una respiración? No podía confundirse. Y entonces, del puñado de harapos surgió un gemido hueco. Bradley sintió que se le erizaban los pelos de la nuca. Se debatió con las cuerdas que lo sujetaban. La cosa a su lado se alzó más que antes y el inglés podría haber jurado que veía un único ojo mirándolo por encima de la tela arrugada. Por un momento el bulto permaneció inmóvil: sólo el sonido de la respiración, y luego una risa maníaca.
La frente de Bradley se cubrió de un sudor frío mientras se debatía por liberarse. Vio que los harapos se alzaban más y más sobre él, hasta que por fin cayeron al suelo y revelaron el cuerpo de un hombre desnudo, una caricatura de hombre delgada y huesuda, que silabeaba y murmuraba y, caminando tambaleándose sobre sus débiles y temblorosas piernas, se desplomó de nuevo en el suelo, todavía riendo… riendo horriblemente.
Se arrastró hacia Bradley.
—¡Comida! ¡Comida! -gritó-. ¡Hay una salida! ¡Hay una salida!
Arrastrándose hasta su lado, la criatura se derrumbó sobre el pecho del inglés.
—¡Comida! -chilló mientras sus dedos huesudos y sus dientes buscaban la garganta desnuda del hombre-. ¡Comida! ¡Hay una salida!
Bradley sintió los dientes en su yugular.
Se giró y retorció, librándose por un instante. Pero una vez más, con horrible insistencia, la criatura se lanzó contra él. Las débiles mandíbulas eran incapaces de hundir los raídos dientes en la carne de la víctima, pero Bradley lo sentía arañando, arañando, arañando, como una rata monstruosa, buscando la sangre de su vida.
Los brazos huesudos lo agarraron ahora por el cuello, acercando los dientes a su garganta contra todos sus esfuerzos por zafarse de la criatura. Débil como estaba, tenía fuerza suficiente para esto en su loco esfuerzo por comer. Murmurando mientras lo hacía, repetía una y otra vez:
—¡Comida! ¡Comida! ¡Hay una salida!
Bradley pensó que aquellas dos expresiones lo volverían loco.
Y enloquecido estaba cuando con un último esfuerzo, apoyado por una fuerza casi maníaca, liberó sus muñecas de las ligaduras que las sujetaban y agarrando al repulsivo ser por el pecho lo empujó al otro lado de la habitación. Jadeando como un sabueso agotado, Bradley se dedicó a las ataduras de sus tobillos mientras el loco yacía temblando y tiritando donde había caído. Poco después el inglés se puso en pie de un salto, sintiéndose más libre que nunca antes en toda su vida, aunque todavía era prisionero en el Lugar Azul de los Siete Cráneos.
Apoyando la espalda en la pared para sostenerse, tan débil se sentía, Bradley observó a la criatura caída. La vio moverse y levantarse lentamente apoyándose en las manos y las rodillas, y así se quedó, mientras se mecía de un lado a otro, buscándolo. Cuando por fin lo localizó, de sus labios rotos brotaron las palabras:
—¡Comida! ¡Comida! ¡Hay una salida!
El tono de súplica de su voz compadeció el corazón del inglés. Sabía que no podía tratarse de un wieroo, sino un hombre como él mismo que había sido arrojado a este pozo de confinamiento solitario con este horrible resultado, que con el tiempo podría ser también su destino.
Y luego, también, estaba la sugerencia de esperanza contenida en la constante reiteración de la frase. «Hay una salida». ¿La había? ¿Qué sabía esta pobre criatura?
—¿Quién eres y cuánto tiempo llevas aquí? -preguntó de pronto Bradley.
Durante un instante el hombre del suelo no respondió, pero luego murmuró las palabras:
—¡Comida! ¡Comida!
—¡Basta! -ordenó el inglés. La palabra la podría haber escupido el cañón de una pistola. Hizo que el hombre se sentara, apartando las manos del suelo.
Dejó de balancearse de un lado a otro y pareció intentar recuperar sus facultades de concentración y pensamiento. Bradley repitió sus preguntas claramente.
—Soy An-Tak, el galu -replicó el hombre-. Sólo Luata sabe cuánto tiempo llevo aquí… tal vez diez lunas, tal vez diez lunas tres veces. Era joven y fuerte cuando me trajeron aquí. Ahora soy viejo y muy débil. Soy cos-ata-lu, por eso no me ha matado. Si les digo el secreto para ser cos-ata-lu, me sacarán de aquí. ¿Pero cómo puedo decirles lo que sólo Luata sabe?
—¿Qué es cos-ata-lu? -preguntó Bradley.
—¡Comida! ¡Comida! ¡Hay una salida! -murmuró el galu.
Bradley cruzó la habitación, agarró al hombre por los hombros y lo sacudió.
—Dime -gritó-, ¿qué es cos-ata-lu?
—¡Comida! -gimió An-Tak.
Bradley se contuvo. No le habían quitado su zurrón. En él, además de su navaja de afeitar y su cuchillo tenía algunas piezas de equipo y una pequeña cantidad de carne seca. Le arrojó un pedazo al hambriento galu. An-Tak la cogió y lo devoró ansiosamente. La comida insufló al hombre de nueva vida.
—¿Qué es cos-ata-lu? -insistió otra vez Bradley.
An-Tak trató de explicarse. Su narración fue rota a menudo por lapsos de concentración durante los cuales volvía a murmurar quejumbrosamente pidiendo comida y diciendo de nuevo que había una salida; pero con firmeza y paciencia el inglés consiguió sonsacarle una exposición más o menos lúcida del curioso esquema evolutivo que existe en Caspak. Así, encontró explicaciones de lo que hasta ahora era inexplicable. Descubrió por qué no había visto bebés ni niños entre las tribus caspakianas con las que había entrado en contacto; por qué cada tribu situada más al norte mostraba un grado superior de evolución que los del sur; por qué cada tribu incluía individuos que oscilaban en sus características mentales y físicas de lo más alto de la siguiente raza inferior a lo más bajo de la siguiente superior, y por qué las mujeres de cada tribu se sumergían cada mañana durante una hora o más en las cálidas charcas que estaban siempre cerca de los lugares donde vivían; y también descubrió por qué esas charcas eran casi siempre inmunes a los ataques de los reptiles y animales carnívoros.
Descubrió que todos los que eran cos-ata-lu venían desde cor-sva-jo, o desde el principio. El huevo del que se desarrollaban en larva era depositado, con millones de otros huevos, en una de las charcas cálidas y con un suero venenoso que los carnívoros instintivamente repudiaban. Por el cálido arroyo que surgía de la charca flotaban los incontables miles de millones de huevos y larvas, desarrollándose mientras se dirigían lentamente hacia el mar. Algunos se convertían en larvas en la charca, otros en el viscoso arroyo y algunos no lo hacían hasta que llegaban al gran mar interior. En la siguiente etapa se convertían en peces o reptiles, An-Tak no estaba seguro, y de esta forma, siempre desarrollándose, nadaban hasta el sur, donde, en las fétidas y rebosantes junglas, algunos evolucionaban en anfibios. Siempre había aquellos en quienes el desarrollo se detenía en la primera etapa, otros cuyo desarrollo cesaba cuando se convertían en reptiles, mientras que la mayor proporción con diferencia formaba el suministro alimenticio de las hambrientas criaturas de las profundidades.
Pocos eran los que se desarrollaban en babuinos y luego en simios, que eran considerados por los caspakianos como el auténtico principio de la evolución. Del huevo, entonces, los individuos se desarrollaban lentamente hasta una forma superior, igual que el huevo de una rana se desarrolla a través de varias etapas de un pez con branquias a una rana con pulmones. Con esa idea en mente Bradley descubrió que no era difícil creer en la posibilidad de un esquema semejante: no había nada nuevo en él.
Del mono, el individuo, si sobrevivía, se desarrollaba lentamente en la orden más baja del hombre: el alu. Y luego gradualmente en bo-lu, sto-lu, band-lu, kro-lu y finalmente galu. Y en cada etapa incontables millones de otros huevos se depositaban en las cálidas charcas de las diversas razas y flotaban hasta el gran mar para pasar por un proceso similar de evolución fuera del vientre igual que nosotros desarrollamos a nuestros pequeños dentro; pero en Caspak el esquema es más complicado, pues combina no sólo el desarrollo individual sino también la evolución de las especies y los géneros. Si un huevo sobrevive atraviesa todas las etapas de desarrollo que el hombre pasó a través de incontables eones desde que la vida apareció por primera vez en la superficie de la tierra.
La etapa final (que los galus casi habían alcanzado y que todos esperaban conseguir), es el cos-ata-lu, que literalmente significa hombre-no-huevo, o que nace directamente como los jóvenes del mundo exterior de los mamíferos. Algunos de los galus producen cos-ata-lu y cos-ata-lo; los wieroos sólo cos-ata-lu. En otras palabras, todos los wieroos nacen varones, y por eso acechan a los galus para robarles sus mujeres y a veces capturan y torturan a hombres galus que son cos-ata-lu, con la intención de descubrir el secreto que creen les proporcionará poder ilimitado sobre los otros ciudadanos de Caspak.
Ningún wieroo viene desde el principio: todos nacen de padres wieroos y madres galu que son cos-ata-lo, de las que hay muy pocas debido a los largos y precarios estados de desarrollo. Siete generaciones del mismo ancestro deben venir desde el principio antes de que pueda nacer un niño cos-ata-lu; y cuando se consideran los terribles peligros que rodean la chispa de la vida desde el momento en que deja la cálida charca donde ha sido depositada para flotar hasta el mar entre las voraces criaturas que pueblan la superficie y las profundidades y las casi igualmente impensables ordalías de su esfuerzo por sobrevivir después una vez que se convierte en animal terrestre y empieza a dirigirse hacia el norte a través de los horrores de las junglas y bosques caspakianos, es simplemente asombroso que un solo bebé nazca de una mujer galu.
Se necesitan siete ciclos antes de que el séptimo galu pueda completar el séptimo círculo infestado de peligros desde que su primer antecesor galu consiguió el estado de galu. Durante montones de años, los antepasados de este primer galu pueden haberse desarrollado a partir de un huevo band-lu o bo-lu sin llegar a completar todo el círculo: de huevo galu a galu plenamente desarrollado.
La cabeza empezó a darle vueltas a Bradley antes de que hubiera comenzado a comprender siquiera las complejidades de la evolución caspakiana; pero a medida que la verdad se fue abriendo paso en su comprensión y pudo visualizar gradualmente el esquema, le pareció más sencillo. De hecho, parecía incluso menos difícil de comprender que aquello con lo que estaba familiarizado.
Durante varios minutos después de que An-Tak cesara de hablar, pues su voz se había apagado débilmente, ninguno de los dos volvió a decir nada. Entonces el galu comenzó de nuevo con su letanía.
—¡Comida! ¡Comida! ¡Hay una salida!