—Si se acercan lo suficiente, podemos ver sus ojos brillando en la oscuridad -dijo la muchacha-. Parecen puntos de luz. Brillan, pero no como los ojos del tigre o el león.
El hombre no pudo dejar de advertir el evidente horror con el que la muchacha hablaba de las criaturas. Para él los wieroos eran extraños, pero ella se había acostumbrado a verlos durante casi un año, y probablemente toda su vida los había visto o había oído hablar constantemente de ellos.
—¿Por qué los temes tanto? -preguntó-. Parece que es algo más que el temor ordinario al daño que pueden hacerte.
Ella trató de explicarse, pero lo máximo que él pudo comprender era que consideraba a los wieroos casi como seres sobrenaturales.
—Entre mi pueblo hay una leyenda que dice que una vez los wieroos sólo se diferenciaban de nosotros en que poseían alas rudimentarias. Vivían en aldeas en el país galu, y aunque los dos pueblos guerreaban con frecuencia, no se odiaban. En aquellos días cada raza venía desde el principio y había gran rivalidad respecto a cuál era la más alta en la escala de la evolución. Los wieroos desarrollaron los primeros eos-ata-lu, pero eran siempre machos: nunca pudieron reproducir mujeres. Lentamente empezaron a desarrollar ciertos atributos mentales que, consideraron, los situaban en un nivel aún más alto y que les dieron muchas ventajas sobre nosotros: sus mentes se volvieron como las estrellas y los ríos, moviéndose siempre de la misma forma, sin variar nunca. Llamaron a esto tas-ad, que significa hacerlo todo bien, o, en otras palabras, al modo wieroo. Si amigo o enemigo, bien o mal, se interpone en el camino del tas-ad, debe ser aplastado.
«Pronto los galus y las razas inferiores de hombres llegaron a odiarlos y temerlos. Fue entonces cuando los wieroos decidieron llevar el tas-ad a todos los rincones del mundo. Eran muy belicosos y muy numerosos, aunque hacía tiempo que habían adoptado la política de matar a todos aquellos cuyas alas no mostraban un desarrollo avanzado.
«Tardaron muchos años en que esto sucediera: lentamente se produjeron cambios distintos. Pero por fin los wieroos tuvieron alas que pudieran usar. Pero como siempre hacían la guerra a sus vecinos fueron odiados por toda criatura de Caspak, pues nadie quería su tas-ad, y por eso usaron sus alas para volar a esta isla cuando las otras razas se volvieron contra ellos y amenazaron con matarlos a todos. Tan crueles y sedientos de sangre se habían vuelto que ya no tienen corazones que latan con amor o compasión: pero su misma crueldad y maldad les impidió conquistar a las otras razas, ya que eran también crueles y malvados entre sí, y ningún wieroo confiaba en otro.
«Siempre estaban matando a sus superiores para poder conseguir poder y posesiones, hasta que por fin surgió quien fue más poderoso que los demás con un tas-ad propio. Congregó a su alrededor a algunos de los más terribles wieroos, y entre ellos hicieron leyes que quitaron a todos los wieroos las armas que poseían, menos a estos.
«Ahora su tas-ad ha alcanzado un plano superior entre ellos. Hacen muchas cosas maravillosas que nosotros no podemos hacer. Piensan grandes pensamientos, sin duda, y aún sueñan con grandezas por venir, pero sus pensamientos y sus actos están regulados por años de costumbre: todos son iguales, y son infelices.
Mientras la muchacha hablaba, los dos avanzaban firmemente por el pasadizo junto al río. Habían recorrido una distancia considerable cuando desde lejos les llegó el rugido ahogado del agua al caer, que aumentó de volumen mientras avanzaban hasta que por fin llenó el pasadizo de un estruendo ensordecedor. Entonces el pasadizo terminó en un muro liso, pero en un hueco a la derecha había una escalera que subía, y a la izquierda una puerta que daba al río. Bradley probó primero con la puerta y, al abrirla, sintió el golpe del agua contra su cara. El pequeño recodo ante la puerta estaba mojado y resbaladizo, y el rugido del agua era tremendo. Sólo podía haber una explicación: habían llegado a una cascada, y si el pasadizo terminaba aquí, su huida había quedado cortada, ya que evidentemente era imposible seguir el lecho del río y ascender por la catarata.
Como la escalera era la única alternativa, los dos se volvieron hacia ella y, el hombre primero, iniciaron el ascenso a través de un pozo similar al que los había llevado a las plantas superiores del templo. Mientras subía, Bradley buscaba aberturas en los lados del pozo, pero no descubrió ninguna por debajo de los quince metros. A la primera a la que llegó estaba entornada, dejando que una leve luz fluyera al pozo. Se detuvo, y la muchacha llegó a su lado, y juntos se asomaron a la rendija y vieron una cámara de techo bajo donde había varias mujeres galu y un número igual de horribles pequeñas réplicas de los wieroos adultos con las que Bradley no estaba familiarizado.
Pudo sentir que el cuerpo de la muchacha se apretujaba contra el suyo y se echaba a temblar mientras sus ojos se posaban sobre los reclusos de la habitación, e involuntariamente le rodeó los hombros con un brazo, como para protegerla de un peligro que sentía aunque no llegaba a reconocer.
—Pobrecillas -susurró ella-. Éste es su horrible destino: ser prisioneras bajo la superficie de la ciudad con sus horribles hijos, a quienes odian tanto como odian a sus padres. Los wieroos mantienen a sus hijos así escondidos hasta que se hacen adultos por miedo a que sean asesinados por sus semejantes. Las habitaciones inferiores de la ciudad están llenas de muchos casos como éste.
Varios metros más arriba había una segunda puerta y tras ella encontraron una habitación pequeña llena de comida y cuencos de madera. Una ventana con rejas en una pared daba a un callejón, y a través de ella pudieron ver que estaban justo debajo del techo del edificio. Se acercaba la noche, y a una sugerencia de Bradley decidieron ocultarse aquí hasta después de que oscureciera y luego subir al tejado y explorar.
Poco después de acomodarse oyeron algo descender por la escala. Esperaron que continuara hueco abajo, y contuvieron la respiración mientras el sonido se acercaba a la puerta del almacén. El corazón se les encogió cuando oyeron abrirse la puerta y entre las rendijas en los cuencos vieron a un wieroo con franja amarilla entrar en la habitación. Lo reconocieron de inmediato, y la muchacha reaccionó apretando súbitamente el brazo de Bradley. Era el wieroo de la franja amarilla en cuyo habitáculo había visto Bradley por primera vez a la muchacha.
La criatura llevaba un cuenco de madera que llenó con comida seca de varios de los aljibes; entonces se dio la vuelta y salió de la habitación. Bradley pudo ver a través de la puerta parcialmente abierta que bajaba por la escala. La muchacha le dijo que le llevaba comida a las mujeres y jóvenes de abajo, y que aunque podía regresar inmediatamente, era posible que se quedara allí un rato.
—Estamos justo debajo del lugar de la puerta amarilla -dijo-. Está lejos del límite de la ciudad; tan lejos que no tendremos ninguna esperanza de escapar si subimos al tejado.
—Creo que de todos los lugares en Oo-oh este será el más fácil para escapar -replicó el hombre-. De todas formas, quiero regresar al lugar de la puerta amarilla y recuperar mi pistola si está allí.
—Está allí todavía -respondió la muchacha-. Vi cómo la metía en un cofre donde guarda las cosas que coge a sus prisioneros y sus víctimas.
—¡Bien! -exclamó Bradley-. Vamos, rápido.
Y los dos cruzaron la habitación hasta el pozo y subieron la escala hasta llegar a otra puerta que daba a una habitación vacía, la misma en la que Bradley había encontrado a la muchacha. Encontrar la pistola fue cuestión de un momento por parte de la compañera de Bradley; luego, a una señal del inglés, lo siguió hasta la puerta amarilla.
Había oscurecido bastante cuando los dos se internaron en el estrecho pasillo entre dos edificios. Unos cuantos pasos los llevaron sin ser descubiertos a la puerta del almacén donde se encontraba el cuerpo de Fosh-bal-soj. En la distancia, hacia el templo, pudieron oír sonidos como de una gran concentración de wieroos: el peculiar y agudo gemido que se alzaba sobre el batir de incontables alas.
—Se han enterado de la muerte de El Que Habla por Luata -susurró la muchacha-, y cuando nos encuentren, nos despedazarán, pues sólo los wieroos pueden matar… sólo ellos pueden practicar el tas-ad.
—Pero a ti no te matarán -dijo Bradley-. Tú no lo mataste.
—No les importará -insistió ella-. Si nos encuentran juntos, nos matarán a los dos.
—No nos encontrarán juntos -anunció Bradley decididamente-. Tú te quedarás aquí… no estarás peor que antes de que yo llegara, y yo iré lo más lejos que pueda y daré cuenta de tantos como pueda antes de que me maten. ¡Adiós! Eres una chica muy buena. Ojalá hubiera podido ayudarte.
—No -gimió ella-. No me dejes. Prefiero morir. Tenía esperanza de encontrar algún medio de regresar a mi país. Quería volver con An-Tak, que estará muy solo sin mí; pero ahora sé que nunca será posible. Es difícil matar la esperanza, aunque la mía está casi muerta. No me dejes.
—¡An-Tak! -repitió Bradley-. ¿Amabas a un hombre llamado An-Tak?
—Sí -replicó la muchacha-. An-Tak había salido a cazar cuando los wieroos me capturaron. ¡Cómo debe de haber desesperado por mí! También era cos-ata-lu, doce lunas mayor que yo, y habíamos estado toda la vida juntos.
Bradley permaneció en silencio. Así que ella amaba a An-Tak. No tuvo valor de decirle que An-Tak había muerto, ni cómo.
Se detuvieron a escuchar ante la puerta del almacén de Fosh-bal-soj. De dentro no llegaba sonido alguno, y suavemente Bradley abrió la puerta. Todo era negra oscuridad en el interior, pero poco después sus ojos se acostumbraron a la penumbra que aliviaba parcialmente la suave luz de las estrellas desde el exterior. El inglés buscó y encontró las cosas por las que había venido: dos túnicas, dos pares de alas muertas y varios tramos de cuerda de fibra. Ajustó con la cuerda un par de alas a los hombros de la muchacha. Luego la envolvió en la túnica, cubriéndole la cabeza con la capucha.
La oyó jadear de asombro cuando advirtió la ingenuidad y la osadía de su plan; entonces le indicó que le ajustara el otro par de alas y la túnica. Trabajando con dedos fuertes y diestros ella pronto terminó el trabajo, y los dos salieron al tejado, en todos los sentidos auténticos wieroos. Además de su pistola Bradley llevaba la espada del profeta wieroo muerto, mientras que la muchacha iba armada con la pequeña hoja del wieroo rojo.
Uno al lado del otro caminaron lentamente por los tejados, dirigiéndose al norte de la ciudad. Los wieroos aleteaban alrededor de ellos y varias veces pasaron junto a otros que caminaban o se sentaban en los tejados. Desde el templo todavía llegaban ruidos de conmoción, ahora taladrados por ocasionales alaridos.
—Los asesinos están desatados -susurró la muchacha-. Así otro se convertirá en la lengua de Luata. Eso nos viene bien, ya que los mantiene demasiado ocupados para tener tiempo para buscarnos. Piensan que no podemos escapar de la ciudad, y saben que no podemos dejar la isla… lo mismo que creo yo.
Bradley negó con la cabeza.
—Si hay algún medio, lo encontraremos.
—No lo hay -respondió la muchacha.
Bradley no contestó, y continuaron en silencio hasta que el extremo exterior de los tejados se hizo visible ante ellos.
—Casi hemos llegado -susurró él.
La muchacha le buscó los dedos y los apretó. Bradley pudo sentir los de ella temblar mientras devolvía el apretón, pero no le soltó la mano. Así, llegaron al borde del último tejado.
Se detuvieron y miraron alrededor. Verlos intentar bajar al suelo traicionaría el hecho de que no eran wieroos. Bradley deseó que sus alas estuvieran unidas a sus cuerpos por medio de músculo y hueso y no de cuerdas de fibra. Un wieroo aleteaba en las alturas. Otros dos se hallaban junto a una puerta a unos pocos metros de distancia. Colocándose entre ellos y uno de los pedestales exteriores que sostenían uno de los numerosos cráneos, Bradley ató un trozo de cuerda al pedestal y dejó caer el otro extremo al suelo, fuera de la ciudad. Entonces esperaron.
Pasó una hora antes de que el terreno quedara completamente despejado y un momento en que no hubiera ningún wieroo a la vista.
—¡Ahora! -susurró Bradley. Y la muchacha cogió la cuerda y se deslizó por el borde del tejado a la oscuridad de abajo. Un instante después Bradley sintió dos rápidos tirones a la cuerda e inmediatamente siguió a la muchacha.
Cruzaron un estrecho claro y se introdujeron en el bosque más allá. Caminaron toda la noche, siguiendo el río corriente arriba hacia su fuente, y al amanecer se refugiaron en un bosquecillo junto al caudal. En ningún momento oyeron los rugidos de los carnívoros, y aunque muchos animales asustados huían de ellos, no fueron amenazados por ninguna bestia salvaje. Cuando Bradley expresó su sorpresa por la ausencia de las más feroces bestias que son tan numerosas en la tierra firme de Caprona, la muchacha aclaró el motivo que explicaba sus antiguas leyendas.
—Cuando los wieroos desarrollaron alas con las que pudieron volar, encontraron esta isla vacía de ninguna otra vida más que los pocos reptiles que vivían en la tierra y en el agua, y sólo cerca de la costa. Como necesitaban carne para comer, los wieroos llevaron a la isla los animales que desearon para ese propósito. Todavía los traen ocasionalmente, y esto 1 aumento natural les proporciona carne fresca.
—Como haremos nosotros -sugirió Bradley.
El primer día permanecieron ocultos, comiendo sólo la comida seca Bradley había cogido del templo, y la noche siguiente emprendieron de nuevo el camino río arriba, continuando firmemente hasta casi el amanecer, cuando llegaron a unas lomas donde el río serpenteaba a través de un barranco: ahora era poco más que un riachuelo, y el agua era clara y fría y estaba llena de peces similares a las truchas pero mucho más grandes. Como no deseaban abandonar la corriente los dos chapotearon siguiendo su curso hasta que llegaron a un punto donde el barranco se ensanchaba entre macizos perpendiculares y continuaba en un bosquecillo de tierra llana. Aquí se detuvieron, pues también terminaba el arroyo. Habían llegado a su fuente: muchos manantiales fríos borboteaban en el centro de un pequeño anfiteatro natural en las colinas y formaban una clara y hermosa laguna a la sombra de los árboles a un lado, limitada por un pequeño claro al otro.
Cuando salió el sol vieron que habían llegado a un lugar donde podían ocultarse de los wieroos durante mucho tiempo y también defenderse de estas criaturas aladas, ya que los árboles los protegerían de un ataque desde el aire y también entorpecer los movimientos de las criaturas si intentaban seguirlos al bosque.