Diecinueve minutos (51 page)

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Authors: Jodi Picoult

Tags: #Narrativa

BOOK: Diecinueve minutos
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Selena se sentó a la mesa de la cocina de los Markowitz, mientras Dee Dee Markowitz la observaba como un halcón. Ella había ido a entrevistar a Derek con la esperanza de que pudiera ser un testigo de la defensa, pero a decir verdad, la información que Derek le había dado hasta el momento lo hacía mucho mejor candidato para la acusación.

—¿Y si todo es culpa mía? —dijo Derek—. Quiero decir que soy el único a quien se le dio una pista. Si hubiera escuchado mejor, quizá habría podido detenerlo. Podría habérselo dicho a alguien más. En cambio, pensé que estaba bromeando.

—No creo que nadie hubiera actuado de otro modo en tu caso —dijo Selena con amabilidad y totalmente en serio—. El Peter que conocías no es el que fue al instituto ese día.

—Sí —dijo Derek asintiendo para sí.

—¿Ha terminado? —preguntó Dee Dee interrumpiendo—. Derek tiene clase de violín.

—Casi, señora Markowitz. Sólo quiero preguntarle a Derek acerca del Peter que conocía. ¿Cómo se conocieron?

—Ambos estábamos en el equipo de fútbol de sexto —dijo Derek—, y éramos unos desgraciados.

—¡Derek!

—Perdona, mamá, pero es cierto. —Miró a Selena—. Por supuesto, ninguno de esos atletas podrían escribir un código HTML aunque sus vidas dependieran de ello.

Selena sonrió.

—Bueno, a mí inclúyeme en la categoría de los inútiles tecnológicos. ¿De manera que se hicieron amigos mientras estaban en el equipo?

—Permanecíamos juntos en el banquillo porque nunca nos hacían jugar —explicó Derek—. Pero no, no nos hicimos amigos hasta que dejó de verse con Josie.

Selena jugaba con el bolígrafo.

—¿Josie?

—Sí, Josie Cormier. También va a la escuela.

—¿Y ella era amiga Peter?

—Era la única con quien él se relacionaba —respondió Derek—, pero luego ella se convirtió en una chica popular, y lo plantó. —Se quedó mirando a Selena—. A Peter en realidad le dio igual. Dijo que se había vuelto una puta.

—¡Derek!

—Lo siento, mamá —dijo—. Pero es cierto.

—¿Me perdonan un momento? —preguntó Selena.

Salió de la cocina y entró en el baño, donde sacó el móvil del bolsillo y marcó el número de su casa.

—Soy yo —dijo cuando Jordan contestó. Entonces se extrañó—. ¿Por qué hay tanto silencio?

—Sam está durmiendo.

—¿No le habrás puesto otro vídeo de dibujos sólo para leer con tranquilidad tu revista?

—¿Me has llamado para acusarme de ser un mal padre?

—No —dijo Selena—. He llamado para decirte que Peter y Josie eran buenos amigos.

En máxima seguridad, Peter tenía permitida una sola visita por semana, pero algunas personas no contaban. Por ejemplo, su abogado podía ir a verlo tantas veces como fuera necesario. Y, esto era lo raro, también los periodistas. Lo único que Peter tenía que hacer era firmar una pequeña nota diciendo que deseaba hablar con la prensa para que Elena Battista pudiera reunirse con él.

Estaba buena. Peter se dio cuenta de inmediato. En lugar de llevar un suéter informe de talla grande, se había puesto una ajustada blusa de botones. Si se inclinaba hacia adelante, incluso podía verle el escote.

Tenía el pelo espeso, largo y rizado, y ojos marrones. A Peter le costaba creer que alguien se hubiese burlado de ella en el instituto. Pero estaba sentada frente a él, eso seguro, y a duras penas podía mirarlo a los ojos.

—No puedo creerlo —dijo, acercando la punta de los pies hasta la línea roja que los separaba—. No puedo creer que esté aquí contigo.

Peter hizo como si no fuera la primera vez que oía eso.

—Sí —dijo—, está bien que hayas venido.

—Por Dios, era lo mínimo que podía hacer —dijo Elena.

Peter pensó en las historias que había oído acerca de admiradoras que se habían comenzado a cartear con presos y que, a la larga, se habían casado con ellos en una ceremonia en la prisión. Pensó en el oficial del correccional que había acompañado a Elena, y se preguntó si estaría contándoles a los demás que una que estaba buena estaba visitando a Peter Houghton.

—No te importa que tome notas, ¿verdad? —preguntó Elena—. Es para mi trabajo.

—Está bien.

La vio sacar un lápiz y aguantarlo con la boca mientras abría un cuaderno de notas por una página en blanco.

—Bueno, como te dije, estoy escribiendo acerca de los efectos del acoso.

—¿Por qué?

—Bueno, a veces, cuando estaba en el instituto, pensaba que lo mejor sería matarme en lugar de volver a clase al día siguiente, me parecía más fácil. Imaginé que si a mí se me ocurría, tenía que haber más gente que también lo pensase… y así fue como tuve la idea.

Ella se inclinó hacia adelante —alerta de escote —y miró a Peter fijamente.

—Espero poder publicarlo en una revista de psicología o algo así.

—Eso está bien.

Él hizo una mueca. Demonios, ¿cuántas veces iba a decir que algo estaba bien? Seguramente estaba quedando como un retrasado mental.

—Bueno, quizá pudieras comenzar diciéndome cuán a menudo te sucedía. El acoso, quiero decir.

—Cada día, supongo.

—¿Qué tipo de cosas te hacían?

—Lo usual —dijo Peter—. Meterme dentro de un casillero. Tirarme los libros por la ventanilla del autobús.

Le contó la letanía que ya le había contado a Jordan miles de veces: cómo le daban codazos mientras subía la escalera, cómo le quitaban los anteojos y se los rompían, cómo lo insultaban constantemente.

A Elena se le humedecieron los ojos.

—Eso tiene que haber sido muy duro.

Peter no sabía qué decir. Quería mantenerla interesada en su historia, pero no al precio de hacerle creer que era un debilucho. Se encogió de hombros, esperando que fuera respuesta suficiente.

Ella dejó de escribir.

—Peter, ¿puedo preguntarte algo?

—Claro.

—¿Incluso si está fuera de lugar?

Peter asintió.

—¿Planeaste matarlos?

Ella volvió a inclinarse hacia adelante, con los labios abiertos, como si lo que Peter iba a decir fuera una hostia, una comunión que llevase toda la vida esperando. Peter oía los pasos de un guardia que pasaba por la puerta que tenía detrás, casi podía saborear el aliento de Elena. Quería darle la respuesta correcta, una que sonase lo suficientemente peligrosa como para que se quedase intrigada y quisiera volver.

Él sonrió de una manera que fuera algo seductora.

—Digamos que aquello tenía que terminar —contestó.

Las revistas de la consulta del dentista de Jordan llevaban allí una eternidad. Eran tan viejas, que la famosa que se casaba en la portada ya se había divorciado de ese marido; tanto, que el presidente nombrado Hombre del Año ya había dejado la presidencia. En ese momento, al toparse con el último número de
Time
mientras esperaba su cita para un empaste, Jordan se dio cuenta de que se hallaba ante un hecho extraordinario.

INSTITUTO: ¿EL NUEVO FRENTE DE BATALLA?, decía la portada, y había una imagen del de Sterling tomada desde un helicóptero, con los chicos saliendo disparados por todas las salidas posibles del edificio. Hojeó distraídamente el artículo y las secciones, sin esperar encontrar nada que no supiera ya o que no hubiera leído en los informes, pero un subtítulo le llamó la atención.

«En la mente del asesino», leyó, y vio aquella fotografía tan usada de Peter, sacada del libro escolar de octavo.

Empezó a leer.

—Maldición —dijo poniéndose en pie y dirigiéndose hacia la puerta.

—Señor McAfee —dijo la enfermera—, es su turno.

—Tengo que cambiarlo…

—De acuerdo, pero no puede llevarse nuestra revista.

—Añádala a mi cuenta —le soltó Jordan antes de echar a correr hacia el coche.

El móvil sonó justo al encender el motor. Esperaba que fuera Diana Leven, pavoneándose de su buena suerte, pero era Selena.

—Oye, ¿has terminado con el dentista? Necesito que te pases por CVS y que compres pañales de regreso a casa. Me voy.

—No voy a casa. Tengo un asunto serio ahora.

—Cariño —dijo Selena—, no hay asuntos más serios.

—Te lo explicaré luego —dijo Jordan.

Apagó el móvil, de manera que, aunque Diana llamara, no pudiera encontrarlo.

Llegó a la cárcel en veintiséis minutos, un récord personal, y se dirigió raudo hacia la entrada. Una vez allí, pegó la revista que llevaba contra el plástico que lo separaba del policía que lo estaba registrando.

—Necesito entrar esta publicación para enseñársela a mi cliente —dijo Jordan.

—No puede ser —dijo el oficial—. No puede entrar nada que tenga grapas.

Irritado, Jordan se apoyó la revista en la pierna y le arrancó las grapas.

—Ya está. ¿Puedo ver ahora a mi cliente?

Lo acompañaron a la misma sala de siempre, y se quedó dando vueltas mientras esperaba a Peter. Cuando llegó, Jordan golpeó la mesa con la revista abierta por la página del artículo.

—¿Qué carajo estabas haciendo?

Peter se quedó con la boca abierta.

—Ella… ¡Nunca dijo que escribía para
Time
! —dijo con la mirada clavada en la página—. No puedo creerlo —murmuró.

Jordan sentía que la sangre se le subía a la cabeza. Con toda seguridad, así era como la gente sufría apoplejías.

—¿Te das cuenta de lo serias que son las acusaciones contra ti? ¿De lo mal que lo tienes? ¿De las pruebas que hay en contra? —Golpeó la página del artículo con la mano abierta—. ¿Crees que esto te hace parecer más simpático?

Peter frunció el cejo.

—Bueno, gracias por la lectura. Quizá si hubiese estado aquí para ahorrármelo hace unas semanas, no estaríamos discutiendo ahora.

—Oh, perfecto —replicó Jordan—. Consideras que no vengo lo suficiente, de manera que decides vengarte de mí hablando con la prensa.

—No era de la prensa. Era mi amiga.

—¿Sabes? —dijo Jordan—, tú no tienes amigos.

—Dígame algo que no sepa —contestó Peter.

Jordan abrió la boca para gritarle de nuevo, pero no pudo. La sinceridad de su frase lo golpeó, ya que recordó la entrevista que Selena había mantenido esa misma semana con Derek Markowitz. Los amigos de Peter lo habían abandonado, o traicionado, o habían difundido sus secretos por todas partes.

Si de verdad quería hacer bien aquel trabajo, no podía limitarse a ser su abogado. Tenía que ser su confidente, y hasta la fecha lo único que había hecho era darle falsas esperanzas, como todos los demás en su vida.

Jordan se sentó cerca de Peter.

—Mira —dijo en voz baja—, no puedes volver a hacer algo así. Si alguien se pone en contacto contigo otra vez, por cualquier motivo, tienes que decírmelo. Por mi parte, vendré a verte más a menudo. ¿De acuerdo?

Peter se encogió de hombros como señal de asentimiento. Durante un momento muy largo permanecieron sentados el uno junto al otro sin decir nada, sin saber qué hacer.

—¿Y ahora qué? —preguntó Peter—. ¿Tengo que volver a hablar de Joey? ¿O me preparo para esa entrevista psiquiátrica?

Jordan dudó. El único motivo por el que había ido a ver a Peter era para reprocharle que hubiese hablado con una periodista. De no ser por eso, no se habría dirigido a la cárcel. Supuso que podría pedirle a Peter que le contase su infancia, su vida escolar o sus sentimientos cuando lo acosaban, pero en ese momento no le parecía bien.

—Pues necesito un consejo —dijo—. Mi mujer me compró en Navidad ese juego,
Agentes de Incógnito
. Lo que pasa es que no consigo superar el primer nivel sin que me liquiden.

Peter se lo quedó mirando de reojo.

—Bueno, ¿está registrado como Droide o como Real?

¿Y él qué sabía? No había sacado el CD de la caja.

—Como Droide.

—Ése es su primer error. Mire, no se puede enrolar en la Legión de Pyrhphorus, tienen que citarle para que lo haga. La manera es comenzando en la Academia en lugar de en las Minas. ¿Lo entiende?

Jordan bajó la mirada al artículo, todavía sobre la mesa. El caso acababa de volverse mucho más complicado, pero quizá eso se compensara con el hecho de que la relación con su cliente se había vuelto mucho más fácil.

—Sí —dijo Jordan—. Comienzo a entenderlo.

—Esto no te va a gustar —dijo Eleanor dándole un documento a Alex.

—¿Por qué no?

—Es una moción para que te recuses a ti misma en el caso Houghton. La acusación pide una audiencia.

Una audiencia quería decir que la prensa estaría presente, las víctimas estarían presentes, las familias estarían presentes. Quería decir que Alex estaría bajo la mirada pública antes de que el caso avanzase lo más mínimo.

—Pues no se la voy a conceder —dijo Alex desdeñosamente.

Su asistente dudó.

—Yo me lo pensaría dos veces.

Alex la miró a los ojos.

—Ya puedes irte.

Esperó a que Eleanor cerrase la puerta tras ella, y entonces cerró los ojos. No sabía qué hacer. Era cierto que durante la comparecencia había estado más nerviosa de lo que esperaba. También era cierto que la distancia entre ella y Josie se podía medir con los parámetros de su papel como jueza. Y todo eso porque Alex había asumido firmemente que era infalible, porque había estado tan segura de que podría ser justa que había llegado a un callejón sin salida. Podría recusarse antes de que el proceso comenzara. Pero si se hiciera a un lado sin más, podría parecer caprichosa, en el mejor de los casos, o inepta, en el peor. Y ella no quería que ninguno de esos adjetivos quedase asociado a su carrera judicial.

Si no le daba a Diana Leven la audiencia que estaba solicitando, parecería que Alex se estuviera escondiendo. Lo mejor sería dejarles definir sus posiciones y ser buena chica. Alex apretó el botón del intercomunicador.

—Eleanor —dijo—, prográmala.

Se pasó los dedos por el pelo y volvió a alisarlo. Necesitaba un cigarrillo. Rebuscó por los cajones de su mesa pero sólo pudo encontrar un paquete vacío de Merits.

—Mierda —murmuró, pero entonces recordó el paquete de emergencia escondido en el maletero del coche.

Alex tomó las llaves, se levantó y salió del despacho, apresurándose por la escalera trasera hacia el garaje.

Abrió de golpe la puerta de emergencia y notó cómo golpeaba con fuerza a alguien.

—¡Dios mío! —gritó acercándose al hombre a quien acababa de golpear—. ¿Está usted bien?

Patrick Ducharme levantó la cabeza con una mueca de dolor.

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