—Tú dijiste… tú dijiste el sábado que yo todavía continuaría escribiendo titulares para el
Kvällspressen
durante muchos años; ¿eran sólo palabras?
Anders Schyman resopló.
—No, en absoluto. Por eso te ofrezco que continúes en el periódico bajo otra forma de contrato. Te ayudamos a montar una empresa, un local y compramos cinco días de tu tiempo al mes durante cinco años. Los honorarios diarios como periodista
freelance
son de dos mil quinientas coronas por día, además de vacaciones y seguridad social. Eso te asegura más de la mitad de tu sueldo durante cinco años, además de poder trabajar cuanto quieras para otros.
Langeby se secó los mocos con el dorso de la mano y miró fijamente a la alfombra. Después de un momento de silencio dijo:
—¿Y si cojo otro trabajo?
—Entonces podemos arreglar que el dinero se te pague como indemnización, 169.500 coronas por año o 508.500 por tres años. No podemos pagar más como compensación.
—¡Tú dijiste cinco años! —profirió Langeby, repentinamente combativo.
—Sí, pero entonces trabajarás para nosotros. El contrato de
freelance
no es ningún contrato blindado. Esperamos que trabajes para nosotros, si bien de otra manera.
Langeby volvió a dirigir la mirada hacia la alfombra. Schyman esperó un rato, luego pasó al siguiente estadio, la cura.
—Me he dado cuenta de que ya no estás contento en la redacción. No te has acostumbrado a los nuevos tiempos. Me da pena que estés descontento con la transformación de tu lugar de trabajo. Esta es una forma ventajosa de conseguir una buena base para comenzar una nueva carrera como autónomo. No estás a gusto trabajando con Annika Bengtzon y me parece lamentable. Pero Annika se queda, tengo grandes planes para ella. No estoy de acuerdo en absoluto con tu evaluación de ella. Me parece que es atrevida y muy inteligente. A veces explota con facilidad, pero eso cambiará con el tiempo. Últimamente ha estado sometida a una fuerte presión, en parte por tu culpa, Nils. Yo quiero conservar vuestra competencia en el periódico, y creo que un contrato de este tipo puede ser bueno para todos…
—508.500 son sólo dos pagas anuales —indicó Nils Langeby.
—Sí, son dos pagas anuales enteras, y te las damos sin peleas ni malas palabras. Nadie necesita saber nada del dinero. Sólo tienes que anunciar que das un paso más en tu carrera y te haces autónomo como
freelance
. El periódico lamentará la pérdida de un colaborador tan experimentado, pero apreciará que continúes trabajando para nosotros como colaborador…
Nils Langeby miró al director con una mueca de intenso desprecio.
—¡Joder! —prorrumpió—. Eres más falso y servil que una serpiente. ¡A la mierda!
Nils Langeby se levantó sin decir una palabra más y salió por la puerta. La cerró de un portazo y Anders Schyman oyó alejarse sus pasos en la redacción.
El director fue hacia la mesa y bebió otro vaso de agua. La última pastilla había conseguido que el dolor de cabeza se suavizara, pero todavía notaba sus martillazos en las sienes. Dio un profundo suspiro. Esto estaba saliendo muy bien. La cuestión era si no había ganado ya. Una cosa estaba clara, Nils Langeby tenía que irse. Se iría de la redacción y no volvería a poner un pie en ella. Desgraciadamente nunca renunciaría por las buenas. Continuaría apestando el aire de la redacción durante doce años más sin hacer otra cosa que sabotear.
Schyman se sentó en la silla del escritorio y miró hacia la embajada. Varios niños intentaban deslizarse en trineo por un montículo de barro en la parte delantera.
Por la mañana el director general le había garantizado que podría disponer de parte del presupuesto para poder despedir a Nils Langeby ofreciéndole hasta cuatro pagas anuales. Sería más barato que pagarle doce, que es lo que le correspondía si se quedaba. Si Nils Langeby fuera algo listo, que no lo era, debería aceptar la oferta. Si no lo hacía, tenía a mano otros métodos. Se le podía destinar al turno de mañana como corrector, por ejemplo. Por supuesto, habría negociaciones sindicales y un escándalo, pero el sindicato no podría evitarlo ni podría decir que la empresa había cometido una falta formal. Como reportero, se presuponía que estaba capacitado para trabajar como corrector de textos, así que no debería haber ningún problema.
El sindicato, sobre todo, no tendría nada que discutir. Anders Schyman sólo le había hecho una oferta al reportero. En este trabajo era corriente ofrecer a los reporteros indemnizaciones por despido, aunque no se habían dado muchos casos en este periódico. Todo lo que el sindicato de periodistas podía hacer era apoyar a su afiliado durante la negociación e intentar que el acuerdo le fuera lo más favorable posible.
Si todo se fuera a la mierda, el abogado del periódico, un experto en convenios laborales, estaba preparado para un duro proceso en la magistratura de trabajo. El sindicato de periodistas se presentaría como parte y asesoraría a Langeby en el juicio, pero el periódico no podía perder. Lo único que Schyman perseguía era deshacerse de este tío de mierda, y lo conseguiría.
El director tomó un trago de agua, cogió el teléfono y le dijo a Eva-Britt Qvist que viniera. La noche anterior le había leído la cartilla seriamente a Spiken, que ya no volvería a dar más problemas. Lo mejor era cogerlos a todos al mismo tiempo.
La llamada de Leif, el informante, llegó a la redacción a las once cuarenta y siete, sólo tres minutos después de que el hecho tuviera lugar. Fue Berit quien la recibió.
—Stockholm Klara ha volado por los aires; hay cuatro heridos por lo menos —anunció el informante y colgó. Antes de que la información llegara al cerebro de Berit, Leif ya había llamado al otro periódico. Tenía que ser el primero, de otro modo no habría dinero.
Berit no colgó, sino que pulsó la tecla de conexión un instante, luego marcó el número directo de la central de alarmas de la policía.
—¿Es cierto que ha habido una explosión en la terminal de Correos? —preguntó rápidamente.
—Todavía no sabemos nada —respondió un policía totalmente estresado.
—¿Es verdad que ha explotado? —dijo Berit.
—Eso parece.
Colgaron y Berit tiró el resto de su bocadillo del almuerzo en la papelera de reciclaje de papel.
A las doce Radio Stockholm fue la primera en difundir la noticia al público.
Annika abandonó Tungelsta con una especie de extraño calor espiritual. La mente tiene, a pesar de todo, una fantástica capacidad para sobreponerse. Agitó la mano hacia Olof Furhage y su Alice al doblar hacia Alwägen, cruzó lentamente los encantadores bloques de casas hacia la carretera 257. Aquí sí que podría vivir. Pasó por Krigslida, Glasberga y Norrskogen camino al cruce de Västerhaninge y la autopista a Estocolmo.
Cuando estuvo en el carril correcto de Nynäsvägen cogió el móvil, que seguía en el asiento del copiloto. «Llamada perdida» decía la pantalla, pulsó «mostrar número» y vio que la centralita del periódico la había buscado. Resopló ligeramente y dejó el teléfono en el asiento. «Joder, qué bien que ya casi fuera Navidad.»
Puso de nuevo la radio y cantó con Alphaville
Forever Young.
Justo después de la salida a Dalarö el teléfono sonó de nuevo. Resopló y bajó el volumen, se puso el auricular en el oído y pulsó «contestar».
—¿Annika Bengtzon? Hola, soy yo, Beata Ekesjö, hablamos el martes. Nos conocimos en el pabellón deportivo y te llamé anoche…
Annika gruñó interiormente: «¡la pirada jefa de obra!».
—Hola —respondió Annika y adelantó a un camión ruso.
—Bueno, me preguntaba si tienes tiempo para hablar conmigo un momento.
—En realidad no —dijo Annika y volvió a situarse en el carril de la derecha.
—Es muy importante —contestó Beata Ekesjö.
Annika volvió a resoplar.
—Vaya, ¿y de qué se trata?
—Creo que sé quién asesinó a Christina Furhage.
Annika estuvo a punto de salirse por la cuneta.
—¿Lo sabes? ¿Cómo puedes saberlo?
—He encontrado una cosa —contestó Beata Ekesjö.
El cerebro de Annika iba a mil por hora.
—¿Qué es?
—No puedo decírtelo.
—¿Has hablado con la policía?
—No, quería enseñártelo primero.
—¿A mí? ¿Por qué?
—Porque tú has escrito sobre esto.
Annika aminoró la velocidad para poder pensar y fue rápidamente adelantada por el camión ruso. Una nube de nieve llenó la carretera.
—No soy yo quien investiga el asesinato, es la policía judicial.
—¿No quieres escribir sobre mí?
La chica no se daba por vencida; al parecer quería salir en el periódico.
Annika sopesó los pros y los contras. La tía estaba chiflada, seguramente no sabía una mierda y ella quería irse a casa. Pero al mismo tiempo no podía colgar cuando alguien llamaba revelando la solución de un asesinato.
—Dime lo que has encontrado y así sabré si puedo escribir sobre ello.
La nube de nieve era muy espesa. Annika pasó al carril de la izquierda y adelantó de nuevo al camión ruso.
—Te lo puedo enseñar.
Annika resopló en silencio y miró el reloj: la una menos cuarto.
—Bueno, ¿dónde lo tienes?
—Aquí, en el estadio olímpico.
El coche pasó Trångsund y Annika se dio cuenta de que pasaría junto al estadio Victoria de camino al periódico.
—Okey.Estaré ahí en quince minutos.
—¡Bien! —contestó Beata—. Te espero en la explanada…
El teléfono emitió tres cortos pitidos y la conversación se cortó. La batería estaba agotada. Annika comenzó a rebuscar la otra batería en el fondo de su bolso, pero dejó de hacerlo al meterse sin querer en el carril de aceleración. El móvil tendría que esperar hasta que saliera del coche. Subió el volumen de la radio de nuevo y se alegró al descubrir que acababa de empezar la vieja canción feminista de Gloria Gaynor
I Will Survive:
First I was afraid,
I was petrified,
Kept thinking I could never live without you by my side,
But then I spent so many nights thinking how you did me wrong,
And I grew strong,
And I learned how to get along…
Muchos periodistas y fotógrafos ya habían tenido tiempo de presentarse en Stockholm Klara cuando Berit y Johan Henriksson llegaron. Berit entornó los ojos para ver la fachada futurista: el sol reverberaba sobre el cristal y el cromo.
—Nuestro Dinamitero se renueva —dijo ella—. Antes no había utilizado cartas bomba antes.
Henriksson cargaba sus cámaras con carretes de película al mismo tiempo que subían las escaleras de la entrada principal. Los otros periodistas esperaban en el luminoso vestíbulo. Berit miró a su alrededor cuando entró. El edificio era un típico complejo de los años ochenta de mármol, escaleras mecánicas y techos altísimos.
—¿Hay alguien del periódico
Kvällspressen
?—preguntó un hombre junto a los ascensores.
—Sí, aquí —respondió Berit.
—¿Puede ser tan amable de seguirme? —preguntó el hombre.
La policía ya no acordonaba la zona, la entrada estaba limpia de nieve y Annika pudo conducir hasta la escalera de la entrada principal del estadio. Miró a su alrededor: el sol deslumbraba tanto que tuvo que entornar los ojos, pero no se veía un alma por ninguna parte. Se quedó sentada con el coche en marcha acabando de escuchar a Dusty Springfield en
I Only Wanna be With You
. Alguien golpeó la ventanilla y ella se sobresaltó.
—Hola, ¡Dios, qué susto me has dado! —exclamó Annika cuando abrió la puerta.
Beata Ekesjö sonrió.
—No tienes por qué preocuparte.
Annika apagó el motor y guardó el móvil en el bolso.
—No puedes aparcar aquí —informó Beata Ekesjö—. Seguro que te ponen una multa.
—Es que no pienso estar mucho tiempo —protestó Annika.
—No, pero tenemos que andar un rato. Son setecientas cincuenta coronas de multa.
Annika resopló por dentro.
—¿Dónde lo dejo entonces?
Beata señaló.
—Allí, al otro lado del puente peatonal. Te espero aquí.
Annika se volvió a sentar en el coche. «¿Por qué permito que la gente me dé órdenes?», pensó mientras conducía por el mismo camino por el que había venido y aparcó entre los otros coches de las casas cercanas. Bueno, le vendría bien caminar unos minutos al calor del sol, esto no ocurría todos los días. Lo principal era que no llegara tarde a la guardería. Annika cogió el móvil y cambió la batería. Pitó cuando colocó la nueva, «mensaje recibido» comenzó a parpadear en la pantalla. Pulsó la C para borrar el texto y llamó a la guardería. Cerraban a las cinco de la tarde, una hora antes que de costumbre, pero más tarde de lo que ella pensaba.
Respiró profundamente y se dispuso a cruzar el puente peatonal.
Beata la esperaba, sonrió y su aliento permaneció como una nube blanca a su alrededor.
—¿Qué me querías enseñar? —preguntó Annika y se dio cuenta de lo irritada que sonaba su voz.
Beata continuó sonriendo.
—He encontrado una cosa muy extraña allí lejos —informó señalando—. No tardaremos mucho.
Annika resopló en silencio y comenzó a caminar. Beata la siguió.
En el mismo momento que Berit y Henriksson entraban en el ascensor en Stockholm Klara, Kjell Lindström, el fiscal general, llamaba al periódico. Quería hablar con el director y le pusieron con su secretaria.
—Lo siento pero ha salido a almorzar —respondió la secretaria cuando Schyman movió la mano rechazándolo—. ¿Puedo dejarle algún mensaje? ¿Qué? Sí, espere un momento voy a ver si puedo pasarle…
La migraña de Schyman no quería desaparecer. Lo que más ansiaba era tumbarse en una habitación totalmente oscura y simplemente dormir. A pesar del dolor de cabeza había llevado a cabo muchas labores constructivas por la mañana. La conversación con Eva-Britt Qvist había sido increíblemente fácil. La secretaria de redacción había dicho que pensaba que Annika Bengtzon era una jefa muy prometedora, que la apoyaría de todas las maneras posibles y por supuesto quería colaborar para que el trabajo en la redacción de sucesos funcionara bajo la dirección de Annika.
—Es el fiscal; insiste mucho —anunció la secretaria, acentuando la palabra «mucho».
Anders Schyman resopló y cogió el aparato.
—Vaya, las fuerzas del orden están en alerta el «día antes» —dijo—. Aunque os habéis equivocado de papeles, somos nosotros los que tenemos que perseguiros…