—¿Qué pasa? —preguntó enfadado y colocó el auricular sobre el hombro.
—Viene una foto de Vallentuna, de Christina Furhage y Stefan Bjurling. Revela el carrete y saca copias de todas los negativos. Me tengo que ir, pero volveré sobre las ocho, ¿de acuerdo?
El operario de Foto Pelle asintió y volvió al teléfono.
No se preocupó de llamar a un taxi sino que cogió uno en la parada de Rålambsvägen. Sentía el estrés como una gran bola en el diafragma que crecía hasta dificultarle la respiración. Esto era justo lo que menos necesitaba ahora mismo.
En el apartamento, los niños corrieron a su encuentro con besos y dibujos. Thomas la besó apresurado al salir y tomó el mismo taxi con el que ella había venido.
—Escuchad, tengo que desvestirme, tranquilos…
Ellen y Kalle se detuvieron, sorprendidos al oír su tono irritado. Ella se inclinó y los abrazó un poco fuerte y rápido y se fue al teléfono. Llamó a Ingvar Johansson; se había ido a la reunión de las seis. Gruñó, ahora no le quedaba tiempo para informar a los otros sobre lo que había hecho su redacción durante el día. Bueno, tendría que hablar con Spiken más tarde.
La comida estaba sobre la mesa, los niños ya habían comido. Se sentó a la mesa e intentó comer muslos de pollo Stina, pero se le hizo una bola en la boca y se vio obligada a escupirlo todo. Comió unas cucharadas de arroz y tiró el resto; no podía comer nada cuando estaba tan estresada.
—Tienes que comer —dijo Kalle reprendiéndola.
Dejó a los niños delante del
Calendario de Adviento
de la televisión, cerró la puerta del salón y llamó a Patrik.
—Tigern ha llamado —gritó el reportero—. Está muy enfadado.
—¿Por qué? —preguntó Annika.
—Está de luna de miel en Tenerife, Playa de las Americas, se fue el jueves y vuelve a casa el lunes. Dice que los policías sabían de sobra que él estaba ahí, habían controlado todas las salidas de Arlanda y él había salido por ahí. La policía española le había detenido y obligado a prestar declaración durante toda una mañana. Por consiguiente se perdió la
grisfesten
y una bebida gratis junto a la piscina. ¿Te puedes imaginar una putada peor?
Annika esbozó una sonrisa.
—¿Vas a escribir algo sobre esto?
—Claro.
—¿Has oído las noticias del
Eko
sobre los análisis del explosivo?
—Yes
, en eso estoy ahora. Ulf Olsson y yo hemos podido entrar en un almacén de explosivos y estamos fotografiando diferentes tipos de cargas explosivas. ¿Sabes? ¡Parecen salchichas!
¡Alabado Patrik! Era absolutamente formidable y entusiasta en todas las situaciones, y él mismo encontraba distintos enfoques para sus artículos.
—¿Has conseguido algo sobre la caza del Dinamitero?
—No, de eso no sueltan prenda. Creo que están a punto de saber quién es el cabrón.
—Tenemos que conseguir algún tipo de confirmación. Puedo intentar arreglarlo por la noche —dijo Annika.
—Ahora nos tenemos que ir de aquí, si no, nos puede entrar dolor de cabeza dice nuestro dinamitero. Hasta luego.
El calendario parecía haber acabado y los niños habían comenzado a disputarse una revista de
Bamse.
Entró en el salón y cambió el canal de televisión a la 2 para esperar las noticias regionales.
—¿Podemos hacer un rompecabezas, mamá?
Se sentaron en el suelo y desparramaron el rompecabezas de madera, veinticinco piezas con
Alfons Åberg y Milla
en la cabaña del árbol. Annika se sentó y toqueteó ausente las piezas. Estuvieron así sentados hasta que la sintonía de ABC tronó a las siete menos diez. Entonces ordenó lavado de dientes mientras veía lo que ABC había preparado. Habían estado en el pabellón de Sätra y habían entrado en el vestuario de los arbitros. Las imágenes no eran especialmente dramáticas, la explosión no parecía haber ocasionado demasiados desperfectos en el local. Todos los rastros del pobre Steffe habían sido cuidadosamente retirados. No tenían ningún dato sobre una pronta detención. Fue al cuarto de baño a ayudar a los niños a lavarse los dientes mientras ABC continuaba con un reportaje sobre las compras de Navidad.
—Poneos el pijama y luego leemos
Pelle Svanslös
. No olvidéis las pastillas de flúor.
Los dejó pelear en su cuarto mientras Rapport emitía sus titulares. Apostaban fuerte por los datos de
Eko
sobre el recorte en la política regional. No había nada que necesitara ver. Leyó a Gösta Knutsson y acostó a los niños, que peleaban obstinados y no querían dormir.
—Estamos casi en Navidad y todos los niños tienen que ser buenos; si no Papá Noel no vendrá —anunció amenazadoramente.
Resultó y al rato dormían. Llamó a Thomas al trabajo y al móvil. Por supuesto, no respondía. Encendió el viejo ordenador del dormitorio y escribió rápidamente de memoria los datos de la conversación con Helena Starke. Guardó el documento en un disquete y se puso cada vez más nerviosa. ¿Dónde diablos estaba Thomas?
Llegó a las ocho y media.
—Gracias cariño —jadeó al cerrar la puerta.
—¿Le has pedido al taxi que espere? —preguntó secamente.
—No, ¡vaya! Me olvidé.
Bajó corriendo las escaleras para intentar atrapar el taxi, pero ya se había ido. Caminó hasta la Kungsholmstorg; no había ningún taxi en la parada. Siguió hasta la farmacia Påfågeln y continuó hacia Kungsholmsgatan; también había otra parada en Scheelegatan. Había un solitario taxi de una extraña compañía de las afueras. Llegó a la redacción a las nueve menos cinco. Esta estaba en silencio y vacía. Ingvar Johansson se había ido a casa hacía tiempo y el equipo de noche estaba cenando en el restaurante. Se fue a su despacho y se dispuso a hacer algunas llamadas.
—¡Joder! Empiezas a ser un poco pesada —dijo su fuente.
—No seas tan engreído —respondió cansada—. Llevo trabajando catorce horas y empiezo a estar hasta las narices. Tú sabes lo que quiero y dónde me tienes, venga. ¿Una tregua?
El policía resopló pesadamente al otro lado de la línea.
—Tú no eres la única que lleva trabajando desde las siete de la mañana.
—Sabéis quién es, ¿verdad?
—¿Qué te hace pensarlo?
—Tú sueles salir a tu hora, sobre todo al acercarse las grandes fiestas. Tenéis algo entre manos.
—Claro que tenemos algo, siempre tenemos algo.
—¡Jesús! —exclamó ella.
—¡Mierda! No podemos soltar los datos de que estamos tras la pista del Dinamitero, tienes que entenderlo. Si no, desaparecería.
—¿Pero estáis cerca?
—No he dicho eso.
—¿Pero lo estáis?
El hombre no respondió.
—¿Qué puedo escribir? —preguntó Annika cuidadosamente.
—Ni una línea; si no, todo se puede ir a la mierda.
—¿Cuándo lo detendréis?
El policía permaneció en silencio unos segundos.
—Tan pronto como lo encontremos.
—¿Encontrar?
—Ha desaparecido.
A Annika se le puso la piel de gallina.
—¿Así que sabéis quién es?
—Creemos que sí.
—Dios mío —susurró Annika—. ¿Desde cuándo lo sabéis?
—Sospechamos desde hace un par de días; ahora estamos lo suficientemente seguros y queremos interrogar a esta persona.
—¿Podemos participar? —preguntó rápidamente.
—¿En la detención? No lo creo. No tenemos ni puñetera idea de dónde se encuentra esta persona.
—¿Sois muchos los que estáis en ello?
—Todavía no, no hemos enviado ninguna orden de busca y captura nacional. Primero queremos controlar los lugares que conocemos.
—¿Cuándo enviaréis la orden de busca?
—Respuesta: no lo sé.
Annika pensó detenidamente. «¿Cómo podría hacer para escribir esto sin escribir sobre esto?»
—Sé lo que estás pensando —dijo el policía en el auricular—, y ya puedes estar olvidándote. Tómalo como una prueba. Te estoy dando mi confianza, así que piénsalo bien antes de utilizarlo.
La conversación terminó y Annika permaneció sentada en la habitación polvorienta con el corazón desbocado. Probablemente era la única periodista que lo sabía, y no podía hacer nada.
Fue a la redacción para tranquilizarse y hablar con Spiken. Lo primero que vio fue una hoja, una copia impresa en blanco y negro del titular del periódico de mañana. Decía: christina purhage lesbiana. su amante habla sobre sus últimas horas.
Annika sintió que toda la sala daba vueltas. «No es verdad —pensó—. ¡Dios mío! ¿De dónde sale esto?» Fue con el ceño fruncido hasta el panel con el recorte, arrancó el titular y lo tiró sobre la mesa delante de Spiken.
—¿Qué diablos es esto? —preguntó.
—La noticia de mañana —respondió el jefe de noche imperturbable.
—No podemos publicarlo —argüyó Annika sin poder mantener la voz bajo control—. Eso no tiene nada que ver con la historia. Christina Furhage nunca habló en público sobre su sexualidad. No tenemos derecho a mostrarla de esta manera. Ella no lo quiso decir mientras vivía, y por eso no tenemos ningún derecho a hacerlo ahora que está muerta.
El jefe de noche se estiró; juntó las manos, las colocó en la nuca y se recostó tanto en la silla que parecía que iba a volcarla.
—No hay por qué avergonzarse de que te gusten las mujeres. A mí también me gustan —sonrió.
Miró por encima del hombro para recibir el apoyo de los maquetistas alrededor de la mesa. Annika se obligó a ser concreta.
—Estaba casada y tenía hijos. ¿Serás capaz mañana de mirar a los ojos de la familia si publicas esto?
—Era un personaje público.
—¡No importa, joder! —exclamó Annika y no pudo controlar su irritación—. ¡La mujer ha sido asesinada! ¿Y quién diablos ha escrito el artículo?
El jefe de noche se incorporó con dificultad. Ahora estaba enfadado.
—Nisse ha conseguido una información cojonuda. Su fuente ha confirmado que era lesbiana. Tenía una relación con la marimacho ésa, Starke…
—¡Esa información es mía! —se indignó Annika—. Lo conté como un cotilleo en nuestra reunión después del almuerzo. ¿Quién es la fuente identificada?
El jefe nocturno colocó su rostro a sólo diez centímetros del de Annika.
—Me importa una mierda de dónde venga la información —bramó—. Nisse ha escrito lo mejor de mañana. Si tú tenías los datos, ¿por qué diablos no escribiste el artículo? ¿No es hora ya de que despabiles de una vez?
Annika sintió cómo caían las palabras. Le aterrizaron en el diafragma e hicieron aumentar su bola de estrés de forma que los pulmones fueron demasiado pequeños. Se obligó a pasar por alto los ataques personales y se concentró en la discusión periodística. ¿Podía estar realmente tan equivocada? ¿Era realmente la sexualidad de Christina Furhage la noticia de mañana? Apartó ese pensamiento.
—Con quién follaba Christina Furhage es una fruslería —dijo en voz baja—. Lo interesante es quién la mató. También es interesante qué consecuencias tendrá para los Juegos Olímpicos, para el deporte, para la reputación de Suecia en el mundo. También es importante saber por qué fue asesinada. A mí me importa una mierda con quién se acostaba, a no ser que tenga que ver con su muerte. ¡Y tú deberías pensar lo mismo!
El jefe de noche inspiró por la nariz y sonó como si un ventilador entrara en acción.
—¿Sabes una cosa, jefa de sucesos? Estás totalmente equivocada. Deberías hacerte mayorcita antes de ser jefa. Nils Langeby tiene razón: al parecer no eres capaz de hacer tu trabajo. ¿No te das cuenta de lo patética que resultas?
La bola de estrés explotó en su interior, sintió físicamente cómo se rompía. El sonido desapareció y relampagueó delante de sus ojos. Se sorprendió al descubrir que todavía estaba de pie, que podía percibir sensaciones, que aún podía respirar. Se dio la vuelta y se dirigió hacia su despacho, se concentró en caminar sobre el suelo de la redacción, sentía los ojos de los periodistas como flechas en la espalda. Llegó a su despacho y cerró la puerta. Se sentó en el suelo, todo el cuerpo le temblaba. «No voy a morirme, no voy a morirme, no voy a morirme —pensó—. Se me va a pasar, se me va a pasar, se me va a pasar.» No conseguía respirar y luchó por obtener aliento, el aire no entraba en sus pulmones y volvió a tomar de nuevo aliento, otra vez más y al final le dio un calambre en el brazo. Comprendió que sufría hiperventilación y tenía demasiado oxígeno en la sangre, se levantó tambaleándose hasta su escritorio, sacó una bolsa de plástico del cajón inferior y respiró dentro. Intentó recordar la voz de Thomas, «relájate y respira, relájate y respira, relájate y respira, esto va bien, pequeña, inspira, no te vas a romper, cariño, pequeña Ankan, relájate y respira, relájate y respira…».
Las convulsiones pararon y se sentó en la silla. Tenía ganas de llorar, pero se tragó la sensación y llamó a casa de Anders Schyman. Fue su esposa quien respondió y Annika intentó parecer normal.
—Está en una cena de Navidad en el área de recepciones —dijo la señora Schyman.
Annika llamó a la centralita y pidió que la pusieran con el área. Se dio cuenta de que hablaba de forma incoherente, que apenas podía hacerse entender. Después de una larga pausa con barullo y ruidos de platos en el oído, oyó la voz de Anders Schyman.
—Perdona, perdona… que te moleste en la cena —dijo en voz baja.
—Seguro que tienes una buena razón —respondió Anders Schyman.
Se oía bullicio y risas por detrás.
—Te pido disculpas por no haber podido estar en la reunión de las seis, tuve problemas en casa…
Comenzó a llorar, desconsoladamente y en voz alta.
—¿Qué ha pasado? ¿Le ha ocurrido algo a tus hijos? —preguntó Anders Schyman asustado.
Ella se recompuso.
—No, no, no fue nada especial, pero necesito saber si discutisteis en la reunión lo que Spiken va a sacar de titular, que Christina Furhage era lesbiana.
Annika sólo oyó el bullicio y las risas durante algunos segundos.
—¿Qué dices? —dijo por fin Anders Schyman.
Ella se puso la mano sobre el pecho y se obligó a respirar tranquila y normalmente.
—Su amante cuenta sus últimas horas, según el titular.
—¡Dios mío! Ahora mismo voy —anunció el director y colgó.
Ella colgó el auricular, se apoyó en la mesa y lloró. Le temblaba todo el cuerpo. «No aguanto más, no vale la pena, no puedo más, me muero», pensaba. Supo que había metido la pata, que había quemado sus naves, que había sido un atropello a su posición. El sonido de su desesperación salía por la puerta hacia la redacción, por supuesto que todos entenderían que ella no aguantaba la presión, que ella era la empleada errónea, que su nombramiento había sido un fiasco. Saberlo no ayudaba, no podía dejar de llorar, el estrés y el cansancio se habían apoderado al final de ella, no podía evitar los temblores ni las lágrimas.