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Authors: Margaret Atwood

Tags: #Ciencia Ficción

El Año del Diluvio (2 page)

BOOK: El Año del Diluvio
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Era un tipo atlético, con el cráneo afeitado y ojos brillantes y alerta, negros como cabezas de hormiga, y de trato fácil siempre y cuando todo fuera bien. Pero sabía defendernos si los clientes se ponían violentos. «Nadie hace daño a mis mejores chicas», aseguraba. Para él se trataba de una cuestión de honor.

Tampoco le gustaba derrochar: decía que éramos un activo valioso. La flor y nata. Desde la intervención de SeksMart, las que quedaron fuera del sistema no sólo eran ilegales sino patéticas. Unas cuantas mujeres viejas y enfermas que vagaban por los callejones, casi mendigando. Ningún hombre al que le quedara un cachito de cerebro se les acercaría. «Residuos peligrosos», las llamábamos las chicas del Scales. No tendríamos que haber sido tan desdeñosas; deberíamos haber mostrado compasión. Claro que la compasión requiere trabajo, y nosotras éramos jóvenes.

Esa noche, cuando empezó el Diluvio Seco, estaba esperando los resultados de mi test: te encerraban en el Cuarto Pringoso durante semanas, por si tenías algo contagioso. Te pasaban la comida por la trampilla con cierre de segundad, y además tenías la neverita con
snacks, y
el agua se filtraba al entrar y al salir. No te faltaba de nada, pero te aburrías. Podías hacer ejercicio en las máquinas, y yo hacía mucho, porque una artista del trapecio no ha de dejar de entrenarse.

Podías ver la tele o pelis viejas, escuchar música, hablar por teléfono. O visitar las otras habitaciones del Scales mediante los intercomunicadores con videopantalla. A veces, cuando estábamos haciendo trabajo primario guiñábamos el ojo a las cámaras a medio gemido para beneficio de la que estuviera enclaustrada en el Cuarto Pringoso. Sabíamos dónde estaban las cámaras, ocultas en los techos de piel de serpiente o de plumas. En el Scales éramos una gran familia, así que a Mordis le gustaba que simularas que estabas participando aunque estuvieras en el Cuarto Pringoso.

Mordis me hacía sentir segura. Sabía que si tenía un problema grave podía acudir a él. Sólo hubo unas pocas personas así en mi vida. Amanda, casi siempre. Zeb, a veces. Y Toby. No habría pensado en Toby —era muy severa y dura—, pero si te estás ahogando no quieres agarrarte a algo suave y resbaladizo. Necesitas algo más sólido.

Día de la Creación
Día de la Creación
AÑO 5

De y de los nombres de los animales

Narrado por Adán Uno

Queridos amigos, queridos compañeros animales, queridos compañeros mamíferos:

Hace cinco años, en el Día de , nuestro Jardín del Edén en el Tejado era un erial, rodeado de barrios degradados y guaridas de maldad; pero ahora ha florecido como la rosa.

Al cubrir de vegetación estos tejados yermos estamos poniendo nuestro granito de arena para redimir de la decadencia y la esterilidad que nos rodea por doquier, y para alimentarnos con comida sin contaminar. Algunos calificarían de fútiles nuestros esfuerzos; sin embargo, si todos siguieran nuestro ejemplo, ¡qué cambio conllevaría a nuestro querido planeta! Aún queda mucho trabajo arduo por delante, pero no temáis, amigos: porque avanzaremos pese a las dificultades.

Me alegro de que nadie haya olvidado su sombrero de jipijapa.

Ahora concentrémonos en nuestra plegaria anual del Día de

Las Palabras Humanas de Dios hablan de de un modo que los antiguos podían entender. No se habla de galaxias ni de genes, porque esos términos los habrían confundido en gran medida. Ahora bien, ¿por ello hemos de tomar como verdad científica la historia de que el mundo se creó en seis días y considerar absurdos los datos observables? No se puede encorsetar a Dios en interpretaciones literales y materialistas ni juzgarlo según varas de medir humanas, porque Sus días son eones, y miles de edades de nuestro tiempo son como una tarde para Él. A diferencia de otras religiones, nunca hemos pensado que mentir a los niños respecto a la geología sirviera a un bien mayor.

Recordemos las primeras frases de aquellas Palabras Humanas de Dios: la tierra era caos y confusión, y entonces Dios hizo la luz. Éste es el momento que la ciencia denomina , como si de una orgía sexual se tratara. Sin embargo, ambos relatos coinciden en lo esencial: oscuridad, luego, en un instante, luz. Ahora bien, continúa, ¿o acaso no se forman nuevas estrellas a cada momento? Los días de Dios no son consecutivos, amigos; ocurren a la vez, el primero con el tercero, el cuarto con el sexto. Como nos enseñaron: «Envías tu soplo y son creados, y renuevas la faz de la tierra.» Nos contaron que el quinto día de las actividades creadoras de Dios, las aguas se llenaron de criaturas y al sexto día la tierra seca quedó poblada de animales, y de plantas y de árboles; y a todos los bendijo Dios y les ordenó que se multiplicaran; y finalmente creó a Adán, es decir, la humanidad. Según la ciencia, es el mismo orden en el que aparecieron las especies en el planeta. El hombre fue el último de todos. O más o menos en el mismo orden. O se acerca bastante.

¿Qué ocurre después? Dios lleva a los animales ante el hombre, «para que les ponga nombre». Ahora bien, ¿por qué Dios no sabía ya los nombres que iba a elegir Adán? La única respuesta posible es que Dios concede a Adán libre albedrío, y por lo tanto Adán puede actuar de formas que el propio Dios no puede predecir. ¡Piénsalo la próxima vez que te tiente comer carne o la riqueza material! ¡Ni siquiera Dios puede saber siempre lo que vas a hacer a continuación!

Dios hizo que los animales se reunieran hablándoles directamente, pero ¿qué lengua usó? No era hebreo, amigos. No era latín, ni griego, ni inglés, ni francés, ni español, ni árabe, ni chino. No: habló a los animales en sus propias lenguas. Al reno le habló en la lengua de los renos; a la araña, en la de las arañas; al elefante, en la de los elefantes; a la pulga, en la de las pulgas; al ciempiés, en la de los ciempiés; a la hormiga, en la de las hormigas. Así tuvo que ser.

Y en el caso de Adán, los nombres de los animales fueron las primeras palabras que pronunció: el momento inaugural del lenguaje humano. En ese instante cósmico, Adán afirma su alma humana. Nombrar es —eso esperamos— saludar; atraer a otro hacia uno mismo. Imaginemos a Adán enunciando los nombres de los animales con cariño y alegría, como diciendo: «Aquí tenéis, queridísimos. ¡Bienvenidos!» El primer acto de Adán hacia los animales fue pues de amabilidad cariñosa y parentesco, porque, en su estado anterior a , el Hombre aún no era carnívoro. Los animales lo sabían y no huyeron. Así tuvo que ocurrir en ese día irrepetible: una reunión pacífica en la cual el Hombre abrazó a todos los seres vivos de

¡Cuánto hemos perdido, queridos compañeros mamíferos y compañeros mortales! ¡Cuánto hemos destruido a voluntad! ¡Cuánto necesitamos restaurar en nosotros mismos!

El tiempo de poner nombres no ha concluido, amigos. En Su visión, aún podríamos estar viviendo en el sexto día. Como meditación, imaginaos mecidos en ese momento de inmunidad. Estirad los brazos hacia esos ojos amables que os miran con tanta confianza, una confianza que aún no ha sido mancillada por el derramamiento de sangre, la gula, el orgullo y el desdén.

Decid sus Nombres.

Cantemos.

Cuando Adán tuvo

Cuando Adán tuvo aliento de vida

en aquel lugar dorado,

vivió en paz con pájaros

y bestias y vio el rostro del Señor.

El Espíritu del Hombre habló,

dio nombre a los animales;

Dios llamó a todos en hermandad,

acudieron sin temor.

Retozaron, cantaron, volaron...

cada gesto era alabanza

a la creatividad de Dios

que llenaba aquellos días.

Qué encogido y reducido está

de el germen;

pues el Hombre rompió la hermandad

con crimen, vicio y codicia.

Oh, criaturas, que aquí sufrís,

¿cómo al amor volveremos?

Os nombraremos de corazón

y otra vez seréis amigos.

Del Libro Oral de Himnos

de los Jardineros de Dios

3
Toby. Día de las Podocarpáceas

Año 25

Rompe el alba. Se rompe el día. Toby juega con la palabra: rompo, rompes, rompe, rompemos, rompéis, rompen. ¿Qué se rompe en el día? ¿La noche? ¿Se rompe el sol, partido en dos por el horizonte como si fuera un coco, derramando luz?

Toby levanta los prismáticos. Los árboles parecen tan inocentes como siempre; pese a ello, tiene la sensación de que alguien la está vigilando: como si hasta la piedra o el tocón más inerte pudieran sentirla y no le desearan nada bueno.

El aislamiento produce esos efectos. Se había preparado para resistirlos durante las vigilias y retiros espirituales de los Jardineros de Dios. El triángulo flotante naranja, los grillos cantarines, las columnas retorcidas de vegetación, las pupilas en las hojas. Aun así, ¿cómo distinguir estas ilusiones de la realidad?

Ahora el sol está en su cénit: más pequeño, más ardiente. Toby baja del tejado, se pone el mono rosa, se rocía SuperD para repeler los insectos y se ajusta su sombrero rosa. Luego abre la puerta de la calle y sale a ocuparse del jardín. Allí era donde cultivaban las lechugas de agricultura ecológica para las damas del Spa Café; las verduras para las guarniciones, las hortalizas transgénicas de formas exóticas, las distintas variedades de té. Hay una cubierta de malla para burlar a las aves y una valla de alambre de espino para impedir que entren desde el parque conejos verdes, linces rojos y mofaches. Antes del Diluvio no abundaban, pero es asombroso lo deprisa que se están multiplicando.

Toby confía en el huerto: los víveres están disminuyendo en el almacén. A lo largo de los años ha ido acumulando lo que pensaba que bastaría para una emergencia como ésta, pero se quedó corta en sus cálculos y ahora se le están acabando los bocaditos de soja y las sojadinas. Por fortuna, todo marcha a la perfección en el huerto: ya hay vainas de garbanzos; las frijolanas están en flor; las matas de polibayas, henchidas de pimpollos marrones de distintas formas y tamaños. Toby recoge unas espinacas, aparta los escarabajos verdes iridiscentes, los pisa. Luego, sintiendo remordimientos, les cava una tumba hundiendo el pulgar en el suelo y pronuncia unas palabras para liberar el alma y pedir perdón. Aunque nadie la está observando, cuesta mucho desprenderse de esos hábitos tan arraigados.

Traslada varias babosas y caracoles y arranca unas hierbas, dejando la verdolaga: puede hervirla después. En las delicadas hojas de las zanahorias encuentra dos gusanos de kudzu azul brillante. Aunque desarrollados como forma de control biológico para el kudzu invasivo, parece que prefieren los huertos. En una de esas bromas tan comunes en los primeros años de la ingeniería genética, su diseñador les puso cara de bebé, con ojos grandes y una sonrisa alegre que los hace muy difíciles de matar. Sus mandíbulas están mascando con voracidad bajo esas máscaras de carita mona cuando Toby los saca de las zanahorias, levanta el borde de la red y los echa al otro lado de la valla. No cabe duda de que volverán.

De regreso al edificio, encuentra la cola de un perro detrás del camino, un setter irlandés, parece, con el pelaje largo enmarañado de abrojos y ramitas. Lo habrá arrojado un buitre: siempre están soltando cosas. Trata de no pensar en las otras cosas que soltaban en las primeras semanas después del Diluvio. Lo peor eran los dedos.

Toby se mira las manos. Se le están haciendo más gruesas, rígidas y marrones, como raíces. Ha estado cavando demasiado en la tierra.

4
Toby. Día de San Bashir Alouse

Año 25

Se baña a primera hora de la mañana, antes de que el sol caliente demasiado. Tiene varios cubos y cuencos en el tejado para recoger el agua de lluvia de la tormenta vespertina: el balneario cuenta con su propio pozo, pero el módulo solar se ha roto, de manera que las bombas son inútiles. Toby también hace la colada en el tejado y cuelga la ropa en los bancos para que se seque. Usa aguas grises para el inodoro.

Se lava con jabón —aún queda un montón de jabón, todo de color rosa— y se frota con la esponja. Piensa que el cuerpo se le está encogiendo. Me estoy arrugando. Estoy menguando. Pronto pareceré un padrastro. Aunque siempre ha sido de las flacas. «Oh, Tobiatha —le decían las damas—, ojalá tuviera tu figura.»

Se seca, se pone una vestido rosa. Éste pone «Melody». No hay necesidad de identificarse ahora que ya no queda nadie para leer las etiquetas, así que está empezando a llevar vestidos de otras: Anita, Quintana, Ren, Carmel, Symphony.

Esas chicas habían sido muy joviales y optimistas. Ren, no. Ren era triste. Aunque Ren se había marchado antes. Luego se habían ido todas, cuando se desencadenó el problema. Se marcharon a sus casas para estar con sus familias, creyendo que el amor las salvaría. «Adelante, yo cerraré», les había dicho Toby. Y había cerrado, pero se había quedado dentro.

Se cepilla el cabello largo y oscuro y se lo recoge en un moño. Ha de cortárselo. Es grueso y da demasiado calor. Además huele a añojo.

Mientras se está secando el pelo oye un ruido extraño. Se acerca con cautela a la barandilla del tejado. Hay tres cerdos enormes husmeando alrededor de la piscina: dos puercas y un verraco. La luz matinal brilla en sus orondas formas rosa grisáceo; refulgen como luchadores en un cuadrilátero. Parecen demasiado grandes y protuberantes para ser normales. Toby había visto cerdos así antes, en el prado, pero nunca se habían acercado tanto. Serán fugados, de alguna granja experimental.

Se han agrupado en el lado menos profundo de la piscina, mirándola como si estuvieran reflexionando, retorciendo el morro. Tal vez están olisqueando el mofache sin vida que flota en la superficie del agua espumosa. ¿Tratarán de recogerlo? Se gruñen suavemente y retroceden: ha de estar demasiado podrido hasta para ellos. Hacen una pausa para olfatear por última vez, luego se alejan al trote y doblan la esquina del edificio.

Toby se mueve tras la barandilla, vigilándolos. Han encontrado la valla del jardín y están mirando hacia el interior. Entonces uno de ellos empieza a cavar. Harán un túnel.

—¡Largo de ahí! —les grita Toby.

Los animales la miran, pero no le hacen caso.

BOOK: El Año del Diluvio
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