Read El arte de la ventaja Online
Authors: Carlos Martín Pérez
Cuídate que aquellos a quienes te liga un juramento no te odien por tu locuacidad. Evita que te confíen secretos, pues si éste se descubre por indiscreción de alguien que no ha sido tú; además de quebrarlo, intentará señalarte como culpable. Los secretos sólo lo son cuando únicamente es una persona la que lo custodia. Si alguien transmite un secreto, el que lo escucha entiende que el otro ya lo difunde y no se siente en la obligación de guardarlo. El secreto mejor guardado es el que se va a la tumba con su dueño. Hay personas que tienen una especial habilidad para no conseguir guardar ningún asunto reservado que se les confíe. Empléalos para difundir noticias bajo la apariencia de su presunta confidencialidad, y la noticia correrá como el viento pues a las personas les encanta destapar secretos ajenos.
La envidia es la más inconfesable y oculta de las emociones. Es una de las más duraderas y peligrosas porque nunca baja su intensidad, más bien se incrementa. Aunque se dice que vale más ser envidiado que envidioso, conviene que no seas ni lo uno ni lo otro. Si consigues el triunfo o ciertas victorias parciales, debes esperar despertar envidias, acepta que es inevitable. Y también debes saber que estás generando un gran peligro que te puede aparecer mucho tiempo más tarde, cuando las condiciones sean mejores para el envidioso y peores para ti. Si algo tiene a su favor el envidioso es el tiempo, esperará todo el que haga falta para vez pasar tu cadáver por delante de la puerta de su casa.
Detecta a los envidiosos. Las personas que te mantienen informado deben hacerlo con prontitud. Observa sutiles cambios de actitud hacia ti de las personas que te envidian.
Una vez detectes estas personas, debes volverlas a tu causa, o ser implacable con ellos y destruirlos antes que ellos lo hagan contigo, ya que lo harán en cuanto te encuentren en dificultades o seas más débil que en este momento. Como medida preventiva, debes evitar ser envidiado. Para ello, no parezcas demasiado perfecto, haz como que tu vida no discurre tan suavemente como aparenta y que tienes en verdad problemas. Inventa, o saca a la luz, pequeñas imperfecciones o insignificantes problemas particulares que ensombrezcan ligeramente tu triunfo de forma que no te hagan ser acreedor de envidia por nadie. Debes inculcar en la mente de todos la idea de que aunque aparentemente has logrado tus objetivos, el destino te manda alguna desgracia que te hace tan humano como el resto de los mortales. Permítete algún desliz venial, un descuido suele ser a veces la mejor recomendación de las buenas cualidades. Empaña el brillo de tu victoria para no deslumbrar y llamar la atención a los envidiosos. Y, por supuesto, nunca hagas ostentación, que a nada bueno conduce. La vana ostentación hincha el ego; y un ego más grande ofrece un mejor blanco para los impactos de la manipulación mediante el arma de la adulación.
Ningún hombre tiene que desesperarse pensando que no obtendrá conversos para la causa más extravagante si tiene el arte de suficiente para representarla con colores favorables. La verdad es fría, no resulta cómoda. Una mentira es más hermosa. Es mucho más interesante y provechoso fantasear que decir la verdad. Es necesario ser un gran simulador y disimulador pues los hombres son tan simples y se someten hasta tal punto a las necesidades presentes que el que engaña encontrará siempre quien se deje engañar. La mitad del mundo se está riendo de la otra mitad, y todos creen que la otra parte es estúpida. Según las opiniones, o todo es bueno o todo es malo. Lo que uno sigue el otro lo persigue. Serás necio si quieres regularlo todo según tu criterio. Las perfecciones no dependen de una sola opinión: los gustos son tantos como las personas, e igualmente variopintos. No desconfíes porque no te agraden las cosas, pues no faltarán otros que las aprecien. Ni te enorgullezca el aplauso de unos, pues otros lo condenarán. No se vive de un solo criterio, ni de una costumbre, ni de una época.
Los defectos y faltas de los hombres dan a conocer su verdadera valía. Si examinas con atención las faltas de un hombre, llegarás a conocer si su bondad es sincera o fingida.
Observa a los sabios para comprobar si posees sus virtudes y a los necios para meditar si estás libre de sus defectos. No he hallado todavía ningún hombre santo; como máximo sólo he logrado conocer a algún hombre sabio. Los hombres suelen actuar sin saber lo que hacen. Si mucha gente siente afecto hacia un hombre, ¿Qué debemos opinar de él? Este hecho no resulta suficiente para emitir un juicio sobre dicho hombre.
Cuando la muchedumbre desprecia a alguien, debes examinar con objetividad su conducta antes de emitir tu opinión. También cuando la multitud aclama a alguien contempla con imparcialidad sus obras antes de aprobarlas. Tú sólo buscarás la verdad y no te aferrarás con ciega obstinación a tu criterio. Hay hombres que tienen fama de grandes creadores porque nunca nadie les ha refutado sus endebles argumentos. Uno de los principales defectos de los hombres consiste en pretender erigirse en modelo de los demás. Examina a las personas por sus resultados, los hechos refutan cualquier argumento.
El fanatismo existe, no se puede negar su existencia. Las personas buscan la verdad y la iluminación en los demás porque no son valientes para encontrarlo dentro de ellos. Hay quién está dispuesto a creer lo que sea y hay quién se ofrece a hacérselo creer. Elige bando. Si quieres que crean algo, no les digas lo que no quieren creer. Si deseas decir mentiras que puedan ser creídas, no digas la verdad que no se quiere creer. Haz profecías, deben ser terribles para ser creídas. Como los vaticinios tienen la mala costumbre de no cumplirse, tú no caerás en ese error, los tuyos se cumplirán. Para ello, serás ambiguo en tus palabras cuando emitas pronósticos, siempre podrás decir que no te interpretaron bien. Sugiere, sé vago, di lo que quieren oír. La ambigüedad es el arma del adivino y del profeta, compruébalo examinando cualquier profecía.
Si careces de estrategia y tomas a la ligera a tus adversarios, inevitablemente acabarás siendo derrotado. El manejar estos asuntos con maestría es vital para ti; es el dominio de la ventaja o desventaja, tu camino hacia el éxito o hacia el fracaso. Debes cultivar las cualidades de sabiduría, coraje y disciplina. La disciplina has de comprenderla como el sentido del deber apoyado en una firme voluntad.
Cuando traces tus planes, has de comparar los siguientes factores, valorando cada uno con el mayor cuidado: ¿Qué dirigente es el más capacitado? ¿Qué líder posee el mayor talento? ¿Cuál de las fuerzas enfrentadas obtiene ventajas de las circunstancias? ¿En qué parte se observan mejor las regulaciones y las instrucciones? ¿Quién tiene a su personal mejor preparado? ¿Quién administra recompensas y castigos de forma más justa? Mediante el estudio de estos factores, serás capaz de prever cuál de los dos bandos saldrá victorioso y cual será derrotado.
Tras prestar atención a los planes, debes crear una situación que contribuya a su cumplimiento. Cualquier estrategia de victoria se basa en el engaño. Por lo tanto, cuando seas capaz de atacar, has de aparentar incapacidad; cuando tus fuerzas se mueven, aparentarás inactividad. Golpea al rival cuando está desordenado. Prepárate contra él cuando está seguro en todas partes. Evítale durante un tiempo cuando sea más fuerte. Si tu oponente tiene un temperamento colérico, intenta irritarle. Si es arrogante, trata de fomentar su egoísmo. Si el oponente se halla bien preparado tras una reorganización, intenta desordenarle. Si está unido, siembra la disensión entre su gente. Ataca al enemigo cuando no está preparado, y aparece cuando no te espera. Estas son las claves de la victoria.
Ahora, si las estimaciones realizadas antes de iniciar las acciones indican victoria, es porque los cálculos cuidadosamente realizados muestran que tus condiciones son más favorables que las condiciones del enemigo; si indican derrota, es porque muestran que las condiciones favorables para la lucha son menores. Con una evaluación cuidadosa, uno puede vencer; sin ella, no puede. Muchas menos oportunidades de victoria tendrá aquel que no realiza cálculos en absoluto.
Una vez que entres en acción, aunque estés ganando, si continúas por mucho tiempo, perderás fuerzas y te irás desgastando. Estar siempre en conflicto con los demás no te traerá nada bueno, intentarás que esto ocurra en muy pocas ocasiones. Si ha de ocurrir, será lo más rápido posible. Si has de atacar a alguien, una vez empieces la ofensiva, sé rápido como el trueno que retumba antes de que hayas podido taparte los oídos, veloz como el relámpago que relumbra antes de haber podido pestañear.
Cuando recompenses a tus hombres con los beneficios que ostentaban los adversarios los harás luchar por propia iniciativa, y así podrás tomar el poder y la influencia que tenía el enemigo. Es por esto por lo que se dice que donde hay grandes recompensas hay hombres valientes. Si recompensas a todo el mundo, no habrá suficiente para todos, así pues, ofrece una recompensa a alguien para animar a todos los demás. Trata bien a tus subordinados y préstales atención. Así pues, lo más importante en cualquier acción es el éxito y no la persistencia. Esta última no es beneficiosa. Un ataque es como el fuego: si no lo apagas, se consumirá por sí mismo.
Piensa que es mejor conservar a un enemigo intacto que destruirlo. Calcula la fuerza de tus adversarios, haz que pierdan su ánimo y dirección, de manera que aunque el enemigo esté intacto sea inservible: esto es ganar sin violencia. Si destruyes las fuerzas enemigas es ganar por la fuerza. Por esto, los que ganan todos los conflictos no son realmente profesionales; los que consiguen que se rindan impotentes los adversarios sin luchar son en verdad sabios. Disuelve los planes de los enemigos, estropea sus relaciones y alianzas, córtale los suministros o bloquea sus líneas de acción, venciendo mediante estas tácticas sin necesidad de luchar. Nunca debes atacar por cólera y con prisas. Es aconsejable tomarse tiempo en la planificación y coordinación de los planes. Vencerás por medio de la estrategia, no por el empleo de la fuerza. Si de todas maneras vas a emplear la fuerza, la regla de su utilización es la siguiente: si tus fuerzas son diez veces superiores a las del adversario, rodéalo sin ofrecerle ninguna salida; si son cinco veces superiores, atácalo; si son dos veces superiores, divídelo. Si tus fuerzas son iguales en número, lucha si te es posible. Si tus fuerzas son inferiores, mantente continuamente en guardia, pues el más pequeño fallo te acarrearía las peores consecuencias. Evita en lo posible un enfrentamiento abierto con las fuerzas rivales; la prudencia y la firmeza de un pequeño número de personas pueden llegar a cansar y a dominar incluso a enemigos muy numerosos. Este consejo se aplica en los casos en que todos los factores son equivalentes. Si tus fuerzas están en orden mientras que las suyas están inmersas en el caos, si tú y tus fuerzas están con ánimo y ellos desmoralizados, entonces, aunque sean más numerosos, puedes entrar en combate. Si tus fuerzas, tu estrategia y tu valor son menores que las de tu adversario, entonces debes retirarte y buscar una salida. En consecuencia, si el bando más pequeño es obstinado, cae prisionero el bando más grande.
Triunfan aquellos que saben cuándo luchar y cuándo no, saben discernir cuándo utilizar muchos o pocos medios y se enfrentan con preparativos a enemigos desprevenidos. Hazte a ti mismo invencible en primer lugar, y después aguarda para descubrir la vulnerabilidad de tus adversarios. Hacerte invencible significa conocerte a ti mismo; aguardar para descubrir la vulnerabilidad del adversario significa conocer a los demás. La invencibilidad está en uno mismo, la vulnerabilidad en el adversario. La invencibilidad es una cuestión de defensa, la vulnerabilidad, una cuestión de ataque. Mientras no hayas observado vulnerabilidades en los planes y forma de actuar de los adversarios, oculta tu propio dispositivo de ataque, y prepárate para ser invencible, con la finalidad de preservarte. Cuando los adversarios son vulnerables, es el momento de salir a atacarlos. En situaciones de defensa, acallas las voces y borras las huellas, escondido como un fantasma bajo tierra, invisible para todo el mundo. En situaciones de ataque, tu movimiento es rápido, veloz como el trueno y el relámpago, para los que no se puede uno preparar, aunque vengan del cielo.
Prever la victoria cuando cualquiera la puede conocer no constituye verdadera destreza. Todo el mundo elogia la victoria a la vista de todos, pero esa victoria no es realmente tan buena, lo verdaderamente deseable es poder ver el mundo de lo sutil y darte cuenta del mundo de lo oculto, hasta el punto de ser capaz de alcanzar la victoria donde no existe forma. Las victorias de los grandes líderes no destacan por su inteligencia o su bravura. Así pues, las victorias que ganes no se deberán a la suerte. Tus victorias no serán casualidades, sino que serán debidas a haberte situado previamente en posición de poder ganar con seguridad, imponiéndote sobre los que ya han perdido de antemano. La sabiduría no es algo obvio, el mérito grande no se anuncia. Cuando eres capaz de ver lo sutil, es fácil ganar; ¿qué tiene esto que ver con la inteligencia o la bravura? Cuando se resuelven los problemas antes de que surjan, ¿quién llama a esto inteligencia? Cuando hay victoria sin litigar, ¿quién habla de bravura? En consecuencia, deberás ganar primero e iniciar las hostilidades después; un líder derrotado lucha primero e intenta obtener la victoria después. Esta es la diferencia entre los que tienen estrategia y los que no tienen planes premeditados.
Lograr combatir contra el adversario sin ser derrotado es una cuestión de emplear métodos ortodoxos o heterodoxos. La ortodoxia y la heterodoxia no son algo fijo, sino que se utilizan como un ciclo. Tienes que manipular las percepciones de los adversarios sobre lo que es ortodoxo y heterodoxo, y después atacar inesperadamente, combinando ambos métodos hasta convertirlo en uno, volviéndote así indefinible para el enemigo.
El desorden llega del orden, la cobardía surge del valor, la debilidad brota de la fuerza. Si quieres fingir desorden para convencer a tus adversarios y distraerlos, primero tienes que organizar el orden, porque sólo entonces puedes crear un desorden artificial. Si quieres fingir cobardía para conocer la estrategia de los adversarios, primero tienes que ser extremadamente valiente, porque sólo entonces puedes actuar como tímido de manera artificial. Si quieres fingir debilidad para inducir la arrogancia en tus enemigos, primero has de ser extremadamente fuerte porque sólo entonces puedes pretender ser débil. El orden y el desorden son una cuestión de organización; la cobardía es una cuestión de valentía y de ímpetu; la fuerza y la debilidad son una cuestión de la disposición de las fuerzas.