—¿Porqué?
—¿Por qué Pax siente terror de la investigación biológica y genética?
—No, creo entender eso. El Núcleo quiere mantener a los seres humanos en la forma que les resulta conveniente, y lo mismo quiere la Iglesia. Definen a los seres humanos contando brazos, piernas y demás. ¿Pero por qué redefinir la evolución? ¿Por qué reanudar la discusión acerca de su rumbo o falta de rumbo? ¿La teoría antigua no se sostiene?
—No —dijo Aenea. Escalarnos varios minutos en silencio—. Salvo por místicos como el Teilhard original, la mayoría de los primeros científicos de la evolución procuraban no pensar en «objetivos» ni «propósitos». Eso era religión, no ciencia. La mera idea de un rumbo era anatema para los científicos pre-Hégira. Sólo podían hablar de «tendencias» de la evolución, caprichos estadísticos recurrentes.
—¿Entonces?
—Era un prejuicio miope, así como el de Teilhard de Chardin era su fe. Hay rumbos de la evolución.
—¿Cómo lo sabes? —murmuré, dudando de que me respondiera.
Respondió al instante.
—Algunos datos que vi antes de nacer, a través de los contactos de mi padre cíbrido con el Núcleo. Las inteligencias autónomas han comprendido la evolución humana durante siglos, aun si los humanos permanecían en la ignorancia. Como hiperhiperparásitos, las IAs sólo evolucionan hacia un mayor parasitismo. Sólo pueden mirar las criaturas vivientes y su curva evolutiva y observarla... o tratar de detenerla.
—¿Y hacia dónde se dirige la evolución? ¿Hacia una mayor inteligencia? ¿Hacia una mente de colmena, una mente colectiva con poderes divinos? —Sentía curiosidad por su percepción de los leones y tigres y osos.
—Mente de colmena. Puaj. ¿No se te ocurre nada más aburrido ni desagradable?
No dije nada. Había supuesto que ésta era la dirección de sus enseñanzas en cuanto al idioma de los muertos y todo eso. Decidí escuchar mejor la próxima vez que ella enseñara.
—Casi todo lo interesante de la experiencia humana es resultado de experiencias, experimentos, explicaciones y comuniones individuales —dijo mi joven amiga—. Una mente de colmena sería como las antiguas emisiones televisivas, o la vida en la cumbre de la esfera de datos... una idiotez consensual.
—De acuerdo —dije, aún confundido—. ¿Hacia dónde se dirige la evolución?
—Hacia más vida. La vida gusta de la vida. Es así de simple. Pero, más asombrosamente, la no-vida también gusta de la vida... y quiere participar de ella.
—No entiendo.
—En la Tierra pre-Hégira, en la década de 1920, hubo un geólogo de un estado-nación llamado Rusia que comprendía estas cosas. Se llamaba Vladimir Vernadsky y acuñó el término «biosfera», el cual, si las cosas suceden como creo, pronto cobrará un nuevo sentido para nosotros dos.
—¿Porqué?
—Ya lo verás, amigo mío —dijo Aenea, tocando mi mano enguantada con su mano enguantada—. De todos modos, Vernadsky escribió en 1926: «Los átomos, una vez atraídos al torrente de la materia viva, no la abandonan de buena gana.»
Pensé en ello un momento. No tenía muchos conocimientos científicos —lo poco que sabía se lo debía a Grandam y la biblioteca de Taliesin— pero esto tenía sentido.
—Hace mil doscientos años se expresó en forma más científica en la Ley de Dollo. La esencia es que la evolución no retrocede... las excepciones como la ballena de Vieja Tierra, tratando de convertirse de nuevo en pez después de vivir como mamífero terrestre, son precisamente eso... raras excepciones. La vida avanza... continuamente encuentra nuevos nichos para invadir.
—Sí. Como cuando la humanidad abandonó Vieja Tierra en sus naves sembradoras y vehículos Hawking.
—No así en realidad. Ante todo, lo hicimos prematuramente, por influencia del Núcleo y porque la Vieja Tierra agonizaba con un agujero negro en el vientre... también obra del Núcleo. En segundo lugar, con las naves Hawking, pudimos saltar por nuestro brazo de la galaxia para encontrar mundos similares a la Tierra, altos en la escala Solmev, la mayoría de los cuales igual terraformamos y poblamos con formas de vida terrícolas, empezando con bacterias del suelo y lombrices, hasta llegar a los patos que cazabas en los marjales de Hyperion.
Asentí, pero tenía mis reservas.
¿De qué otro modo pudimos arreglarnos como especie que se aventuraba en el espacio? ¿Qué tenía de malo ir a sitios que olieran y se parecieran a nuestro hogar, sobre todo cuando no había hogar al cual volver?
—Hay algo más interesante en las observaciones de Vernadsky y la Ley de Dollo —dijo Aenea.
—¿Qué es, pequeña? —pregunté, todavía pensando en patos.
—La vida no retrocede.
—¿En qué sentido? —pregunté, y lo comprendí en cuanto hice la pregunta.
—Sí —dijo mi amiga, viendo que yo entendía—. En cuanto la vida logra afincarse en un sitio, se queda allí. No importa el lugar... el frío ártico, el desierto escarchado de Marte, fuentes termales, una ladera abrupta como en T'ien Shan, incluso en programas de inteligencia autónoma... Una vez que la vida pisa el umbral, se queda allí para siempre.
—¿Y cuáles son las implicaciones?
—Muy sencillas. La vida, librada a sus propios recursos, que son recursos muy ingeniosos, un día llenará el universo. Empezará por una galaxia verde, y luego pasará a cúmulos y galaxias vecinas.
—Es una idea perturbadora.
Me miró extrañada.
—¿Por qué, Raul? Creo que es hermosa.
—He visto planetas verdes. Una atmósfera verde es imaginable, pero extraña.
Ella sonrió.
—No tienen que ser sólo plantas. La vida se adapta... aves, hombres y mujeres en máquinas voladoras, tú y yo en paravelas, gente adaptada al vuelo...
—Eso no ha sucedido aún. Pero me refería a que... bien, para tener una galaxia verde, gente y animales y...
—Y máquinas vivientes. Y androides, vida artificial en mil formas...
—Sí, gente, animales, máquinas, androides, lo que sea... tendrían que adaptarse al espacio... no veo cómo...
—Lo hemos hecho. Y otros lo harán en poco tiempo. —Llegamos al próximo escalón de descanso y nos detuvimos.
—¿Qué otros rumbos hay en la evolución que hayamos ignorado? —dije cuando reanudamos el ascenso.
—Incremento de la diversidad y complejidad. Los científicos han discutido sobre estos rumbos durante siglos, pero no hay duda de que con el tiempo la evolución favorece ambos atributos. Y entre ambos, la diversidad es el más importante.
—¿Por qué? —pregunté. Aenea debía estar harta de mis «por qué». Hasta yo me daba cuenta de que parecía un niño de tres años.
—Los científicos pensaban que los diseños evolutivos básicos seguían multiplicándose —dijo Aenea—. Eso se llama disparidad. Pero resultó ser que no era así. La variedad en los planes básicos tiende a disminuir a medida que aumenta el potencial antientrópico de la vida, la evolución. Mira a todos los huérfanos de Vieja Tierra, por ejemplo... el mismo ADN, desde luego, pero también los mismos planos básicos: formas con entrañas tubulares, simetría radial, ojos, bocas para alimentarse, dos sexos... casi todo en el mismo molde.
—Pero dijiste que la diversidad era importante.
—Lo es. Pero diversidad no es lo mismo que disparidad sobre un plan básico. Una vez que la evolución obtiene un buen diseño básico, suele desechar las variantes y concentrarse en la inagotable diversidad de ese diseño... miles de especies emparentadas... decenas de miles.
—Trilobites —dije, comprendiendo.
—Sí, y cuando...
—Escarabajos. Todas esas malditas especies de escarabajos.
Aenea sonrió.
—Precisamente. Y cuando...
—Bichos. Cada mundo donde he estado tiene los mismos enjambres de malditos bichos. Mosquitos. Un sinfín de...
—Has comprendido —dijo Aenea—. La vida pasa a otra etapa cuando el plan básico de un organismo está establecido y se abren nuevos nichos. La vida se afinca en esos nuevos nichos ajustando la diversidad dentro de la forma básica de esos organismos. Nuevas especies. Miles de nuevas especies de plantas y animales han surgido tan sólo en este milenio, desde que empezó el vuelo interestelar... y no todas son producto de la bioingeniería. Algunas simplemente se adaptaron rápidamente a los nuevos mundos terraformes donde las arrojaron.
—Los triálamos —dije, recordando Hyperion—. Los siempreazules. La raíz hembrabosque. ¿Los árboles tesla?
—Eran nativos —dijo Aenea.
—Así que la diversidad es buena —dije, tratando de volver al origen de la conversación.
—La diversidad es buena —convino Aenea—. Como te decía, permite que la vida pase a otra etapa y continúe con la terca tarea de hacer verde el universo. Pero hay por lo menos una especie de Vieja Tierra que no se ha diversificado tanto, al menos no en los mundos que colonizó.
—Nosotros. Los humanos.
Aenea asintió.
—Nos hemos atascado en una sola especie desde que nuestros antepasados Cro-Magnon contribuyeron a eliminar a los despabilados Neanderthal. Ahora es nuestra oportunidad de diversificarnos rápidamente, y las instituciones como la Hegemonía, Pax y el Núcleo lo están impidiendo.
—¿La necesidad de diversidad se extiende a las instituciones humanas? ¿Las religiones? ¿Los sistemas sociales? —Estaba pensando en la gente que me había ayudado en Vitus-Gray-Balianus B, Dem Ria, Dem Loa y sus familias. Estaba pensando en la Hélice del Espectro de Amoiete y sus complejas y rebuscadas creencias.
—Sin duda —dijo Aenea—. Mira allá.
A. Bettik se había detenido ante una losa de mármol donde estaban talladas estas palabras en chino e inglés de la Red:
El alto Pico Oriental
raudo se eleva al cielo azul.
Entre las rocas, una oquedad,
secreta, muda, misteriosa,
sin tallas ni cinceladuras,
protegida por natural techo de nubes.
¿Qué cosa sois, tiempo y estaciones,
que a mi vida traéis cambio incesante?
Me alojaré por siempre en esta oquedad
donde primaveras y otoños pasan inadvertidas.
TAO-YUN, esposa del general Wang Ningchih, 400 d.C.
Seguimos escalando. Creí ver algo rojo en lo alto del siguiente tramo de escaleras.
¿La Puerta Meridional del Cielo, la cuesta que conducía a la cima? Ya era hora.
—¿No era hermoso? —dije, refiriéndome al poema—. ¿La continuidad no es importante para las instituciones humanas tanto o más que la diversidad?
—Es importante —convino Aenea—. Pero es casi lo único que la humanidad ha hecho en el último milenio, Raul... recrear instituciones e ideas de Vieja Tierra en mundos diferentes. Mira la Hegemonía. Mira la Iglesia y Pax. Mira este mundo.
—¿T'ien Shan? Creo que es maravilloso.
—También yo. Pero todo es prestado. El budismo ha evolucionado un poco, alejándose de la idolatría y del ritual para volver a la apertura mental que lo caracterizaba al principio, pero todo lo demás es un intento de recobrar cosas perdidas en Vieja Tierra.
—¿Como cuáles?
—Como el idioma, la indumentaria, los nombres de las montañas, las costumbres locales... diantre, Raul, incluso esta peregrinación y el Templo del Emperador de Jade, si alguna vez llegamos allí.
—¿Quieres decir que había un monte T'ien Shan en Vieja Tierra?
—Claro que sí. Con su Ciudad de la Paz, sus Puertas Celestiales y su Boca del Dragón. Confucio lo escaló hace más de tres mil años. Pero la escalera de Vieja Tierra sólo tenía siete mil escalones.
—Ojalá hubiéramos subido ésa —dije, pensando que ya no podía más. Los escalones eran cortos, pero eran muchísimos—. Pero entiendo a qué te refieres.
Aenea asintió con un gesto de la cabeza.
—Es maravilloso preservar la tradición, pero un organismo sano evoluciona, cultural y físicamente.
—Lo cual nos lleva de vuelta a la evolución. ¿Cuáles son las otras direcciones, tendencias, objetivos que hemos ignorado en los últimos siglos?
—Hay sólo unas pocas más. Una es la creciente cantidad de individuos. A la vida le gusta que haya un sinfín de especies, pero ama aún más que haya un sinfín de individuos. En cierto sentido, el universo está sintonizado para los individuos. En la biblioteca de Taliesin había un libro llamado
Sistemas jerárquicos evolutivos
, de un tío de Vieja Tierra llamado Stanley Salthe. ¿Lo viste?
—No, debo habérmelo perdido cuando leía esas novelas holoporno de principios del siglo veintiuno.
—Ya —dijo Aenea—. Bien, Salthe lo expresó con mucha elegancia: «Una cantidad indefinida de individuos singulares puede existir en un mundo material finito si unos anidan dentro de otros y ese mundo se está expandiendo.»
—Si unos anidan dentro de otros —repetí, pensando en ello—. Sí, entiendo. Como las bacterias de Vieja Tierra en nuestras tripas, y los paramecios que hemos llevado al espacio, y las demás células de nuestro cuerpo... más mundos, más gente... sí.
—La clave es más gente. Tenemos cientos de miles de millones, pero entre la Caída y Pax, la población humana real de la galaxia, sin contar los éxters, se ha reducido en los últimos siglos.
—Bien, el control de natalidad es importante —dije, repitiendo lo que nos enseñaban en Hyperion—. Sobre todo si el cruciforme es capaz de mantener viva a la gente durante siglos...
—Exacto. La inmortalidad artificial trae más estancamiento físico y cultural. Se da por sentada.
Fruncí el ceño.
—Pero eso no es motivo para negar a la gente la oportunidad de una vida más prolongada, ¿verdad?
Aenea habló con voz distante, como si pensara en algo mucho más amplio.
—No —dijo al fin—. En sí mismo no.
—¿Cuáles son los rumbos evolutivos? —pregunté, viendo que la pagoda roja estaba más cerca y esperando que la conversación me salvara de caer exhausto y rodar por los veinte mil escalones que habíamos subido.
—Sólo quedan tres dignos de mención. Mayor especialización, mayor codependencia y mayor potencialidad evolutiva. Todos son importantes, pero sobre todo el último.
—¿En qué sentido, pequeña?
—Quiero decir que la evolución misma evoluciona. Es necesario. La potencialidad evolutiva es en sí un rasgo de supervivencia heredado. Los sistemas, vivientes o no, tienen que aprender a evolucionar y, en cierto modo, controlar la dirección y el ritmo de su evolución. Nosotros, la especie humana, estábamos a punto de hacerlo hace mil años, y el Núcleo nos lo arrebató. Al menos a la mayoría.