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Authors: Chris Bradford

El camino del guerrero (10 page)

BOOK: El camino del guerrero
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—Toma asiento —instruyó el padre Lucius mientras se sentaba en la silla al otro lado de la mesa.

Tosía esporádicamente cubriéndose la boca con un pañuelo.

—¿Cómo está hoy el joven samurái? —dijo el sacerdote en tono de burla.

—¿Por qué me ha llamado? —repuso Jack, haciendo caso omiso del sarcasmo del padre Lucius.

—Tengo que enseñarte japonés.

—¿Por qué? —preguntó Jack desconcertado—. No parecía muy dispuesto a ayudarme ayer.

—Es aconsejable hacer lo que pide Masamoto —respondió el sacerdote mirando a Jack a los ojos—. Comenzaremos a esta hora cada mañana. Harás lo que yo te diga, cuando yo lo diga. Tal vez incluso pueda salvarte.

—No necesito que me «salven». Enséñeme japonés, pero no me dé sermones.

—¡Basta ya de insolencias! —exclamó el padre Lucius golpeando la mesa con la palma de la mano—. Que Dios te proteja de tu ignorancia. Empezaremos. ¡Cuanto antes aprendas su idioma, más pronto podrás colgarte tú solo con tu lengua!

Se limpió la baba de la boca, y luego continuó.

—La clave de los japoneses es su idioma. Tiene un vocabulario y una estructura gramatical propios. En una palabra, es único. Refleja toda su forma de pensar. Comprende el japonés, y comprenderás a los japoneses. ¿Me sigues?

—Sí. Tengo que pensar como un japonés para hablarlo.

—Excelente. Veo que tu madre al menos te enseñó a escuchar.

El padre Lucius se volvió y deslizó un pequeño panel que reveló un armario. El sacerdote cogió un grueso libro, unos papeles, tinta y pluma, y tras colocarlo todo sobre la mesa, comenzó la lección.

—Comparado con otros idiomas, el japonés es relativamente sencillo de hablar. En la superficie, es menos complejo que el inglés. No hay artículos que precedan a los nombres, nada de «un», «uno», «una», «el», «la», «los», «las». La palabra
hon
puede significar libro, el libro, un libro, libros o los libros.

Jack ya estaba empezando a pensar que un sermón jesuita habría sido menos pesado que aprender japonés.

—No hay conjugaciones ni infinitivos de verbos... —El padre Lucius se detuvo bruscamente—. ¿Por qué no anotas todo esto? Creía que eras inteligente.

A regañadientes, Jack cogió la pluma, la mojó en el tintero y empezó a escribir.

Cuando Taka-san regresó para recogerle, Jack tenía la cabeza hecha un amasijo de verbos e idiosincrasias japonesas. Sin embargo, reacio a mostrarse anonadado por la ofensiva de enseñanza dictatorial del padre Lucius, saludó a Taka-san en un entrecortado japonés.

Taka-san lo miró con asombro, parpadeó y, cuando por fin comprendió el precario japonés de Jack, sonrió.

Regresaron a la casa, e inmediatamente después del almuerzo Jack fue convocado a la habitación de Masamoto.

Masamoto estaba sentado en la plataforma elevada, dominando la habitación como el dios de un templo en su altar sagrado, y el inevitable samurái armado montaba guardia ceremonial. El chico del pelo negro también estaba allí, silencioso y meditabundo.

Para desazón de Jack, el padre Lucius entró por la otra
sho-ji
y se arrodilló frente a él. Afortunadamente, sólo lo habían llamado para que hiciera de intérprete.

—¿Cómo ha ido tu lección con el padre Lucius? —preguntó Masamoto, a través del sacerdote.


Iu desu yo, arigatôgozaimasu
—respondió Jack, esperando haber pronunciado correctamente: Muy bien, muchas gracias.

Masamoto asintió, apreciando su respuesta.

—Jack, aprendes rápido. Esto es bueno —continuó Masamoto a través del padre Lucius—. Tengo que regresar a Kioto. Debo atender mi escuela. Permanecerás aquí en Toba hasta que tu brazo haya sanado. Estás en buenas manos. Mi hermana, Hiroko, cuidará bien de ti. El padre Lucius continuará sus enseñanzas y espero que a mi regreso hables fluidamente el japonés.


Hai
, Masamoto-sama —respondió Jack cuando el padre Lucius terminó de traducir.

—Mi intención es regresar a Toba antes de que llegue el invierno. Hasta entonces, te presento a mi hijo menor, Yamato. Se quedará aquí contigo. Todo muchacho necesita un amigo... Y tú serás su amigo. Aunque lo cierto es que ahora sois hermanos.

Yamato inclinó brevemente la cabeza, clavando en Jack su mirada dura y desafiante. No había duda de que le estaba transmitiendo un mensaje: Jack nunca sería digno de sustituir a su hermano Tenno y él no tenía ninguna intención de ser amigo suyo... Ni entonces ni nunca.

16
El bokken

El cerezo que ocupaba el centro del jardín le iba indicando a Jack el tiempo que llevaba en Japón. A su llegada, el árbol era tupido y verde. Un refugio fresco donde se había protegido del caluroso sol del verano. Ahora, tres meses más tarde y con el brazo completamente curado, las hojas del cerezo se habían vuelto de un marrón dorado y empezaban a desprenderse de las ramas.

El árbol era el santuario de Jack. Se había sentado allí con el cuaderno de ruta de su padre, examinando las constelaciones meticulosamente representadas, repasando los perfiles de las costas y esforzándose por descifrar en cada página los códigos secretos que protegían los misterios de los mares de los ojos enemigos. Un día, le había prometido su padre, le revelaría la clave para comprender todos esos códigos. Pero ahora que su padre había muerto, Jack no podía contar más que con su ingenio para desvelarlos y, con cada código que conseguía desentrañar, más cerca se sentía de su padre.

Sin embargo, el árbol era también un puente simbólico, un enlace que le había permitido ir comprendiendo poco a poco la cultura japonesa. Pues era ahí donde prácticamente todas las tardes se reunía con Akiko para practicar su idioma.

Tres días después de que Masamoto se marchara a Kioto, Akiko había sorprendido a Jack debatiéndose para lograr pronunciar una frase en japonés que el padre Lucius le había ordenado memorizar, y la muchacha se ofreció para ayudarle.


Arigatô
, Akiko —respondió él, y luego repitió la frase varias veces para grabarla en su memoria.

Así habían comenzado sus tardes en compañía de Akiko. Combinadas con las lecciones del padre Lucius, permitieron que su japonés mejorara rápidamente. Akiko había sido para él una cuerda de seguridad. Cada semana que pasaba, Jack hablaba con más fluidez, tanto con Akiko como con el resto de la casa.

Por otro lado, Yamato, a pesar del mandato de su padre, se había mantenido a una gélida distancia de Jack. Estaba claro que para Yamato, Jack podía haber sido invisible.

—¿Por qué no me habla Yamato? —le preguntó a Akiko un día—. ¿Me he comportado en algo mal con él?

—No, Jack —respondió ella con deliberada cortesía—. Es tu amigo.

—Todo el mundo es mi amigo, pero sólo porque Masamoto lo ordena —replicó Jack.

—A mí no me lo ha ordenado —dijo ella, con una pincelada de dolor en los ojos.

Jack advirtió que había sido innecesariamente brusco con ella y buscó vanamente en su reducido japonés las palabras adecuadas para pedir disculpas.

El padre Lucius le había explicado a Jack que ser capaz de disculparse era considerado una virtud en Japón. Así como los europeos entienden la disculpa como la admisión de la culpa y el fracaso, los japoneses prefieren verla como la aceptación de la responsabilidad por las propias acciones y el deseo de evitar echarles la culpa a los demás. Si uno se disculpa y muestra remordimiento, los japoneses están dispuestos a perdonar y no mantener ninguna enemistad.

—Lo siento mucho, Akiko —acabó por decir—. Has sido muy amable conmigo.

Ella inclinó la cabeza aceptando su disculpa y continuaron la conversación, olvidando por completo la molesta observación de Jack.

Hoy, mientras se acercaba a su rincón de estudio, Jack advirtió que el cerezo había perdido más hojas: una alfombra dorada se extendía bajo sus ramas. Uekiya, el jardinero, las estaba retirando e iba guardando en su saco las hojas muertas.

Jack se dispuso a coger un rastrillo para ayudar al anciano en su tarea.

—Esto no es trabajo para un samurái —dijo el jardinero amablemente, quitándole el rastrillo de las manos.

En ese momento Akiko acababa de cruzar el puente y, con pasitos cortos y delicados, se dirigía al cerezo. Jack se fijó en que esa tarde llevaba un quimono lila con flores de marfil, atado con un
obi
de un amarillo dorado. Jack no lograba acostumbrarse a lo inmaculadamente arregladas que iban siempre las mujeres japonesas.

Jack y Akiko se sentaron bajo el árbol, y Uekiya, tras inclinar la cabeza, se marchó para atender uno de sus setos ya perfectos. Comenzaron la lección de la tarde, pero, cuando sólo habían transcurrido unos minutos, Jack le preguntó a Akiko por el extraño comentario que le había hecho el jardinero.

—¿Cómo puedo ser samurái? Ni siquiera tengo espada.

—Ser samurái no es sólo empuñar una espada, Jack. Cierto, los samurái son guerreros, pues nosotros somos
bushi
, la casta guerrera. Por tanto, como hijo adoptivo de Masamoto, ahora tú también eres samurái. Y samurái significa «servir». La lealtad de un samurái va dirigida primero al emperador y luego a su
daimyo.
Es una cuestión de deber. Y tu deber es para Masamoto. No para el jardín.

—Sigo sin comprender.

¿Qué obligaciones le impondría Masamoto? ¿Se debería a ese samurái para siempre?

—Ya comprenderás. Ser samurái es una actitud de la mente. Masamoto te enseñará.

Mientras Jack trataba de entender lo que quería decir Akiko, Yamato salió de la casa con una vara de madera oscura en la mano. La vara tenía más o menos la longitud de su brazo; un tercio lo ocupaba un recio mango, y los otros dos, una larga hoja que se curvaba levemente hacia la punta.

—¿Qué es lo que lleva? —preguntó Jack.

—Un
bokken.
Un sable de madera.

Yamato los vio, hizo una envarada reverencia y se dirigió a una zona despejada del jardín.

—¿Qué? ¿Un sable de juguete? —rio Jack, mientras Yamato levantaba el
bokken
por encima de su cabeza y ejecutaba un sañudo golpe contra un enemigo imaginario.

—¿Juguete? No, un
bokken
no es ningún juguete —dijo Akiko muy seria—. Puede matar a un hombre. El propio Masamoto-sama ha derrotado a más de treinta samuráis usando un
bokken
contra sus espadas.

—Entonces ¿qué está haciendo Yamato ahora? Parece que juegue.

Yamato había repetido el golpe y siguió con una serie de tajos y bloqueos.


Kata.
Son pautas de movimientos que ayudan al samurái a perfeccionar sus habilidades marciales. Yamato está aprendiendo el arte de luchar con la espada.

—Bueno, si yo soy samurái, será mejor que aprenda también a luchar, ¿no crees? —dijo Jack, alisando su quimono.

Haciendo caso omiso de las protestas de Akiko, Jack se acercó a Yamato, que seguía practicando sus golpes. Jack se quedó observándolo con interés, estudiando sus movimientos y su técnica. Yamato lo ignoró a conciencia y continuó practicando, esquivando y atacando a su oponente imaginario.

—¿Puedo intentarlo? —preguntó Jack, cuando Yamato hubo decapitado a su atacante con un poderoso tajo cruzado.

Yamato volvió a guardar el
bokken
en su
obi
con notable precisión e inspeccionó a Jack como si fuera un recluta novato. Por un instante, Jack creyó que el chico se negaría para demostrarle su autoridad.

—¿Por qué no,
gaijin?
—dijo, con una risita arrogante—. Será bueno tener un blanco con quien practicar. ¡Jiro, tráeme un
bokken
para el
gaijin
!

El niño pequeño salió corriendo de la casa con una segunda espada de madera en las manos. Tras cargar con dificultades con un objeto más largo que él, Jiro le entregó el arma a Yamato, quien, inclinando la cabeza con las dos manos extendidas, le ofreció el
bokken
a Jack.

Jack dio un paso adelante para recogerlo.

—¡NO! Debes inclinarte cuando se te ofrece el honor de usar la espada de otro —ordenó Yamato.

A Jack no le gustó el tono imperativo de sus palabras, pero obedeció. Quería coger el arma. Deseaba saber utilizarla tal como Masamoto había empuñado sus dos espadas en la playa.

—Y cógela con las dos manos —instruyó Yamato, como si Jack fuera un niño pequeño.

Al sujetarla con las dos manos, Jack descubrió que la espada de madera era engañosamente pesada. Entonces comprendió por qué un arma semejante podía causar daños lo bastante devastadores como para matar.

—¡NO! La hoja hacia abajo —corrigió Yamato, mientras Jack sostenía el
bokken
ante él, tal como le había visto hacer hacía unos instantes.

Yamato colocó entonces adecuadamente el
bokken
en las manos de Jack.

—¡No dejes caer la
kissaki!
—exclamó Yamato desbordado por la ignorancia de Jack.


¿Kissaki?
—preguntó Jack.

—La punta del
bokken.
Mantenía en línea con la garganta de tu oponente. Un pie hacia delante. Un pie atrás. Más separados. Debes plantarte bien en el suelo.

Disfrutando de su papel de maestro, Yamato caminó lentamente alrededor de Jack, ajustando con cierto fastidio su pose hasta quedar satisfecho.

—Esto tendrá que valer. Primero, practicaremos
kihon...
Lo básico. Simplemente parar y golpear.

Yamato se colocó frente a Jack y alineó su
kissaki
con la suya. Un instante después, golpeó el
bokken
de Jack. El arma se estremeció en las manos del muchacho, y una oleada de dolor recorrió su brazo obligándolo a soltarla. La hoja de Yamato cayó desde arriba y se detuvo a un pelo de la garganta de Jack. Yamato lo miró con desdén, desafiándolo a moverse.

—¿No te enseñan a luchar en el sitio de donde vienes? Lo sujetas como una niña —reprendió Yamato—. Recógelo. No lo sujetes con el pulgar y el índice la próxima vez. Es una presa débil y puede romperse fácilmente. Mira la mía. Coloca el dedo meñique de tu mano izquierda alrededor de la base del mango. Luego coge el resto de la empuñadura con los demás dedos: haz fuerza con los dos dedos inferiores, y con el índice y el pulgar sujeta sólo levemente. Tu mano derecha debería estar justo debajo de la guardia, y sujetarla del mismo modo que tu izquierda. Esto es el
tenouchi
correcto.

Yamato parecía disfrutar del espectáculo que estaba representando delante de Akiko y Jiro. Obviamente le gustaba la sensación de superioridad que le proporcionaba poner a Jack en evidencia, tanto que no llegó a advertir, o la ignoró a propósito, la reacción mortificada de Akiko ante su conducta.

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