Read El camino del guerrero Online
Authors: Chris Bradford
—El otro lado hacia arriba —dijo, señalando el
bokken
de Jack—. El filo de la hoja debe mirar hacia el cielo, de modo que cuando desenvaines la espada puedas cortar inmediatamente.
Jack volvió la hoja de modo que el filo curvo apuntara hacia arriba.
—Bien. Ahora obsérvame.
Yamato pasó la mano derecha por delante de su cintura y agarró el mango del arma. Su pierna derecha se deslizó hacia delante y, simultáneamente, desenvainó su
bokken
agarrándolo con ambas manos y dio un tajo hacia abajo. Avanzó otro paso, alzando la
kissaki
hacia la garganta de su víctima imaginaria. Completado el ataque, retorció entonces el
bokken
realizando con la mano derecha un rápido giro y se apartó entonces con cuidado para volver a envainar su arma.
—Ahora, tu turno.
Jack se dispuso a imitar los movimientos de Yamato, pero todavía no había agarrado el mango cuando fue interrumpido.
—¡No! Tu mano debe quedar cerca de tu cuerpo. Si la pones ahí, tu enemigo te la cortará.
Jack empezó de nuevo. A cada paso, Yamato lo detenía y corregía sus movimientos. Jack empezó a desanimarse. Había muchas cosas que tener en cuenta y Yamato era inflexible en sus críticas.
—¿Para qué es ese último movimiento? —preguntó Jack, irritado.
—Ese movimiento se llama
chiburi
—replicó Yamato, dirigiéndole una sonrisa sádica—. Desprende de la hoja la sangre de tu enemigo.
Se pasaron toda la tarde repitiendo esa única
kata
una y otra vez. Poco a poco, Jack fue aprendiendo cada paso de la secuencia hasta que consiguió ejecutar la
kata
en un movimiento completo. No lo hizo con fluidez, pero ahora ya conocía la técnica. El sol empezaba a ponerse y Yamato dio la sesión por concluida.
—
Arigatô
, Yamato —dijo Jack, inclinándose cortésmente.
—
Domô, gaijin.
—Me llamo Jack.
Y sostuvo la imperiosa mirada de Yamato, desafiándolo a mostrar el respeto debido.
—Te llamas
gaijin
hasta que demuestres lo contrarío —dijo Yamato, volviendo a envainar su
bokken.
Yamato giró entonces sobre sus talones y, sin devolverle el saludo a Jack, desapareció dentro de la casa.
Al día siguiente, Jack llegó temprano al jardín para practicar la
kata
antes de que apareciera Yamato. Éste no hizo ningún comentario al respecto, pero sin duda la intención de Jack le quedó clara: no pensaba quedarse atrás en la práctica del
bokken
, por muy irrespetuosa que fuera la actitud de Yamato.
Yamato se colocó junto a Jack y empezó a sincronizar su entrenamiento con el suyo.
Yamato no era en modo alguno un artista marcial hábil. Era unos seis meses más joven que Jack, así que no llevaba más de un año de entrenamiento. Pero había heredado parte de la habilidad de su padre con el arma y sabía lo suficiente para enseñarle a Jack las bases del
kenjutsu
: el arte de la espada.
Cuando el otoño dio por fin paso al invierno, Jack había mejorado claramente. Los movimientos
kata
, al principio torpes y recios, empezaron a fluir, y el
bokken
se convirtió en una extensión natural de sus brazos. Ni siquiera Yamato podía negar sus progresos. Su
randori
se fue haciendo más igualado y a Yamato le resultó cada vez más difícil derrotar a Jack.
Akiko, sin embargo, no aprobaba la decisión de Jack de entrenarse con Yamato, a pesar de sus mejoras, y no se cansaba de sugerirle que al regreso de Masamoto éste podría entrenarlo adecuadamente en el arte del
bokken
sin que resultara herido cada dos por tres. Akiko, no obstante, comprendió finalmente que Jack no se dejaría disuadir y se resignó a administrar ungüentos medicinales para sanar los numerosos cortes y magulladuras que recibió durante el
randori.
A cambio Akiko había insistido en que, además de entrenarse en las artes marciales del samurái, Jack debía conocer también los aspectos más elegantes y refinados de lo que significaba ser un samurái, sobre todo la formal etiqueta japonesa. Le recordó que Masamoto esperaría que él, su hijo adoptivo, estuviera bien versado en sus costumbres, y Jack no podía decepcionarlo.
Akiko le enseñó las formas aceptadas de mostrar respeto, así como el modo adecuado de sentarse y levantarse en presencia de un samurái y señor de la casa. Le enseñó la manera correcta de ofrecer y recibir regalos, usando ambas manos. Ayudó a Jack a perfeccionar su japonés, detallando las formas correctas de dirigirse a personas de diferente estatus y relación.
Jack creía que la cabeza le iba a explotar durante las sesiones de etiqueta con Akiko. Había tantas costumbres y códigos de conducta que casi se quedaba paralizado e inactivo por miedo a ofender a alguien.
Tal vez por eso disfrutaba de la lucha cuando se entrenaba con Yamato en el
randori
: se sentía libre y dueño de su propio destino.
—¿Al mejor de tres? —propuso Jack un día, cuando los primeros copos de nieve se posaban sobre el jardín.
—¿Por qué no,
gaijin?
—dijo Yamato, adoptando su pose de lucha.
Akiko, que estaba enseñando a Jiro a marcar en la nieve
kan-ji
, la forma de escribir japonesa, les dirigió su habitual mirada reprobatoria antes de continuar con los estudios de Jiro.
Jack comprobó su postura, ajustó su tenaza y alzó su
kissaki.
Yamato golpeó inmediatamente, deteniendo el
bokken
de Jack y empujando. Jack ladeó el cuerpo, esquivando la hoja, y lanzó su propia arma contra Yamato.
Yamato bloqueó sin esfuerzo y contraatacó con un golpe cortante hacia arriba. Jack saltó hacia atrás, mientras la
kissaki
casi le rozaba la barbilla. Oyó a Akiko dejar escapar un suspiro de preocupación.
Yamato avanzó y alcanzó a Jack en el hombro con un golpe hacia abajo. Jack gimió.
—Uno para mí —dijo Yamato, saboreando la evidente victoria.
Continuaron.
Jack no cometió el mismo error esta vez y arremetió directamente contra su contrincante. Apartó el
bokken
de Yamato, empujando la
kissaki
ante la cara de su oponente. Yamato retrocedió tambaleándose, buscando a la desesperada evitar ser golpeado. Atacó salvajemente con su
bokken
y Jack tuvo que retirarse para evitar ser alcanzado por el remolino de golpes.
Jack lo engañó bajando su
kissaki.
Yamato divisó la abertura y, alzando su
bokken
, golpeó la cabeza expuesta de Jack. Este esquivó a Yamato y le descargó un tajo en el estómago. Yamato se desplomó, derrotado por la inesperada maniobra.
Jiro, que había perdido interés en la lección de
kanji
de Akiko en cuanto comenzó el
randori
, dejó escapar un grito.
—¡Ha ganado Jack! ¡La primera vez! ¡Ha ganado Jack!
—Iguales a uno, creo —dijo Jack, mientras ayudaba a Yamato a ponerse en pie.
—Un golpe de suerte,
gaijin
—susurró Yamato sin aliento quitándose de encima la mano de Jack.
Encendido por su error, Yamato rompió con la etiqueta del combate y atacó a Jack sin esperar a igualar las guardias.
Golpeó rápidamente el
bokken
de Jack y le descargó un golpe contra el cuello. Jack consiguió a duras penas mantenerse fuera de su alcance, retrocediendo para crear distancia entre ambos. Yamato se lanzó a los pies de Jack, obligándolo a saltar para esquivar la hoja. Jack perdió el equilibrio, pero de algún modo bloqueó el nuevo golpe que Yamato le lanzaba al estómago.
—¡Yamato...! —gritó Akiko, pero él hizo caso omiso y continuó su ataque.
Yamato colocó su
bokken
bajo el de Jack, arrancándoselo de las manos y lanzándolo al aire. Entonces le dio una fuerte patada en el pecho, empujándolo de espaldas contra el cerezo.
Siguiendo con su ataque, Yamato le lanzó a Jack el arma directamente a la cabeza. En el último segundo, más por instinto que por conocimiento, Jack la esquivó y sintió el temblor del árbol al recibir el azote del
bokken
contra el tronco y la lluvia de nieve que caía de sus ramas.
«Esto va en serio», pensó Jack, y atacó con todas sus fuerzas, golpeando con el hombro la barriga de Yamato. Su adversario cayó hacia atrás y los dos aterrizaron sobre la nieve hechos un ovillo.
—¡Basta! ¡Basta! —suplicaba Akiko, mientras Jiro saltaba de emoción ante el claro empate.
Jack rodó por el suelo, buscando desesperadamente su
bokken.
Lo vio al pie del puente y se abalanzó sobre él para recuperarlo. Yamato lo persiguió de inmediato, gritando con todas sus fuerzas, y levantando el
bokken
dispuesto para golpear.
Jack agarró su arma e, ignorando las desesperadas súplicas de Akiko para que se calmaran, pasó de largo hacia el puente. Al oír a Yamato tras sus talones, Jack se volvió, arremetiendo con su
bokken
contra la cabeza de Yamato. Las dos armas entrechocaron y las hojas se detuvieron a escasos centímetros de la garganta de cada adversario.
—¡Empate! —gritó Jiro, entusiasmado.
Akiko dejó escapar un tembloroso suspiro de alivio ante el empate y corrió para interceder antes de que el combate continuara. En ese mismo instante apareció Taka-san y los dos luchadores bajaron sus
bokken.
—¡Jack-kun! —exclamó acercándose—. El padre Lucius requiere tu presencia. Es urgente.
Jack supo que eso sólo podía significar una cosa.
Se despidió de Yamato y Akiko inclinando la cabeza y luego corrió detrás de Taka-san.
Al entrar en el cuarto del padre Lucius, Jack notó el abrumador hedor del vómito, el sudor rancio y la orina. Apestaba a mortalidad.
Una única vela solitaria chisporroteaba débilmente, iluminando la penumbra. En un rincón, pudo escuchar la respiración entrecortada del sacerdote.
—¿Padre Lucius?
Jack se acercó a la figura en sombras tendida en el futón. Tropezó con algo y, al bajar la mirada, distinguió en la oscuridad un pequeño cubo rebosante de vómito. Jack se obligó a continuar y se inclinó junto al lecho del sacerdote.
La vela chisporroteó y Jack vio entonces el rostro hueco y demacrado del padre Lucius.
La piel del sacerdote era de un azul pálido y estaba empapada en sudor. El poco cabello que le quedaba, gris y flácido, se le pegaba en los huecos que formaban sus mejillas hundidas. Gotas de sangre moteaban sus labios resquebrajados y bajo sus ojos se extendían oscuras sombras.
—¿Padre Lucius? —dijo Jack, casi deseando que el sacerdote estuviera ya muerto para que no tuviera que seguir sufriendo ese tormento.
—¿Jack? —croó el padre Lucius, pasando una lengua pálida por sus labios entrecortados.
—¿Sí, padre?
—Debo pedirte perdón...
—¿Por qué...?
—Lo siento, Jack... Aunque eres hijo de herejes... Tienes valor... Hablaba de manera entrecortada, inspirando profundamente entre cada murmullo. Jack escuchó, entristecido por el penoso estado del sacerdote. Era el último eslabón con el otro lado del mundo y, a pesar de sus constantes prédicas, había aprendido a respetarlo. También el sacerdote parecía haber llegado a apreciarlo, aunque se negara a dejarse convertir.
—Te juzgué mal... Disfruté de tus lecciones... Ojalá pudiera haberte salvado...
—No se preocupe por mí, padre —repuso Jack para consolarle—. Mi propio Dios cuidará de mí. Igual que el suyo.
El padre Lucius dejó escapar un pequeño sollozo.
—Lo siento mucho... Tuve que decírselo... Era mi deber... —susurró con lágrimas en los ojos.
—¿Decirle qué a quién? —preguntó Jack.
—Por favor, comprende... No sabía que estarían dispuestos a matar por él... Que Dios tenga piedad de mi alma...
—¿Qué dice? —instó Jack.
El sacerdote continuó moviendo los labios, tratando de decir algo más, pero sus palabras no fueron audibles.
Con una débil tos, el padre Lucius exhaló su último suspiro y murió.
El cerezo había perdido ya todas sus hojas y, con sus ramas peladas cargadas de nieve, parecía un esqueleto recortado contra el cielo. Jack caminó por el jardín hasta detenerse a la sombra de su árbol. La muerte parecía flotar en el ambiente. ¿Qué había querido decir el padre Lucius? «No sabía que estarían dispuestos a matar por él.» ¿Estaba hablando del cuaderno de ruta? Si era así, eso debía de significar que corría peligro.
Sus pensamientos quedaron interrumpidos por una suave voz.
—Lamento mucho la muerte del padre Lucius. Debes de estar muy triste.
Akiko llevaba un sencillo quimono blanco, y parecía un copo de nieve en un mundo todo blanco.
—Gracias —dijo, inclinando la cabeza—, pero no creo que fuera amigo mío.
—¿Por qué dices eso? —susurró Akiko, sorprendida por la frialdad de sus sentimientos.
Jack tomó aliento antes de responder. ¿Podía confiar en ella? ¿Podía confiar en alguien allí? Pero Akiko era lo más parecido que tenía a una amiga. No tenía nadie más a quien recurrir.
—Cuando el padre Lucius murió, dijo algo muy extraño. Dio a entender que alguien querría matarme, y luego murió llorando y suplicando el perdón de Dios.
—¿Por qué querría nadie matarte, Jack? —preguntó Akiko, arrugando la nariz en gesto de sorpresa.
Jack la estudió. ¿Podía extender su confianza y revelarle el secreto del cuaderno de su padre? No, pensó, no podía contarle toda la verdad. Al menos, todavía no. El cuaderno de ruta de su padre era la única posesión de valor que tenía. Lo único que podía suponer era que ellos querían, pero como no sabía quiénes eran esos ellos, cuanto menos se supiera acerca de sus auténticas intenciones, mejor.
—No lo sé. ¿Tal vez alguien a quien no le gustan los
gaijin?
—mintió.
—¿Quién?
—No lo sé. El padre Lucius murió inmediatamente después de decirme eso.
—Deberíamos contárselo a alguien.
—¡No! ¿Quién iba a creerme? Dirían que fueron los desvaríos de un moribundo.
—Pero tú pareces creerlo —dijo Akiko, mirándolo con atención. Sabía que no se lo estaba contando todo. No tenía un pelo de tonta, pero Jack sabía también que la cortesía japonesa le impedía presionar en busca de una respuesta.
Jack se encogió de hombros.
—Tal vez lo oí mal. No estoy seguro de lo que dijo.