Read El fin del Mundo y un despiadado País de las Maravillas Online
Authors: Haruki Murakami
Tags: #Novela
—No. Pero sí he desarrollado algunas hipótesis, claro está. Como los ocho calculadores murieron uno tras otro después de recibir el tratamiento
shuffling,
podía descartarse que se tratara de una casualidad. Por lo tanto, era preciso tomar medidas. Es el deber del científico. Y yo me planteé lo siguiente: una posibilidad era que las conexiones instaladas en el cerebro se hubiesen aflojado o quemado, o que hubiesen desaparecido. Como resultado de ello, su sistema mental se habría colapsado y las funciones cerebrales habrían sido incapaces de soportar su energía. Otra posibilidad era que el problema no residiese en la conexión, sino en el propio hecho de liberar, siquiera por un breve lapso de tiempo, el núcleo de la conciencia. Tal vez el cerebro humano sea incapaz de soportarlo,— tras pronunciar estas palabras, todavía con la manta subida hasta la barbilla, hizo una pausa—. Eso deduje. Carezco de pruebas, pero, considerando las circunstancias anteriores y posteriores a los hechos, lo más probable es que la causa de su muerte se deba a una u otra posibilidad, o a la suma de ambas.
—¿Y la autopsia cerebral no aclaró nada?
—El cerebro no es como una tostadora o una lavadora. No hay cables ni interruptores a la vista. Se trataba sólo del cambio del curso de una descarga eléctrica invisible; por lo tanto, tras la muerte era imposible extraer la conexión y estudiarla. En un cerebro vivo pueden detectarse anomalías, pero no en uno muerto. Si hubiera habido una lesión o un tumor, los habríamos detectado, claro está. Pero no los había. El cerebro estaba totalmente limpio.
«Entonces hice comparecer en mi laboratorio a diez de los supervivientes y volvimos a examinarlos. Les tomamos las ondas cerebrales, analizamos el cambio de sistema de pensamiento, comprobamos si la conexión funcionaba bien. Los sometimos a largas entrevistas y les preguntamos si habían notado alguna anomalía física o si sufrían alucinaciones auditivas o visiones. Pero no descubrimos ningún problema relevante. Todos estaban bien de salud, ejecutaban el
shuffling
sin contratiempos. Concluimos que las personas fallecidas debían de tener algún defecto congénito incompatible con la operación
shuffling.
Aún no sabíamos de qué defecto se trataba, pero era algo que podríamos resolver antes de emprender la segunda generación de tratamiento
shuffling.
«Estábamos equivocados. Al mes siguiente murieron cinco calculadores más, entre ellos tres de los sujetos que habían sufrido el exhaustivo examen posterior. Se nos habían muerto, sin más, unas personas sobre las que acabábamos de determinar, tras unas pruebas exhaustivas, que no tenían problema alguno. Fue un duro golpe para nosotros. La mitad de los veintiséis sujetos sometidos a examen ya había muerto por causas desconocidas. El problema se hallaba en la raíz misma del proyecto. En resumen, que el cerebro se había mostrado incapaz de valerse de dos sistemas de pensamiento alternativos. A tenor de los hechos, le propuse al Sistema suspender el programa. Extraer la conexión del cerebro de los supervivientes y cancelar las operaciones
shuffling.
De otro modo, podían acabar muriendo todos. Pero el Sistema dijo que era imposible. Y rechazó mi propuesta.
—¿Por qué?
—Porque el sistema
shuffling
funcionaba con gran eficacia y porque en esos momentos no podían congelar el programa. Si lo hubieran hecho, el funcionamiento del Sistema se hubiese paralizado. Además, adujeron que no tenían por qué morir necesariamente todos los calculadores, y que si había supervivientes, éstos podrían servir para futuras investigaciones. Entonces me desentendí del asunto.
—Y sólo sobreviví yo.
—Exacto.
Apoyé la parte posterior de la cabeza en la pared rocosa y me froté con la palma de la mano las mejillas sin afeitar mientras contemplaba distraídamente el techo. No lograba recordar la última vez que me había afeitado. Debía de tener una pinta espantosa.
—¿Y cómo es que yo no he muerto?
—Es sólo una hipótesis —dijo el profesor—, y ya sé que voy sumando una hipótesis a otra. Pero me lo dice mi sexto sentido, no creo que esté muy lejos de la realidad. Y es que usted, antes de que le implantáramos nada, ya poseía un sistema de pensamiento compuesto. De forma inconsciente, por supuesto. Sin saberlo, usted hacía un doble uso de su propia identidad. Como el símil que le puesto antes, el de llevar un reloj en el bolsillo derecho del pantalón y otro en el izquierdo. Usted ya tenía la conexión establecida desde el principio y por ello es psicológicamente inmune a ella.
—Esta hipótesis, ¿se funda en algo real?
—Sí. Hace unos dos o tres meses revisé todas las cajas negras, los sistemas de pensamiento de los veintiséis calculadores trasladados a imágenes. Y descubrí algo. Su imagen es la más coherente, no tiene fallos, es la más lógica. Dicho en una palabra, es perfecta. Tanto que podría utilizarse, tal cual, en una novela o en una película. Pero no sucede lo mismo con las imágenes de los veinticinco individuos restantes. Los fragmentos que las conforman son confusos, faltos de cohesión. Por más que me esforcé al montarlas, no conseguí darles lógica ni armonía. Parecen una sucesión de sueños deshilvanados. Pero la suya es completamente distinta. La diferencia es tan grande como la que hay entre el dibujo de un pintor profesional y el de un niño.
»He reflexionado mucho sobre cuáles pueden ser las razones, y creo que sólo hay una conclusión posible. Y es que usted ya la había ordenado previamente. Por eso el conjunto de imágenes se estructura con tanta nitidez. Recurriendo de nuevo a un símil, es como si usted hubiese bajado a la "fábrica de formas" y hubiera construido imágenes con sus propias manos. Sin saberlo ni usted mismo.
—¡Asombroso! ¿Y por qué ha ocurrido así?
—Podría deberse a varios factores —dijo el profesor—. Experiencias durante la infancia, entorno familiar, objetivación excesiva del ego, sentimiento de culpa... En todo caso, usted tiene una marcada tendencia a protegerse a sí mismo, ¿me equivoco?
—Es posible —dije—. ¿Y qué diablos va a pasar ahora?
—No hay ningún problema. Si no ocurre nada, usted seguirá como ahora hasta que se muera de viejo —aseguró—. Sin embargo, siendo realistas, es improbable que no suceda nada. Le guste o no, usted es la clave que puede decidir el resultado de esta absurda guerra de la información. Dentro de poco, el Sistema pondrá en marcha el proyecto de segunda generación tomándolo a usted como muestra. Lo someterán a meticulosos análisis, lo toquetearán de arriba abajo. No puedo decirle en qué consistirá exactamente, pero seguro que no será agradable. Quizá peque de ingenuo, pero eso lo puede adivinar cualquiera. Por eso quiero ayudarlo.
—¡Oh, no! —exclamé, abatido—. ¿No va a participar en ese proyecto?
—Como le he dicho una y otra vez, vender el fruto de mis estudios a otros no va conmigo. Además, no quiero participar en algo que pueda implicar la muerte de seres humanos. Hay muchos factores que me han hecho reflexionar. Me construí un laboratorio subterráneo para huir de la gente. Porque el Sistema no es el único que quiere utilizarme, también han aparecido los semióticos. Y estas macroorganizaciones no me gustan. Sólo miran a su provecho.
—¿Y por qué se valió de artimañas para contactar conmigo? ¿Por qué me engañó para que acudiera a su despacho y luego me pidió que efectuara unos cálculos?
—Quería confirmar mi hipótesis antes de que el Sistema o los semióticos lo atraparan y lo estudiaran a usted exhaustivamente. Porque, si la confirmara, usted podría librarse de pasar un mal rato. Entre los datos que le di había oculta una señal para cambiar al tercer sistema de pensamiento. Es decir, que después de pasar al segundo sistema de pensamiento, cambiaría un punto más y procesaría los datos en el tercer sistema de pensamiento.
—Ese tercer sistema de pensamiento es el que usted visualizó y montó, ¿verdad?
—Exactamente —asintió el profesor.
—¿Y de qué manera iba a confirmar eso su hipótesis?
—Mediante las divergencias —dijo el profesor—. Usted, sin ser consciente de ello, ha acabado comprendiendo a la perfección el núcleo de su conciencia. Por eso utiliza sin problemas el segundo sistema de pensamiento. Pero el tercer circuito comprende la parte que yo monté y, por lo tanto, lo normal es que surja una divergencia entre las dos, y que esta divergencia provoque alguna reacción por su parte. Pues bien, yo quería cuantificarla. Y, a tenor de los datos de esta cuantificación, habría podido formarme una idea un poco más concreta sobre el poder de lo que usted esconde en el fondo de su conciencia, sobre su contenido y sobre las causas.
—¿Habría podido, dice?
—Sí. Habría podido. Pero todo se ha ido al traste. Los semióticos, junto con los tinieblos, han destrozado mi laboratorio. Se han llevado todos los datos. Después de que se fueran, volví al despacho y lo comprobé. Allí no queda nada de valor. En estas condiciones, me es imposible cuantificar la divergencia. Esos tipos se han llevado incluso las cajas negras visualizadas.
—¿Qué relación tiene todo eso con el fin del mundo? —pregunté.
—A decir verdad, el mundo de ahora va a acabarse. Es en su interior donde el mundo va a llegar a su fin.
—No lo entiendo.
—Se trata del núcleo de su conciencia. El fin del mundo es, ni más ni menos, lo que describe su conciencia. No sé por qué usted oculta eso en el fondo de su conciencia, pero es así. En el interior de su conciencia el mundo ha llegado a su fin. O, formulado a la inversa, su conciencia está viviendo en el fin del mundo. Y en aquel mundo han desaparecido la mayoría de las cosas que es lógico que existan en éste. Allí no existe el tiempo, ni la dimensión espacial, ni la vida, ni la muerte. Tampoco, en el sentido estricto de estas palabras, los valores o el ego. Allí, unas bestias controlan el ego de las personas.
—¿Unas bestias?
—Unicornios —dijo el profesor—. En esa ciudad hay unicornios.
—¿Y esos unicornios tienen algo que ver con el cráneo que usted me dio?
—Aquel cráneo es una reproducción. Magnífica, ¿verdad? Me basé en las imágenes que visualicé de su conciencia, pero me costó lo mío. No tiene ningún sentido en particular. Sólo que, como me interesa la craneología, se me ocurrió hacerlo. Se lo regalo.
—Espere un momento —dije—. A ver si lo he entendido bien: en el fondo de mi conciencia existe el mundo del que usted me habla. Usted lo montó, dándole una forma más clara, y me lo ha implantado en la cabeza bajo la forma de un tercer circuito, el llamado circuito 3. A continuación, ha enviado determinada señal, ha puesto en marcha este circuito en mi conciencia y me ha hecho ejecutar un
shuffling.
¿Hasta aquí es correcto?
—Sí, es correcto.
—Y, al acabar el
shuffling
, este circuito 3 ha quedado automáticamente cerrado y mi conciencia ha vuelto al circuito 1.
—No, eso no es correcto —dijo el profesor rascándose la nuca—. Si las cosas hubieran ido así, sería muy simple. Pero no lo son. El circuito 3 no posee la función de bloqueo automático.
—Entonces, ¿mi circuito 3 continúa abierto?
—¡Ejem!... Pues sí.
—Pero yo ahora estoy pensando y actuando sirviéndome del circuito 1...
—Eso es posible porque el circuito 2 tiene una llave de paso. Mire, le haré un esquema del dispositivo —dijo.
Entonces se sacó un bloc y un bolígrafo del bolsillo, hizo un dibujo y me lo entregó.
—Éste es el estado normal de su conciencia. La conexión A está conectada con la entrada 1, y la B, con la entrada 2. Sin embargo, ahora está así. —Y el profesor hizo otro dibujo en el papel.
—¿Comprende? Mientras la conexión B sigue conectada al circuito 3, la conexión A, gracias al sistema de cambio automático, está comunicada con el circuito 1. Por esa razón, usted puede pensar y actuar sirviéndose del primer circuito. Pero eso es provisional. Antes o después, acabará conduciendo la conexión B hasta el circuito 2. Porque el circuito 3, en realidad, no le pertenece. Si lo deja tal como está, la energía surgida de esta divergencia fundirá la conexión B, usted se quedará conectado permanentemente al circuito 3, la descarga eléctrica de éste va a atraer la conexión A hacia el punto
y, en consecuencia, acabará fundiendo también esta conexión. Por eso, antes de que las cosas llegaran a este punto, yo tenía que calcular la energía de divergencia y devolverlo a usted a su estado original.