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Authors: Oliver Sacks

Tags: #Ciencia,Ensayo,otros

El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (11 page)

BOOK: El hombre que confundió a su mujer con un sombrero
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Esto resulta aun más notable, quizás, por el hecho de que Simón es medio retardado, una especie de simplón afectuoso, a diferencia de la apasionada y dotada Madeleine J. Podría decirse de ella que es extraordinaria, una Helen Keller, un caso de los que hay uno entre un millón… pero del bueno de Simón no podía decirse nada parecido. Y sin embargo el objetivo básico (el logro de las manos) resultó ser tan posible para él como para ella. Parece evidente que la inteligencia, en cuanto tal, no juega ningún papel en el asunto: que lo único esencial es el
uso
.

Estos casos de agnosia del desarrollo pueden ser raros, pero se ven frecuentemente casos de agnosia adquirida que testimonian ese mismo principio fundamental del uso. Yo examino a muchos pacientes con una neuropatía «guante-y-media» grave debida a diabetes. Si la neuropatía es lo bastante grave, los pacientes pasan de la sensación de adormecimiento (la sensación «guante-y-media») a una sensación de desvinculación o ausencia completa. Pueden sentirse «como un cesto» (como me decía uno de ellos) con las manos y los pies completamente «perdidos». A veces tienen la sensación de que los brazos y las piernas terminan en muñones, con masas de «pasta» o «yeso» «pegadas». Lo normal es que esta sensación de desvinculación sea, si se produce, absolutamente súbita… y que la vuelta a la realidad, si se produce, sea súbita igualmente. Hay, digamos, un umbral crítico (funcional y ontológico). Es crucial conseguir que estos pacientes usen las manos y los pies… incluso, en caso necesario, «engañarlos» para que lo hagan. Así es posible que se produzca una revinculación súbita, un súbito salto atrás hacia la realidad subjetiva y la «vida»… siempre que haya potencial fisiológico suficiente (no es posible esta revinculación si la neuropatía es total, si las partes distales de los nervios están completamente muertas).

En el caso de pacientes que tengan una neuropatía grave pero no total, es literalmente vital un uso mínimo, que es lo que marca la diferencia entre ser un «cesto» y tener una actividad funcional razonable (el uso excesivo puede producir fatiga de la función nerviosa limitada y desvinculación súbita de nuevo).

Habría que añadir que estas sensaciones subjetivas tienen correspondencias objetivas precisas: hay «silencio eléctrico», localmente, en los músculos de las manos y los pies, y en el aspecto sensorial una ausencia total de «potenciales evocados» a todos los niveles hasta el córtex sensorial. En cuanto las manos y los pies se revinculan con el uso hay una inversión completa del cuadro fisiológico.

En el capítulo tres, «La dama desencarnada», se describe una sensación similar de amortecimiento e irrealidad.

6. Fantasmas

Un «fantasma», en el sentido que utilizan el término los neurólogos, es un recuerdo o imagen persistente de una parte del cuerpo, normalmente una extremidad, durante meses o años después de su pérdida. Los fantasmas, ya conocidos en la antigüedad, fueron descritos y analizados con todo detalle por el gran neurólogo estadounidense Silas Weir Mitchell, durante la Guerra de Secesión y después de ella.

Weir Mitchell describió varios tipos de fantasmas: unos extrañamente espectrales e irreales (fue a éstos a los que él llamó «espectros sensoriales»); otros apremiantes, peligrosamente reales, incluso; otros intensamente dolorosos, otros (la mayoría) completamente indoloros; algunos fotográficamente exactos, como réplicas o facsímiles del miembro perdido, otros reducidos o deformados grotescamente… y también «fantasmas negativos», o «fantasmas de ausencia». Explicó asimismo, con toda claridad, que en estos trastornos de «la imagen corporal» (el término lo introdujo Henry Head cincuenta años después) podían influir factores centrales (estimulación o lesión del córtex sensorial, sobre todo el de los lóbulos parietales) o periféricos (la condición del muñón nervioso o neuroma; lesión nerviosa, bloqueo nervioso o estimulación nerviosa; trastornos en raíces nerviosas espinales o en sistemas sensoriales de la médula). A mí me han interesado en especial estos determinantes periféricos.

Las piezas que siguen, extremadamente breves, anecdóticas casi, proceden de la sección «Curiosidades clínicas» del
British Medical Journal.

DEDO FANTASMA

Un marinero perdió en un accidente el dedo índice de la mano derecha. Durante cuarenta años le persiguió el fantasma intruso de aquel dedo rígidamente extendido, como estaba cuando lo perdió. Siempre que acercaba la mano a la cara (para comer o para rascarse la nariz, por ejemplo) temía que el dedo fantasma le sacase un ojo. (Sabía que era imposible, pero la sensación era irreprimible.) Contrajo luego una neuropatía diabética sensorial grave y perdió toda sensación de poseer dedos. El dedo fantasma desapareció también.

Es bien sabido que un trastorno patológico central, como un ataque sensorial, puede «curar» un fantasma. ¿Con qué frecuencia tiene los mismos efectos un trastorno patológico periférico?

MIEMBROS FANTASMAS QUE DESAPARECEN

Todos los amputados, y todos los que trabajan con ellos, saben que es esencial un miembro fantasma para poder hacer uso de un miembro artificial. «Su valor para el amputado es enorme», escribe el doctor Michael Kremer. «Estoy completamente seguro de que ningún amputado con una extremidad inferior artificial puede caminar con ella satisfactoriamente hasta que le ha incorporado la imagen corporal. En otras palabras, el fantasma.»

La desaparición de un fantasma puede ser, por tanto, desastrosa y su recuperación, su reanimación, una cuestión acuciante. Puede conseguirse de modos muy diversos: Weir Mitchell explica cómo se «resucitó» súbitamente, con faradización del plexo braquial, una mano fantasma que llevaba veinticinco años perdida. Un paciente que está a mi cuidado me cuenta cómo ha de «despertar» a su fantasma por las mañanas: primero flexiona el muñón del muslo hacia él y luego le da un golpe seco con la mano varias veces («como a un bebé en el trasero»). Al quinto o sexto azote el fantasma se activa de pronto, reavivado,
fulgurado
, por el estímulo periférico. Sólo entonces puede ponerse la prótesis y caminar. ¿Qué otros extraños métodos (se pregunta uno) utilizan los amputados?

FANTASMAS POSICIONALES

Un buen día nos enviaron un paciente, Charles D., porque tropezaba, se caía y sufría vértigo… había habido sospechas infundadas de un trastorno en el laberinto. Un examen más detenido mostró claramente que lo que tenía no era vértigo ni mucho menos, sino una agitación de ilusiones posturales en continuo cambio. De pronto el suelo parecía alejarse, luego se acercaba, se inclinaba hacia delante, cabeceaba, daba sacudidas: según sus propias palabras, «como un barco en un mar agitado». En consecuencia también él se tambaleaba y se bamboleaba,
a menos que fijase la vista en los pies
. Necesitaba que la vista le indicase la verdadera posición de los pies y del suelo (el tacto había pasado a ser sumamente inestable y equívoco) pero a veces la sensación desbordaba incluso la visión, de modo que el suelo y los pies
parecían
inestables e inquietantes.

Pronto comprobamos que se trataba de un acceso agudo de
tabes
… y (debido a que afectaba a la raíz dorsal) de una especie de delirio sensorial de «ilusiones proprioceptivas» en fluctuación rápida. Todo el mundo conoce la etapa terminal clásica del tabes, en la que puede haber una virtual «ceguera» proprioceptiva de las piernas. ¿Se han encontrado alguna vez los lectores con esta etapa intermedia, de ilusiones o fantasmas posturales, debidos a un delirio tabético agudo, y reversible?

La experiencia que refiere este paciente me recuerda una experiencia singular que yo mismo tuve, durante el proceso de recuperación, en un caso de escotoma proprioceptivo. Aparece en
A Leg to Stand On
, descrita del modo siguiente:

Me sentí infinitamente inseguro, y tuve que mirar hacia abajo. Vi entonces cuál era el origen de aquella conmoción. Era mi pierna (o, mejor dicho, aquel chisme, aquel cilindro liso de tiza que me servía de pierna, aquella abstracción de pierna blanco tiza). El cilindro había pasado a tener cientos de metros de longitud, no era cuestión de dos milímetros; de pronto era grueso, luego delgado; se inclinaba hacia un lado, después hacia el otro. Cambiaba constantemente de tamaño y de forma, de posición y de ángulo, y los cambios se producían a un ritmo de cuatro o cinco por segundo. La gama de transformación y de cambio era inmensa: podía haber mil cambios entre «estructuras» sucesivas…

FANTASMAS: ¿VIVOS O MUERTOS?

Suele haber una cierta confusión en lo que se refiere a los fantasmas: si han de producirse o no; si son patológicos o no; si son «reales» o no lo son. La literatura científica es confusa, pero los pacientes no… y aclaran la cuestión describiendo diferentes
tipos
de fantasmas.

Así, un hombre inteligente con una amputación por encima de la rodilla me explicó lo siguiente:

Hay ese
chisme
, ese pie fantasma, que a veces me duele muchísimo… y se me curvan los dedos hacia arriba o sufren un espasmo. Es aun peor de noche, o cuando me quito la prótesis, o cuando estoy quieto y no hago nada. Se va en cuanto me pongo la prótesis y camino. Entonces siento aún la pierna, con toda claridad, pero es un fantasma
bueno
, diferente, anima la prótesis y me permite andar.

¿En el caso de este paciente, y de todos los demás, no es acaso el uso lo decisivo, para eliminar un fantasma «malo» (o pasivo o patológico), si existe, y también para mantener al fantasma «bueno» (es decir, la imagen o el recuerdo personal persistente del miembro) vivo, activo y bien, como es preciso?

POSTDATA

Muchos pacientes con fantasmas (aunque no todos) sufren «dolor fantasma» o dolor en el fantasma. A veces este dolor tiene un carácter extraño, pero con frecuencia es un dolor bastante «normal», la persistencia de un dolor presente en el miembro con anterioridad o la aparición de un dolor que podría esperarse que apareciese si el miembro estuviese presente de verdad. A raíz de la publicación de este libro he recibido varias cartas fascinantes de pacientes sobre este asunto: uno de ellos me explica el desasosiego que le produce una uña del pie que se le mete en la carne, de la que no se había «cuidado» antes de la amputación, y que persiste años después de ésta; pero también de un dolor completamente distinto (un dolor insoportable de raíz o «ciática» en el fantasma) después de una «luxación de disco» aguda y que desapareció con la eliminación del disco y la fusión espinal. Estos problemas, que no son insólitos ni muchísimo menos, no son en modo alguno «imaginarios», y pueden investigarse en realidad por procedimientos neurofisiológicos.

Así, el doctor Jonathan Cole, que fue alumno mío y es hoy neurofisiólogo espinal, explica el caso de una mujer con dolor persistente en una pierna fantasma en que la anestesia del ligamento espinal con lidocaína logró que el fantasma quedase anestesiado (que desapareciese en realidad) por un breve período; pero la estimulación eléctrica de las raíces espinales produjo un dolor hormigueante agudo en el fantasma muy distinto del dolor sordo que solía producir éste; la estimulación de la médula espinal superior redujo el dolor fantasma (
comunicación personal
). El doctor Cole ha presentado también detallados estudios electrofisiológicos de un paciente con una polineuropatía sensorial de catorce años de duración, muy similar en diversos aspectos a Christina, la «dama desencarnada» (ver
Proceedings of the Physiological Society
, Febrero 1986, pag. 51P).

7. A nivel

Hace ya nueve años que conocí al señor MacGregor, en la clínica neurológica de St. Dunstan's, una residencia de ancianos donde trabajé tiempo atrás, pero lo recuerdo (lo estoy viendo) como si fuese ayer.

—¿Qué le pasa a usted? — le pregunté, cuando entró, todo inclinado.

—¿Que qué me pasa? Nada… nada que yo sepa… Pero todos me dicen que me inclino hacia un lado: «Es usted como la torre inclinada de Pisa», me dicen. «Si se inclina un poco más, se cae.»

—¿Pero usted no tiene sensación de inclinarse?

—Yo me siento perfectamente. No entiendo qué quieren decir. ¿Cómo iba a estar inclinado y no saberlo?

—Parece un asunto un poco raro —concordé— . Echemos un vistazo. Me gustaría que se levantase usted y diese un paseíto… me basta con que vaya hasta aquella pared y vuelva. Quiero comprobarlo yo personalmente,
y quiero que usted lo compruebe también
. Haremos un video en que aparezca usted caminando y lo proyectaremos.

—De acuerdo, doctor —dijo y, tras un par de tentativas, se puso de pie.

Qué viejecito tan simpático, pensé yo. Noventa y tres años y no aparenta más de setenta. Despierto, inteligente.

Llegará a los cien. Y está como un roble. Aunque tenga la enfermedad de Parkinson. Se puso a caminar, muy seguro, de prisa, pero increíblemente escorado, veinte grados lo menos, el centro de gravedad desviado hacia la izquierda, manteniendo el equilibrio por el mínimo margen posible.

—¡Ya está! —dijo muy satisfecho— . ¡Ve! No hay ningún problema… yo ando más recto que una columna.

—¿De veras, señor MacGregor? —dije yo— . Quiero que juzgue por sí mismo.

Rebobiné la cinta y la proyecté. Le impresionó muchísimo verse en la pantalla. Enarcó las cejas, abrió la boca y balbuceó:

—¡Maldita sea! —y luego dijo—: Tienen razón, me inclino hacia un lado. Ahí lo veo muy claro, pero no he tenido ninguna sensación de estar inclinado. No lo
siento
.

—Eso es —dije— . Ése es el quid de la cuestión.

Tenemos cinco sentidos de los que nos gloriamos y que reconocemos y celebramos, sentidos que componen para nosotros el mundo sensible. Pero hay otros sentidos (sentidos secretos, sextos sentidos, si ustedes quieren) igualmente vitales pero que no reconocemos ni celebramos. Estos sentidos, inconscientes, automáticos, hubo que descubrirlos. Su descubrimiento fue, en realidad, históricamente tardío: lo que en el siglo pasado llamaban vagamente «sentido muscular» (la conciencia de la posición relativa del tronco y las extremidades, recibida de los receptores de las articulaciones y de los tendones) no llegó a definirse en realidad (y a llamarse «propriocepción») hasta la década de 1890. Y los controles y mecanismos tan complejos mediante los que se alinean adecuadamente y equilibran en el espacio nuestros cuerpos, ésos no se han definido hasta este siglo, y aún encierran muchos misterios. Es posible que sólo en esta era espacial, con los peligros y la libertad paradójica de una existencia sin gravedad, podamos apreciar verdaderamente nuestros oídos internos, nuestros vestíbulos y todos los demás reflejos y receptores misteriosos que estructuran el sentido de orientación del cuerpo. Para el hombre normal, en situaciones normales, simplemente no existen.

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