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Authors: Oliver Sacks

Tags: #Ciencia,Ensayo,otros

El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (22 page)

BOOK: El hombre que confundió a su mujer con un sombrero
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Lo maravilloso de un caso como el de la señora O'C. es que es al mismo tiempo «jacksoniano» y «freudiano». La señora O'C. padeció una «reminiscencia» jacksoniana, pero esto sirvió para anclarla y curarla como una «anamnesis» freudiana. Estos casos son emocionantes y muy valiosos pues sirven de puente entre lo físico y lo personal y señalan, si los dejamos, la neurología del futuro, una neurología de experiencia viva. Yo creo que esto no habría ni sorprendido ni ofendido a Hughlings Jackson. Yo creo que seguramente era eso lo que él mismo ensoñaba cuando hablaba de «estados de ensueño» y de «reminiscencia» allá por 1880.

Penfield y Perot titularon su artículo «El registro cerebral de la experiencia visual y auditiva», y podemos considerar ahora la forma, o formas, que pueden adoptar esos «registros» internos. Lo que ocurre, en esos ataques «experimentales» totalmente personales, es una reproducción completa de (un segmento de) experiencia. ¿Qué es lo que
podría
suceder, podemos preguntarnos, para que se reproduzca una experiencia? ¿Se trata de algo similar a una película o un disco, activado por el proyector o el fonógrafo del cerebro? ¿O algo análogo, pero lógicamente anterior, como una partitura o un guión? ¿Cuál es la forma última, la forma natural, del repertorio de nuestra vida? Ese repertorio que no sólo aporta el recuerdo y la «reminiscencia», sino la imaginación a todos los niveles, desde las imágenes motrices y sensoriales más simples, a las escenas, los paisajes y los mundos imaginativos más complejos. Un repertorio, una memoria, una imaginación de una vida que es esencialmente personal, dramática e «icónica».

Las experiencias de reminiscencia de nuestros pacientes han planteado cuestiones fundamentales sobre la naturaleza del recuerdo (o
mnesis
), que se han planteado también, por otra parte, en nuestros relatos de amnesia o amnesis («El marinero perdido» y «Una cuestión de identidad», capítulos dos y doce). Nos plantean cuestiones análogas sobre la naturaleza del conocimiento (o
gnosis
) nuestros pacientes con agnosias, la dramática agnosia visual del doctor P. («El hombre que confundió a su mujer con un sombrero») y las agnosias auditivas y musicales de la señora O'M. y de Emily D. (capítulo nueve, «El discurso del Presidente»). Y nos plantean interrogantes similares sobre el carácter de la acción (o praxis) la perturbación motriz, o apraxia, de ciertos retrasados, y los pacientes con apraxias del lóbulo frontal, apraxias que pueden ser tan graves que impidan caminar a los pacientes, que los pacientes pueden perder sus «melodías cinéticas», sus melodías de caminar (esto sucede también en el caso de los pacientes parkinsonianos, como se vio en
Awakenings
).

Lo mismo que la señora O'C. y la señora O'M. padecían de reminiscencias o irrupción convulsiva de melodías y escenas (una especie de
hipermnesis e hipergnosis
), nuestros pacientes amnésico-agnósicos han perdido, o están perdiendo, sus escenas y melodías interiores. Ambos casos atestiguan el carácter esencialmente «melódico» y «escénico» de la vida interior, la naturaleza «proustiana» del recuerdo y de la mente.

Si se estimula un punto del córtex de uno de estos pacientes hay un despliegue convulsivo de una reminiscencia o evocación proustiana. ¿Qué es lo que facilita esto, nos preguntamos? ¿Qué clase de organización cerebral podría permitir que sucediera lo que sucede? Las concepciones hoy predominantes acerca de la representación y el procesado cerebrales son todas ellas computacionales básicamente (ver, por ejemplo, el inteligente libro de David Marr
Vision: A Computational Investigation of Visual Representation in Man
, 1982). Y, en consecuencia, se expresan en términos de «esquemas», «programas», «algoritmos», etcétera.

Pero, ¿podrían los esquemas, los programas, los algoritmos, aportar por sí solos ese carácter espléndidamente visionario, dramático, musical de la experiencia, ese profundo carácter personal, que la hace «experiencia»?

La respuesta es clara, y hasta apasionadamente, «¡No!». Las representaciones computacionales, incluso las exquisitamente perfeccionadas que esbozaron Marr y Bernstein (los dos grandes adelantados y pensadores de este campo) nunca podrían constituir, por sí solas, representaciones «icónicas», esas representaciones que son el material y el hilo mismo de la vida.

Así pues, hay un abismo abierto, un abismo enorme, entre lo que aprendemos de nuestros pacientes y lo que nos dicen los fisiólogos. ¿Hay algún medio de tender un puente que permita salvar este abismo? O, si esto es (como pudiera ser) categóricamente imposible, ¿hay conceptos, más allá de la cibernética, con los que podamos entender mejor el carácter básicamente personal, proustiano, de la reminiscencia de la mente, de la vida? ¿Podemos, en suma, tener una fisiología personal o proustiana, además y por encima de la mecánica, la sherringtoniana? (el propio Sherrington apunta esto en
Man on His Nature
(1940), cuando imagina la mente como «un telar encantado», que teje formas siempre cambiantes y sin embargo siempre significativas, que teje, en realidad, pautas de sentido…).

Estas pautas de sentido trascenderían sin duda las pautas o programas puramente formales o computacionales, y admitirían ese carácter esencialmente
personal
intrínseco en la reminiscencia, intrínseco a
toda
mnesis, gnosis y praxis. Y si preguntamos qué forma, qué organización podían tener unas pautas tales, la respuesta brota inmediata y, digamos, inevitablemente. Las pautas personales, las pautas de lo individual, habrían de tener la forma de partituras o guiones, lo mismo que las pautas abstractas, las de un ordenador, han de tener la forma de esquemas o programas. Así, por encima del nivel de los programas cerebrales, hemos de situar un nivel de partituras y guiones cerebrales.

Yo imagino que la partitura de
Easter Parade
está indeleblemente grabada en el cerebro de la señora O'M… la partitura, su partitura, la de todo lo que ella oyó y sintió en el momento y la impresión original de la experiencia. Asimismo, en los sectores «dramatúrgicos» del cerebro de la señora O'C., aparentemente olvidados, pero aun así perfectamente recuperables, debía hallarse, grabado indeleblemente, el guión de sus escenas dramáticas de infancia.

Y no olvidemos que, de acuerdo con los casos de Penfield, la eliminación del pequeño sector convulsionante del córtex, el foco irritante que causa la reminiscencia, puede eliminar in toto la escena repetida y sustituir una «hipermnesia» o reminiscencia absolutamente específica por un olvido o amnesia igualmente específica. Se perfila aquí algo sumamente importante y sobrecogedor: La posibilidad de una psicocirugía
real
, una neurocirugía de la identidad (infinitamente más delicada y más específica que nuestras toscas amputaciones y lobotomías que pueden apagar o deformar todo el carácter, pero no pueden tocar las experiencias individuales).

La experiencia no es
posible
hasta que no está organizada icónicamente; la acción no es
posible
hasta que no está organizada icónicamente. «El registro cerebral» de todo (de todo lo vivo) debe ser icónico. Ésta es la forma
básica
del registro cerebral, aunque la forma preliminar pueda ser computacional o programática. La forma final de representación cerebral debe ser «arte» o debe permitirlo: la melodía y el decorado artístico de la experiencia y de la acción.

Por esa misma razón precisamente, si las representaciones del cerebro están lesionadas o destruidas, como en las amnesias, agnosias, apraxias, su reconstitución (en el caso de que sea posible) exige un doble enfoque: procurar reconstruir sistemas y programas dañados, tal como viene haciéndolo, con excelentes resultados, la neurología soviética; o un enfoque directo al nivel de escenas y melodías interiores (como se expone en
Awakenings
,
A Leg to Stand On
y varios casos de este libro, sobre todo en «Rebeca», (capítulo veintiuno) y en la introducción a la Cuarta parte). Se puede recurrir a cualquiera de los dos enfoques, o utilizar ambos combinados, para entender a los pacientes con lesión cerebral, o para ayudarles: una terapia «sistemática» y una terapia «artística», y a ser posible ambas.

Todo esto se apuntó ya hace cien años, en la referencia original de «reminiscencia» (1880) de Hughlings Jackson; en las consideraciones de Korsakov sobre la amnesia (1887); y lo dijeron también Freud y Antón en la década de 1890, al tratar las agnosias. Estos notables descubrimientos acabaron semiolvidados; quedaron eclipsados por la ascensión de una fisiología sistemática. Ahora es el momento de recordarlos, de volver a utilizarlos, para que nos permitan acceder, en nuestra época, a una terapia y una ciencia «existenciales», nuevas, bellas, que puedan unirse a lo sistemático y proporcionarnos un poder y una capacidad de comprensión globales.

Desde que salió la primera edición de este libro me han ido consultando muchísimos casos de «reminiscencia» musical… es evidente que no se trata de algo insólito, sobre todo entre los ancianos, aunque el temor pueda inhibir la confesión de los hechos y la búsqueda de asesoramiento. A veces (como en los casos de la señora O'C. y de la señora O'M.) se descubre una patología grave y significativa. Otras veces (como en un caso reciente,
NEJM
, 5 de septiembre de 1985) hay una base tóxica, como el abuso de aspirinas. Pacientes con sordera nerviosa grave pueden tener «fantasmas» musicales. Pero en la mayoría de los casos no puede detectarse ninguna patología, y la condición, aunque molesta, es básicamente benigna. (No está claro, ni mucho menos, por qué las partes musicales del cerebro, sobre todo, hayan de ser propensas, a estas «emisiones» en la vejez.)

16. Nostalgia incontinente

Si en el marco de la epilepsia o la jaqueca me encontré con casos de «reminiscencia», en mis pacientes postencefalíticos estimulados por la L-Dopa la «reminiscencia» era algo común… tan común que llegué a calificar a la L-Dopa de «una especie de máquina del tiempo extraña y personal». En el caso de una paciente el fenómeno resultaba tan espectacular que lo convertí en tema de una Carta al Director que se publicó en el número de
Lancet
de junio de 1970, y que reproduzco más adelante. En este caso enfoqué la «reminiscencia» en su sentido estricto, jacksoniano, como una irrupción convulsiva de recuerdos del pasado remoto. Más tarde, cuando me puse a escribir la historia de esta paciente (Rose R.) en
Awakenings
, pensé menos en términos de «reminiscencia» y más en términos de «obstrucción» («¿No ha pasado nunca de 1926?» escribí)… y en estos términos es en los que Harold Pinter describe a «Deborah» en
A Kind of Alaska
:

Uno de los efectos más asombrosos de la L-Dopa, cuando se administra a determinados pacientes postencefalíticos, es la reactivación de síntomas y pautas de conducta presentes en una etapa muy anterior de la enfermedad, pero «perdidas» subsiguientemente. Ya hemos comentado a este respecto la exacerbación o recurrencia de crisis respiratorias, crisis oculogíricas, hipercinesias repetitivas y tics. Hemos reseñado también la reactivación de muchos otros síntomas primitivos «latentes», como por ejemplo mioclonus, bulimia, polidipsia, satiriasis, dolor central, afectos forzados, etcétera. A niveles funcionales aun más elevados, hemos comprobado el retorno y la reactivación de recuerdos, sueños, sistemas de pensamiento y actitudes morales complejos y con carga afectiva, todos ellos «olvidados», reprimidos o inactivados de cualquier otro modo en el limbo de una enfermedad postencefalítica profundamente acinética y a veces apática.

Un ejemplo asombroso de reminiscencia forzada provocada por L-Dopa fue el caso de una mujer de sesenta y tres años que tenía parkinsonismo postencefalítico progresivo desde los dieciocho y llevaba hospitalizada, en un estado de «trance» oculogírico casi continuo, veinticuatro años. La L-Dopa produjo, al principio, un alivio espectacular del parkinsonismo y del acceso oculogírico, permitiendo que el movimiento y el habla fuesen casi normales. Pronto siguió (como en varios de nuestros pacientes) una agitación psicomotora con una potenciación de la libido. Este período se caracterizó por nostalgia, identificación gozosa con un yo juvenil, e irrupción incontrolable de alusiones y recuerdos sexuales remotos. La paciente pidió una grabadora y en el curso de unos cuantos días grabó innumerables canciones obscenas, chistes y versos «picantes», todo procedente de charlas de fiestas, tebeos «verdes», clubs nocturnos y cafés cantantes de mediados y finales de los años veinte. Estos recitales estaban animados con alusiones repetidas a acontecimientos de la época y por el uso de modismos sociales, entonaciones y coloquialismos obsoletos que evocaban irresistiblemente aquel mundo del pasado. Nadie mostraba más asombro que la propia paciente: «Es increíble», decía. «No puedo entenderlo. Hacía más de cuarenta años que no oía esas cosas ni pensaba en ellas. Ni siquiera sabía que las supiese. Pero ahora recorren sin cesar mi pensamiento.» El aumento de la agitación nos obligó a reducir la dosis de L-Dopa, y con ello la paciente, aunque se mantuvo perfectamente equilibrada, «olvidó» instantáneamente todos estos recuerdos lejanos y nunca volvió a ser capaz ya de recordar un solo verso de aquellas canciones que había grabado.

La reminiscencia forzada, (que suele ir acompañada de una sensación de
dejá vu
, y, en expresión de Jackson, «una duplicación de la conciencia») es bastante común en los ataques de jaqueca y de epilepsia, en los estados psicóticos e hipnóticos y, menos espectacularmente, en todos nosotros, como reacción al potente estímulo mnemónico de ciertas palabras, sonidos, escenas y especialmente olores. Se ha hablado ya de la incidencia de accesos súbitos de recuerdo en crisis oculogíricas, como en el caso descrito por Zutt en que «se amontonaron en la mente del paciente de pronto miles de recuerdos». Penfield y Perot han podido evocar recuerdos estereotipados estimulando puntos epileptogénicos del córtex, y han deducido de ello que los ataques que se producen de modo natural en esos pacientes, o los inducidos artificialmente, activan «secuencias de recuerdos fosilizadas» en el cerebro.

Nosotros creemos que nuestra paciente tiene almacenado (como todo el mundo) un número casi infinito de rastros de memoria «latentes», algunos de los cuales pueden reactivarse en condiciones especiales, sobre todo cuando se produce una agitación abrumadora. Y creemos que estos rastros (como las impresiones subcorticales de acontecimientos remotos situados muy por debajo del horizonte de la vida mental) están grabados indeleblemente en el sistema nervioso y pueden subsistir indefinidamente en un estado de suspensión, bien debido a falta de estímulo o bien debido a una inhibición positiva. Los efectos de la estimulación o de la desinhibición pueden ser idénticos, claro, y mutuamente incitativos. Pero dudamos que pueda decirse en rigor que los recuerdos de nuestra paciente hubiesen estado simplemente «reprimidos» durante su enfermedad, y se «desreprimiesen» luego debido a la L-Dopa.

La reminiscencia forzada que causan la L-Dopa, las exploraciones corticales, las jaquecas, la epilepsia, las crisis, etcétera parecería ser, primariamente, una excitación; mientras que la reminiscencia incontinentemente nostálgica de la vejez y a veces de la embriaguez, parece más próxima a una desinhibición y un descubrimiento de rastros arcaicos. Todos estos estados pueden «liberar» recuerdo, y todos ellos pueden conducir a una reexperimentación y una representación del pasado.

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