El joven samurai: El camino de la espada (27 page)

BOOK: El joven samurai: El camino de la espada
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Jack, vestido con una túnica blanca nueva, observaba junto con los otros aspirantes, todos ellos petrificados ante la perspectiva del segundo reto. Tenían que colocarse en una gran roca plana bajo la cascada durante el tiempo que el incienso tardara en consumirse, usando sólo el poder de la mente para derrotar lo físico. Al hacerlo así, se arriesgaban al peligro muy real de morir debido a las gélidas aguas.

Terminados los ritos, el sacerdote llamó a los cinco jóvenes samuráis restantes para que se alinearan en el saliente que corría tras la cascada.

Jack, el primero en entrar, mantuvo la espalda cerca de la pared de roca, cuidando de no resbalar en la piedra cubierta de musgo. Las gotas de agua saltaban por todas partes y su fina túnica de monje pronto le quedó pegada al cuerpo. El aire frío y húmedo le revivió, pero no sintió ningún deseo de meterse bajo la helada cascada. Al otro lado pudo distinguir el semicírculo de espectadores, sus formas y rostros distorsionados y torcidos por el turbulento velo de agua. Era como si estuviera mirando un asilo del infierno.

Los demás lo siguieron, cada uno de ellos mirando con aterrorizado asombro el torrente. Entonces, con un gesto, el Sumo Sacerdote indicó que comenzara el desafío. Inclinándose como uno solo, los cinco participantes dejaron atrás el saliente y entraron al atronador poder de la cascada.

Jack casi se desmayó, superado al instante por el frío aturdidor.

Tuvo que combatir la urgencia de escapar de la furiosa cascada mientras el agua le golpeaba la cabeza con la dureza del granizo. Trató de resistir la corriente, pero sus músculos se estaban convirtiendo en pesados nudos de tensión.

Era imposible que pudiera durar el tiempo de una barrita de incienso en consumirse.

Frenético, murmuró el mantra que le habían enseñado para resistir al frío, pero no sirvió de nada. Estaba demasiado debilitado por el desafío del Cuerpo. Su mente se había quedado en blanco, estaba hiperventilando y todo su ser se estremecía de manera convulsiva. Fue vagamente consciente de que Hirumi había salido de la cascada, pues su poder era demasiado grande para que la chica pudiera soportarlo. Jack también se sintió ceder.

Desesperado, se aferró al desafío, decidido a vencer al menos a Kazuki. Pero fue inútil. Su cuerpo no podía aceptar más castigo. Tendría que salir.

Sus pies, sin embargo, se negaron a moverse.

Algo en lo más profundo de su ser desafiaba a la cascada. Desafiaba a su propia voluntad.

«Lo imposible se vuelve posible sólo si tu mente lo cree.»

Jack dio un último empujón mental, tratando de despegar su mente del dolor que le helaba los huesos. Convocó de nuevo el mantra, pero dudó que un cántico budista fuera a ayudar a un corazón cristiano. Sin embargo, repitió el mantra más y más rápido hasta que se convirtió en un círculo continuo de palabras.

Mi mente es ilimitada
un horizonte interminable
,
un sol que nunca se pone
,
un cielo que se extiende eterno…

Sorprendentemente, al concentrar su mente en el mantra, sintió que su cuerpo se transformaba. Con cada giro de la frase, sus músculos se volvían más blandos y más flexibles de modo que la cascada ya no le hacía daño. Durante un breve instante, el golpeteo del agua pareció tan suave como un manantial de primavera.

Entonces perdió toda sensación.

Lo extraño de este entumecimiento fue que perdió también toda preocupación. Ya no le importaba. Comprendió que el mantra lo había transportado a uno de los curiosos estados budistas de meditación. No importaba cuáles fueran sus propias creencias, estaba experimentando la extraña sensación de que su consciencia se abría al universo que lo rodeaba.

Perdió toda sensación de tiempo.

¿Se habría agotado ya la barrita de incienso?

Un momento después perdió la concentración cuando Tadashi, al escapar de la cascada, chocó contra él. La colisión interrumpió su trance y su cuerpo se heló al instante. A pesar de sus mejores esfuerzos por recuperar su anterior estado de meditación, Jack se vio obligado a renunciar.

—¿L-lo c-conseguí? —tartamudeó Jack, saliendo de la cascada.

—¡Pues claro que sí, idiota congelado! —replicó Yamato, riéndose incrédulo y tendiéndole una túnica seca—. Llevas una eternidad ahí debajo. El monje ha encendido ya una segunda barra de incienso.

—¿A-A-Akiko? —se estremeció Jack.

—Sigue ahí dentro, con Kazuki.

Akiko y Kazuki tiritaban dentro de la cascada de agua como fantasmas. Jack se resignó al hecho de que Kazuki lo había derrotado una vez más, pero eso no significaba que su rival tuviera que ganar.

«Vamos, Akiko —deseó Jack—. ¡Vence a Kazuki!»

Akiko luchaba por conservar el equilibrio en las resbaladizas rocas y el corazón de Jack dio un respingo cuando resbaló. Milagrosamente, a pesar del golpeteo del agua, lo recuperó.

Entonces, sin aviso previo, Kazuki se desmoronó y cayó.

Dos monjes corrieron a recuperarlo, lo sacaron de la cascada y lo frotaron vigorosamente con una gruesa túnica. Cuando Kazuki volvió en sí y se puso tembloroso en pie, la escuela aplaudió su valiente esfuerzo. Jack se unió a los aplausos, pero más en apoyo de Akiko. Ella seguía aún bajo el torrente, una con la cascada, las manos unidas por delante, los labios elaborando constantemente el mantra.

«¿Cuánto tiempo más puede seguir?», se preguntó Jack.

Por toda lógica, la cascada tendría que haber reclamado ya la vida de Akiko. La barra de incienso se había agotado por segunda vez y ahora habían encendido una tercera. Akiko había sobrevivido dos veces a la duración requerida.

—¡Sacadla ya! —ordenó el Sumo Sacerdote, alarmado, mientras la tercera barrita llegaba a su fin.

Akiko emergió entre aplausos de triunfo. Se acercó a Kiku, que rápidamente la envolvió en una túnica. Jack corrió a ella e, ignorando la formalidad japonesa, empezó a frotarle las manos para que entrara en calor. Lo extraño fue que aunque Akiko temblaba levemente, su cuerpo estaba caliente al contacto como si hubiera surgido de un manantial volcánico de agua termal en vez de una cascada helada.

Jack alzó sorprendido las cejas, pero ella tan sólo le sonrió serenamente.

Tras dejar a Kiku ayudando a Akiko para que se pusiera ropa seca, Jack y Yamato se reunieron con el resto de los estudiantes al otro lado del estanque. Al pasar junto al Sumo Sacerdote y Masamoto, Jack no pudo evitar oír lo que hablaban.

—Verdaderamente notable —decía el sacerdote—. Esa muchacha ha permanecido bajo la cascada más tiempo que ninguna otra persona que yo haya visto en mi vida. Claramente ha aprendido control mental con un gran maestro.

—Estoy de acuerdo contigo —dijo Masamoto—.
Sensei
Yamato, has hecho un trabajo notable al entrenar a tus estudiantes.

El
sensei
Yamato sacudió levemente la
cabeza.
, y sus ojos taimados miraron a Akiko con curiosidad.

—Esta no es una habilidad que yo haya enseñado en mis clases.

—En ese caso, ella es una samurái de raro talento —alabó el Sumo Sacerdote.

Se volvió para dirigirse a la escuela, dirigiendo una mirada considerada a los demás participantes del Círculo. Harumi se hallaba ahora a un lado con sus amigos, que intentaban consolarla.

—En la vida a veces hay que hacer cosas que no creemos poder hacer —dijo el Sumo Sacerdote—. Pero recordad siempre que los únicos límites son los de la mente. Al forzar los límites de lo que creéis, podéis conseguir lo imposible.

—Está muchacha es la prueba de que podéis expandir vuestra mente más allá de nada de lo que os creáis capaces. Y la mente, una vez expandida, nunca regresa a sus antiguas dimensiones. Aprended de este desafío a ser amos de vuestra mente, en vez de ser dominados por vuestra mente. Este conocimiento os ayudará en gran medida en el desafío del Espíritu de mañana.

42
Primera sangre

—Recibí tu mensaje —dijo Jack, arrojando la nota de papel a los pies de Kazuki—. ¿Qué quieres?

Kazuki simplemente sonrió, como un gato cuya presa acaba de caerle en el regazo. Estaba apoyado indiferente contra el pozo del pueblo. Construido de piedra, con un viejo cubo de madera atado a una cuerda, era lo único que había en la plaza de Iga Ueno, un lugar rodeado por todas partes por tiendas y casas de madera de dos plantas.

Las tiendas estaban ahora cerradas, las ventanas con postigos y las puertas a cal y canto, ofreciendo poco incentivo a la gente para pasear. Aparte de algún habitante que volvía a casa a toda prisa para no ser alcanzado por la inminente tormenta, el lugar estaba desierto.

—No creo que estés solo —dijo Jack, echando un vistazo a los callejones oscuros—. ¿Dónde está tu Banda del Escorpión?

La nota que Jack había encontrado bajo la puerta de su dormitorio después de cenar esa noche exigía un encuentro a solas entre Kazuki y él. Akiko había tratado de disuadirlo para que no fuera, pero Jack, a pesar de no tener ni idea de lo que quería Kazuki, se sentía obligado a acudir. Si no aparecía, sería considerado un cobarde sin honor.

Además, quería enfrentarse con Kazuki por Yori.

Kazuki avanzó un paso hacia Jack, de modo que quedaron mirándose cara a cara.

—No me gustas,
gaijin
—susurró Kazuki con ojos sombríos a la luz del crepúsculo—, y no me gustan las acusaciones de ser un tramposo. Puedo derrotarte fácilmente en el Círculo sin tener que recurrir a trampas.

—¡Descarado mentiroso! Los dos sabemos que hiciste trampas —exclamó Jack con la sangre ardiendo al recordar a Yori febril en la cama, la pierna hinchada al doble de su tamaño.

—No miento —replicó Kazuki con la voz tensa de indignación—. ¡No hago trampas y, para que lo sepas, tampoco robo! No me juzgues por tus baremos de
gaijin.
Procedo de una familia honorable. Soy samurái por casta y educación. No como tú.

Escupió las tres últimas palabras a la cara de Jack.

—Tu acusación delante de la escuela me humilló. Te he llamado aquí para defender mi honor. Te desafío a un combate. Rendición o primera sangre.

Jack no respondió inmediatamente. Mientras grandes gotas de lluvia empezaban a caer del cielo tormentoso, siguió mirando a Kazuki, considerando sus opciones.

Jack confiaba en su habilidad para el combate cuerpo a cuerpo, sobre todo desde el entrenamiento
chi sao
del
sensei
Kano. De hecho, la llegada del crepúsculo tan sólo podía aumentar sus posibilidades de victoria. Por otro lado, Jack sabía que Kazuki se había esforzado tanto como él en sus propias sesiones de entrenamiento privadas con el
sensei
Kyozo, y que su fuerza y sus habilidades superiores en
taijutsu
significaban que todavía podía tener ventaja. Aceptar el desafío de Kazuki podría resultar fatal, sobre todo en el actual estado de agotamiento de Jack. Sin embargo, echarse atrás sería visto como un acto vergonzoso y no se hacía ilusiones de que Kazuki no vacilaría en hacer difundir la noticia de una rendición cobarde.

En el fondo, ¿tenía otra opción?

Una mirada a los ojos de Kazuki le dijo a Jack que su enemigo pretendía luchar no importaba cuál fuera su respuesta.

Los relámpagos destellaban en el cielo. El castillo del Fénix Blanco quedó iluminado durante un instante, una aparición espectral contra el horizonte. Mientras la tormenta rugía furiosa, la lluvia se convirtió en un fuerte tamborileo sobre los tejados cercanos, y un viento helado sacudió los carteles de tela que colgaban de los aleros de las tiendas.

Aparentemente ajeno a la tormenta, Kazuki esperó la respuesta de Jack.

Jack asintió una vez, aceptando.

Kazuki sonrió.

—¡Alto! —exclamó Akiko, corriendo hacia ellos bajo la lluvia.

Tras ella venían Yamato y Saburo. Aunque Jack había insistido en ir solo, se sintió aliviado al ver a sus leales amigos.

—No te fiabas de mí, ¿eh,
gaijin?
—escupió Kazuki—. No importa, será bueno tener público para eso. ¡Escorpiones!

Hizo una seña a un callejón oscuro y la Banda del Escorpión se materializó de entre las sombras. Con el corazón entristecido, Jack comprendió que ésta no iba a ser una lucha a primera sangre, sino hasta el final.

Se cernieron sobre Jack y sus amigos. Hubo una tensa espera, y entonces Kazuki se echó a reír e indicó a su grupo que se retirara y esperase.

—Esto es un asunto de honor, entre el
gaijin
y yo. No hace falta que nadie más se implique —dijo, entregándole a Nobu su
bokken
—. Por el nombre de mi familia, seguiré el código samurái. Nada de armas. Nos detendremos a primera sangre.

Akiko se volvió urgentemente hacia Jack y susurró:

—No lo hagas, Jack. Sabes que rompe las reglas durante el
randori.
¿Crees que se contentará con primera sangre? Kazuki querrá acabar contigo de una vez por todas.

—Acaba de jurar por el honor de su familia —replicó Jack mientras le entregaba a Saburo su abrigo—. Se considera samurái puro. No romperá el
bushido.

—No lo entiendes, ¿verdad, Jack? ¿No recuerdas las piedras dentro de las bolas de nieve? Las reglas no se te aplican. Eres un
gaijin.

Jack se sintió molesto por el uso del insulto por parte de Akiko. Aunque comprendió que no lo decía con maldad, seguía hiriéndolo profundamente oírla llamarlo
gaijin.
Recordó una vez más que, por muy diestro que fuera en su idioma, por muy bien que conociera Japón y sus costumbres, por perfectamente que conociera su etiqueta y dominara sus artes marciales, por la sencilla razón de que no era japonés de nacimiento, siempre sería percibido como un extraño… incluso por Akiko.

Involuntariamente, el comentario de Akiko espoleó a Jack y reforzó su determinación de luchar. Demostraría que era más samurái que cualquiera de ellos.

Jack le dio a Yamato su
bokken
y dio un paso adelante.

—¡Destrúyelo, Kazuki! —chilló Hiroto mientras Kazuki y Jack se disponían a enfrentarse bajo la lluvia.

Siguiendo la tradición de una pelea formal, Kazuki se inclinó ante Jack.

Jack le devolvió el saludo. Pero Kazuki le había engañado. No esperó a que Jack terminara, y le lanzó una patada directa a la cara. Jack apenas tuvo tiempo de reaccionar. Bloqueó la patada, pero la fuerza del impacto le hizo retroceder tambaleándose.

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