El joven samurai: El camino de la espada (33 page)

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Jack negó con la cabeza, totalmente asombrado por aquella andanada de consejos.

En ese momento, Emi se abrió paso entre la multitud y ofreció a Jack un ramillete de camelias rojas y amarillas.

—Para que te dé suerte —le susurró al oído—. No llegues tarde a las celebraciones de esta noche.

Akiko se interpuso entre ambos, ofreciéndose amablemente a sujetarle a Jack las flores. Emi le dirigió una educada sonrisa y se las entregó, aunque sus ojos revelaban malestar.

— Es la hora, Jack-kun —dijo el
sensei
Hosokawa, llamándole al lugar donde esperaba el samurái
musha shugyo
, espada en mano.


Mushin
—le susurró al oído el
sensei
Hosokawa, después de presentarle formalmente a Jack a su oponente.

—Pero si dijiste que tardaría años en dominar el
mushin
—protestó Jack mientras el
sensei
Hosokawa comprobaba por última vez su espada.

—Ya no tienes la gracia del tiempo —respondió, mirando a Jack a los ojos—. Te has entrenado duro y has completado el Círculo. Mientras no esperes nada y estés preparado para todo en esta pelea, el
mushin
estará a tu alcance. Que tu espada se convierta en ninguna espada.

Con ese último consejo, le entregó la catana y dejó a Jack a solas para enfrentarse a su oponente en el centro del coso manchado de sangre.

De cerca, Sasaki Bishamon parecía exactamente el dios de la guerra que proclamaba su nombre. En sus brazos eran visibles las cicatrices como largas serpientes muertas y sus ojos eran tan duros y despiadados como si hubieran sido cincelados en granito. Estaba claro incluso en su pose que este samurái no era un luchador novato. Se había abierto paso por todo Japón librando duelos.

Sin embargo, lo que más alarmó a Jack fue el
kamon
bordado que lucía en la chaqueta del
gi y
la cinta blanca del hombre. Un círculo de cuatro escorpiones negros.

El primer sueño del año destelló ante los ojos de Jack y recordó la interpretación del
sensei
Yamada. Los escorpiones simbolizaban la traición. Cuatro quería decir muerte. Había encontrado a la Banda del Escorpión de Kazuki, al escorpión en el desafío del Espíritu y ahora el blasón familiar de este guerrero. ¿Era el samurái mismo el cuarto escorpión?

—Veo que ya te has vestido para tu funeral. Qué apropiado,
gaijin
—rió el samurái, señalando el pecho de Jack.

Confuso, el muchacho miró su propio
gi.
¡En su prisa para prepararse para el duelo, había cruzado la solapa derecha sobre la izquierda, como un cadáver preparado para ser enterrado! ¿Por qué no lo había advertido nadie antes?

—¡Pronto habrá un
gaijin
menos en el mundo! —gritó alguien en la multitud.

—¡Que su primera sangre sea la última! —chilló otro espectador.

Estos gritos fueron seguidos por una cacofonía de aplausos y burlas, pues los espectadores estaban al parecer divididos entre partidarios y detractores de los
gaijin.

Los gritos se hicieron más fuertes y Jack se sintió desorientado por el ruido, el calor y la confusión del terreno de duelo. La cabeza le daba vueltas como una tormenta por todos los consejos que le habían dado. Empezó a hiperventilar y el
sensei
Yamada, advirtiendo su pánico, corrió a su lado.

—Inspira profundamente. Tienes que concentrarte en el combate.


Sensei
, no puedo. Va a matarme. Dime qué hago.

—Nadie puede darte un consejo más sabio que tú mismo —respondió el
sensei
Yamada, colocando una mano tranquilizadora sobre el tembloroso brazo derecho de Jack, para estabilizarlo—. Actúa siguiendo el consejo que le darías a otros. Considera lo que tendría que ser.

—¡Vamos, pequeña comadreja! ¡Ya basta de perder el tiempo! —gritó el samurái, dando una patada al suelo.

—No temas temer —replicó Jack sin pensar.

El
sensei
Yamada asintió.

— Exactamente. Recuerda: este samurái es de carne y hueso. No es ningún Monje de la Montaña.

El aire estaba terriblemente seco. Jack sentía la lengua como si estuviera recubierta de polvo. Trató de lamerse los labios, pero el miedo parecía haber privado a su boca de toda humedad.

La punta de la
kissaki
de su oponente brilló en rojo dorado a la luz moribunda de la tarde. Jack hizo un ajuste final en su presa de la espada. La catana de Masamoto, aunque más pesada que su
bokken
, estaba bien equilibrada, el acero afilado y la hoja recta. A lo largo de los meses pasados de práctica, Jack había realizado tantos tajos con el arma que juró que podía oírla susurrarle.

La calma descendió gradualmente sobre él.

Ya no estaba asustado, sino tenso. Como la cuerda al cuello de un ahorcado, podía romperse en cualquier momento, pero ya se había enfrentado a su miedo y lo había dominado durante el desafío del Espíritu.

Jack recordó las palabras del
sensei
Hosokawa: «Los tres males del samurái son el miedo, la duda y la confusión.» Había derrotado su miedo.

Había superado su confusión.

Ahora sólo quedaba la duda.

Jack estudió el duro rostro de su oponente. Los ojos grises del hombre no revelaban nada.

No por primera vez, Jack se encontró mirando a la cara de la muerte.

Esta vez, sin embargo, no vacilaría.

Jack advirtió que el samurái empuñaba su
kissaki
un poco bajo, descubriendo un camino al cuello.

Para todos los espectadores, el ataque fue tan rápido como el movimiento fugaz de un pájaro asustado. Jack hizo a un lado la espada del samurái y golpeó.

La hoja silbó en el aire.

Y falló.

Para el samurái, todo había sido parte de su plan. Engatusó a Jack con una oportunidad, contraatacó con una estocada al estómago que empezó en la caja torácica de Jack y terminó el tajo en la base del vientre.

Un gran grito de angustia surgió de Akiko, Emi y los demás, mientras Jack se retorcía en la espada del samurái.

50
Ninguna espada

Fue pura suerte que Jack consiguiera evitar ser empalado. La hoja había atravesado el extremo suelto de su
gi
, cortando su chaqueta, pero a un lado, rozando la carne. La espada quedó tan cerca que Jack pudo sentir el duro y frío acero contra su piel.

«¡Estúpido! ¡Estúpido! ¡Estúpido!»

Jack se maldijo, pasó de largo a su oponente, el
gi
se desgarró en su esfuerzo por escapar. Puso rápidamente distancia entre él y el samurái.

¿Qué había dicho Masamoto?

—Hagas lo que hagas, no dejes que te atraiga.

Eso era exactamente lo que acababa de hacer.

El samurái miró el torso expuesto de Jack, decepcionado.

—¿Es que los
gaijin
no sangran?

La multitud soltó una carcajada.

—¡Pues claro que no! —gritó un espectador—. ¡Los
gaijin
son como los gusanos!

La multitud estalló, algunos pidiendo a gritos la sangre de Jack, otros defendiendo su honor.

Jack sintió que su furia aumentaba ante la impudicia de los espectadores. La mayoría parecía no tener ninguna idea del
bushido.
¿Dónde estaba el respeto? ¿El honor? ¿La benevolencia? ¿La integridad moral de la rectitud?

Recurriendo a su valor, Jack les demostraría exactamente lo que significaba ser samurái.

Como le había dicho Masamoto, Jack lanzó su furia a las aguas de su mente, dejando que desapareciera entre ondas.

Calmó su respiración y consideró su estrategia.

El primer encuentro había sido demasiado justo.

Sabía que no tendría una segunda oportunidad.

Esta vez esperaría al samurái, deseando que el guerrero entrara en su esfera de ataque. Aunque Jack estaba ahora completamente tranquilo por dentro, por fuera daba la impresión de estar inquieto.

Dejó que su espada temblara. Pareció intentar una huida, dando vueltas hasta que quedó de espaldas al sol y el samurái tuvo que entornar los ojos para verlo. Incluso empezó a farfullar.

—Por favor… no me mates… —suplicó.

Sasaki Bishamon sacudió la cabeza, disgustado. Hubo abucheos por parte de la multitud y Jack vio cómo Masamoto bajaba la cabeza ante aquella vergonzosa rendición.

—Eres patético. Vaya con el Gran Samurái
Gaijin
—escupió el guerrero, blandiendo su espada—. Es hora de que acabe con tus miserias.

El samurái se acercó con pasos calculados y lentos, alzando la catana para descargarla sobre Jack, con la clara intención no sólo de arrancar primera sangre, sino de hacer que fuera la última gota que Jack derramara.

Jack deseó que su mente fluyera como el agua.

Mushin.

Ninguna mente.

Dejó que los gritos de la multitud se perdieran al fondo.

Ningún sonido.

Dejó que el avance del samurái se inmovilizara.

Ninguna distracción.

Dejó que la espada en su mano se hiciera una con su corazón.

Ninguna espada.

El samurái golpeó sin piedad.

El tiempo pareció detenerse mientras un conocimiento espontáneo del ataque del guerrero floreció en la mente de Jack.

Sabía exactamente adónde iba a dirigir el samurái su espada- Supo cuándo entrar bajo su arco para poder evitarlo. Supo dónde golpear y cuándo.

Jack sabía que la mano de su mente empuñaba ahora la espada.

Actuó intuitivamente.

Con tres rápidos mandobles, el duelo terminó.

Con la misma precisión con la que el
sensei
Hosokawa había cortado en dos el grano de arroz, Jack había cortado al samurái, partiendo su
obi
, sus pantalones
hakama
y la cinta de su
cabeza…

Primero el
obi
del hombre golpeó el suelo.

Luego su
hakama
cayó en un guiñapo.

Finalmente la cinta de la cabeza del samurái flotó por el aire, con el
kamon
del escorpión cortado exactamente por la mitad.

El guerrero se volvió hacia Jack y rugió, alzando la espada para contraatacar.

—¡Primera sangre! —anunció Masamoto, interponiéndose rápidamente entre ellos para detener el combate.

El samurái parpadeó lleno de incredulidad. Un diminuto hilillo de sangre le corría por la frente desde el lugar donde Jack lo había cortado con su
kissaki.

—Mis disculpas —dijo Jack, inclinándose para sofocar una sonrisa—. No quería hacerte daño.

Uno de los espectadores empezó a reír.

Entonces otro lo imitó. Y otro. Pronto toda la multitud estalló en carcajadas, y muchas de las mujeres agitaban sus deditos ante el guerrero derrotado. Lentamente, el samurái se dio cuenta de que estaba completamente desnudo, su
hakama
se encontraba ahora alrededor de los tobillos. El guerrero miró en derredor, mortificado por su vergonzosa situación. Tras recoger los restos de sus ropas, huyó del lugar del combate.

Jack fue abrazado por sus amigos y un puñado de estudiantes de la
Niten Ichi Ryu
que corrieron a felicitarlo.

Jack entendió poco de lo que le decían. Su mente estaba perdida en el momento del duelo.
Mushin.
Había dominado el
mushin.
O, como mínimo, lo había experimentado. Más importante aún: durante un breve instante, su espada había existido en su corazón. Se había convertido en parte de él.

La espada era verdaderamente el alma del samurái.

La multitud se retiró para permitir el paso a Masamoto y el
sensei
Hosokawa.

—Una treta magistral, Jack-kun. Me engañaste —alabó Masamoto—. Si no puedes derrotar a tu oponente físicamente, entonces hay que engañar su mente. Te has ganado mi respeto.

—Comprendo, Masamoto-sama —respondió Jack, inclinando la cabeza, y dando gracias a Dios por haber sido perdonado por su mentira respecto al cuaderno de bitácora.

Cuando volvió a levantar la cabeza, el
sensei
Hosokawa estaba delante de él. Sus agudos ojos estudiaron a Jack mientras se atusaba pensativo la perilla. Entonces el maestro de esgrima sonrió ampliamente, con orgullo.

—Jack-kun, estás preparado. Me has demostrado que comprendes de verdad el Camino de la Espada.

51
Kunoichi

La noche era extrañamente calurosa y la habitación sofocante, lo que hacía que Jack sudara incómodo mientras sus manos tanteaban en la oscuridad buscando el cuaderno de bitácora de su padre.

El agudo sonido flotante de una flauta de bambú entrelazado con el vibrante tañido de un
shamisen
podía oírse desde el lejano Gran Salón del palacio del
daimyo
Takatomo, donde todos estaban reunidos para celebrar el final del Círculo de Tres.

—¡No está aquí! —dijo Jack, y una nota de pánico se le notó en la voz.

—¿Estás seguro? —preguntó Yamato.

—Sí. Lo dejé en el saliente superior —insistió Jack, mientras salía de detrás del tapiz de seda de la grulla blanca que colgaba de la pared de la sala de recepción—, pero no está.

—Déjame mirar —se ofreció Akiko. Se subió al estrado de cedro y se asomó a la alacena.

Los tres se habían escabullido de la celebración, dejando que Saburu y Kiku cuidaran de Yori. Su intención era recuperar el cuaderno de bitácora y regresar antes de que nadie advirtiera su ausencia. Masamoto, consciente ahora de la existencia del libro, había pedido verlo, y le había pedido a Jack que se lo entregara a la mañana siguiente. Jack había accedido a hacerlo, aunque no había revelado su localización por no enfurecer al samurái.

Pero parecía que llegaban demasiado tarde. Ojo de Dragón ya lo había robado.

—¿Cómo puede haber entrado en un castillo a prueba de ninjas? —se desesperó Jack, desplomándose en el suelo.

—¡Jack!

Jack fue vagamente consciente de que Akiko agitaba algo delante de su cara.

—¿Es esto lo que estabas buscando? —sonrió ella, agitando en una mano el cuaderno de bitácora encuadernado en cuero, y lo colocó en su regazo—. Se había caído al suelo.

—Eres… —empezó a decir Jack, pero no supo cómo expresar su alivio y su alegría a Akiko.

La música en el Gran Salón llegó a su fin y se pudo oír la llamada de un pájaro.

Un ruiseñor.

La sonrisa de Jack desapareció al recordar el sistema de alarma único que el
daimyo
Takatomi había instalado en los tablones del suelo.

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