El joven samurai: El camino de la espada (31 page)

BOOK: El joven samurai: El camino de la espada
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—¿Qué está pasando? —exclamó Jack, lleno de pánico.

—¿Qué está pasando? —repitió el monje, las palabras lentas y pastosas como si fueran melaza en los oídos de Jack—. Una pregunta muy buena que hay que responder cuando te encuentres con tu hacedor.

La cabeza de Jack daba vueltas. En algún momento durante la conversación, la caverna se había expandido hasta el tamaño de una catedral y sus paredes de roca se contraían y ensanchaban ahora con firmes contracciones. El círculo de velas alrededor del altar se había convertido en un arco iris multicolor que dejaba rastros de luz como fuegos artificiales explotando dentro de las cuencas de sus ojos. El fuego entre Jack y el monje de repente rugió, avivándose hasta convertirse en un horno al rojo blanco demasiado brillante para poder mirarlo.

Jack se frotó los ojos, tratando de aclarar las locas visiones.

Cuando se atrevió a volver a abrirlos, el fuego se había reducido a ascuas y el monje había desaparecido. Sólo quedaba la tetera, caída en el suelo.

¿Qué había sucedido? ¿Le estaba jugando su mente malas pasadas? ¿Era un efecto secundario de la Caricia de la Muerte de Ojo de Dragón?

Jack buscó al monje a su alrededor, pero la caverna estaba desierta.

Akiko tenía razón. Se había esforzado demasiado al aceptar este desafío final. Estaba demasiado agotado para soportarlo y ahora tenía alucinaciones.

Jack recogió la tetera.

El utensilio le chilló y Jack lo soltó, sorprendido. La tetera desarrolló de pronto cientos de patitas negras como un milpiés y huyó llena de salvaje pánico. Antes de que pudiera comprender lo que acababa de ver, un brusco sonido detrás de Jack llamó su atención.

Se obligó a volver la cabeza.

El grito se le atascó en la garganta, incapaz de escapar junto al arrebato de terror y pánico que trataba de abrirse paso al mismo tiempo.

Un gigantesco escorpión negro, lo bastante grande para devorar a un caballo, atravesaba corriendo la caverna, dirigiéndose hacia él. Jack no pudo moverse de puro miedo. La criatura se acercó y examinó a su presa.

—No es real, no es real, no es real… —se repitió Jack febrilmente.

Entonces el escorpión alzó una de sus poderosas pinzas y atacó a Jack. Lo golpeó en el pecho y Jack salió volando contra el suelo de la caverna.

—Es real, es real, es real… —tartamudeó el muchacho, pugnando por ponerse en pie.

El escorpión atacó, el aguijón buscaba en el aire el corazón de Jack.

Jack se lanzó a la derecha y el aguijón rebotó en la pared de roca. Volvió a golpear mientras el muchacho rodaba por el suelo y conseguía esquivar a duras penas su punta envenenada.

Tras ponerse en pie, corrió hacia la abertura en la pared, pero el escorpión fue demasiado rápido y le bloqueó el paso. La criatura, consciente de que lo tenía atrapado, avanzó lentamente, chasqueando las pinzas y sacudiendo el aguijón como una lanza envenenada.

Apretujado contra la pared del fondo, a Jack no le quedó ningún sitio adonde huir. Se agachó para coger una piedra con la que defenderse y allí, tirada en el suelo, estaba la pequeña grulla de papel que Yori había hecho para él.

«Origami.
»

«Nada es lo que parece.» De repente, comprendió que estaba en medio del desafío del Espíritu. El Sumo Sacerdote les había instruido que fueran dueños de sus mentes, en vez de ser dominados por ella.

No importaba que el escorpión fuera real o no.

Su mente lo creía. Y…

«Igual que un trozo de papel puede ser más que un trozo de papel en el
origami
, convirtiéndose en una grulla, un pez o una flor, así un samurái no debería subestimar nunca su propio potencial para doblarse y plegarse a la vida.» La respuesta de Yori al
koan
del
origami
destelló claramente, como una bengala, en la cabeza de Jack. Tuvo que esforzarse por convertirse en más de lo que parecía, en ir más allá de sus límites naturales.

Desafiante, Jack le rugió al escorpión.

La criatura vaciló un momento.

Entonces se lanzó a matar.

Jack rugió con más fuerza, como si fuera un león, y golpeó con el puño. Pero era un puño armado ahora con las garras de un león. Apartó la cola del escorpión y Jack golpeó como un gato la espalda de la criatura.

El escorpión se encabritó y retrocedió, pero Jack aguantó, clavando aún más sus garras en el exoesqueleto de la criatura. El escorpión golpeó salvajemente con su aguijón, y Jack esquivó de un lado a otro para evitar su punta envenenada.

Cuando volvió a golpear, se lanzó contra la cabeza de la criatura. En el último momento posible, se apartó. Era demasiado tarde, sin embargo, para que la criatura detuviera su golpe. El aguijón se clavó profundamente en su único ojo solitario, un ojo verde sin párpado que brillaba en la oscuridad.

Cegado, el escorpión se giró en un frenesí de agonía, emitiendo un indigno alarido que resonó por toda la caverna. El grito fue apagado entonces por el sonido de un trueno y el fuego se avivó de nuevo, tan brillante como el sol.

El escorpión desapareció y Jack vio que estaba sentado frente al Monje de la Montaña, que echaba incienso al fuego, y cada puñado volvía las llamas de un púrpura brillante y causaba densas humaredas de olor a lavanda.

—¿Quieres un poco? —preguntó, tendiendo a Jack una taza de líquido amarillento.

Jack se negó a aceptarla, temiendo los horrores que pudiera desatar.

—Te aconsejo que lo bebas —insistió el monje—. Junto con el incienso, contrarresta los efectos del té.

Jack hizo lo que le decía y en unos instantes notó que el mundo volvía a sus dimensiones normales.

—¿Bien? —preguntó mientras el monje empezaba a preparar otra olla con agua para una infusión.

—¿Bien qué? —replicó el Monje de la Montaña, divertido.

Jack estaba empezando a irritarse con la obtusa actitud del hombre.

—¿He pasado la prueba?

—No lo sé. ¿La has pasado?

—Pero tú eres quien fija el desafío del Espíritu, sin duda tú decides.

—No. Tú decidiste tu oponente. Conocer tus temores es conocerte a ti mismo.

Soltó la tetera y miró a Jack a los ojos.

—La clave para ser un gran samurái en la paz y en la guerra es estar libre de temor. Si derrotas a tu némesis, entonces te conviertes en el amo de tus miedos.

Con un gesto, el monje le indicó la salida.

—Por favor, tengo que prepararme para el siguiente invitado.

Jack le dirigió al monje una asombrada reverencia mientras se dirigía a la grieta en la pared.

—Jack-kun —llamó el Monje de la Montaña justo cuando llegaba al agujero.

Jack se detuvo en seco, tratando de recordar cuándo le había dicho al monje su nombre.

— Comprende que los que completan con éxito el desafío del Espíritu no están libres del temor: simplemente, ya no temen temer.

Jack se encontraba en el centro de la llanura junto con Akiko y Kazuki. El sol golpeaba con su glorioso calor y los tres picos más altos de la cordillera Iga se alzaban majestuosamente sobre ellos a la brillante luz del cielo.

Los estudiantes,
senseis
y monjes del templo formaban tres círculos concéntricos alrededor de ellos tres. A una orden del Sumo Sacerdote, los tres círculos dieron tres palmadas y luego vitorearon a todo pulmón tres veces; sus gritos resonaron por todo el valle.

El corazón de Jack se hinchó de orgullo. Lo había conseguido. Contra todo pronóstico, había conquistado el Círculo. Había sobrevivido.

Al volverse a mirar a Akiko, vio que estaba intentando contener las lágrimas, con una mezcla de alivio y placer chispeando en sus ojos. Al bajar de la montaña tras él, Jack se alegró cuando le contó cómo había derrotado a su demonio interior, una horda de murciélagos vampiros, con la ayuda de su espíritu protector, un halcón blanco puro. Jack pensó lo apropiado que era que un ave de tan veloz belleza y agudo instinto fuera su guardián. Akiko se sintió igualmente complacida al oír que el espíritu de Jack había tomado la forma de un león.

Luego se produjo una tensa espera, mientras Kazuki escalaba al pico y entraba en la cueva del Espíritu. Tardó mucho tiempo en salir y Jack, contra todo el espíritu del
bushido
, deseó en secreto que Kazuki fallara en su último desafío. Pero en cuanto se le ocurrió este pensamiento, su archirrival regresó triunfante. Jack no descubrió cuál era el espíritu protector de Kazuki, aunque supuso que era una serpiente o algo igualmente venenoso.

—Jóvenes samuráis, el Círculo está completo —anunció el Sumo Sacerdote, dando un paso para reunirse con ellos en el centro del Círculo de Tres—. Vuestra mente, cuerpo y espíritu formarán para siempre un círculo interminable.

Indicó a los tres que se cogieran de la mano para formar un cuarto y final círculo interior. Jack y Kazuki, reacios, se cogieron de la mano y Akiko no pudo evitar reírse de su incomodidad.

—Pero aunque vuestras mentes y cuerpos han sido reforzados por estos desafíos —continuó el Sumo Sacerdote—, recordad siempre que lo más importante para un samurái no es la espada que empuñáis en vuestra mano ni el conocimiento en vuestra cabeza: es lo que hay en vuestro corazón. Vuestro espíritu es vuestro verdadero escudo. Si vuestro espíritu es fuerte, podréis conseguir cualquier cosa.

48
El desafío

Akiko contempló anonadada la propuesta de Yamato.

Estaban de regreso en la
Niten Ichi Ryu
, reunidos en la habitación de Jack en la Sala de los Leones. Esa mañana el viaje de regreso desde los montes Iga había sido relajado, todavía más cómodo por el triunfo en el Círculo de Tres y el espléndido sol de primavera que los acompañó en la vuelta a casa.

Jack estaba todavía cansado y sentía doloridos todos los músculos del cuerpo, pero después del mejor sueño libre de pesadillas que había tenido en mucho tiempo, se notaba rejuvenecido. De hecho, dentro de unos cuantos días se atrevería a volver a entrenarse. Sin embargo, el debate que tenían en este momento lo dejaba helado hasta los huesos.

Les había contado a Yamato y Akiko su encuentro con Ojo de Dragón y ahora discutían qué hacer con el cuaderno de bitácora. Cada vez que se mencionaba el nombre del ninja, el corazón de Jack ardía al recordar los siniestros poderes del asesino.

—Hablo en serio —insistió Yamato—. Dokugan Ryu cree que Jack está muerto. Podemos pillarlo por sorpresa.

—No —replicó Akiko—. No se puede sorprender a un ninja. Están entrenados para poner trampas. Ojo de Dragón sentiría por instinto que algo va mal.

—¿Y por qué iba a hacerlo? —dijo Yamato—. Además, si no lo atrapamos ahora, irá de nuevo a por Jack.

—Deberíamos trasladar el cuaderno de bitácora primero —sugirió Jack, de acuerdo con el plan de Yamato—. Esta noche tenemos la celebración del Círculo de Tres en el castillo del
daimyo
Takatomi. Podemos escabullimos durante la ceremonia y ocultarlo en otra parte antes de que Ojo de Dragón le ponga la mano encima.

—Eso si no lo tiene ya —dijo Akiko, negando desesperada con la cabeza—. Esto no es un juego de entrenamiento. Es real. El Círculo no te ha vuelto de pronto invencible, Jack. Aunque Ojo de Dragón parece serlo. Sigue escapándose cada vez y nadie lo ha derrotado jamás. ¿Qué te hace pensar que podrás hacerlo ahora?

—Ese es mi argumento: hasta que lo matemos, siempre será una amenaza —argumentó fervientemente Yamato.

—¿Por qué estáis tan convencidos de esta tonta idea de la trampa? Es un claro suicidio —dijo Akiko—. Parece como si tuvierais algo que demostrar.

—¡Yo sí! —dijo Yamato, cerrando los puños, la sangre ardiendo en sus venas—. Jack no es el único que quiere venganza. Dokugan Ryu mató a mi hermano, Tenno. ¿Recuerdas? Mantener el honor familiar de Masamoto exige que el ninja muera. Esta es mi mejor posibilidad para hacerme valer.

El malhumor de Yamato, que tan bien conocía Jack de cuando fue su destinatario, parecía estar consumiendo a su amigo.

—Cálmate, Yamato —intervino Jack, colocándole una mano tranquilizadora en el brazo.

—¿Que me calme? —explotó Yamato, zafando el brazo—. De todos los samuráis, creí que tú me comprenderías. Ojo de Dragón asesinó a tu padre igual que asesinó a mi hermano. No se trata sólo de ti y tu precioso cuaderno de bitácora, Jack. Yo también siento dolor. Cada día. Pero no tengo nada que ese ninja aun quiera. ¡Ya me ha quitado el único hermano que tenía!

Un tenso silencio cayó sobre los tres.

Jack se sintió avergonzado. Ni siquiera había considerado la situación de Yamato de esa forma antes. Siempre se había sentido preocupado por su propia situación, elaborando formas para poder volver a casa sin la necesidad de la protección de Masamoto, preocupado por lo que había sido de su hermana pequeña, llorando la muerte de su padre y preguntándose cómo podía defenderse contra Ojo de Dragón. Yamato estaría sufriendo tanto como él. También había perdido su propia sangre.

—No pensé… —empezó a decir Jack.

—Lo siento… —dijo Akiko, inclinando la cabeza.

Yamato alzó la mano en gesto de paz e inspiró profundamente para calmarse.

—Olvidadlo. Lamento haber perdido los nervios —se inclinó para ofrecer sus disculpas a Jack y Akiko—. No deberíamos pelear así unos con otros. Sólo deberíamos estar luchando contra Ojo de Dragón. Él es el causante de todo. Lo ha sido siempre.

— ¿No creéis que ya es hora de que le hablemos a Masamoto del cuaderno de bitácora? —sugirió Akiko.

Jack se arrodilló ante Masamoto, el
sensei
Hosokawa y el
sensei
Yamada en la Sala del Fénix, el tapiz verde del ave llameante alzándose tras ellos como un ángel vengador.

—Me sentí muy complacido por tu actuación en el Círculo de Tres, Jack-kun —dijo Masamoto, soltando su taza de
sencha
y mirando a Jack con admiración—. Como hijo adoptivo mío que eres, me siento tan orgulloso como se habría sentido tu padre.

Jack tuvo que contener las lágrimas ante la mención de su padre y el inesperado afecto mostrado por su tutor. Durante toda su estancia en la escuela de samuráis, Jack había echado de menos los ánimos y el apoyo que le habría dado su padre. Ya fuera un guiño de aprobación, o un consejo, o tan sólo su padre envolviéndolo en un abrazo tan fuerte como el océano. Aquéllos eran momentos preciosos que habían estado ausentes de su vida durante los dos últimos años.

—Completaste los desafíos del Círculo con las auténticas virtudes
bushido
de lealtad, rectitud y valor —continuó Masamoto—, así que ansío instruirte personalmente en la técnica de los Dos Cielos.

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