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Authors: Christian Jacq

Tags: #Aventuras, Histórico, Intriga

El juez de Egipto 3 - La justicia del visir (36 page)

BOOK: El juez de Egipto 3 - La justicia del visir
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La pirámide de Sesostris I, situada no lejos de los cultivos, estaba reparándose, a consecuencia del hundimiento de parte de su revestimiento calcáreo blanco, procedente de la cantera de Tura.

El carro de Bel-Tran, conducido por un antiguo oficial, había tomado el camino que flanqueaba el desierto; se detuvo en el umbral de la calzada cubierta que ascendía hacia la pirámide.

Nervioso, el director de la Doble Casa blanca saltó del vehículo y llamó a un sacerdote. Su voz, irritada, pareció incongruente en el silencio que rodeaba el paraje.

Un ritualista de cráneo afeitado salió de una capilla.

—Soy Bel-Tran, el visir me ha citado aquí.

—Seguidme.

El financiero se sentía incómodo. No le gustaban las pirámides, ni los antiguos santuarios donde los arquitectos habían erigido colosales bloques, utilizando sus masas con increíble virtuosismo. Los templos trastornaban los análisis económicos de Bel-Tran; destruirlos sería prioritario para el nuevo régimen.

Mientras algunos hombres, por pocos que fueran, escaparan a la ley universal del beneficio, dificultarían el desarrollo de un país.

El ritualista precedió a Bel-Tran; en las paredes de la estrecha calzada, unos bajorrelieves mostraban al rey haciendo ofrendas a las divinidades. El sacerdote caminaba lentamente y el financiero se vio obligado a refrenar su paso. Maldecía el tiempo perdido y aquella convocatoria en un lugar olvidado.

En lo alto de la calzada había un templo pegado a la pirámide. El ritualista giró a la izquierda, atravesó una pequeña sala con columnas y se detuvo ante una escalera.

—Subid, el visir os aguarda en lo alto de la pirámide.

—¿Por qué arriba?

—Supervisa los trabajos.

—¿Es peligroso el ascenso?

—Los peldaños interiores han quedado al descubierto; si subís despacio, no corréis riesgo alguno.

Bel-Tran no dijo al sacerdote que sufría vértigo; retroceder lo hubiera puesto en ridículo. A regañadientes, comenzó el ascenso hasta el vértice de la pirámide, que culminaba a unos sesenta metros.

Inició la escalada por la arista, ante las miradas de los talladores de piedra que restauraban el revestimiento. Sin apartar los ojos de las piedras, con los pies torpes, llegó hasta la cima, una plataforma desprovista de piramidión. Éste había sido desmontado y entregado a los orfebres para que lo recubrieran de oro fino.

Pazair tendió la mano a Bel-Tran y le ayudó a ponerse de pie.

—Maravilloso paisaje, ¿no es cierto?

Bel-Tran vaciló, cerró los ojos y conservó su equilibrio.

—Desde lo alto de una pirámide, Egipto se desvela —prosiguió el visir—. ¿Habéis advertido la brutal frontera entre los cultivos y el desierto, entre la tierra negra y la tierra roja, entre el dominio de Horus y el de Seth? Y, sin embargo, son indisociables y complementarios. La tierra cultivable manifiesta la eterna danza de las estaciones; el desierto, el fuego de lo inmutable.

—¿Por qué me habéis hecho venir aquí?

—¿Conocéis el nombre de esta pirámide?

—Me importa un bledo.

—Se llama «la observadora de ambos países»; mirándolos crea su unidad. Los antiguos consagraron sus esfuerzos a construir este tipo de monumentos, nosotros erigimos templos y moradas de eternidad porque ninguna armonía es posible sin su presencia.

—No son más que un montón de piedras inútiles.

—Los fundamentos de nuestra sociedad. El más allá inspira nuestro gobierno, la eternidad nuestros actos, pues lo cotidiano no basta para alimentar a los hombres.

—Antañón idealismo.

—Vuestra política arruinará a Egipto, Bel-Tran, y os mancillará.

—Pagaré a las mejores lavanderas.

—No es tan fácil lavar el alma.

—¿Sois sacerdote o primer ministro?

—El visir es sacerdote de Maat; ¿no os ha seducido nunca la diosa de la rectitud?

—Pensándolo bien, detesto a las mujeres. Si no tenéis nada más que decirme, bajaré.

—Cuando nos prestábamos ayuda, creí que erais mi amigo; vos no erais más que un fabricante de papiro y yo un pequeño juez perdido en una gran ciudad. Ni siquiera cuestionaba vuestra sinceridad; me parecía que os animaba una verdadera fe en vuestra tarea al servicio del país. Cuando pienso en aquel período, no consigo convencerme de que hayáis mentido siempre.

Se levantó un fuerte viento; desequilibrado, Bel-Tran se agarró a Pazair.

—Representasteis una comedia desde nuestro primer encuentro.

—Esperaba convenceros y utilizaros; una decepción, lo confieso. Vuestra tozudez y la estrechez de vuestras miras me han decepcionado mucho. No ha sido muy difícil manipularos.

—Qué importa el pasado; cambiad de vida, Bel-Tran. Poned vuestra competencia al servicio del faraón y del pueblo de Egipto, renunciad a vuestras desmesuradas ambiciones y conoceréis la felicidad de los seres rectos.

—Qué ridículas palabras… Supongo que vos mismo no las creéis.

—¿Por qué arrastrar al pueblo a la desgracia?

—Aunque seáis visir, ignoráis el sabor del poder. Yo lo conozco; este país me corresponde, pues soy capaz de imponerle mi propia regla.

El viento obligaba a los dos hombres a hablar en voz alta, espaciando sus palabras. A lo lejos, las palmeras se doblaban, sus hojas se entremezclaban y gemían como si quisieran romperse. Torbellinos de arena asaltaban la pirámide.

—Olvidad vuestro propio interés, Bel-Tran; os conducirá a la nada.

—Vuestro maestro Branir no se habría sentido orgulloso de vos y de vuestra escasa inteligencia. Al ayudarme me demostrasteis vuestra incompetencia; suplicándome así, vuestra estupidez.

—¿Fuisteis vos su asesino?

—Nunca me ensucio las manos, Pazair.

—No volváis a pronunciar el nombre de Branir.

Bel-Tran leyó su muerte en los ojos de Pazair. Asustado, retrocedió un paso y perdió el equilibrio.

Pazair lo agarró por la muñeca; con el corazón palpitante, el director de la Doble Casa blanca descendió asiéndose a cada piedra. La mirada del visir de Egipto estaba clavada en él, mientras se desencadenaba el viento de la tormenta.

CAPÍTULO 43

D
esde finales del mes de mayo, el agua del Nilo era verde; a finales de junio se volvió marrón, cargada de limo y lodo. En los campos, los trabajos se interrumpieron; al finalizar la trilla comenzaba un largo periodo de vacaciones. Quienes desearan completar su peculio trabajarían en las grandes obras, cuando la inundación facilitara el transporte en barco de enormes bloques.

Una preocupación llenaba los espíritus: ¿sería el nivel de las aguas suficiente para abrevar la tierra sedienta y hacerla fecunda? Para provocar el favor de los dioses, campesinos y ciudadanos ofrecían al río pequeñas figuras de terracota o loza que representaban a un hombre gordo, de colgantes pechos y con la cabeza coronada de plantas; representaba a Hapy, el dinamismo de la crecida, formidable poder que reverdecería los cultivos.

Unas tres semanas más tarde, hacia el veinte de julio, Hapy se hincharía hasta invadir las Dos Tierras y hacer que Egipto pareciera un inmenso lago, por donde todos se desplazarían en barco para ir de un pueblo a otro. Dentro de unas tres semanas, Ramsés abdicaría en favor de Bel-Tran.

El visir acariciaba a su perro, provisto de un hueso que había mordisqueado, enterrado y vuelto a sacar de su escondrijo;
Bravo
sentía también los efectos de aquel período, preñado de miedos e incertidumbres. Pazair se preocupaba por el porvenir de sus fieles compañeros; ¿quién se ocuparía del perro y el asno cuando lo detuvieran y deportaran?
Viento del Norte
, acostumbrado a su apacible retiro, sería devuelto a los polvorientos senderos para llevar pesadas cargas. Cómplices desde hacía mucho tiempo, sus dos compañeros morirían de pena.

Pazair abrazó a su esposa.

—Debes marcharte, Neferet, sal de Egipto antes de que sea demasiado tarde.

—¿Me propones que te abandone?

—El corazón de Bel-Tran está seco; la avidez y la ambición han acabado con cualquier sentimiento. Ya nada puede conmoverlo.

—¿Lo dudabas?

—Esperaba que la voz de las pirámides despertara en él una olvidada conciencia… Sólo he conseguido reavivar su sed de poder. Salva tu vida, salva las de
Bravo
y
Viento del Norte
.

—¿Admitirías, como visir, que la médico en jefe del reino abandonara su puesto cuando una grave enfermedad cae sobre el país? Sea cual sea el fin de la aventura, lo viviremos juntos. Pregúntaselo a
Bravo
y
Viento del Norte
; ni el uno ni el otro querrán marcharse.

Cogidos de la mano, Pazair y Neferet contemplaron el jardín en el que
Traviesa
, la pequeña mona verde, buscaba sin cesar alguna golosina. Tan cerca ya del cataclismo, disfrutaron la perfumada paz de aquel lugar alejado del tumulto; por la mañana se habían bañado en el estanque de recreo, después habían paseado a la sombra.

—Los huéspedes del visir comienzan a llegar.

Kem y
Matón
saludaron al guardia, caminaron por la avenida flanqueada de tamariscos, se recogieron ante la capilla de los antepasados, se lavaron las manos y los pies en el umbral de la casa, atravesaron la galería y se instalaron en la sala de cuatro pilares, donde se hallaban el visir y su esposa. Al jefe de policía y su teniente los siguieron la reina madre Tuy, el antiguo visir Bagey, el sumo sacerdote de Karnak, Kani, y Suti.

—Con autorización del rey —declaró Pazair— puedo revelaros que la gran pirámide de Keops, donde sólo el faraón está autorizado a entrar, fue violada por Bel-Tran, su esposa y tres cómplices, el transportista Denes, el dentista Qadash y el químico Chechi. Estos últimos han muerto, pero los conjurados consiguieron su objetivo: profanaron el sarcófago, robaron la máscara de oro, el gran collar, el escarabajo de corazón, los amuletos de lapislázuli, la hachuela de hierro celeste y el codo de oro. Algunos de estos tesoros ya han sido recuperados, pero nos falta lo esencial: el testamento de los dioses, contenido en el estuche de cuero que el rey debe mantener en la mano diestra durante la fiesta de regeneración, antes de mostrarlo al pueblo y los sacerdotes. Este documento, transmitido de faraón a faraón, legitima su reinado. ¿Quién podía imaginar que se cometiera semejante robo y semejante profanación? Mi maestro Branir fue asesinado porque molestaba a los sediciosos. Kem y
Matón
han puesto fin a los manejos criminales de Djui, convertido en devorador de sombras a sueldo de Bel-Tran. Escasos resultados, porque no hemos identificado al asesino de Branir y hemos sido incapaces de devolver al rey el testamento de los dioses. El día de año nuevo, Ramsés se verá obligado a abdicar y ofrecer el trono a Bel-Tran. Éste cerrará los templos, introducirá la circulación de moneda y adoptará la única ley del beneficio.

Un pesado y largo silencio acogió las explicaciones del visir. Los miembros de su consejo secreto estaban aterrorizados; como temían antiguas predicciones, el cielo caía sobre su cabeza
[21]
. Suti fue el primero en reaccionar.

—El documento, por precioso que sea, no bastará para convertir a Bel-Tran en un faraón respetado y capaz de reinar.

—Por eso se ha tomado el tiempo necesario para gangrenar la administración y la economía del país, y crear una red de eficaces alianzas.

—¿Y no intentaste desmantelarla?

—Las cabezas del monstruo crecen de nuevo en cuanto se las corta.

—Sois demasiado pesimista —dijo Bagey—; muchos funcionarios no aceptarán las directrices de Bel-Tran.

—La administración egipcia tiene sentido de la jerarquía —objetó Pazair—; obedecerá al faraón.

—Organicemos la resistencia —propuso Suti—. Entre todos controlamos cierto número de sectores. Que el visir coordine las fuerzas de que dispone.

Kani, el sumo sacerdote de Karnak, pidió la palabra. El antiguo jardinero, de arrugado rostro, habló claramente.

—Los templos no aceptarán los cambios económicos que Bel-Tran quiere imponer, pues llevarían a nuestro país a la miseria y la guerra civil. El faraón es, en espíritu, el servidor del templo; si traiciona ese deber primordial, no sería más que un jefe político a quien no se le debería ya obediencia.

—En ese caso —confirmó Bagey—, la jerarquía administrativa quedaría libre de sus compromisos; ha prestado juramento de fidelidad al mediador entre el cielo y la tierra, no a un déspota.

—El servicio de salud dejará de funcionar —precisó Neferet—; estando en relación con los templos, rechazará el nuevo poder.

—Con seres como vosotros —dijo la reina madre con voz conmovida—, la partida no está perdida todavía. Sabed que la corte es hostil a Bel-Tran y que nunca aceptará en su seno a la señora Silkis, cuyas bajezas conocen.

—¡Magnífico! —exclamó Suti—. ¿Habéis conseguido introducir la discordia en esa pareja de criminales?

—Lo ignoro, pero esa mujer-niña, cruel y perversa, tiene la cabeza llena de pájaros. Si no me equivoco, Bel-Tran va a abandonarla o ella lo traicionará. Cuando vino a Pi-Ramsés para asegurarse de mi futura complicidad, parecía muy segura de su éxito; al marcharse, su cerebro había naufragado. Una pregunta, visir Pazair: ¿por qué no están aquí los «amigos únicos» del rey?

—Porque ni Ramsés ni yo hemos identificado a los cómplices, más o menos pasivos, de Bel-Tran. El rey ha decidido ocultar la verdad para proseguir la lucha mientras sea posible, sin poner al adversario al corriente de nuestras iniciativas.

—Les habéis propinado fuertes golpes.

—Pero, lamentablemente, ninguno decisivo. Ni siquiera será fácil la resistencia, pues Bel-Tran se ha infiltrado en el ejército y los transportes.

—La policía os es fiel —afirmó Kem—; y el prestigio de Suti es tan grande entre «los de la vista penetrante» que podrá movilizarlos sin dificultad.

—¿No controla Ramsés las tropas acuarteladas en Pi-Ramsés? —interrogó Suti.

—Ésa es la razón de su presencia allí.

—El cuerpo de ejército que reside en Tebas me escuchará —dijo Kani.

—Nómbrame general en Menfis —exigió Suti—; sabré hablar con los soldados.

La proposición obtuvo la unanimidad del consejo secreto.

—Queda el transporte marítimo, que está en manos de la Doble Casa blanca —recordó Pazair—; por no hablar de los servicios de riego y de los encargados de los canales, que Bel-Tran intenta corromper desde hace varios meses. Por lo que a los jefes de provincias se refiere, algunos se han separado de él, pero otros creen aún en sus promesas. Temo conflictos internos que causen numerosas victimas.

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