El ladrón de cuerpos (24 page)

BOOK: El ladrón de cuerpos
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Me reí.

—David, nunca te oí tan exasperado.

—Porque te conozco, porque sé que quieres hacer la mutación y no deberías!

—Contéstame unas preguntas más. Quiero analizar todas las posibilidades.

—No.

—La experiencia de estar próximo a la muerte... Me refiero a esa pobre gente que tiene un infarto, atraviesa un túnel, vé una luz y después vuelve a la vida. ¿Qué les pasa a ellos?

—Sólo tengo conjeturas.

—No te creo. —Le conté lo mejor que pude lo que había mencionado James acerca del tallo cerebral y el alma residual. —En las experiencias de acercarse a la muerte, ¿quedó una parte del alma?

—Puede ser, o quizás esos individuos mueren de verdad, cruzan realmente al otro lado; pero el alma íntegra, intacta, es enviada de retomo.

—Sea como fuere. uno no muere por el simple hecho de haber salido de su cuerpo, ¿no? Si en el desierto de Gobi yo hubiera salido de mi Cuerpo, no podría haber encontrado el portón de entrada, ¿verdad? El portón no habría estado allí. Sólo se abre para el alma entera.

—Sí; que yo sepa, sí. —No habló durante un instante. —Por qué me lo preguntas? —dijo luego—. ¿Todavía sueñas con morir?

No lo creo; te veo muy desesperado por vivir.

—Hace dos siglos que estoy muerto, David. ¿Qué me dices de los fantasmas, los espíritus que habitan en la tierra?

—No pudieron encontrar el portón, por más que se les abrió. O bien ellos se negaron a trasponerlo. Mira, si quieres podemos charlar sobre todas estas cosas alguna noche, paseando por las callecitas de Río o donde te parezca. Lo importante es que me jures que no vas a tener más tratos con ese brujo, si es que no quieres aceptar mi consejo de ultimarlo cuanto antes.

—Por qué le tienes tanto miedo?

—Tú no entiendes lo destructivo y depravado que es. ¡No puedes entregar tu cuerpo a semejante individuo! Y eso es lo que pretende hacer. ¡Si te propusieras poseer un cuerpo mortal durante un tiempo, yo me opondría por ser algo antinatural, diabólico! ¡Pero entregárselo a ese demente! Oh, ¿por qué no vienes a Londres? Quiero convencerte de que no lo hagas. ¡Estás en deuda conmigo!

—David, tú lo investigaste antes de que entrara en la orden, ¿no? ¿Qué clase de hombre es? Es decir, ¿cómo fue que se convirtió en una especie de brujo?

—Nos engañó con complicadas maquinaciones y documentación falsa en una escala difícil de imaginar. Le encantan esas con fabulaciones Además es un genio de la informática. La investigación más importante la practicamos después de que se hubo ido.

—Y cómo fueron sus comienzos?

—Venía de una familia rica de comerciantes. Hicieron mucho dinero antes de la guerra. La madre era una famosa medium, al parecer honesta y abnegada, que cobraba una suma módica por sus servicios. Todo el mundo la conocía en Londres. Recuerdo haber oído hablar de ella mucho antes de interesarme por estas cosas. La Talamasca confirmó en más de una ocasión que era auténtica, pero ella nunca quiso prestarse para que la estudiaran. Era una mujer frágil, y amaba entrañablemente a su único hijo varón.

—Raglan —acoté.

—Sí. Murió de cáncer con terribles dolores. La hija mujer se hizo costurera y hasta el día de hoy trabaja en Londres, en una tienda para novias. Hace unos trabajos finísimos. Sufrió mucho con la muerte de su problemático hermano, pero también siente alivio. Hablé con ella esta mañana y me contó que el hermano había quedado destruido con la pérdida de la madre, que murió cuando él era muy joven.

—Es comprensible.

—El padre trabajó casi toda su vida en la empresa naviera Cunard, y los últimos años fue camarero de primera clase en el Queen Elizabeth II. Muy orgulloso de su desempeño. Gran escándalo no hace muchos años, cuando, por recomendación del padre, también contrataron a James, y le robó cuatrocientas libras a un pasajero. El padre lo repudió y fue rehabilitado por la Cunard antes de morir. Al hijo, jamás volvió a dirigirle la palabra.

—Ah, la foto en el barco.

—¡Cómo?

—Y cuando ustedes lo echaron, quiso viajar en ese mismo buque de regreso a los Estados Unidos, ¿verdad?

—El te contó eso? Es posible. Yo no me ocupé de los detalles.

—No importa. Continúa. ¿Cómo es que se dedicó a lo oculto?

—Era un hombre muy instruido. Estuvo varios años en Oxford, aunque a veces llevaba una vida paupérrima. Empezó a practicar la labor de medium incluso antes de que muriera la madre. No demostró sus habilidades hasta la década del cincuenta, en París, donde enseguida tuvo muchísimos adeptos a los que timó de las maneras más burdas imaginables, y terminó preso.

“Más o menos lo mismo le pasó después en Oslo. Luego de tener diversos trabajos, incluso algunos muy serviles, fundó una suerte de iglesia espiritista, le robó sus ahorros a una viuda y fue deportado. Después trabajó en Viena como camarero en un hotel de primera, hasta que en cuestión de semanas se convirtió en parapsicólogo de gente rica. También hizo una rápida retirada antes de que lo detuvieran. En Milán le robó miles a un miembro de la antigua aristocracia y tuvo que huir de la ciudad a medianoche. Su nuevo destino fue Berlín, donde lo arrestaron pero consiguió salir; luego regresó a Londres, y allí fue de nuevo a la cárcel.

—Vicisitudes —comenté, recordando su expresión.

—El esquema es siempre el mismo. Tiene un empleo muy subalterno, asciende y llega a vivir con gran lujo, acumula deudas absurdas por la compra de ropa fina, autos, excursiones en jet a todas partes y por último todo se derrumba cuando se descubren sus delitos Y traiciones. No puede cortar el ciclo. Siempre termina derrotado.

—Eso parece.

—Lestat, este ser tiene algo de estúpido. Habla ocho idiomas, es capaz de ingresar ilegalmente en cualquier red de informática Y de apoderarse del cuerpo de otras personas el tiempo necesario para saquearles las cajas fuertes —tiene una obsesión casi erótica con las cajas fuertes!—, pero después les hace trucos tontos a la gente y termina esposado. Los objetos que se llevó de nuestros tesoros eran imposibles de vender, de modo que tuvo que entregarlos por una miseria en el mercado negro. En realidad es un idiota.

Solté una risita contenida.

—Los robos son simbólicos, David. Se trata de un ser dominado por la compulsión y la obsesión. Todo es un juego. Por eso no puede quedarse con lo que roba. Lo que le importa más que nada es el proceso.

—Pero Lestat, es un juego totalmente destructivo.

—Entiendo, David. Gracias por la información. Te llamo cuanto antes.

—Espera un minuto. No puedes cortarme así, no lo voy a permitir. ¿Es que no te das cuenta de...?

—Claro que sí, David.

—Lestat, hay un dicho muy común en el mundo de lo oculto: lo igual atrae a lo igual. ¿Entiendes lo que significa?

—Por qué tengo que saber yo sobre lo oculto, David? Ese es tu campo, noel mío.

—No es momento para ironías.

—Perdón. ¿Qué significa?

—Cuando un hechicero usa sus facultades de manera vil y egoísta, la magia siempre se vuelve contra él.

—Eso es superstición.

—Es un principio tan viejo como la misma magia.

—El no es mago, David, sino sólo un ser con ciertos poderes parapsicológicos definidos y mensurables. Tiene la facultad de poseer a otras personas. En un caso que conocemos, realmente efectuó ese cambio.

—lEs la misma cosa! Si se usan esos poderes para tratar de Causar daño a otros, el daño se revierte sobre uno.

—David, yo soy la prueba de que ese concepto es falso. Después me vas a explicar la teoría del karma y lentamente me voy a quedar dormido.

—James es la quintaesencia del hechicero malvado! Ya derrotó una vez a la muerte a costa de otro ser humano. Hay que detenerlo.

—Por qué no trataste de detenerme a mí cuando tuviste la Oportunidad?

Estuve a tu merced en Talbot Manor. Podías haber encontrado la forma.

—No me alejes con tus acusaciones!

—Te amo, David. Te vuelvo a llamar pronto. —Estaba a punto de cortar cuando me acordé de algo. —David, quiero preguntar te otra cosa.

—Sí. ¿Qué? —Qué alivio de que yo no hubiera cortado.

—Ustedes tienen reliquias que eran nuestras... viejas pertenencias guardadas en sus bóvedas.

—Sí. —Incomodidad. También cierta vergüenza, al parecer.

—Un relicario... ¿no has visto un relicario con la imagen de Claudia?

—Creo que sí. Después de que viniste a yerme por primera vez, verifiqué el inventario de todos esos objetos, y creo que sí, que había un relicario.

Estoy casi seguro. Tendría que habértelo dicho antes, claro.

—No, no importa. ¿Era uno con cadena, de ésos que suelen usar las mujeres?

—Sí. ¿Quieres que te lo busque? Si lo encuentro, te lo doy, por supuesto.

—No, ahora no lo busques. Tal vez más adelante. Adiós, David. Pronto tendrás noticias mías.

Corté y desconecté el teléfono de la pared. Así que había habido un relicario de mujer. Pero, ¿para quién fue hecho? ¿Y por qué aparecía en mis sueños? Claudia no habría llevado puesto su propio retrato. Además, de ser así yo lo recordaría. Cuando traté de evocarlo me inundó una mezcla de tristeza y miedo. Me dio la impresión de hallarme cerca de un lugar oscuro, lleno de muerte. Y como sucede a menudo en mis recuerdos, oí risas. Sólo que esta vez no fue la de Claudia sino la mía.

Percibí una sensación de juventud sobrenatural y posibilidades ilimitadas.

En una palabra, estaba recordando al vampiro joven que era o en los viejos días del siglo XVIII, antes de que el tiempo hubiera asestado sus golpes.

Bueno, ¿qué me importaba ese maldito relicario? A lo mejor tomé la imagen del cerebro de James cuando éste me perseguía. Seguramente él lo usó como arma para tentarme, y la verdad era que yo nunca había visto el relicario. Mejor que hubiera elegido algún otro objeto que en un tiempo me había pertenecido. No, esta última explicación me pareció demasiado fácil, y la imagen era muy vívida. Además, la había visto en sueños antes de que entrara James en mis aventuras. De pronto sentí enojo. En ese momento tenía que pensar en otras cosas, ¿no? Atrás, Claudia. Toma tu relicario, machérie, y vete, por favor.

Largo rato permanecí en la penumbra, consciente del tic tac del reloj sobre la repisa del hogar, escuchando el ruido ocasional del transito que me llegaba desde la calle.

Traté de analizar los reparos que me había puesto David. Traté, pero lo único que pensaba era..., así que James puede hacerlo, hacerlo de veras. Es el hombre canoso de la foto y, efectivamente, realizó el cambio con el mecánico en el hospital de Londres. ¡Se puede hacer! De tanto en tanto aparecía en mi mente la imagen del relicario. Veía la miniatura de Claudia pintada artísticamente al óleo. Pero no despertaba en mí emoción alguna: ni pena, ni enojo, ni dolor.

Era James quien me interesaba. ¡James sabe hacerlo! ¡Puedo vivir y respirar dentro de ese cuerpo! Y cuando esa mañana saliera el sol sobre Georgetown, lo vería con esos ojos.

Llegué a Washington a la una de la madrugada. Había estado nevando toda la noche; en las calles la nieve formaba grandes pilas limpias, hermosas. También se acumulaba contra las puertas de las casas, y aquí y allá realzaba en blanco las barandas negras de hierro y las salientes profundas de las ventanas.

La ciudad estaba inmaculada, encantadora. Las casas eran en su mayoría de madera, en elegante estilo federal, es decir con la línea fina del siglo XVIII, tan propenso al orden y el equilibrio, aunque muchas se habían construido en las primeras décadas del siglo siguiente. Deambulé largo rato por la desierta calle M, con sus numerosas tiendas; luego atravesé el campus silencioso de una universidad cercana y por último las calles del cerro, alegremente iluminadas.

La residencia de Raglan James era de las más bellas. De ladrillo y construida con vista a la calle. Tenía una hermosa puerta con gruesa aldaba de bronce y dos alegres faroles a gas. En las ventanas, persianas anticuadas, y en la parte superior de la puerta, un Simpático montante.

Las ventanas estaban limpias pese a la nieve de las salientes, y alcance a ver desde afuera las habitaciones, muy ordenadas. El aspecto del interior era atractivo: muebles tapizados en cuero blanco de extrema severidad moderna, obviamente costosos. Numerosos Cuadros en las paredes: Picasso, de Kooning, Jasper Johns, Andy Wartp y mezcladas con esas telas multimillonarias, varias fotos de gran tamaño y caros marcos, con barcos modernos. De hecho, había también en algunas vitrinas varias réplicas de enormes transatlánticos Los pisos tenían un reluciente plastificado. Por doquier alfombras orientales de diseños geométricos, y los numerosos adornos que había sobre mesitas de cristal y anuarios con incrustaciones eran casi todos de origen chino.

Podía definirse el ambiente diciendo que era elegante, caro y sumamente personal. Me pareció que tenía el mismo aspecto que todas las viviendas de los mortales: como una serie de decorados de teatro. Imposible creer que yo pudiera ser mortal y sentirme bien en esa casa, ni siquiera por una hora.

En realidad, las pequeñas habitaciones eran tan relucientes que no daban la impresión de estar habitadas. La cocina estaba llena de brillantes ollas de cobre, artefactos negros, armarios sin manijas visibles y platos de cerámica rojo intenso.

Pese a la hora que era, James no aparecía por ninguna parte.

Entré en la casa.

En un segundo piso se hallaba el dormitorio, donde había una moderna cama baja —apenas una armazón de madera con un colchón— cubierta por un acolchado de dibujos geométricos y muchos almohadones blancos, austera y elegante como todo lo demás. El armario estaba atiborrado de ropa cara, como asimismo los cajones de la cómoda china y de otro mueble tallado a mano que había junto a la cama.

Otras habitaciones también estaban vacías, pero ninguna con aspecto de descuido. Ni huellas de una computadora. Sin duda debía tenerla en otro sitio.

En uno de esos cuartos guardé una suma abultada de dinero para usar después; la escondí dentro de la chimenea del hogar, que no se utilizaba.

También escondí algo de dinero en otro baño en desuso, detrás del espejo

de la pared.

Fueron simples precauciones. Lo cierto es que no tenía idea de cómo era sentirse humano. A lo mejor me sentía desvalido. Lo ignoraba.

Hecho eso, me subí al tejado. Alcancé a ver a James al pie del cerro, cargado de paquetes, doblando desde la calle M. Indudablemente había ido a robar, porque no había ningún negocio abierto a esa hora de la noche. Lo perdí de vista cuando inició el ascenso. Pero también apareció otro visitante, sin hacer el menor ruido audible para un mortal. Se trataba de un enorme perro que no sé de dónde salió y se dirigió al patio trasero.

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