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Authors: Anthony Berkeley

El misterio de Layton Court (14 page)

BOOK: El misterio de Layton Court
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—Desde luego, acabas de apuntarte un tanto —admitió humildemente Alec—. Retiro muchas de las cosas desagradables que te he dicho.

—¡Oh! No te molestes en disculparte —replicó magnánimo Roger—. Aunque recordarás que advertí de que al final acabaría teniendo razón. En fin, supongo que ya no seguirás discutiendo lo del asesinato.

—Tampoco es necesario que te regodees —se quejó Alec—. Lo hice con la mejor intención, como el médico del poema de A. P. Herbert. Bueno, ¿qué hacemos ahora?

—Salgamos a echarle un vistazo de cerca a la huella —sugirió Roger—. Es posible que haya más. ¡Huellas! Nos estamos convirtiendo en unos auténticos profesionales.

Una vez examinada con más cuidado, confirmó la impresión de Roger de que la había hecho alguien al bajar de espaldas del alféizar. El talón tenía casi tres centímetros de profundidad y la punta apenas un centímetro y medio. Los bordes estaban un poco borrosos porque la tierra estaba un tanto desmenuzada, pero sin duda era la huella de un pie muy grande.

—Calza al menos un cuarenta y tres —dijo Roger inclinándose sobre ella—. Posiblemente un cuarenta y cuatro. Esto puede sernos muy útil, Alec.

—Desde luego es un golpe de suerte.

Roger se incorporó y empezó a buscar entre las plantas cerca del macizo de flores. Pasado un momento se arrodilló al borde del césped.

—¡Mira! —exclamó muy excitado—. ¡Aquí hay otra!

Apartó dos pequeños arbustos y escudriñó entre ellos. Alec vio otra pisada, no tan profunda como la primera, pero marcada con claridad en la tierra seca. La punta también señalaba hacia la ventana.

—¿Es del mismo tipo?

—Sí —replicó Roger examinándola minuciosamente—. La otra bota. Veamos, ésta se encuentra casi a un metro de la primera, ¿no? Debió de volver al sendero en dos zancadas. —Se puso en pie y se sacudió las rodillas—. Es una lástima que no podamos seguirle más allá —añadió en tono decepcionado.

—¿No puedes deducir nada más de estas dos? —preguntó interesado Alec.

—No lo sé. Supongo que luego deberíamos medirlas con cuidado. ¡Ah!, y hay algo más que me gustaría mucho hacer.

—¿Y qué es?

—Conseguir una bota de cada habitante masculino de la casa y comprobar si coincide con estas huellas —exclamó Roger levantando la voz por la emoción—. Sí, eso es lo que deberíamos hacer, si podemos.

Alec parecía pensativo.

—Pero, escucha, ¿no te parece que estas pisadas indican que se trata de alguien ajeno a la casa? Muestran que escapó del lugar después de que muriera Stanworth. Si ese tipo fuese alguien de la casa, ¿por qué tomarse tantas molestias para salir por la ventana, cuando podía hacerlo por la puerta? Después de todo lo que hizo para que pareciese un suicidio, no sería tan necesario dejar la puerta cerrada por dentro ¿no te parece?

—¿Quieres decir que no es probable que encontremos una bota en la casa que coincida con estas pisadas?

—No si el tipo era alguien de fuera. ¿Qué opinas tú?

—¡Oh!, estoy de acuerdo. Creo que con toda probabilidad fue alguien ajeno a la casa. Tienes razón en que estas huellas nos llevan a esa conclusión. Pero no lo sabemos con seguridad, ¿verdad? Y prefiero descartar todas las posibilidades, por remotas que parezcan. Si tenemos oportunidad de probar las botas de todos y no coinciden, sabremos con seguridad que los de la casa están libres de la sospecha de haber cometido el crimen, aunque no de otras cosas, dicho sea de paso.

—¿A qué te refieres? —preguntó interesado Alec.

—A que pueden haber sido cómplices después del asesinato. Sin duda después y algunos de ellos también antes. Casi parece —añadió patéticamente Roger— que las tres cuartas partes de los habitantes de la casa hayan sido cómplices. No es justo.

—¡Bah! —respondió Alec. Eso era llevar las cosas demasiado lejos. En todo caso se sintió agradecido de que el misterioso comportamiento de Bárbara Shannon no hubiera llegado a oídos de Roger. ¿Qué habría dicho de haberlo sabido? Cómplice parecía poco en comparación—. ¡Eh!, ¿qué ocurre?

Roger estaba escuchando atentamente con la cabeza ladeada. Al oír a Alec, alzó un dedo para advertirle.

—¡Me ha parecido oír a alguien en la biblioteca! —susurró—. Asómate a la ventana de celosía y echa un vistazo. Yo iré a mirar por los ventanales. ¡No hagas ruido!

Muy animado se acercó con sigilo a los ventanales y se asomó cuidadosamente. Tuvo suerte. La puerta de la biblioteca se estaba cerrando muy despacio.

Corrió a donde estaba Alec.

—¿Lo has visto? —preguntó con la voz atragantada de emoción—. ¿Lo has visto?

Alec asintió.

—Alguien estaba saliendo de la biblioteca.

—Claro, hombre, pero ¿has visto de quién se trataba?

Alec movió la cabeza.

—No, me temo que no. He llegado demasiado tarde.

Los dos se miraron en silencio.

—La cuestión es si nos habrá oído —dijo por fin Roger.

—¡Dios mío! —exclamó con desánimo Alec—. ¿Crees que puede haberlo hecho?

—Es imposible decirlo. Aunque espero que no. Podría echarlo todo a perder.

—¡Sin duda! —exclamó con fervor Alec.

Roger lo miró con curiosidad.

—Caramba, Alexander, parece que por fin le has cogido el gusto a esta persecución.

—Es... muy emocionante —admitió Alec, casi en tono de disculpa.

—Me gusta tu espíritu. Bueno, sal de ahí y alejémonos de la casa para discutir lo que haremos ahora. Está claro que no es seguro hablar cerca de estas ventanas. Vaya, has estropeado mucho esas flores. ¡Cuidado! No pises las huellas.

Alec miró apesadumbrado el macizo de flores que estaba ahora embellecido con varias pisadas adicionales.

—Será mejor que borre las mías —dijo atropelladamente—. Son un poco sospechosas al pie de esa ventana. Cualquiera podría darse cuenta de que hemos estado husmeando por aquí.

—Hazlo —respondió con aprobación Roger—. Pero date prisa, y por el amor de Dios, no dejes que nadie te vea. Eso sería aún peor.

—Y ahora, Sherlock Sheringham —dijo Alec, cuando estuvieron seguros en mitad del césped—, ¿qué es lo que propones? ¿No va siendo hora de que te disfraces o algo parecido? Estoy seguro de que es lo que hacen los mejores detectives al llegar este momento de la investigación.

—No seas tan guasón, amigo Alec —le reprochó Roger—. Se trata de un asunto muy serio y por ahora nos apañamos muy bien. Creo que nuestro paso siguiente está muy claro. Nos dedicaremos a buscar al desconocido misterioso.

—¿Qué desconocido misterioso?

—Me refiero a que haremos algunas averiguaciones para descubrir si alguien vio anoche a algún desconocido. En casa de los guardeses, en la estación, en el pueblo y demás.

—Parece un buen plan.

—Sí, pero antes de que empecemos hay otra cosa que quiero hacer. Ya viste lo productivo que fue el análisis de los contenidos de la papelera. Quisiera echar un vistazo a lo que contenía ayer.

—¿No lo habrán destruido?

—No, no lo creo. Mientras estabas ocupado, hice algunas averiguaciones, dije que había tirado una carta que quería recuperar, y, por lo que me pareció entender, los contenidos de todas las papeleras se vacían en un cubo de la basura que hay detrás de la casa, donde se acumulan hasta que William considera necesario hacer una hoguera con ellos. Quiero echar una mirada a ese cubo antes de empezar. En realidad no espero encontrar nada, pero nunca se sabe.

—¿Cómo llegamos allí?

—Daremos la vuelta por delante de la casa; está al otro extremo en algún sitio. Será mejor que vayamos cuanto antes, no tenemos tiempo que perder.

—Lo estoy deseando —respondió entusiasmado Alec.

Se pusieron en camino.

Enfrente de la casa esperaba el coche, con el chófer sentado indolentemente al volante como si llevara allí un buen rato.

Roger silbó en voz baja.

—¡Vaya, vaya, vaya! —murmuró—. ¿Qué tenemos aquí?

—Es el coche —respondió el siempre literal Alec.

—Ya dije que, si te lo proponías, llegarías a ser un gran detective, Alec. ¡No seas tarugo! ¿Qué está haciendo ahí el coche? ¿A quién estará esperando?

—Creo que lo mejor será preguntar al chófer —replicó Alec sin inmutarse.

—Lo haré.

Alec se dio una palmada en el bolsillo.

—¡Maldita sea! Me he dejado la pipa en alguna parte. En la biblioteca diría yo. Iré corriendo a buscarla mientras hablas con el chófer, así tendrás tiempo de sobra. No tardaré ni un minuto.

Desapareció corriendo a la vuelta de la esquina y Roger se acercó paseando al chófer.

Cuando Alec reapareció con la pipa en la boca, dos o tres minutos más tarde, Roger estaba esperándole al lado del coche. Tenía una expresión entre aprensiva y triunfal pintada en el semblante.

—¡Ah, estás aquí! —exclamó en voz alta—. Bueno, será mejor que nos vayamos si queremos dar un largo paseo antes de la hora del té. —Alec abrió la boca para hablar, pero reparó en su mirada de advertencia y guardó silencio. Roger lo cogió del brazo y lo llevó a buen paso por el camino. No volvió a hablar hasta después de doblar la esquina, cuando la casa quedó totalmente oculta de la vista—. Aquí —observó brevemente y se metió entre los espesos arbustos que bordeaban ambos lados del camino.

Un poco perplejo, Alec le siguió.

—¿Qué ocurre? —preguntó cuando alcanzó a su compañero.

—Vamos a jugar un poco al escondite. ¿Has oído lo que te he gritado? Era para que lo oyera el chófer, para que, si alguien le pregunta qué van hacer esta tarde el señor Grierson y el señor Sheringham, tenga algo que responder. Ahora quiero ver cuánto tiempo pasa desde la marcha de dichos caballeros hasta que el coche se ponga en camino. Verás, el chófer me informó de que está esperando para llevar a Jefferson a Elchester.

—Me parece normal —replicó inteligentemente Alec—. Jefferson dijo que tenía que salir, ¿no recuerdas?

—Lleva media hora esperando, Alec.

—¿Ah, sí? Es posible. Debe de llevar ahí desde que Jefferson entró en la biblioteca.

—Por lo tanto Jefferson decidió ir a Elchester hace una hora, Alec. Y no se fue. En lugar de eso ha estado en la casa. Y alguien a quien no pudimos identificar entró en la biblioteca y se marchó con mucho sigilo, Alec. Supongo que sabrás sacar tus propias conclusiones.

—¿Quieres decir que..., que fue Jefferson quien entró en la biblioteca?

—¡Es portentoso! —observó admirado Roger—. No sé cómo lo hace este hombre. Es como la telegrafía sin hilos. Sí Alec, tienes razón. Creo que fue Jefferson quien entró en la biblioteca. Pero ¿no ves lo que significa también eso? ¿Por qué no se fue a Elchester hace media hora? Sin duda estaba listo cuando nos lo dijo. ¿No será que desperté sus sospechas al preguntarle por el agujero del cura y decidió quedarse a espiarnos y averiguar qué era lo que tramábamos?

—¡Dios sabe! —respondió Alec desarmado.

—Parece probable, ¿no crees? Es como si Jefferson se hubiese vuelto suspicaz. Muy suspicaz. No me gusta. Las cosas podrían ponerse feas si descubren lo que nos traemos entre manos. No podremos seguir investigando tranquilos.

—Muy feas —asintió Alec.

—¡Chitón! Roger se acurrucó detrás de un arbusto y Alec siguió su ejemplo. Nada más hacerlo, oyeron el ruido de un coche que se acercaba y el gran Sunbeam azul pasó a su lado por el camino.

Roger miró su reloj.

—¡Vaya! Se ha ido cuatro minutos después de nosotros. Todo concuerda, ¿no te parece? Pero hay algo que me preocupa mucho.

—¿De qué se trata?

Pasaron por debajo de los arbustos y volvieron a encaminarse hacia la casa. Roger se volvió con aire impresionante hacia Alec.

—¿Oyó o no oyó lo que estábamos diciendo al pie de la ventana? Y, si es así, ¿qué es lo que oyó?

14. Trabajo sucio en el cubo de la basura

El cubo de la basura fue fácil de localizar. Se hallaba al lado de unos cobertizos, rodeado por tres lados por una pared de ladrillo rojo, y estaba lleno de materia vegetal en descomposición, papeles viejos y latas vacías. El olor que flotaba pesadamente en el lugar no era precisamente agradable.

—¿Tenemos que registrar eso? —preguntó Alec, mirándolo con notable repugnancia.

—Sí —replicó Roger y olisqueó aquel aroma como si tal cosa—. No esperarías resolver este asunto sin tener que hacer un poco de trabajo sucio.

—Personalmente, prefiero no tener que implicarme tanto —murmuró Alec, siguiendo con muchas reticencias a su intrépido líder—. Es más higiénico. El trabajo sucio en el cubo de basura no me atrae lo más mínimo.

Empezó a manipular los trozos de papel más limpios que pudo encontrar, que resultaron ser unos periódicos atrasados.

Roger estaba escarbando en un montón de papeles y harapos.

—Estos de arriba parecen ser los de ayer —anunció—. Sí, aquí está el sobre de una carta que me llegó con el correo de la mañana. ¡Hum! No veo nada que pueda sernos útil.

—¿Qué es lo que estamos buscando exactamente? —preguntó Alec tras una breve pausa, mientras miraba con cierto interés la página de críquet de un periódico local de hacía tres semanas.

—¡Querrás decir qué estoy buscando! Vamos, vago de siete suelas. El contenido de la papelera está aquí. No encontrarás nada entre esas latas y periódicos. Y, ya que lo preguntas, no sé lo que estoy buscando.

—Aquí no hay nada —dijo muy serio Alec—. Dejémoslo ya y prosigamos nuestras investigaciones.

—Me temo que tienes razón —admitió Roger a regañadientes—. He llegado a las cosas de hace una semana y no he encontrado nada que tenga el menor interés. Por debajo de eso todo está podrido. No obstante, voy a... ¡Vaya! ¿Qué es esto?

—¿Qué?

Roger se había incorporado de pronto y estaba observando con las cejas fruncidas un sucio trozo de papel que sostenía en la mano. Momentos después, soltó un silbido.

—¡Aquí hay algo! —exclamó apartándose del cubo—. Ten, ¿qué opinas de esto?

Entregó el papel a Alec, que lo estudió con cuidado. Estaba muy mojado, pero todavía se distinguían unas marcas escritas a lápiz en su superficie y aquí y allá podía leerse alguna palabra aislada.

—Parece una carta —dijo despacio Alec—. Caramba, ¿has visto esto? «Susto de mu...», de muerte, debe de querer decir.

Roger respondió muy emocionado.

—Eso exactamente es lo que ha llamado mi atención. Es la letra de Stanworth, la he reconocido. Pero no creo que se trate de una carta. No la habría escrito a lápiz. Probablemente sean unas notas, o tal vez el borrador de una carta. Sí, eso es más probable. Mira, aquí también se puede leer, ¿lo ves? «Grave peli...». ¡Grave peligro, amigo mío! Alec, hemos dado con una pista.

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