Read El misterio de Layton Court Online

Authors: Anthony Berkeley

El misterio de Layton Court (11 page)

BOOK: El misterio de Layton Court
9.36Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Vamos, no seas tan refunfuñón. ¡Claro que lo estoy! De hecho, las marcas en el papel secante me sugirieron la idea en cuanto las vi. Llevaba un tiempo tratando de explicarme lo de la confesión. Pero cuando encontré la segunda hoja de papel en la papelera, lo vi tan claro como el agua. Por cierto, que cometió un error al no revisar todo el contenido de la papelera.

—Sí —coincidió muy serio Alec—. Si el inspector lo hubiese encontrado. Le habría dado mucho que pensar.

—Tal vez sí y tal vez no. Por supuesto, desde el punto de vista del inspector, no hay nada que justifique imaginar otra cosa que no sea el suicidio; salvo la ausencia de motivo, claro, y eso, después de todo, carece de importancia. En su caso, no ha habido nada que haya despertado más o menos por casualidad sus sospechas, como nos ha ocurrido a nosotros.

—Cierto, hemos tenido suerte —observó Alec, probablemente en su función de freno.

—Sin duda, aunque tampoco hemos pasado ningún detalle por alto —dijo complacido Roger—. De hecho, creo que lo hemos hecho muy bien hasta ahora —añadió ingenuamente—. No creo que hubiésemos podido hacerlo mejor, ¿no te parece?

—No, que me aspen si opino lo contrario —respondió con decisión Alec.

—Pero aún falta una cosa por hacer para ponerle el broche de oro.

—¡Oh! ¿Cuál?

—Encontrar al asesino —replicó con calma Roger.

10. La señora Plant se muestra aprensiva

—¡Dios mío! —exclamó Alec considerablemente alterado—. ¿Encontrar al asesino? Roger pareció alegrarse de la impresión causada.

—Naturalmente. ¿Qué otra cosa íbamos a hacer? Es la conclusión lógica de todo lo que hemos hecho hasta ahora.

—Sí, supongo que sí —dudó Alec—, visto de ese modo... Pero, no sé, tengo la impresión de que vamos demasiado deprisa. Me refiero a que es difícil saber si realmente se ha cometido un asesinato. Todo parece tan descabellado...

—Solamente porque se trata de algo que se aparta de tus vivencias normales —respondió pensativo Roger—. Reconozco que, al principio, es un poco impactante enfrentarse al hecho de que Stanworth muriera asesinado en lugar de suicidarse. Pero no porque haya algo inherentemente improbable en el asesinato en sí. De hecho, los asesinatos son bastante frecuentes. Lo que ocurre es que, por lo general, no suceden en tu círculo de amigos, ahí radica el inconveniente. Pero en este caso no hay vuelta de hoja. Si alguna vez alguien ha muerto asesinado, ese ha sido Stanworth. Y además de un modo muy inteligente. No estamos tras la pista de un criminal normal y corriente, Alec. Se trata de una persona extraordinariamente fría, cerebral y calculadora.

—¿Calculadora? —repitió Alec—. Entonces, ¿crees que fue premeditado?

—Es imposible decirlo todavía. Pero a mí me parece que sí. Da la impresión de haberse pensado de antemano.

—La verdad es que no parece haber dejado nada al azar —coincidió Alec.

—Y fíjate en la deliberación de ese tipo. ¡Imagínalo parándose a recoger los trozos de jarrón y ocultar las huellas del segundo disparo! Debe de tener mucha sangre fría. Sí, desde luego, da toda la impresión de tratarse de algo premeditado. No me refiero sólo a anoche, es posible que el asesino estuviese esperando su oportunidad. Pero creo que tenía decidido matar a Stanworth en un momento u otro.

—Entonces, ¿crees que se trata de alguien a quien Stanworth conocía?

—¡Oh!, de eso no cabe duda. Y también de alguien a quien temía mucho, diría yo. ¿Por qué iba a tener un revólver tan a mano si no esperaba algo parecido? Sí, esa es la pista que debemos seguir..., tratemos de descubrir si Stanworth tenía miedo de alguno de sus conocidos. Si pudiéramos averiguarlo, además de su nombre, las probabilidades de que hubiésemos resuelto el misterio de la identidad del asesino serían de diez contra uno.

—Parece bastante razonable —dijo Alec con interés—. ¿Tienes alguna teoría sobre cómo se hizo?

Roger resplandeció.

—Creo que puedo contarte exactamente cómo se hizo —dijo no sin orgullo—. ¡Escucha! —Explicó con cierto detalle los resultados de sus meditaciones vespertinas y expuso las razones en que basaba sus conclusiones. Ambos necesitaron dar varias vueltas a la rosaleda antes de que terminara su discurso, y luego Roger se volvió expectante hacia su compañero—: ¿Lo ves? —concluyó entusiasmado—. Eso lo explica todo, excepto el hecho de la confesión y el modo en que el asesino escapó de la biblioteca. Ya hemos explicado lo de la nota de suicidio y sólo nos queda una dificultad que resolver. ¿Qué opinas?

—¡Uf! —observó cautamente Alec. Se detuvo y fue evidente que estaba muy concentrado.

—¿Y bien? —preguntó con impaciencia Roger.

—Hay algo que no acabo de comprender —dijo despacio Alec—. Según tú, el disparo que mató a Stanworth se hizo con el revólver del otro. Entonces, ¿cómo es posible que la bala que sacaron de su cabeza encajara en el casquillo vacío del suyo?

El rostro de Roger reveló su consternación.

—¡Vaya! —exclamó—. En eso no había pensado.

—Ya me lo ha parecido —dijo complacido Alec—. Y eso echa por tierra tu teoría.

—Desde luego, puedes apuntarte un tanto, Watson. —Roger sonrió con cierto pesar.

—¡Ah! —observó profundamente Alec. Estaba claro que no iba a desaprovechar con una observación precipitada el efecto que había causado. Alec era de esas personas afortunadas que saben cuándo parar.

—Aun así —dijo despacio Roger—, eso es sólo una cuestión de detalle. Mi versión de cómo ocurrió puede estar equivocada. Pero eso no afecta a la cuestión principal y es el hecho de que sucedió.

—En otras palabras —insistió pensativo Alec—, el asesinato te parece probado aunque no sepas cómo se llevó a cabo.

—Exactamente.

—¡Uf! ¿Y sigues creyendo que el motivo fue el robo?

—Sí. Y..., ¡Dios mío! —Roger detuvo sus pasos
y
se volvió exultante hacia su compañero—. ¡Eso también explicaría lo de la señora Plant!

—¿A qué te refieres?

—Bueno, ¿no te has dado cuenta en la comida? Estaba tan alegre y despreocupada como si tal cosa. Un cambio muy notable, si se la compara con la persona nerviosa a quien sorprendimos manipulando la caja esta mañana. Lo lógico habría sido que estuviese aún más preocupada, teniendo en cuenta que esta tarde van a abrir la caja y demostrar que todo lo que nos contó era mentira. Pero ¿lo estaba? Ni mucho menos. Daba la impresión de no tener ninguna preocupación. Tienes que haberte dado cuenta.

—Sí, ahora que lo dices, me llamó la atención. Pensé que debía de estar fingiendo.

—Ni estaba fingiendo en la comida ni nos dijo la verdad esta mañana —replicó Roger con convicción—. ¿Y por qué? Pues porque, por una u otra razón, no necesitaba hacerlo. En otras palabras, sabía que, cuando abrieran la caja esta tarde, todo estaría en orden, en lo que a ella se refiere.

—¿Y cómo demonios lo sabía?

—Ojalá conociera la respuesta. Pero piénsalo: si hubiesen desvalijado la caja anoche, las joyas de la señora Plant habrían desaparecido junto con los demás objetos de valor. Es decir, en caso de que hubiesen estado allí. Pues bien, ahí tendría su respuesta: «¡Oh, sí!, mis joyas estaban en la caja, por eso traté de sacarlas, pero las han robado con todo lo demás y por eso ahora no están». ¿Lo ves?

—Sí, pero lo que me gustaría saber es ¿cómo se enteró de que habían desvalijado la caja y de que por lo tanto lo que nos había contado parecería creíble?

—Eso exactamente es lo que quisiera saber yo, mi querido Alec. Si lo supiésemos habríamos avanzado mucho hacia la solución del misterio. Lo único que podemos decir con seguridad es que, en algún momento desde que la sorprendimos en la biblioteca y la hora de comer, debe haberse enterado de lo ocurrido anoche con la caja. Me da a mí que la señora Plant se va a encontrar muy pronto en una situación bastante incómoda.

—Pero ¿por qué crees que la señora Plant quería abrir la caja fuerte esta mañana, si lo que dice no es cierto?

—Obviamente debe de haber algo en su interior que estaba deseando conseguir. Y no es menos obvio que, o lo ha conseguido, o sabe que está a buen recaudo. Y eso nos hace volver a Jefferson. Ha pasado exactamente por la misma secuencia de emociones que la señora Plant. ¿Qué deduces de eso?

—¿No estarás sugiriendo que Jefferson y la señora Plant están confabulados?

—¿Y qué otra conclusión podemos sacar? Los dos estaban deseando sacar algo de la caja antes de que la abriera la policía y ambos se hallaban preocupadísimos por algo. Sin embargo, a la una, los dos parecían sonrientes y relajados como si les hubiesen quitado un peso de encima. Temo que no sólo están confabulados, sino que también lo estén con una misteriosa tercera persona. ¿De qué otro modo explicas su comportamiento?

—¡Dios mío! ¿No irás a decir que actúan en connivencia con..., con el asesino?

—Me parece lo más probable —respondió muy serio Roger—. Después de todo, por lo que sabemos, es la única persona que podría haberles hecho saber lo de la caja fuerte.

—Pero ¡eso no tiene sentido! —estalló impulsivamente Alec—. Jefferson..., no sé nada de él, aunque sin duda lo habría tomado por un hombre honrado y un caballero, pese a que sea un poco reservado. Pero ¡la señora Plant! Mi querido amigo, estás desvariando. De todas las personas rectas y honradas de este mundo, yo habría jurado que la señora Plant era la más honrada de todas. ¡Oh, debes de estar equivocado!

—Ojalá lo estuviese —replicó Roger con gravedad—. Hace tres horas habría dicho que la idea de que la señora Plant estuviese involucrada en un asesinato era no sólo impensable sino absurda. Siempre la he tenido por una mujer encantadora, y, como dices, totalmente sincera. Desde luego, no por una mujer feliz (y, a propósito, no sabemos nada de su marido, podría ser una manzana podrida); y sí, en todo caso, por una mujer que ha sufrido mucho en la vida. Pero recta como una vela. Sin embargo, ¿qué otra cosa podemos pensar ahora? Los hechos pesan más que las opiniones. Y estos hechos son más que elocuentes.

—Me da igual —insistió obstinado Alec—. Si tratas de involucrar a la señora Plant en este asunto estarás cometiendo una terrible equivocación, Roger. Es lo único que tengo que decir.

—Ojalá estés en lo cierto, Alec —dijo secamente Roger—. A propósito, creo que iré a tener unas palabras con dicha señora. ¡Oh, no voy a acusarla de asesinato ni nada por el estilo! —añadió con una sonrisa, al reparar en la expresión en el rostro de Alec—, pero en la comida me pareció oírle decir que pensaba marcharse esta tarde. Por supuesto, eso está descartado. Fue la última persona que vio a Stanworth con vida y querrán que testifique en la investigación judicial. El inspector debe de haber olvidado advertírselo. Vayamos a ver qué es lo que tiene que decir.

A regañadientes, Alec acompañó a Roger en su búsqueda. No trató de disimular lo mucho que le disgustaba ese aspecto de su nuevo papel. Perseguir a un hombre que ni merece ni espera compasión es una cosa, perseguir a una señora encantadora es otra muy distinta.

La señora Plant estaba sentada en una silla de jardín en la parte más sombría del césped. Tenía un libro en el regazo, pero estaba contemplando abstraída la hierba que tenía delante y era evidente que sus pensamientos estaban muy lejos de allí. Al oír sus pasos alzó la mirada y les saludó con su sonrisa triste y tranquila de siempre.

—¿Han venido a decirme que ha llegado el inspector Mansfield? —preguntó con total naturalidad.

Roger se sentó despreocupadamente en el suelo justo delante de ella.

—No, no ha venido todavía —replicó—. Hace calor aquí.

—Supongo que sí. Pero el calor no me molesta. En Sudán pasé el suficiente para inmunizarme de todo el que pueda hacer en este país.

—Pues tiene usted suerte. Alec, ¿por qué no te sientas y te pones cómodo? No hay que estar de pie, si puede uno sentarse. A propósito, señora Plant, imagino que se quedará usted para la investigación judicial de mañana, ¿no?

—No, señor Sheringham, me marcho esta tarde.

Roger alzó la mirada.

—Pero, sin duda, querrán que testifique. Fue usted la última persona en verlo con vida. En el vestíbulo, ¿recuerda?

—¡Oh! No..., no creo que me necesiten —dijo con aprensión la señora Plant palideciendo ligeramente—. El inspector no... no dijo nada al respecto.

—Tal vez no supiera todavía que había sido usted la última en verle con vida —respondió Roger con desenfado, aunque observándola con atención—. Y después debió de olvidar advertirla a usted, o tal vez pretenda hacerlo esta tarde. Pero sin duda la necesitarán.

Fue muy evidente que la noticia no había sido del agrado de la señora Plant. Las manos le temblaban en el regazo y se mordía el labio tratando de dominarse.

—¿Usted cree? —preguntó tratando desesperadamente de que su voz sonara despreocupada—. Pero si no tengo nada... importante que decirles.

—¡Oh, no, claro que no! —la tranquilizó Roger—. Es un puro formulismo. Sólo tendrá que repetir usted lo que le dijo al inspector esta mañana.

—¿Cree usted...? ¿Le parece que me harán más preguntas, señor Sheringham? —preguntó la señora Plant, con una risita.

—¡Oh!, tal vez le pregunten una o dos cosas. Nada especialmente terrible.

—Ya veo. ¿Qué clase de preguntas, diría usted?

—Acerca de la actitud del señor Stanworth, probablemente. Si parecía animado, y demás. Y, por supuesto, querrán saber de qué hablaron.

—¡Oh, eso no fue nada! —replicó a toda prisa la señora Plant—. Sólo hablamos de..., bueno, nada que tuviera importancia. Y... ¿tendrá que testificar también usted, señor Sheringham?

—Sí, por desgracia.

Sólo los blancos nudillos de su mano cerrada revelaron los sentimientos de la señora Plant cuando preguntó afectando frivolidad:

—Y ¿no irá usted a contarles lo de mi absurdo temor por mis joyas de esta mañana? Lo prometió usted, ¿recuerda?

—¡Pues claro que no! —respondió con desenfado Roger—. ¡Ni se me pasaría por la cabeza!

—¿Ni siquiera si se lo preguntaran? —insistió la señora Plant con una risita nerviosa.

—¿Y por qué iban a preguntármelo? —Roger sonrió—. Nadie lo sabe aparte de nosotros tres. Además, por nada en el mundo se me ocurriría delatarla.

—¿Y a usted tampoco señor Grierson? —preguntó volviéndose hacia Alec.

Alec se sonrojó ligeramente.

—Naturalmente que no —dijo con torpeza.

La señora Plant retorció su pañuelo entre las manos y se secó discretamente la boca.

BOOK: El misterio de Layton Court
9.36Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Rescue Island by Stone Marshall
For a Hero by Jess Hunter, Sable Hunter
Bloodrush by Bryan Smith
Darkside Sun by Jocelyn Adams
Wraith by Lawson, Angel
The Young Lion by Blanche d'Alpuget
Nicole Jordan by The Passion