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Authors: Anthony Berkeley

El misterio de Layton Court (13 page)

BOOK: El misterio de Layton Court
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—Supongo que sí —replicó pensativo Alec—. Aunque tengo la impresión de que nos hallamos en un callejón sin salida. Me refiero a que es imposible que alguien salga así de una habitación y lo deje todo cerrado tras él.

—Al contrario, si lo hizo, es que no es imposible. Y a nosotros nos toca averiguar cómo.

—¿Tienes alguna idea? —preguntó interesado Alec.

—¡Ninguna! Sólo se me ocurre una explicación muy sencilla. Comprobaremos eso lo primero. Ahora la biblioteca está vacía, y creo que Jefferson estará muy ocupado el resto de la tarde. Podremos fisgonear tranquilos.

Desviaron sus pasos hasta la biblioteca.

—¿Y cuál es esa explicación tan sencilla al misterio de la biblioteca? —preguntó Alec—. Que me parta un rayo si se me ocurre alguna.

Roger lo miró con curiosidad.

—¿De verdad no se te ocurre ninguna? —preguntó.

—No, absolutamente ninguna.

—Y ¿qué me dices de una puerta secreta?

—¡Oh! —observó inexpresivo Alec—. Sí, no había pensado en eso.

—Es la única explicación posible. Y no parece improbable en una casa antigua como ésta. Sobre todo en la biblioteca, que no ha sufrido tantas reformas como las otras habitaciones.

—Cierto —replicó bastante agitado Alec—. Roger, viejo sabueso, creo que por fin has dado con una pista.

—Gracias —respondió secamente Roger—. Llevaba horas esperando que dijeras algo parecido.

—Sí, pero esto es verdaderamente interesante. Pasadizos..., cámaras secretas y qué sé yo. No puede ser más novelesco. Voto a favor de investigarlo.

—Bueno, estamos aquí y la pista debería ser clara. Pongámonos manos a la obra.

—¿Qué hacemos? —preguntó Alec observando con curiosidad las paredes, como si esperase que la puerta se abriese de pronto si miraba con la atención suficiente.

—Creo que lo mejor será que empecemos por examinar los paneles. Veamos, la pared de la chimenea da al salón, ¿no? La de detrás de la caja da a un cuarto trastero y al vestíbulo. Por lo que, si hay una puerta o algo parecido, lo más probable es que esté en una de esas dos paredes; no es lógico que esté en ninguna de las paredes exteriores. Tú ocúpate de estos paneles de aquí y yo iré a la otra pared a ver si veo alguna cosa.

—De acuerdo —respondió Alec, y se puso a inspeccionar la pared de la chimenea con mucha seriedad.

Roger salió al vestíbulo y de ahí se dirigió al salón. La pared medianera entre esa habitación y la biblioteca estaba empapelada y tenía dos vitrinas llenas de objetos de porcelana apoyadas contra ella. Tras echar un vistazo detrás, Roger descartó mentalmente aquella pared. El cuarto trastero estaba tan lleno de objetos y baúles como para descartarlo también.

Roger volvió a la biblioteca, donde encontró a Alec tanteando meticulosamente los paneles.

—Oye —dijo éste—, algunos de estos paneles suenan a hueco.

—Pues yo estoy convencido de que no hay ningún pasadizo que lleve al salón o al cuarto trastero —observó Roger cerrando la puerta a su espalda—. Así que no creo que valga la pena probar al azar esas paredes.

Alec hizo una pausa.

—¿Y qué me dices de una cámara secreta? Eso no requeriría necesariamente la existencia de un pasadizo. Podría dar a cualquier parte.

—Ya lo había pensado. Pero las paredes no son lo bastante gruesas. Apenas tienen unos cincuenta centímetros. No, vayamos a echar un vistazo fuera. Tal vez haya algún acceso al jardín.

Salieron por los ventanales abiertos y contemplaron con atención las paredes de ladrillo rojo.

—No parece muy prometedor —dijo Alec.

—No —admitió Roger—, mucho me temo que la teoría de la puerta secreta acaba de venirse abajo. Ya lo imaginaba.

—¡Oh!, ¿y por qué?

—Al fin y al cabo, la casa ni siquiera es propiedad de los Stanworth, llevan aquí poco más de un mes. No contaba con que conocieran sus pasadizos secretos, ni siquiera aunque los hubiese.

—No, pero el otro tipo sí podría conocerlos.

—¿El asesino? No parece muy probable, ¿no crees?

—No me gusta descartar la idea —dijo Alec con renuencia—. Después de todo, es la única explicación posible que se me ocurre.

De pronto Roger dio una palmada.

—¡Demonios! Queda una posibilidad. ¡Qué idiota soy por no haberlo pensado antes! ¡La chimenea!

—¿La chimenea?

—¡Pues claro! Ahí es donde tienen sus escondrijos secretos la mayoría de estos caserones. Si hay alguno estará ahí. —Corrió hacia a la biblioteca con Alec tras sus talones. Al llegar, se detuvo en seco—. ¡Dios! Había olvidado que la habían tapiado. —Observó sin entusiasmo el añadido moderno—. Me temo que es inútil.

Alec contempló pensativo la habitación.

—¿Sabes?, no creo que hayamos examinado lo suficiente esas paredes —dijo esperanzado—. En realidad, esos paneles aún pueden dar mucho juego.

Roger negó con la cabeza.

—Es posible, pero mucho me temo que... —Reparó en que Alec fruncía súbita y violentamente las cejas y se interrumpió a mitad de frase. La puerta se estaba abriendo lentamente.

Instantes después, entró Jefferson.

—¡Ah, hola! —dijo—. Les estaba buscando. ¿Les importa si les dejo solos esta tarde? Lady Stanworth y la señora Plant están en sus habitaciones. Como es natural, ambas están muy disgustadas. Y tengo que ir al pueblo a arreglar unos asuntos.

—Ya nos apañaremos —dijo Roger con despreocupación—. Por favor, no se moleste por nosotros.

Jefferson miró a su alrededor.

—¿Buscan algún libro? —preguntó.

—No —respondió enseguida Roger—. De hecho estaba admirando la chimenea. Me interesan mucho estas cosas, las molduras, los paneles y las casas antiguas. Es una habitación magnífica. ¿Sabe usted de qué época? Jacobita temprano, diría yo.

—Más o menos —respondió con indiferencia Jefferson—. Temo no conocer la fecha con exactitud.

—Un período muy interesante —comentó Roger—. Las casas que se construyeron en esos años a menudo tenían un agujero para esconder al cura
[1]
o algo parecido. ¿Sabe si hay alguno en ésta? Me parece que debería haberlo.

—Lo siento, no sabría decirle —replicó Jefferson con cierta impaciencia—. No he oído decir que lo haya. En fin, más vale que me ponga en camino.

En cuanto la puerta se cerró tras él, Roger se volvió hacia Alec.

—No esperaba sacar nada en claro, pero pensé que valía la pena intentarlo. No se ha pronunciado, ni para bien ni para mal. Aunque, en mi opinión, no lo sabe.

—¿Por qué?

—Ha respondido con demasiada desenvoltura para estar mintiendo. Si hubiese querido engañarnos, supongo que habría inventado una mentira más elaborada. En fin, ya que no podemos encontrar nuestra puerta secreta, tendremos que buscar otra escapatoria para nuestro hombre. Eso nos deja una puerta y tres ventanas. Comprobemos primero la puerta. —Resultó ser de una madera muy gruesa y tener una cerradura sólida y fiable. Estaba intacta salvo por el lugar donde la habían roto al forzarla—. Bueno, esto está descartado —dijo Roger con decisión—. No veo cómo alguien podría haberla atravesado dejándola cerrada por dentro y con la llave metida en la cerradura. Podrían haberlo hecho con unas pinzas, si la llave asomara por el otro lado. Pero no es así, por lo que ya podemos olvidarlo. Veamos los ventanales. —Eran de diseño corriente, con una manija que liberaba simultáneamente un resorte arriba y abajo, tenían además unos pestillos de latón y ambos estaban pasados cuando abrieron las ventanas esa mañana—. Me parece que esto también podemos descartarlo —murmuró Roger—. Aunque se las hubiera arreglado para hacer girar la manija (cosa que es imposible), no podría haber pasado los dos pestillos.

—Que me cuelguen si no tienes razón —exclamó muy convencido Alec.

Roger dio media vuelta.

—Nos quedan las dos ventanas. No veo cómo alguien iba a dejar cerrada la celosía tras él. ¿Qué me dices de la de guillotina? Parece la más probable.

Subió a la silla y examinó el cierre con atención.

—¿Ha habido suerte? —preguntó Alec.

Roger bajó pesadamente al suelo.

—Siento confesar que estoy perplejo —dijo decepcionado—. Tiene un sistema antirrobo que impide que nadie pueda cerrarla desde fuera. Empiezo a pensar que ese tipo tenía que ser un mago aficionado.

—Tengo la impresión —apuntó tajante Alec— de que, si el tipo no pudo salir de aquí, como al parecer hemos demostrado, es que no pudo estar aquí. En otras palabras, no existió, y el viejo Stanworth se suicidó, después de todo.

—Pero ya te he explicado que Stanworth no pudo suicidarse —respondió con petulancia Roger—. Hay demasiadas pruebas que lo indican.

Alec se desplomó en una silla.

—¿Ah, sí? —preguntó con convicción—. Lo que dices, sin duda concuerda con la hipótesis del asesinato. Pero también con la del suicidio. ¿No estarás pasándolo por alto en tu entusiasmo por demostrar que ha habido un asesinato? Además, no olvides que tras la apertura de la caja te has quedado sin móvil. Al fin y al cabo, anoche no se produjo ningún robo.

Roger estaba dando vueltas inquieto por la habitación. Al oír las últimas palabras de Alec, se detuvo y miró irritado a su amigo.

—No seas infantil, Alec —le espetó con aspereza—. El dinero y las joyas no son las únicas cosas que se pueden robar. El móvil sigue existiendo, en caso de que lo necesitemos. Fue un robo o alguna otra cosa. Pero ¿por qué ceñirnos al robo? Tal vez fuese por venganza, odio o incluso en defensa propia, pero te aseguro que Stanworth murió asesinado. Las pruebas no concuerdan con un suicidio. Piénsalo y te darás cuenta; no tengo tiempo de repetírtelo. Y, si no conseguimos averiguar el modo en que salió ese tipo de aquí, es porque somos un par de idiotas y no vemos lo que tenemos delante de las narices.

Empezó otra vez a dar vueltas.

—¡Bah! —exclamó Alec con incredulidad.

—Puerta, ventana, ventana, ventana —musitó para sus adentros Roger—. Tiene que ser una de esas cuatro cosas. No hay otra posibilidad.

Anduvo con impaciencia de aquí para allá, tratando desesperadamente de ponerse en la piel del criminal. ¿Qué habría hecho?

Con cierta ceremonia, Alec llenó una pipa y la encendió. Una vez encendida, se recostó en su asiento y dejó que sus ojos descansaran con el fresco verdor de los jardines de fuera.

—La vida es demasiado breve —observó con indolencia—. Si fuese un caso evidente de asesinato, buscaría las pistas tanto como tú. Pero, amigo mío, si te paras a considerar con calma y la cabeza fría lo poco, lo poquísimo, en que te basas, y cómo estás retorciendo las cosas más normales, casi estoy convencido de que dentro de unas semanas, cuando lo hayamos olvidado todo, admitirás que...

—¡Alec!

Algo en el tono de Roger hizo que Alec se volviera y lo mirase. Estaba asomado a la ventana de la celosía, en apariencia observando con atención el jardín.

—¿Y bien? —preguntó tolerante Alec—. ¿Qué pasa ahora?

—Si vienes aquí, Alec —dijo amablemente Roger—. Te mostraré cómo escapó anoche el asesino.

13. El señor Sheringham investiga una pisada

—¿Qué me vas a enseñar? —exclamó Alec, levantándose de un salto de la silla.

—Cómo escapó el asesino —repitió Roger volviéndose y sonriendo encantado a su perplejo compañero—. En realidad es sencillísimo. Por eso no nos dimos cuenta. ¿Te has dado cuenta de que las cosas más sencillas, los planes, los inventos y demás... son siempre las más eficaces? Coge, por ejemplo...

Alec cogió a su locuaz amigo por el hombro y lo sacudió con violencia.

—¿Cómo escapó ese tipo? —preguntó.

Roger señaló la ventana a la que se había asomado.

—¡Por ahí! —respondió sin más.

—Sí, pero ¿cómo lo sabes? —gritó exasperado Alec.

—¡Ah!, ¿te refieres a eso? Vamos, amigo Alec —Roger cogió a su compañero del brazo y señaló con un gesto triunfal al alféizar de la ventana. En la superficie de la pintura había unas marcas muy leves. ¿Has visto eso? ¡Ahora mira ahí! —Señaló algo en el lecho de flores que había debajo—. Ya te dije que estaría delante de nuestras narices —añadió complacido.

Alec se asomó a la ventana y observó las flores. Justo debajo de la ventana había una pisada inconfundible, con la punta del pie señalando hacia la ventana.

—Dices que escapó, ¿no es así?

—Así es, Alexander.

—Bueno, siento decepcionarte —prosiguió Alec en un tono que desmentía curiosamente sus palabras—, pero por ahí no escapó nadie. En todo caso, entró. Si vuelves a mirar, y esta vez lo haces con más cuidado, verás que la punta del pie, y no el talón, señala hacia la ventana. Lo que significa que alguien subió del suelo a la ventana y no al revés.

—Hoy estás inspirado, ¿verdad Alec? —repuso Roger con admiración—. Eso mismo pensé yo al principio. Luego, al mirar con más cuidado, tal como acabas de sugerir, reparé en que la marca del talón es mucho más profunda que la de la punta, lo que indica que alguien bajó de espaldas por la ventana hasta el suelo, tras cerrar cuidadosamente la ventana tras él. Si hubiese subido, la marca de la punta sería más profunda que la del talón, como comprenderás si te paras a pensarlo un momento.

—¡Oh! —dijo humillado Alec.

—Siento tener que contradecirte de un modo tan holmesiano —prosiguió con más amabilidad Roger—, pero tú mismo te lo has buscado. En serio, Alec, esto es muy importante. Resuelve la última dificultad acerca del asesinato.

—Pero ¿cómo cerró la ventana tras de sí? —preguntó todavía un poco incrédulo Alec.

—¡Oh! Eso es lo más ingenioso. Y tremendamente sencillo, aunque he tardado un minuto o dos en descubrirlo después de encontrar la pisada. ¡Mira! Fíjate en el cierre, es el típico de estas ventanas. Consiste en un brazo que encaja en un hueco y una manija muy pesada colocada en ángulo recto que gira sobre un pivote central; el peso de la manija es lo que mantiene el otro extremo en su sitio. Pues bien, ¡observa!

Colocando la manija de modo que el extremo más largo del cierre quedase por encima del pivote, Roger cerró la ventana. En el acto, la manija se movió con el golpe, el cierre cayó y se metió en el hueco con un pequeño chasquido.

—¡Que me aspen! —dijo Alec.

—Ingenioso, ¿verdad? —respondió con orgullo Roger—. Se puso de pie sobre el alféizar y tiró de la ventana hacia él tras poner la manija en la posición correcta antes de salir. Supongo que podría hacerse con cualquier ventana de celosía, aunque nunca se me había ocurrido.

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