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Authors: Daniel Easterman

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Religión

El nombre de la bestia (44 page)

BOOK: El nombre de la bestia
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—¿Estás bien, Michael? ¡Eh, Michael!

Sentía tal tensión en los brazos y en el pecho que apenas pudo contestar. El pozo se iluminó súbitamente al encender Aisha la linterna y enfocar a Michael. Colgaba de uno de los peldaños de la parte superior de la sección rota. La parte de arriba de la escalera había quedado incrustada diagonalmente, como una cuña. Aún seguía precariamente unida al resto, pero era evidente que la mínima tensión la partiría en dos y Michael se mataría.

—¡Sube otro peldaño, Michael! ¡Si puedes auparte yo te cogeré!

Con sumo cuidado, Michael ladeó el cuerpo sin soltar el peldaño. La fuerza de sus brazos disminuía rápidamente, pero no podía permitirse hacer ningún movimiento brusco. Respiró hondo y empezó a subir a pulso como en una barra de gimnasio. Entonces quedó en posición para arriesgarse a alzar un brazo. La escalera chirriaba. Con un supremo esfuerzo, se aupó hasta la altura del pecho y apoyó el cuerpo en el peldaño superior. Alzó la vista y vio la luz de la linterna de Aisha.

—En cuanto puedas, dame la mano, Michael.

Él negó con la cabeza.

—Si subo no lo conseguiremos. Sólo se puede bajar por aquí.

—Me dijiste que había otras entradas.

—Alguien eligió ésta como vía de escape, alguien que conoce las alcantarillas. Debe de ser la más segura, quizá la única con túneles lo suficientemente anchos para pasar por ellos. No podemos arriesgarnos a ir por otro sitio.

—No seas loco, Michael. No podemos seguir bajando. La escalera puede desprenderse del todo en cualquier momento.

—Voy a bajar por la cuerda. No os mováis de ahí. Volveré.

Con gran precaución, fue deslizándose hasta la sección inferior de escalera, rezando para que resistiese. Y resistió. Por los pelos. Mientras bajaba, oía moverse la escalera de un lado a otro.

«Resiste sólo un poco más», musitó, sin saber a ciencia cierta si se dirigía a sí mismo o a la escalera.

Aún le faltaba un buen trecho para llegar abajo. Conforme descendía, aumentaba el frío. Le llegaba un penetrante olor, una mezcla de detritus y de lodo del río, y de algo más que no podía precisar pero que resultaba inquietante. Una maloliente película de lodo envolvía los peldaños de la escalera. Resbaló dos veces y quedó durante unos instantes eternos colgando en el vacío.

Por fin llegó al suelo. Permaneció lo que a él le pareció un largo rato recostado en la escalera, descansando. La fetidez del aire era de tal naturaleza que hacía imposible respirar hondo. Poco a poco su pulso fue normalizándose y recobró las fuerzas. Encendió la linterna y enfocó el suelo.

Todo lo que había lanzado al fondo del pozo seguía allí. La cuerda estaba a su izquierda, todavía enrollada, y la pértiga con el gancho al lado. Pero el bote había rodado unos pasos más allá. Al enfocarlo, Michael vio que estaba junto a un bulto. Se acercó para ver de qué se trataba.

Era un cuerpo humano, o lo que quedaba de él. El esqueleto estaba prácticamente descarnado, descuartizado y esparcido en derredor. Faltaba la cabeza.

Daba la impresión de que se lo habían comido vivo.

Capítulo
LVIII

U
n arco y un corto túnel conducían a una alcantarilla transversal de techo bajo. Michael empujó los restos del esqueleto con el gancho del palo de amarre, echándolos al sumidero. Por nada del mundo los hubiese tocado con la mano. En la alcantarilla, el nivel del agua era alto y los huesos desaparecieron piadosamente bajo la superficie. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para sobreponerse a la repulsión que sentía, pero sabía que Fadwa se negaría a dar un paso más si veía lo que parecía una prueba de lo fundado de sus temores. Michael se estremeció al volver junto a la escalera. No era posible que las ratas hubiesen descuartizado un cuerpo humano de aquella manera. Mientras pensaba en ello, vio escabullirse hacia la alcantarilla una voluminosa y parda silueta.

Trató de desterrar por lo menos durante unos instantes la preocupación por lo que acababa de ver. Oyó la voz de Aisha que le llamaba desde arriba.

—¿Michael? ¿Por qué tardas tanto? ¿Has encontrado la cuerda?

Él le contestó, tranquilizándola. Que ya volvía, le dijo.

En lugar de abordar la ascensión portando la cuerda enrollada al hombro, se ató un extremo a la cintura y dejó colgando el resto. La escalera crujía, pero soportaba su peso. Cuando le faltaban unos siete u ocho metros para llegar arriba, Aisha le alumbró con la linterna.

—¿Qué tal ahí abajo? —preguntó.

—Parece que bien —respondió él—. Hay un arco que da al túnel transversal de un sumidero. No es muy profundo. Podremos cruzarlo.

—Si conseguimos bajar.

—Sí, ya verás cómo sí. La escalera no está tan mal en la parte inferior. Voy a lanzarte un extremo de la cuerda. Átala al peldaño que veas más firme. Yo ataré el otro extremo justo por encima de donde la sección rota sigue unida al resto. Una vez tengamos la cuerda bien atada por ambos extremos, te pasaré el trozo desprendido. Reserva un trozo de cuerda bien largo para atarlo.

Michael tuvo que lanzar el cabo varias veces, hasta que Aisha logró atraparlo. No podía darle mucho impulso porque, si arqueaba demasiado el cuerpo, corría el riesgo de desencajar la escalera de la pared.

Cuando al fin lograron volver a encajar la sección rota, vieron que estaba muy carcomida; pero, si la cuerda resistía, podrían utilizarla para bajar. Michael descendió poco más de un metro y les alumbró con la linterna. La escalera se movía mucho, pero aguantaba. Una vez que estuvieron en la sección inferior de la escalera, Michael le pasó a Fadwa una navaja y le dijo que cortase la cuerda todo lo más arriba que pudiese. Esta vez, Michael no la soltó por si volvían a necesitarla.

Butrus estuvo varias veces a punto de caer. De no ser por Fadwa se hubiese matado. Le animaba a bajar de un modo tan persuasivo que parecía una persona mayor; ayudándole a no perder el equilibrio y asegurándose de que tenía los pies bien apoyados en los peldaños antes de agarrarse al siguiente con la única mano que podía utilizar. Tardaron media hora en bajar.

Michael y Aisha exploraron el túnel inferior. No resultaba fácil decidir qué dirección debían tomar. No podían ir hacia el lado oeste porque era donde estaba el río y no estaban seguros de que las aguas residuales desembocasen por encima de las de aquél. Si seguían en línea recta, en cualquier otra dirección, llegarían más allá de Bulaq, pero ignoraban si los túneles seguían ininterrumpidamente en la misma dirección. Lo más probable es que hubiese vueltas y revueltas, ramificaciones, túneles secundarios y recodos sin salida. Si no llevaban cuidado, se perderían. Tenían pilas de sobra para mucho tiempo, pero llevaban muy poco para comer y beber. Y si, pese a todo, se agotaban las pilas, quedarían sumidos en la más absoluta oscuridad, sin esperanza de encontrar nunca la salida.

Especulando con que la pendiente del túnel fuese en dirección al río, Michael se dijo que, si la remontaban, llegarían a un túnel principal que les llevaría hacia la parte este. Con un poco de suerte irían a parar a al-Azbakiyya o a Bab al-Shariyya.

Se permitieron quince minutos de descanso. Butrus, sobre todo, necesitaba un respiro. El descenso le había castigado continuamente el hombro herido y tenía fuertes dolores. Aisha le examinó la herida, muy preocupada, poniendo el máximo cuidado en que no le rozase la porquería que les rodeada. El contorno del orificio de entrada de la bala estaba muy inflamado; en realidad, todo el hombro.

—Me parece que tiene una fisura en la clavícula; o puede que fractura —dijo—. Por eso le duele tanto. Creo que deberías administrarle morfina.

—Tiene que estar despejado. ¿Qué habría pasado si llega a perder el conocimiento mientras bajaba por la escalera?

—Pero ahora ya estamos abajo. Una pequeña dosis le aliviará sin atontarlo.

Michael vaciló y luego asintió con la cabeza. Aisha sacó una jeringuilla de una bolsa que llevaba colgada al cuello y le administró una pequeña dosis a Butrus. Le hizo efecto en seguida, aliviándole el dolor, aunque en modo alguno eliminándolo.

—Bueno, hay que seguir —dijo Michael, impaciente y muy inquieto después de haber visto aquellos restos humanos semidevorados.

Tuvieron que agacharse para cruzar el corto pasadizo que conducía a un túnel más ancho y más alto, aunque no lo bastante como para que una persona mayor pudiese caminar normalmente. Sólo Fadwa podía caminar erguida. Ahora estaban en los túneles y la momentánea confianza que la pequeña había sentido ayudando a Butrus a bajar se desvaneció casi por completo. A cada paso que daba, miraba inquieta en derredor. Y cada vez que una rata salía o entraba del agua del sumidero, se sobresaltaba.

Estaban en un mundo siniestro y desesperante, en un mundo tan radicalmente aislado de cualquier otro que daba la impresión de ser un universo autónomo. La aguja de la brújula que Michael llevaba en la mano cabeceaba y oscilaba buscando el norte, pero sus oscilaciones no orientaban demasiado en aquel oscuro laberinto de vueltas, revueltas y recodos subterráneos. Parecía que las húmedas paredes se les pegaban al cuerpo, como si formaran una pétrea piel regenerada y agrietada generación tras generación; y notaban el terrible peso de la ciudad aplastándoles, haciendo que se sintiesen insignificantes y casi incapaces de respirar.

El túnel por el que pasaban tenía forma de huevo, más ancho por abajo que por arriba. Las paredes estaban revestidas de deteriorados ladrillos de manufactura mameluca. A trechos de pocos metros, unos agujeros en las paredes indicaban la posición de los desagües de las calles que daban al alcantarillado. Era en estos puntos donde las ratas debían de mostrarse más activas, entrando y saliendo sin aparentes obstáculos. El agua les llegaba a las rodillas a ellos y hasta la mitad de los muslos a Fadwa. Los haces de las linternas se volvieron de un brillante color puré de guisantes. Se elevaba un fétido vaho que les obligaba a respirar cubriéndose la boca con trozos de tela de sus ropas.

En circunstancias normales, el estado de las alcantarillas de Bulaq habría sido mucho peor, pues eran los sumideros de uno de los barrios más poblados de una de las ciudades del mundo más densamente pobladas. Pero, aunque Bulaq fuese entonces un cementerio, era imposible que la porquería que las había impregnado durante siglos desapareciese en cuestión de semanas. El agua discurría acarreando todos los desechos de la ciudad: ratas muertas, gatos y perros muertos, hojas muertas; restos humanos.

El túnel parecía prolongarse indefinidamente. Sin más luz que la de sus linternas, su sentido de la distancia se alteraba. De trecho en trecho, pasaban frente a las bocas de túneles laterales, demasiado bajos y estrechos para poder adentrarse en ellos. En estos momentos iba en dirección sur, y el túnel principal que Michael esperaba encontrar seguía sin aparecer.

Debían de haber recorrido casi un kilómetro cuando Aisha vio por primera vez aguas residuales que llegaban al sumidero desde un canal lateral. Unos metros más adelante, otro desagüe que daba a un túnel vertía un denso chorro de agua marronosa y enfangada. Se detuvieron a escuchar.

Se oía un rumor de fluir de agua completamente distinto al que habían oído hasta entonces. Repararon, además, en que el nivel del agua era por allí considerablemente más alto y seguía creciendo.

—Creo que ha empezado a llover —le dijo Michael a Aisha en voz baja—. Vamos a tener que darnos prisa. Podríamos quedar atrapados si este túnel se llena.

Michael se dijo que, si la lluvia arreciaba, tal vez no saldrían de allí con vida. Por todas las cloacas y los desagües de la ciudad entraría agua al alcantarillado. El río no tardaría en desbordarse.

—Puede que nos diese tiempo a retroceder —repuso Aisha—. Si la escalera resiste…

Michael meneó la cabeza.

—No podríamos volver a salir por allí —dijo él.

—¿Por qué no? —preguntó Aisha.

—El pequeño túnel que comunica a éste con el pozo tenía el techo mucho más bajo. Está pensado para desahogar el canal principal si el agua supera cierto nivel. Cuando llegásemos allí, el agua ya habría llenado por completo el túnel secundario y el pozo, y sería imposible cruzarlo. Nunca lo lograríamos y, por supuesto, Butrus no tendría la más mínima posibilidad. Lo siento, pero no tenemos más alternativa que seguir adelante.

Capítulo
LIX

E
l agua fluía ahora con mayor rapidez por la alcantarilla. El suelo por donde pisaban, cubierto de una centenaria capa de barro y lodo, estaba resbaladizo. Fadwa cayó dos veces a la apestosa agua. De nada les servía la balsa en un canal tan estrecho. Se empotraría continuamente contra las paredes. A menos que llegasen a un canal más ancho y profundo, tendrían que caminar o nadar.

Michael le dio a Butrus el chaleco salvavidas para que se lo pusiera.

—Mantenlo inflado —le dijo—. Lo necesitarás si pierdes pie.

Fadwa sabía nadar un poco. Tal como Aisha supuso, sus hermanos la habían enseñado a nadar en el Nilo, cuyas aguas discurrían a lo largo del límite occidental de Bulaq.

—¡Creo que hemos llegado al final de la alcantarilla, Michael!

Aisha iba delante. El haz de su linterna acababa de alumbrar un hueco en la pared. Michael chapoteó hacia ella. Tenía razón. Una pronunciada rampa cubierta de agua conducía a un túnel mucho más grande; exactamente lo que esperaban encontrar. El agua se precipitaba por la rampa como la de un crecido río que fuese a desembocar en una presa.

—Yo iré primero —dijo Aisha.

—Necesitarás la cuerda. Si te arrastra la corriente no podrás salir.

Michael tenía los dedos ateridos por el frío. Se ató la cuerda alrededor de la cintura. En la pared que tenía frente a él encontró una grieta donde enganchó el garfio del palo de amarre como punto de apoyo. Aisha empezó a deslizarse por la traicionera rampa. Pocos segundos después llegó al canal inferior.

La cuerda se tensó al precipitarse Aisha por un recodo. Quedó sumergida y luego emergió, linterna en mano. Justo a su lado vio el borde del estrecho paso paralelo al canal. Lanzó la linterna hacia el firme y se aupó a aquella especie de acera, que no tenía más de un palmo de ancha y estaba muy resbaladiza. En la pared, un poco más adelante, localizó una anilla igual que las que habían visto a trechos regulares a lo largo del túnel. Aisha se asió a ella para ponerse en pie. Alumbró con la linterna el espacio inmediato, a derecha e izquierda, y vio la boca de un viejo túnel semiderruido. Era más ancho y liso que el anterior y tenía el techo más alto. En el centro se abría un profundo canal por el que discurría el agua rápidamente hacia el oeste.

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