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Authors: Karin Slaughter

Tags: #Intriga, Policíaco

El número de la traición (49 page)

BOOK: El número de la traición
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Will no quería hablar de lo que había sucedido esa tarde, así que no le dio ocasión de pronunciar palabra.

—Acabo de hablar con Lola. —Will le contó lo que le había dicho la prostituta—. Simkov la llamó para que se ganara unos pavos extra. Y de paso se quedó con un buen pellizco, seguro.

—Quizá podamos usar eso en su contra —respondió Faith—. Amanda quiere que hable mañana con Simkov. Veremos si su versión coincide con la de Lola.

—¿Qué has podido averiguar de él?

—No mucho. Vive en el edificio, en el bajo. Se supone que tiene que estar en su puesto desde las ocho hasta las seis, pero últimamente han tenido algunos problemas con eso.

—Supongo que por eso le dijeron que tenía quince días para marcharse.

—No tiene antecedentes. Y su cuenta corriente está saneada, como no paga alquiler… —Faith hizo una pausa y Will la oyó pasar las páginas de su libreta—. Encontramos algo de porno en su apartamento, pero nada de pedofilia ni perversiones. Y su registro telefónico está limpio.

—Me pareció entender que dejaba pasar a cualquiera siempre y cuando soltara la pasta suficiente. ¿Te ha dado algo Anna Lindsey?

Faith le contó su infructuosa conversación con la mujer.

—No sé por qué no quiere hablar. Puede que esté asustada.

—O puede que piense que si lo aparta de su mente, si no habla de ello, desaparecerá.

—Supongo que eso funciona si uno tiene la madurez emocional de un niño de seis años. —Will prefirió no tomarse aquello como algo personal—. Revisamos el libro de visitas del edificio. Había un técnico del cable y un par de repartidores. He hablado con todos ellos, y con los que se encargan del mantenimiento del edificio. Lo están verificando. No tienen antecedentes y sus coartadas son muy sólidas.

Will se subió al coche.

—¿Qué hay de los vecinos?

—Por lo visto nadie sabe nada, y esa gente es demasiado rica para rebajarse a hablar con la policía.

Will ya había tropezado antes con ese tipo de gente. No querían verse involucrados, ni tampoco que sus nombres figuraran en los archivos.

—¿Alguno conocía a Anna?

—Lo mismo que con las demás: los que la conocían no la tenían en gran estima.

—¿Y qué han dicho los de la científica?

—Los resultados deberían estar mañana por la mañana.

—¿Y los ordenadores?

—Nada, y todavía no tenemos las órdenes para el banco, así que no hay acceso al móvil de Olivia Tanner, ni a su BlackBerry, ni a su ordenador del trabajo.

—Nuestro asesino es más listo que nosotros.

—Sí —admitió Faith—. Parece que volvemos a estar en un callejón sin salida.

Hicieron un alto en la conversación. Will buscó algo que decir, pero Faith le ganó por la mano.

—Amanda y yo interrogaremos al portero a las ocho de la mañana, luego tengo una cita a la que no puedo faltar. Es en Snellville.

Will no era capaz de imaginar para qué podía necesitar alguien ir a Snellville.

—Imagino que tardaré una hora, más o menos. Con un poco de suerte ya tendremos identificado a Jake Berman para entonces. También tenemos que hablar con Rick Sigler. Es más escurridizo que una anguila.

—Es blanco y tiene cuarenta y tantos.

—Amanda me dijo lo mismo. Envió a alguien a hablar con él esta mañana. Estaba en casa con su mujer.

—¿Negó haber estado en la escena del crimen? —gruñó Will.

—Al parecer lo intentó. Ni siquiera reconoció que estaba con Jake Berman, lo cual me confirma que era un rollo de una noche. —Faith suspiró—. Amanda ha ordenado que sigan a Sigler, pero está limpio. No tiene ningún alias, ni múltiples direcciones, nació y se crio en Georgia. Tiene sus expedientes académicos desde el parvulario hasta el instituto en Conyers. No hay indicios de que haya estado alguna vez en Michigan, y por descontado nunca ha vivido allí.

—La única razón por la que seguimos atascados con esto del hermano es que Pauline McGhee le advirtió a su hijo de que tuviera cuidado con su tío.

—Es cierto, pero ¿qué otra pista tenemos? Si seguimos dándonos contra el muro se nos va a llenar la cabeza de chichones.

Will esperó unos segundos.

—¿Qué clase de cita tienes mañana?

—Es un asunto personal.

—Vale.

Después de aquello ninguno de los dos tenía nada más que decir. ¿Por qué le resultaba tan fácil a Will sincerarse con Sara Linton pero apenas lograba mantener una conversación normal con todas las demás mujeres de su vida, y especialmente con su compañera?

—Te cuento lo mío si tú me cuentas lo tuyo —le propuso Faith.

Will se echó a reír.

—Creo que deberíamos empezar desde el principio. Con el caso, quiero decir.

—La mejor manera de averiguar si has pasado algo por alto es volver sobre tus pasos.

—Cuando vuelvas de tu cita iremos a hablar con los Coldfield, luego a ver a Rick Sigler al trabajo para poder hablar con él sin que su mujer esté presente, y después seguiremos con los demás testigos, con cualquiera que haya tenido algo que ver con esto, por remota que sea la relación. Compañeros de trabajo, personal de mantenimiento que haya visitado la casa, soporte técnico, cualquiera que haya podido tener contacto con ellas.

—No tenemos nada que perder —dijo Faith. Hubo otra pausa y de nuevo fue ella la primera en hablar—. ¿Estás bien?

Will acababa de llegar a su casa. Aparcó, deseando que cayera un rayo y lo matara: el coche de Angie estaba en el camino de entrada.

—¿Will?

—Sí. Nos vemos por la mañana.

Colgó el teléfono y se lo guardó en el bolsillo. Las luces del salón estaban encendidas, pero Angie no se había molestado en encender la del porche. Llevaba dinero encima, y además tenía las tarjetas. Tenía que haber algún sitio donde admitieran perros, o a lo mejor podía esconder a
Betty
bajo la chaqueta. La chihuahua se puso de pie en el asiento y se estiró. Se encendió la luz del porche.

Will murmuró entre dientes y cogió a la perra en brazos. Se bajó del coche, lo cerró y se dirigió a su casa. Abrió la puerta del jardín de atrás y dejó a
Betty
sobre el césped; luego se quedó delante de su propia casa sin saber muy bien qué hacer, hasta que decidió que aquello era una estupidez y se obligó a entrar.

Angie estaba acurrucada en el sofá. Llevaba el cabello suelto, como a él le gustaba, y un vestido negro muy ceñido que abrazaba cada una de sus curvas. Sara estaba preciosa, pero Angie estaba muy sexy. Llevaba un maquillaje de noche, con los labios rojo sangre. Se preguntó si se habría arreglado así para él. Probablemente. Angie siempre presentía cuándo Will se distanciaba de ella. Era como un tiburón, capaz de oler la sangre en el agua. Lo saludó igual que la prostituta.

—Hola, cielo.

—Hola.

Angie se levantó del sofá, estirándose como un gato mientras se acercaba a él.

—¿Has tenido un buen día? —le preguntó, colocando los brazos alrededor de su cuello. Will volvió la cabeza y ella se la giró otra vez y lo besó en los labios.

—No vuelvas a hacer eso —le dijo.

Angie volvió a besarle, no le gustaba que le dijeran lo que tenía que hacer. Will se mantuvo tan impasible como pudo y Angie se rindió y retiró los brazos.

—¿Qué te ha pasado en la mano?

—He pegado a un tipo.

Angie se echó a reír como si fuera una broma.

—¿En serio?

—Sí —dijo Will, apoyando la mano en el respaldo del sofá. Una de las tiritas empezaba a desprenderse.

—Así que le has pegado a un tipo. —Ahora se lo tomaba en serio—. ¿Y hay testigos de eso?

—Ninguno que esté dispuesto a testificar en mi contra.

—Bien hecho, cielo. —Estaba justo detrás de él—. Seguro que Faith ha mojado las bragas. —Le pasó el dedo por el brazo, y se detuvo al llegar a la muñeca—. ¿Dónde está tu alianza? —le preguntó en un tono muy diferente.

—En mi bolsillo.

Will se la había quitado antes de subir a casa de Sara. En aquel momento había intentado engañarse pensando que lo hacía porque se le habían hinchado los dedos y el anillo empezaba a apretarle.

Angie metió la mano en el bolsillo de su pantalón. Will cerró los ojos, sintiendo que el día entero se le venía encima. Y no solo ese día, sino los últimos ocho meses. Angie era la única mujer con la que había estado, y su cuerpo la echaba tanto de menos que casi le dolía físicamente.

Los dedos de ella le acariciaron a través de la fina tela de los bolsillos. La reacción de Will fue inmediata, y cuando le susurró al oído se agarró con fuerza al respaldo del sofá para no caerse. Le mordió la oreja suavemente.

—¿Me has echado de menos?

Will tragó saliva, incapaz de hablar mientras ella apretaba sus pechos contra su espalda. Echó la cabeza hacia atrás y Angie le besó el cuello, pero no era en ella en quien pensaba mientras lo acariciaba. Era en Sara, en sus largos y finos dedos curándole la mano mientras estaban sentados en el sofá. Recordó el olor de su pelo, porque se había permitido inclinarse brevemente para olerlo sin que ella se diera cuenta. Olía a bondad, a compasión, a dulzura. Olía a todo cuanto Will había deseado siempre, a todo lo que nunca tendría.

—Eh —Angie dejó de acariciarle—. ¿Adónde te has ido?

Haciendo un esfuerzo, Will se subió la cremallera de la bragueta. Apartó a Angie y se fue hacia el otro lado de la habitación.

—¿Estás en esos días otra vez? —le preguntó Angie.

—¿Sabías lo del bebé?

Angie se puso la mano en la cadera.

—¿Qué bebé?

—Me da igual lo que respondas, pero quiero la verdad. Necesito saberla.

—¿Vas a pegarme si no te lo digo?

—Voy a odiarte —replicó Will, y ambos sabían que lo que decía era cierto—. Ese bebé podríamos haber sido tú o yo. Qué coño, ese bebé era yo.

—¿Mamá lo dejó en el cubo de la basura? —preguntó en tono brusco, a la defensiva.

—Era eso o ponerla a hacer la calle para comprar anfetamina.

Angie apretó los labios, pero no apartó la mirada.


Touché
—dijo por fin, porque eso era exactamente lo que había hecho Deirdre Polaski con su hija.

Will repitió la pregunta, lo único que le importaba ya.

—¿Sabías que había un bebé en el ático?

—Lola lo estaba cuidando.

—¿Qué?

—No es mala chica, se aseguraba de que estuviera bien. Si no la hubieran detenido…

—Espera un momento. —Usó las manos para detenerla—. ¿De verdad crees que esa puta estaba cuidando del niño?

—Ahora está bien, ¿no? He llamado un par de veces al Grady. El niño y su madre ya están juntos.

—¿Que hiciste un par de llamadas? —Will no podía creer lo que oía—. Por Dios bendito, Angie, es un bebé de meses. Si llegamos a tardar un poco más lo habríamos encontrado muerto.

—Pero no lo hicisteis, no está muerto.

—Angie…

—La gente siempre cuida de los bebés, Will. ¿Quién cuida de la gente como Lola?

—¿Te preocupas por una puta adicta al crack cuando hay un bebé en el cuarto de la basura muriéndose de inanición? —No le dio tiempo a contestar—. Se acabó. Se acabó todo.

—¿Qué coño significa eso?

—Significa que he acabado contigo. Significa que la cuerda de este yoyó se ha roto.

—Que te den.

—Se acabó el baile. Se acabó el andar revoloteando a mi alrededor, se acabó el salir corriendo en mitad de la noche para volver un mes o un año más tarde como si fueras la única que puede lamerme las heridas.

—Dicho así suena tan romántico.

Will abrió la puerta principal.

—Quiero que te largues de mi casa y que salgas de mi vida.

Angie no se movió, así que Will se fue hacia ella y empezó a empujarla.

—¿Qué estás haciendo? —Lo empujó, pero al ver que no cedía, lo abofeteó—. Quítame las manos de encima, cabrón.

Will la cogió en volandas por detrás y Angie cerró la puerta con el pie.

—Lárgate —le dijo Will, intentando agarrar el pomo sin soltarla a ella.

Angie había sido policía antes de que la ascendieran a detective, y sabía cómo defenderse. Le dio una patada en la corva y lo derribó. Will la agarró, la tiró al suelo y se pusieron a pelear como si fueran perros rabiosos.

—¡Para! —gritó ella, sin dejar de darle patadas y de usar todo su cuerpo para hacerle daño.

Will rodó sobre su barriga y la aplastó contra el suelo de madera. Le agarró las manos con una sola de las suyas y las estrujó para que no pudiera seguir peleando. Sin pensarlo siquiera, alargó el brazo y le arrancó la ropa interior. Ella le clavó las uñas en la palma y Will deslizó sus dedos dentro de ella.

—Hijo de puta —murmuró, pero estaba tan húmeda que Will apenas sentía sus dedos al deslizarlos adentro y afuera. Dio con el punto exacto, y ella le insultó otra vez, apretando la cara contra el suelo. Ella nunca llegaba al orgasmo con él, formaba parte de su juego de poder. Siempre llevaba a Will hasta el límite, pero nunca permitía que él hiciera lo mismo con ella.

—Para —exigió Angie, pero no dejaba de mover las caderas, tensándose con cada movimiento.

Will se desabrochó los pantalones y se metió dentro de ella. Angie intentó cerrar las piernas, pero él la embistió con más fuerza, obligándola a abrirlas. Ella gimió y sintió una dulce descarga mientras él la penetraba más y más a fondo. Will la obligó a ponerse a cuatro patas y empezó a penetrarla tan deprisa como podía, mientras seguía estimulándola con los dedos para llevarla hasta el límite. Angie empezó a gemir, y emitió un gemido profundo, gutural, que él no había oído nunca. La embistió con todas sus fuerzas, sin preocuparse de si le dejaba marcas por todo el cuerpo, sin importarle si la rompía en dos. Cuando por fin Angie se corrió le apretó con tal fuerza que casi dolía estar dentro de ella. El orgasmo del propio Will fue tan salvaje que acabó derrumbado encima de ella, jadeando, con todo el cuerpo escocido.

Rodó sobre su espalda. Angie tenía el pelo enredado cubriéndole la cara. Se le había corrido el maquillaje y jadeaba igual que Will.

—Dios mío —murmuró Angie—. Oh, dios.

Alargó la mano para acariciarle la cara, pero Will la apartó de un manotazo.

Se quedaron tumbados en el suelo, jadeando, durante un buen rato. Will intentó sentir remordimientos, o ira, pero no sentía más que agotamiento. Estaba tan harto de aquello, tan harto de que Angie se pasara la vida sacándole de quicio. Volvió a pensar en lo que le había dicho Sara: «Aprende de tus errores».

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