Read El Oráculo de la Luna Online
Authors: Frédéric Lenoir
»Pero para Platón y para cierto número de cabalistas judíos, el alma humana, tanto espiritual como psíquica, transmigra de vida en vida y elige su nueva existencia en función de las experiencias que ya ha acumulado en sus vidas anteriores. Posee ya, por consiguiente, un carácter que se mezclará con el atavismo del nuevo cuerpo que escoge tomar. Pero posee también conocimientos, emociones, miedos y disposiciones espirituales más o menos elevadas, adquiridos durante otras vidas. Lo que hará que determinado niño tenga un miedo inexplicable al agua porque murió ahogado en su vida anterior, o bien una aptitud sorprendente para la música o la ciencia porque ya había acumulado conocimientos en esos terrenos.
Eleazar miró a su invitado a los ojos.
—¡No me sorprendería que fuera tu caso en lo que se refiere a la filosofía o la religión, querido Giovanni!
Giovanni esbozó una sonrisa dubitativa.
—¿Por qué habría elegido, entonces, nacer en una familia iletrada de un pueblecito de Calabria, y no en una noble familia de una gran ciudad como Roma o Florencia?
—Quizá elegiste un destino que pasaba por un aprendizaje progresivo de todos los estados de vida. Y, por lo que sé, eso no ha impedido en absoluto a tu alma buscar y encontrar maestros para que te enseñen los más elevados conocimientos.
—Es verdad que desde pequeño aspiraba a otra existencia que la que llevaba en mi pueblo —contestó Giovanni.
—Verás, no podría decir con certeza si el alma humana atraviesa una multitud de existencias, o bien se encarna una sola vez en un cuerpo y una psique que están impregnadas del carácter y de las experiencias de nuestros padres y nuestros antepasados. Pero, sea como sea, estoy plenamente convencido de tres cosas.
Para subrayar mejor sus palabras, el cabalista puso el dedo índice de la mano derecha sobre el pulgar de la izquierda.
—La primera es que nacemos con un bagaje psíquico importante que nos condiciona al menos tanto como las condiciones materiales de nuestro nacimiento; por ejemplo, nuestra familia o nuestro país.
Ahora señaló el índice.
—La segunda es que nuestra existencia no es fruto del azar y contiene ya en germen, desde la concepción y el nacimiento…, como la bellota de un roble…, aquello en lo que estamos llamados a convertirnos.
Su índice señaló el dedo corazón de la mano izquierda.
—La tercera, por último, es que la vida es una especie de escuela cuyo único objetivo es aprender a conocer y a amar. Para ello, pasamos por toda clase de experiencias, agradables o dolorosas, que nos permiten progresar. Piensa en tu existencia, muchacho, y dime si no ofrece una buena ilustración de esto.
Giovanni se quedó pensativo. Indiscutiblemente, su vida podía ser concebida como un recorrido iniciático, sembrado de encuentros, de obstáculos y de empujones del destino. Sin embargo, había una cuestión a la que le daba vueltas desde hacía muchos años. Desde que había conocido a Luna.
—Pero, entonces, si heredamos un destino con su lote de alegrías y adversidades, ¿dónde queda la libertad?
—Si el hombre posee libre albedrío, y estoy convencido de que es así, este no reside en la elección de su carácter, de los condicionamientos de su vida o de las grandes líneas de su destino. Reside en lo que va a hacer de ese carácter y en la manera en que va a responder a los acontecimientos de su vida. Represéntate al hombre como un actor que debe interpretar, en un escenario de teatro, un papel preciso, escrito por anticipado por otro. El margen de maniobra del actor no consiste en cambiar ese papel, sino en interpretarlo a su manera, lo mejor que puede. Así pues, no se reconoce a un gran actor por el hecho de que interprete a un príncipe o a un lacayo, sino por la manera en que, sea príncipe o lacayo, interpreta su papel. Da igual, entonces, haber nacido rico o pobre, tener un destino humilde o glorioso, ser hombre o mujer, morir joven o viejo; solo cuenta el hecho de desarrollar la vida de manera lúcida, profunda, justa. La libertad humana reside más en la manera de vivir que en las modalidades de vida, gran parte de las cuales nos son dictadas por una fuerza superior.
Eleazar se levantó lentamente de su escritorio y dejó unos instantes a su interlocutor absorto en sus pensamientos. Esa concepción le recordaba a Giovanni la de los filósofos estoicos que había estudiado con Lucius. El cabalista regresó con una obra a todas luces de gran valor para él y la dejó delicadamente sobre la mesa. Giovanni miró con interés el manuscrito y sus gruesas cubiertas encuadernadas en piel de cordero.
—Y lo que es válido en el plano individual lo es también en el plano colectivo —prosiguió el cabalista, con una mano sobre el libro.
—¿Qué queréis decir?
—Que la humanidad entera avanza lentamente hacia una misteriosa realización colectiva. No controla ni sus parámetros de base ni el momento en que la alcanzará, desde luego. Pero es libre de trazar la dirección y la forma de esa marcha común, a través de las elecciones colectivas y las elecciones personales de todos los individuos que la componen. Se quiera o no, todos estamos unidos unos a otros y somos solidarios. Toda acción y todo pensamiento positivos de un solo hombre elevan y ayudan a la humanidad entera, mientras que la acción y el pensamiento negativos de un solo hombre rebajan y debilitan a toda la humanidad. Caminamos juntos, según determinadas leyes y determinados ritmos universales.
—¿Cuáles? —preguntó Giovanni, fascinado por la erudición de su benefactor.
—También en esto la astrología nos da preciosas indicaciones —respondió Eleazar, tamborileando con los dedos sobre el grueso manuscrito que acababa de llevar—. ¿Ves este libro? —añadió en un tono grave—. Es un manuscrito de una enorme rareza que tiene más de setecientos años. Es obra del filósofo árabe Abu Yusuf Yacub ibn Ishaq al-Sabah al-Kindi.
«Al-Kindi.» La mención de ese nombre sobresaltó a Giovanni. Recordaba una obra astrológica de ese autor a la que Lucius concedía más valor que a cualquier otra. El cabalista prosiguió:
—Habla del destino colectivo de la humanidad. El autor escribió más de doscientas obras sobre todos los temas: medicina, filosofía, religión, astronomía, matemáticas, geografía, adivinación…, y me quedo corto. Pero también consagró su vida a calcular las grandes conjunciones planetarias a lo largo de varios milenios y concibió esta obra maestra que podríamos llamar el Gran Libro del destino humano.
Giovanni no podía apartar la mirada del libro. Estaba íntimamente convencido de que, aunque la encuademación era diferente, se trataba de la misma obra que tenía Lucius y con la que se había encerrado meses para escribir la carta al Papa.
E
l autor de esta notable obra explica, apoyándose en multitud de ejemplos, que ya podemos comprender las grandes etapas de la historia de la humanidad a través de cada uno de los signos atravesados por el punto vernal, es decir, el punto en el que el Sol sale el día del equinoccio de primavera. Por ejemplo, hace alrededor de cuatro milenios antes de Jesucristo, el Sol de primavera salía en la constelación de Tauro. Y todo hace pensar que fue en esa época cuando el hombre empezó a sedentarizarse, a construir casas de ladrillo, a practicar la ganadería. Sederitarización y construcción son los dos rasgos más característicos de la psicología de este segundo signo del Zodíaco. Es más, todas las religiones de la época, la de Sumer, la de Asiría e incluso la de Egipto, veneraban la figura del toro. Es el culto del Minotauro o del dios egipcio Apis, con cabeza de toro. De manera simbólica, las características del signo de Tauro corresponden al nacimiento y a la expansión de las primeras civilizaciones que proporcionaron fuertes cimientos a la vida social y política.
»Más adelante, alrededor de dos mil años antes de Jesucristo, el punto vernal pasó, retrocediendo también, a la constelación de Aries, carnero en latín. El sacrificio religioso practicado entonces, como lo demuestra el de Abraham, era el de un carnero. El pueblo hebreo descendiente de Abraham convertirá el carnero y el cordero en los animales sacrificiales por excelencia. Pero también encontramos por todas partes la figura del carnero, como en Egipto la preeminencia de Amón-Ra, el dios solar con cabeza de carnero. Simbólicamente, Aries corresponde a esa era de conquista y al desarrollo de los grandes imperios egipcios, persas, macedonios y romanos. Después, la venida de Jesucristo coincidió con la entrada del punto vernal en la constelación de Piscis. Y, como bien sabes, el pez es el emblema de los primeros cristianos. El signo de la cruz como símbolo del cristianismo llegó mucho más tarde. A lo largo de varios siglos, los discípulos de Jesucristo se reconocen en ese símbolo del pez que dibujaban en las catacumbas durante el período de las persecuciones.
—¿Es porque Jesús tomó como primeros apóstoles a unos pescadores que vivían en torno al lago de Galilea? —preguntó Giovanni.
—Sí, pero también porque la palabra «pez» en griego,
ichtus
, está formada por las primeras letras de las cinco palabras de la frase
Iesous Khristos Theou Huios Soter,
que significa: Jesús Cristo, Hijo de Dios, Salvador. Añadiré, volviendo a la astrología, que el simbolismo de los Piscis se ajusta muy bien a los rasgos dominantes de la religión cristiana: compasión, sacrificio o entrega de uno mismo, búsqueda de fusión y de unidad del género humano.
Eleazar hizo una pausa. Giovanni lo miraba con pasión.
—Si lo he entendido bien, un poco más de dos milenios después del nacimiento de Jesús, el Sol de la primavera saldrá en otra constelación…, la de Acuario. ¿No entrará, entonces, la humanidad en una nueva era?
—Sin duda. En el siglo XXI se producirán profundos cambios en las civilizaciones y las religiones.
—¿Será quizá el fin de la religión cristiana?
—No sabría decir si será el fin, pero que tendrá lugar una profunda transformación, eso es seguro. Probablemente en el sentido de una humanización de la religión, pues Acuario, al contrario que los otros signos, tiene el rostro de un hombre o de un ángel. Es muy verosímil que asistamos al desarrollo de una nueva era fundada en el hombre y los valores humanistas, los mismos que empiezan a prender en nuestra época. Como indica el simbolismo del signo, viviremos entonces bajo el reinado del espíritu y los hombres querrán construir una nueva civilización basada en la idea de fraternidad humana. ¿Lo harán abandonando toda idea de Dios, o bien interiorizando a Dios en el corazón humano? Nadie lo sabe, y de todas formas eso llevará varios siglos.
—¿Y esa obra no dice nada concreto de nuestra época, que es tan convulsa?
—¡Desde luego que sí! Además de los grandes ciclos de algo más de dos milenios que corresponden al fenómeno de precesión de los equinoccios, al-Kindi calculó los ciclos de las grandes conjunciones planetarias durante toda la era de Piscis. Anunció que la gran conjunción de Saturno y de Júpiter, que tendría lugar en el signo de Escorpio en 1484, sería la señal anunciadora de una profunda conmoción en la religión cristiana.
Giovanni manifestó su sorpresa:
—Pero ¿no fue el gran Albumazar quien hizo esa famosa predicción? ¿Y no anunció también la venida de un nuevo profeta que algunos no dudan en identificar con Lutero, nacido bajo esa conjunción?
—Veo que estás muy al corriente de estas cosas. En efecto, Albumazar, el más ilustre astrólogo árabe, hizo esa profecía. Pero se basó en los cálculos astrológicos de al-Kindi, que no era otro que su propio maestro.
—Entonces ¿esa obra que tenéis en la mano es la obra astrológica de al-Kindi en la que se basó Albumazar? —preguntó Giovanni, muy excitado.
—Exacto.
—¿Cómo se llama ese libro?
—
Yefr
—respondió el cabalista—. Es, sin duda alguna, la obra más valiosa de mi biblioteca, pues solo existen dos ejemplares en el mundo.
Giovanni miró a su interlocutor con sorpresa.
—¿Cómo lo sabéis?
—El manuscrito original fue escrito por al-Kindi en árabe. Pero, como atestigua el historiador Ibn Jaldún en sus
Prolegómenos
, desgraciadamente se perdió en el siglo XIII durante la toma de Bagdad por los tártaros. A Hulagu, el nieto de Gengis Jan, no se le ocurrió nada mejor que arrojar al Tigris todas las obras de la prodigiosa biblioteca del califato. Y los califas habían guardado celosamente el precioso manuscrito en lugar de mandarlo copiar y dárselo a los sabios.
—Pero, entonces, ese ejemplar que vos tenéis… —dijo Giovanni, incrédulo.
—Afortunadamente, el secretario de al-Kindi lo había hecho copiar secretamente en árabe antes de la muerte de su maestro y de que el original fuera confiado a la custodia de los califas. Es el manuscrito que ves. Lo compré por una fortuna a sus propios descendientes, que vivían también en Córdoba.
—¡Es extraordinario! ¿Y el segundo ejemplar que habéis mencionado?
—Antes de que yo lo adquiriera, sus propietarios habían permitido, a cambio de una elevada suma, que fuera copiado en latín por un monje cristiano apasionado por la astrología que vivía en Córdoba. No sé qué ha sido de ese manuscrito, el único que todavía existe junto con este…
Giovanni miró fijamente a Eleazar.
—¿Qué te pasa? —preguntó el cabalista, sorprendido.
—Creo… creo que sé qué fue de esa obra. Mi maestro poseía un manuscrito que para él era más valioso que cualquier otro. Era una obra astrológica en latín, escrita por al-Kindi, aproximadamente de las mismas dimensiones que este. No tuve ocasión de leerla, pero supe por su sirviente, Pietro, que la había comprado tiempo atrás en Florencia, por una suma considerable, ¡a un monje!
Eleazar se acarició lentamente la barba.
—¿Y qué fue del manuscrito después de la muerte de tu maestro?
—Por desgracia, lo ignoro. Y mucho me temo que fuera destruido.
—¿Cómo es eso?
—Es una larga historia —dijo Giovanni.
Le contó entonces a Eleazar la historia del cardenal que había ido a formular a su maestro una pregunta crucial de parte del Papa, de la respuesta que él no había podido llevar a Roma por culpa de los hombres de negro, de la muerte trágica de su maestro y de Pietro, así como de su propio encuentro con los miembros de la hermandad secreta. No le dijo, sin embargo, que se dirigía a Jerusalén con el propósito de matar a su jefe, aunque explicó que el sótano estaba vacío cuando había vuelto y que todos los libros de su maestro, incluido el de al-Kindi, habían sido robados o quemados por los hombres de negro.