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Authors: Angela Sommer-Bodenburg

Tags: #Infantil

El pequeño vampiro en peligro (3 page)

BOOK: El pequeño vampiro en peligro
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Pero inmediatamente después ya se había dominado y gruñó:

—Estupideces. Solamente tenía sed, eso es todo. —Y con la vista dirigida al cuello de Anton añadió—: ¿O es que hoy me dejas que te...?

—¡Naturalmente que no! —dijo con rapidez Anton notando cómo se le ponían los pelos de punta bajo la acechante mirada del vampiro.

—¿De verdad que no? —El vampiro se arrimó—. ¿Ni siquiera un poquito?

—¡No! —Anton se apartó de él—. Y ahora basta ya..., ¡al fin y al cabo somos amigos!

En aquel momento percibieron un ruido debajo del árbol: escarbaban y chasqueaban la lengua, y luego una voz de mujer exclamó:

—Susi, ¿dónde estás?

—¡La señora Puvogel! —le susurró Anton al pequeño vampiro.

Con la correa del perro en la mano la señora Puvogel estaba en medio del camino buscando con la vista a su perro-salchicha.

—¡Susita! ¡Ven con la amita, ey, ey! —la llamó la señora Puvogel, pero Susi no pensaba en volver. Sorbía la leche que se había derramado... y además haciendo tanto ruido que hasta la señora Puvogel lo oyó.

—¿Susi? ¿Estás ahí debajo del árbol?

Ahora su voz ya no sonó tan amable.

—¡Susi! Un perro como es debido no revuelve en la basura.

Pero aquello tampoco perturbó a Susi. Siguió sorbiendo, chasqueando la lengua.

—¡Ven aquí!

Susi levantó la cabeza, se relamió... y la emprendió de nuevo con la leche.

—¡Espera, que ya verás si vienes o no!

La señora Puvogel se acercó al árbol resoplando como una locomotora, agitando amenazadora la correa.

Aquello hizo efecto: Susi ladró un par de veces... y luego salió corriendo hacia los matorrales del parque.

—¡Perra de mierda, maldita! —insultó la señora Puvogel echando a correr pesadamente detrás de su perro-salchicha.

—¡Puf! —dijo el vampiro cuando ella desapareció—. No me gustaría ser perro con ella.

—Eso también lo dicen siempre mis padres —dijo Anton reprimiendo la risa.

—Tus padres... —Al vampiro de repente parecía habérsele ocurrido algo importante—. ¿No habías dicho tú antes que iban a ir a hablar con una tal señora... ¿Cómo se llamaba?...—Doserich sobre vampiros?

—Doctora Dósig —-corrigió Anton.

—¿Y ésa quién es?

—Nuestra médico de cabecera.

—¿Y por qué quieren hablar precisamente de vampiros?

—La estúpida foto les ha hecho desconfiar.

—¿Esa en la que no sale Anna?

—Sí; antes no creían en vampiros, pero desde lo de la foto...

—Y esa señora Doserich, ¿cree en vampiros?

—Ni idea.

—Hummm. —El vampiro se mordisqueó ensimismado el labio inferior—. ¿Sabes dónde vive?

—Sí. —Anton le señaló una casa que había al final de la colonia—. Ahí detrás.

—¿Por qué no vamos volando hasta allí? —preguntó el pequeño vampiro.

—¿Ir volando hasta allí? —repitió Anton—. ¿No pensarás llamar al timbre de su casa?

—No. —El vampiro se rió con voz ronca—. Pero sí mirar por la ventana. Quizá podamos oír de qué están hablando.

—¡Estupenda idea! —dijo Anton elogiándole—. Eso a mí nunca se me hubiera ocurrido.

—¡Pero a mí sí! —replicó el vampiro riéndose maliciosamente.

Espías en el balcón

La casa de la doctora Dósig era más pequeña que las otras casas de la colonia y estaba algo apartada.

Sólo tenía dos pisos: el piso bajo, en el que estaba la consulta, y el primer piso, en donde estaba la vivienda.

En la consulta ya había estado Anton a menudo, pero en la vivienda nunca.

Por eso sólo podía intuir dónde se encontraba la sala de estar: detrás de la gran ventana de las flores. Por la puerta del balcón, ligeramente abierta, salían voces amortiguadas.

—¿Son tus padres? —preguntó el vampiro.

—Sí, seguro —asintió Anton.

—Estupendo —dijo complacido el vampiro aterrizando en el balcón.

Anton le siguió vacilando. Por suerte al lado de la puerta del balcón había un hueco en el que podían esconderse. De todas formas, era tan estrecho que tenían que estar los dos muy pegados el uno al otro..., ¡algo no precisamente muy agradable para Anton!

El olor a moho que despedía Rüdiger casi le cortaba la respiración. El corazón se le salía por la boca y no sabía a quién debía temer más, si a sus padres y la doctora Dósig..., o al pequeño vampiro, que de cerca parecía de repente mucho más peligroso. Y ahora encima sonreía irónicamente y mostraba sus inmaculados dientes de depredador.

—¿Tienes miedo? —preguntó.

—¿Miedo? ¿Cómo puedes pensar eso? —se defendió Anton.

—No, sólo creía que... Debo haberme equivocado.

—...desgraciadamente este año no hemos podido ir de vacaciones —oyeron decir a una voz de hombre. Ese debía de ser el señor Dosig.

—¡Aquí hay algo que palpita! —observó enigmático el vampiro—. ¿No será quizá tu corazón?

—¿Mi corazón? —Anton se puso colorado—. No. Eso es el detector de vampiros que ha instalado la señora Dosig en su sala de estar.

La sonrisa de seguridad en sí mismo del vampiro desapareció.

—¿Detector de vampiros? —preguntó nervioso.

—¡Chisss...! —exclamó Anton poniéndose un dedo delante de la boca—. No tan alto, si no, sonará la alarma del aparato.

—El verano que viene nos queremos ir como sea a Túnez —dijo una voz de mujer que Anton conocía: la de la doctora Dosig—. Eso garantizado que son unas buenas vacaciones.

—Marruecos también es bonito.

Aquella era la voz de la madre de Anton.

—¿Más bonito aún que Pequeño-Ol-denbüttel? —gruñó Anton..., acordándose del fracaso de sus vacaciones en la granja.

—¡No me lo recuerdes! —suspiró en voz baja el vampiro. ¡Aquellas vacaciones en Pequeño-Oldenbüttel a punto habían estado de costarle la vida!

—El año que viene iremos al Mar del Norte —añadió la madre de Anton—. Sobre todo por Anton.

Anton escuchó atentamente. ¡Aquello parecía ponerse interesante!

—Sí, el aire del Mar del Norte es muy sano —aprobó la señora Dosig—. Especialmente cuando se constipa uno a menudo.

—Anton realmente se constipa raras veces.

Aquella era la voz de su padre.

—Pero hay otra cosa que nos preocupa..., humm, ¿cómo lo diría yo?

Titubeó. Probablemente temía hacer el ridículo si empezaba a hablar de vampiros.

—Anton tiene unos amigos tan extraños... —salió en su ayuda la madre de Anton—. Están completamente pálidos, siempre llevan capas negras... Sí, y nunca les hemos visto a la luz del día.

—¡Grrrr! —hizo en voz baja el pequeño vampiro.

La doctora Dósig se rió.

—¡Típicos niños de ciudad!

—No diría yo eso —observó el padre de Anton y carraspeó—. Creemos que..., ¡podrían ser vampiros!

Se hizo una pausa. Anton oyó cómo Rüdiger a su lado inspiraba y espiraba con un silbido.

Luego la doctora Dósig dijo:

—¿Vampiros? —Su voz sonó más bien divertida—. Pero eso es una superstición completamente trasnochada.

—Eso también creíamos nosotros hasta ahora —dijo la madre de Anton—. ¡Pero véalo usted misma!

—Ahora le enseñará la foto —le susurró Anton al pequeño vampiro.

—¡No veo nada de particular! —declaró la doctora Dósig.

—¡El libro! —la ayudó la madre de Anton.

—¡Es cierto! Parece estar flotando en el aire. Qué raro...

—Pero no está flotando en el aire —dijo el padre de Anton—. Lo tiene en la mano una niña pequeña.

—¿Y dónde está la niña?

—Eso es exactamente lo que nos preguntamos también nosotros —dijo el padre—. Yo lo único que sé es que ella estaba junto a Anton cuando hice la foto... y ella tenía el libro en la mano.

—Muy extraño, realmente...

La doctora Dósig —estimó Anton— parecía ahora bastante confundida.

—Pero alguna explicación racional tiene que haber.

Aquella era la voz del señor Dosig.

—¿Qué? ¿Acaso eso quiere decir que los vampiros somos irracionales? —gruñó el pequeño vampiro.

—Quizá haya ocurrido al revelar la foto —dijo la doctora Dosig.

—No —dijo el padre de Anton—. Eso ya lo hemos comprobado nosotros. En el negativo tampoco está.

—¿Y qué tiene que ver Anton con eso? —quiso saber la doctora Dósig.

El padre de Anton vaciló.

—Suponiendo que esos amigos de él sean realmente vampiros..., entonces tenemos que temer también que a Anton le hayan...

No siguió hablando..., dando por supuesto que la doctora Dosig ya le había entendido. Pero al parecer era lenta de entendederas.

—¿Qué es lo que han..., a Anton? —preguntó—. No comprendo.

Anton se rió entre dientes en voz baja.

—La doctora Dosig se lo está poniendo bastante difícil.

—Bueno, pues... —empezó a decir la madre de Anton.

Se notaba por su voz que se sentía muy incómoda.

—Pensamos que quizá le hayan... chupado sangre.

—¿Chupado sangre? —repitió incrédula la doctora Dósig—. Pero...

Luego se rió.

—No, eso sería una locura.

—Eso también lo hubiéramos dicho nosotros hace dos días —declaró el padre de Anton—. Pero esta foto nos ha vuelto desconfiados. Ahora nos preguntamos si no hemos sido en el pasado excesivamente indolentes.

—¿Qué quiere usted decir con eso?

—Los amigos de Anton... no nos gustaron desde el principio.

—¡El gusto es mío! —gruñó el vampiro.

—...y ese tema de los vampiros que a Anton tanto le gusta. Nunca lo tomamos en serio. Probablemente hubiéramos debido pensar más en ello.

—¿Y ustedes creen realmente que existen los vampiros?

—Sea como sea estamos preocupados por Anton —contestó la madre eludiendo la pregunta.

—Lo comprendo —dijo la doctora Dósig.

Tras un breve silencio dijo:

—Podría hacerle un cuadro sanguíneo.

—¿Qué? —saltó Anton.

El pequeño vampiro le tapó enseguida la boca con su huesuda mano.

—¡Idiota! —siseó.

—Un cuadro sanguíneo; es una buena idea —afirmó la madre de Anton.

—¡Pero yo no quiero que me saquen sangre! —dijo Anton haciendo rechinar los dientes.

—¿No? —sonrió irónicamente el vampiro—. ¿Tampoco si lo hago yo?

—¡Eh, déjame!

Anton intentó apartar de sí al vampiro.

—¿Es que ya no te gusto? —preguntó el pequeño vampiro acercándose al cuello de Anton.

—¡Que grito! —amenazó Anton.

—Aguafiestas.

El vampiro se apartó con gesto ofendido.

—¿Y cuándo tenemos que venir a la extracción de sangre?

Aquella era la voz de la madre de Anton.

—Sobre todo tenemos —dijo furioso Anton.

Oyó cómo la doctora Dósig contestaba que el lunes a las siete y media.

Luego continuó en tono de cháchara:

—-¡O sea, que el año que viene quieren ustedes ir al Mar del Norte! ¿Han elegido ya un lugar concreto?

—No —dijo el padre de Anton—. ¿Puede usted recomendarnos alguno?

—... etcétera, etcétera, etcétera... —graznó el vampiro—. Ya es demasiado para mí. ¡Vamonos volando!

—¿A ver a Anna? —preguntó alegre Anton.

—Si no queda otro remedio...

Con el mayor sigilo se subieron a la barandilla del balcón y sin que nadie los viera echaron a volar.

Voces en la noche

Poco antes de que alcanzaran el viejo muro del cementerio el pequeño vampiro dijo de repente:

—Me lo he pensado mejor... ¡Yo no voy!

—¿Qué? —gritó Anton—. ¿Es que me vas a dejar en la estacada?

—Dejarte en la estacada... ¡Ya estás exagerando otra vez! —dijo desabrido el vampiro—. Lo único que pasa es que no quiero ir de carabina.

—Sabes muy bien que hasta ahora yo nunca he estado solo en la cripta —exclamó Anton.

—Alguna vez tiene que ser la primera —repuso el vampiro marchándose de allí.

—¡Traidor! —gritó colérico Anton, y aterrizó sobre la alta hierba de detrás del muro del cementerio.

Con un escalofrío levantó la vista hacia el alto abeto bajo el cual se encontraba el agujero de entrada a la cripta. ¿Iba realmente a atreverse a correr la losa y dejarse deslizar hasta dentro?

Pensó en Anna. ¡Qué sola tenía que estar allí abajo, abandonada por todos los vampiros, que sólo se preocupaban de sus necesidades!... Igual que Rüdiger. ¿Acaso habrían empeorado los dolores de cabeza y los trastornos de la vista de Anna?

Anton sintió un pinchazo ante esta idea. Le gustaría tanto decirle lo mucho que sentía aquello...

¡Si no fuera tan peligroso!

El cementerio estaba lleno de extraños e inquietantes ruidos, y Anton no poseía la aguda vista de los vampiros, ni sus sensibles oídos, ni estaba tan familiarizado con las voces de la noche.

Oyó chasquidos, murmullos, crujidos, susurros… y no sabía quién o qué producía aquellos ruidos.

Y en caso de que llegara sano y salvo abajo..., ¿conseguiría volver a subir? Solo seguro que no, y posiblemente Anna estaba demasiado débil para ayudarle.

Mientras aún estaba allí indeciso llegaron de repente voces hasta sus oídos.

Anton tuvo la sensación de que se quedaba petrificado. Sólo había dos posibilidades: o eran vampiros..., o Geiermeier, el guardián del cementerio, y su ayudante Schnuppermaul.

Su primera idea fue salir corriendo. Pero luego se dijo que con eso lo único que haría sería llamar la atención. Y en caso de que fueran vampiros no les costaría ningún trabajo alcanzarle.

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