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Authors: Angela Sommer-Bodenburg

Tags: #Infantil

El pequeño vampiro en peligro (2 page)

BOOK: El pequeño vampiro en peligro
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La foto

Cuando Antón apareció para desayunar el sábado por la mañana notó enseguida que pasaba algo malo. A primera vista todo parecía estar como siempre: la mesa puesta con los panecillos frescos, la música de la radio, y sin embargo...

Se sentó, empezó a untar un panecillo y esperó.

No tuvo que esperar demasiado; su padre carraspeó y luego dijo:

—Anton, tenemos que hablar contigo.

—¿Conmigo? —dijo Anton, y fue a servirse leche con marcada indiferencia. Pero, naturalmente, su mano tembló y tiró la mitad fuera.

—¿Es que no puedes poner atención? —preguntó indignada su madre.

Anton cogió un paño.

—Bueno... —empezó de nuevo su padre—. Se trata de esos extraños amigos tuyos.

—¿Qué amigos? —se hizo el ignorante Anton.

—¡Anna y Rüdiger!

La cara de Anton se puso ligeramente colorada..., como siempre que se hablaba de sus mejores amigos: el pequeño vampiro, Rüdiger von Schlotterstein, y su hermana Anna.

—¿Y qué pasa con ellos?

—¡Mira!

Su padre sacó del bolsillo interior de su chaqueta una funda roja alargada: una funda de fotos.

—Bueno, ¿y qué? —inquirió Anton encogiéndose de hombros.

¡Qué le importaban a él las fotos de sus padres!

—Tú mira dentro —dijo su madre con voz dura.

—Si vosotros lo decís...

Anton sacó de la funda un montón de fotos y las miró de mala gana. Las primeras fotos eran exactamente como él había esperado: aburridas vistas de casas, árboles, nubes...

Pero después... ¡Anton se quedó de piedra!

Era la foto que su padre les había hecho a Anna y a él el pasado sábado. Anton reconoció el confetti encima de la alfombra, los floreros volcados, el sofá revuelto..., lo único que no veía era a Anna. ¡No salía en la foto a pesar de que estaba junto a Anton cuando la tomaron!

Se acordaba como si lo estuviera viendo de cómo la deslumbrante luz del flash la había asustado y, pegando un grito, se había tapado la cara con las manos.

Mientras observaba atónito la foto le oyó decir a su padre:

—¡Bueno, y ahora me gustaría saber qué es lo que tienes que decir a esto!

—¿A qué? —preguntó Anton.

Su padre contestó excitado:

—Sé muy bien que os hice la foto a los dos. Entonces, ¿por qué no sale Anna en la foto?

—¿Y porqué me lo preguntas a mí? —tartamudeó Anton.

—Porque son tus amigos —exclamó su madre—. Esos... ¡vampiros!

Era la primera vez que ella no usaba la palabra «vampiro» de forma burlona y despectiva. Ahora, de repente, sonó seria, amenazante..., como si ella creyera en vampiros.

Anton estaba demasiado confuso como para poder decir algo. El sabía que los vampiros no se reflejan en el espejo..., pero no tenía ni idea de que tampoco se les pudiera sacar en una foto.

—Yo..., probablemente no la encuadraste correctamente a ella dentro del visor —murmuró.

—¿Que no la encuadré en el visor? —repitió su padre indignado—. ¡Tú mira bien la foto!

Anton lo hizo... y entonces descubrió algo increíble: un libro parecía estar flotando en el aire. Anton giró la foto para poder leer el título del libro. Era Romeo y Julieta, el libro que Anna había leído el sábado.

Flotaba exactamente donde debería estar la mano de Anna..., sólo que ¡no se veía la mano!

Increíble..., ¡pero Anton tenía la prueba delante de los ojos!

Notó cómo le observaban sus padres.

Algo tenía que decir... pero, ¿qué?

—El libro... —empezó—, parece como si estuviera cayendo en ese momento.

—No. —Su madre sacudió enérgicamente la cabeza-—. Parece como si alguien estuviera sujetando el libro.

Con tanta sangre fría como le fue posible dijo:

—¿Cómo puede ser eso? La persona tendría que ser transparente.

—¡...o un vampiro! —completó su madre mirándole fijamente—. Los vampiros no se reflejan en los espejos, ¿no es cierto?

—Puede ser.

—Y quien no se refleja en un espejo tampoco puede ser fotografiado.

—Pensaba que tú no creías en los vampiros —observó Anton.

—Hasta ahora no; pero desde que he visto la foto...

Tras una pausa añadió:

—Esta noche papá y yo estamos invitados por la doctora Dosig
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. Ya le contaremos a ella el asunto.

—¿Qué asunto? —preguntó incómodo Anton.

—Tus relaciones con esos... —titubeó buscando una expresión adecuada—-, con esos... ¡personajes!

A Anton le entraron escalofríos. Poco a poco las cosas parecían empezar a oler a chamusquina..., ¡para él, para el pequeño vampiro y para Anna!

Tímidamente objetó:

—¿Y eso por qué?... ¿Qué tiene que ver la doctora Dosig con eso?

—-¡Déjalo de nuestra cuenta! —repuso fríamente su madre, y el padre de Anton completó:

—Mañana temprano nos volveremos a ver.

Anton apretó los labios y se calló.

¿Qué otra cosa podía hacer?

Lo único que podía hacer era esperar y tener esperanza: ¡esperar a ver qué decía la doctora Dosig y tener esperanza en que aquella noche fuera a verle el pequeño vampiro!

Señales acústicas desde el más allá

Después de que sus padres se fueran Anton estuvo esperando ante la ventana abierta.

Soplaba un viento fresco y Anton cruzó los brazos tiritando. No podría estar allí mucho tiempo...

Eran poco más de las ocho y en muchas casas había luz encendida. Ahora la mayoría de la gente estaba sentada delante de la televisión. ¡Para Rüdiger un momento propicio para volar hasta allí sin que le vieran!

Anton forzó los ojos..., pero no descubrió en ningún sitio al pequeño vampiro. Tenía ya tanto frío que estaba temblando.

Fue a su armario y se puso un grueso jersey de lana.

Cuando regresó vio una sombra en el ángulo exterior de la ventana... y luego resonó una carcajada ronca.

¡Así sólo se reía uno!

—¡Rüdiger! —exclamó alegre Anton.

—Buenas noches, Anton —contestó el pequeño vampiro colándose en la habitación.

Miró hacia la puerta y preguntó desconfiado:

—¿Están tus padres?

—No. Se han marchado.

—¿Al cine?

—No.

—¿Al teatro?

Anton sacudió negativamente la cabeza.

—Ah, ya... ¡A bailar! —dijo el vampiro con una irónica sonrisa de experto.

—Ojalá —dijo sombrío Anton.

—¿Y eso por qué? ¿Dónde están entonces? —preguntó el vampiro ya escamado.

Anton suspiró.

—En casa de la doctora Dosig. Han ido a hablar de vampiros.

—¿Qué? —gritó el pequeño vampiro.

—Sí. La maldita foto tiene la culpa.

—¿Qué foto?

—La que nos hizo el sábado pasado mi padre a Anna y a mí. Anna no sale en la foto..., sólo el libro que tenía en la mano.

—¡Maldita sea! ¡Ella tenía que haberlo sabido! —dijo el vampiro silbando bajo entre los dientes—. Nuestros padres nos recomendaron encarecidamente que no dejáramos que nos fotografiaran.

—Anna tampoco quería —la defendió Anton—. Pero mi padre disparó sin más ni más.

—¿No sería con flash?

Anton asintió.

—¡Vaya! —exclamó el vampiro caminando a grandes pasos por la habitación de aquí para allá. Su cara parecía tensa y muy preocupada.

—Ahora comprendo de dónde viene la misteriosa enfermedad de Anna.

—¿Anna está enferma? —preguntó desconcertado Anton.

El vampiro le echó una mirada sombría.

—Está en el ataúd desde hace una semana. Tiene terribles dolores de cabeza y cuando se pone de pie le dan mareos. Y no puede mirar como es debido...; se le desvanece todo delante de los ojos.

Consternado, Anton se tapó la boca con la mano. Anna se encontraba mal por culpa de él... ¡Sólo porque el sábado anterior ella quiso quedarse con él cuando volvieron sus padres de improviso!

—¿No se la puede ayudar? —preguntó.

El vampiro se encogió, desvalido, de hombros.

—¿Y cómo?

Se hizo una pausa.

—¿Te has traído la segunda capa? —preguntó luego Anton.

El vampiro asintió y sacó una agujereada capa de vampiro de debajo de la suya.

—Toma. Pensaba que aún podíamos hacer alguna cosa.

—No, gracias —dijo Anton—. Prefiero ir a ver a Anna. Quizá pueda hacer algo por ella.

—¿Tú? —dijo el vampiro mirando con una sonrisa irónica el cuello de Anton y pasándose al mismo tiempo lentamente la punta de la lengua por sus afilados colmillos—. Sí, ¿por qué no?

Anton se subió apresuradamente el cuello de su jersey.

—No quería decir eso —dijo—. Además: Anna bebe todavía leche, ¿no?

—Sólo en casos de necesidad —respondió el vampiro con voz ronca.

—Y éste es un caso de necesidad —declaró decididamente Anton.

Se puso de pie y fue a la cocina.

En la nevera encontró una caja de leche abierta y otra entera. Anton cogió la que estaba entera, la metió en una bolsa de plástico y volvió a donde estaba Rüdiger.

El vampiro permanecía sentado en la cama de Anton hojeando un libro. Era
Señales acústicas desde el más allá
, que Anton se había comprado hacía un par de días y estaba leyendo por las noches antes de dormirse.

—¿Está bien? ¿Me lo puedo llevar? —preguntó el vampiro haciendo ya intención de guard arse el libro debajo de su capa.

Anton sabía por experiencia que era bastante dudoso que volviera a recuperar el libro. Por eso dijo alargando las palabras:

—¿Emocionante? No, más bien pesado y aburrido.

—¿Pesado? ¿Aburrido? —graznó el vampiro arrojando el libro con repugnancia.

Dio un golpe contra el ropero y cayó sobre la alfombra.

—¡Tenían que prohibir los libros aburridos!

—Sí... —-dijo Anton agachándose rápidamente a recoger el libro para que el pequeño vampiro no pudiera ver su cara de satisfacción.

—¿Y por qué lees tú estos libros? —investigó el vampiro.

—¿Por qué? —repitió Anton dejando nuevamente en el armario con sumo cuidado el libro, que tan sólo había sufrido un pequeño hundimiento. Entretanto pensó qué era lo que iba a contestar.

—Porque quiero hacer algo por mi educación —dijo después, y con un tono de maestro superior de primera enseñanza añadió—: No todos los libros tienen que ser emocionantes.

—¡Bah, educación! —bufó despectivamente el vampiro.

Se levantó de la cama de un salto y empezó a sacudir sus delgados brazos y piernas como si se le hubieran dormido.

—¿Nos vamos ya de una vez? —gruñó.

—Por mí... —dijo Anton poniéndose la capa de vampiro.

—¿Y esa bolsa? —preguntó el pequeño vampiro señalando con una inclinación de cabeza la bolsa de plástico.

—Dentro hay leche. Para Anna.

—¿Y cómo vas a volar con eso?

—¿Volar?

¡Anton no había pensado en absoluto en eso!

—¿Lo ves? Si no me tuvieras a mí...—dijo el vampiro con voz suave—. Sin mí te hubieras estrellado.

Anton miró angustiado el abismo que había a sus pies.

—Pero puedes darme a mí la bolsa —dijo con arrogancia el vampiro.

Cogió la bolsa y se elevó hacia el exterior en la noche.

Anton se quedó sentado en el alféizar de la ventana y vio cómo el pequeño vampiro intentaba sin éxito mantener el equilibrio. Después de unas cuantas sacudidas de los brazos tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia en el castaño.

—¡Fanfarrón! —se rió entre dientes Anton.

Extendió los brazos por debajo de la capa y salió volando tras él.

Sed

Justo en el momento que llegó al árbol el vampiro estaba abriendo la caja de leche con sus enjutos dedos.

—¡Eh! ¿Qué estás haciendo? —exclamó indignado Anton.

—Tengo sed —contestó el vampiro con voz sepulcral—; sólo por eso he aterrizado aquí, en el árbol.

—¡Pero la leche es para Anna!

Sin prestar atención a la objeción de Anton el vampiro se llevó la caja a la boca. Pero sólo tomó un pequeño sorbo; luego arrojó la caja de leche con un ronco «¡bah!».

Anton vio cómo chocaba abajo contra el césped y reventaba.

—¡Eso es una canallada! —dijo colérico—. Sabías perfectamente que a ti no te gusta la leche.

—Ah, ¿sí? —dijo hipócritamente el vampiro—. ¿Y entonces por qué la iba a haber abierto?

—¿Por qué? Porque necesitabas un pretexto para deshacerte de ella. ¡Tú lo que no querías era admitir que no te has estrellado por un pelo!

Por la reacción del vampiro Anton se dio cuenta de que con su observación había dado en el clavo: una tímida sonrisa irónica se deslizó hasta su rostro.

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