El poder del perro (34 page)

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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El poder del perro
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De todos modos, se queda sorprendido cuando le lleva a su apartamento y le conduce sin más preámbulos al dormitorio. Se quita el jersey por encima de la cabeza y se sacude el pelo, después se desabrocha el sujetador. Luego se quita los zapatos, los vaqueros y se mete bajo las sábanas.

—Aún llevas puestos los calcetines —dice Callan.

—Tengo los pies helados —dice ella—. ¿Vienes?

Callan se quita la ropa, salvo los calzoncillos, de los cuales se desprende cuando está bajo las sábanas. Ella le guía hacia su interior. Se corre enseguida, y cuando él está a punto de hacerlo intenta salir, pero ella le inmoviliza con las piernas para impedirlo.

—No pasa nada. Tomo la píldora. Quiero que te corras dentro de mí.

Entonces menea las caderas, y asunto concluido.

Por la mañana se va a confesar. Si no, le explica, no podrá tomar la comunión el domingo.

—¿Vas a confesar lo que hemos hecho? —pregunta él.

—Por supuesto.

—¿Vas a prometer que no lo volverás a hacer? —pregunta él, temeroso de que la respuesta sea sí.

—No puedo mentirle a un cura —dice ella.

Se marcha. Callan vuelve a dormirse. Despierta cuando nota que ella ha vuelto a la cama con él. Pero cuando extiende la mano, ella le rechaza, le dice que tendrá que esperar hasta la misa de mañana, porque tiene que tener el alma pura para tomar la comunión.

Chicas católicas, piensa Callan.

La lleva a la misa de medianoche.

Al cabo de poco, pasan juntos casi todo el tiempo.

Demasiado tiempo, según O-Bop.

Después se van a vivir juntos. La actriz a la que Siobhan ha estado sustituyendo vuelve de su gira, y Siobhan tiene que encontrar un sitio donde vivir, lo cual no es fácil en Nueva York con lo que gana una camarera, de modo que Callan sugiere que se vaya a vivir con él.

—No sé —dice ella—. Es un paso muy importante.

—De todos modos, dormimos juntos casi todas las noches.

—«Casi» es la palabra clave.

—Acabarás viviendo en Brooklyn.

—Brooklyn está bien.

—Está bien, pero el trayecto en metro es muy largo.

—Deseas de verdad que me vaya a vivir contigo.

—Deseo de verdad que te vengas a vivir conmigo.

El problema es que su casa es un agujero de mierda. Un tercer piso sin ascensor en la Cuarenta y siete con la Once. Una habitación y un baño. Tiene una cama, una silla, una tele, un horno que nunca ha encendido y un microondas.

—¿Cuánto dinero ganas? —pregunta Peaches—. ¿Y vives así?

—Es todo lo que necesito.

Pero ahora no, así que empieza a buscar otro sitio.

Está pensando en el Upper West Side.

A O-Bop no le gusta.

—Quedaría mal que te fueras del barrio —dice.

—Aquí ya no hay sitios buenos —dice Callan—. Todo está alquilado.

Resulta que no es verdad. O-Bop hace correr la voz entre algunos administradores de fincas, se devuelven algunas entradas y cuatro o cinco bonitos apartamentos quedan libres para que Callan elija. Escoge un lugar en la Quince con la Doce, con un pequeño balcón y vistas al Hudson.

Siobhan y él empiezan a adecentar la casa.

Ella compra cosas, mantas y sábanas y almohadas y toallas y toda esa mierda femenina para el cuarto de baño. Y ollas y sartenes y platos y paños de cocina y toda esa mierda que al principio le alucinan, pero luego empiezan a gustarle.

—Podríamos comer más en casa —dice ella—, y ahorrar mucho dinero.

—¿Comer más en casa? —pregunta él—. Nunca comemos en casa.

—A eso me refiero —dice ella—. Gastamos una fortuna que podríamos ahorrar.

—¿Para qué?

No lo entiende.

Peaches se lo aclara.

—Los hombres viven en el ahora. Come ahora, bebe ahora, echa un polvo ahora. No pensamos en la siguiente comida, en la siguiente copa, en el siguiente polvo: somos felices ahora. La mujer siempre está construyendo el nido. Todo lo que hace en realidad es recoger ramitas, hojas y mierda para el nido. Y el nido no es para ti,
paisan
. El nido ni siquiera es para ella. El nido es para el
bambino
.

Siobhan empieza a cocinar más, y a Callan no le gusta al principio (echa de menos las multitudes, el ruido y la cháchara), pero después se va acostumbrando. Le gusta el silencio, le gusta mirarla mientras come y lee el periódico, le gusta secar los platos.

—¿Por qué coño secas los platos? —pregunta O-Bop—. Cómprate un lavavajillas.

—Son caros.

—No —contesta O-Bop—. Vas a Handrigan's, eliges un lavavajillas, lo descargan del camión y Handrigan consigue el seguro.

—Secaré los platos.

Pero una semana después, O-Bop y él han salido para ocuparse de sus negocios y Siobhan está en casa, cuando suena el interfono y dos tipos suben con un lavavajillas.

—¿Qué es esto? —pregunta Siobhan.

—Un lavavajillas.

—Nosotros no hemos pedido un lavavajillas.

—Escuche —dice uno de los tipos—, hemos subido este trasto hasta aquí, y no vamos a bajarlo. Además, no pienso decirle a O-Bop que no he hecho lo que me dijo que hiciera, de manera que sea buena chica y déjenos enchufarle el lavavajillas, ¿vale?

Ella les deja, pero es un motivo de discusión cuando Callan vuelve a casa.

—¿Qué es esto? —pregunta Siobhan.

—Un lavavajillas.

—Sé lo que es. Te estoy preguntando qué coño es.

Le voy a dar una paliza al cabrón de Stevie, eso es lo que es, piensa Callan.

—Un regalo de estreno de casa —dice en cambio.

—Es un regalo de estreno de casa muy generoso.

—O-Bop es un tipo generoso.

—Es robado, ¿verdad?

—Depende de lo que quieras decir con robado.

—Lo devolveremos.

—Eso sería complicado.

—¿Qué tiene de complicado?

No quiere explicar que Handrigan ya habrá presentado una reclamación por él, y por tres o cuatro más iguales, que ha vendido a mitad de precio para estafar a la aseguradora.

—Es complicado, punto —dice.

—No soy estúpida, ¿sabes?

Nadie le ha dicho nada, pero lo capta. Solo por vivir en el barrio (ir a la tienda, ir a la tintorería, tratar con el instalador del cable, el fontanero), nota la deferencia con que la tratan. Son pequeñas cosas: un par de peras de propina tiradas en la cesta, la ropa lista mañana en lugar de pasado, la cortesía insólita del taxista, del hombre del quiosco, de los obreros de la construcción que no ríen ni le dedican improperios.

—Me fui de Belfast porque estaba harta de gángsters —le dice por la noche en la cama.

Callan sabe a qué se refiere. Los provos se han convertido en poco más que matones, controlan en Belfast casi todo lo que... casi todo lo que O-Bop y él controlan en la Cocina. Sabe lo que le está diciendo. Callan quiere suplicarle que se quede.

—Estoy intentando salirme —dice en cambio.

—Salte, punto.

—No es tan sencillo, Siobhan.

—Es complicado.

—Exacto.

El antiguo mito de marcharse por el morro es solo eso, un mito. Puedes irte, pero es complicado. No puedes hacerlo por las buenas. Hay que hacerlo poco a poco, de lo contrario despiertas suspicacias peligrosas.

¿Y qué hará?, piensa.

¿Para ganar dinero?

No ha ahorrado mucho. Es la queja sempiterna de los hombres de negocios: entra mucho dinero, pero también sale mucho. La gente no lo entiende. Hay la parte de Calabrese y la parte de Peaches, para empezar. Después los sobornos, para dirigentes sindicales, para polis. Después hay que ocuparse de la banda. Después O-Bop y él se quedan el resto, que todavía es mucho, pero no tanto como parece. Y ahora tienen que colaborar en el fondo para la defensa de Big Peaches... Bien, no hay suficiente aún para retirarse, ni siquiera para abrir un negocio legal.

Y, en cualquier caso, se pregunta, ¿qué hará? ¿Para qué coño estoy cualificado? Solo entiendo de extorsionar, emplear mano dura y, reconozcámoslo, liquidar tipos.

—¿Qué quieres que haga, Siobhan?

—Lo que sea.

—¿Qué? ¿Camarero? No me veo con una servilleta en el brazo.

Un largo silencio en la oscuridad.

—En ese caso, supongo que yo no me veo contigo.

Callan se levanta a la mañana siguiente, ella está sentada a la mesa bebiendo té y fumando un cigarrillo (ya puedes sacarla de Irlanda, pero... piensa él). Callan se sienta al otro lado de la mesa.

—No puedo salirme así como así. Ese no es el método. Necesito un poco de tiempo.

Siobhan va al grano, una de las cosas que más le gustan de ella.

—¿Cuánto tiempo?

—Un año, no sé.

—Eso es demasiado.

—Pero podría necesitar ese tiempo.

Ella asiente varias veces.

—Siempre que vayas hacia la puerta de salida.

—De acuerdo.

—Sin vacilar hacia la puerta, quiero decir.

—Sí, ya lo he entendido.

Dos meses después, está intentando explicárselo a O-Bop.

—Escucha, todo esto es una mierda. Ni siquiera sé cómo empezó. Estoy sentado una tarde en un bar, entra Eddie Friel y todo se nos va de las manos. No te echo la culpa, no le echo la culpa a nadie, solo sé que esto tiene que terminar. Me largo.

Como para poner punto final, mete todas sus armas en una bolsa de papel marrón y la tira al río. Después vuelve a casa para hablar con Siobhan.

—Estoy pensando en la carpintería —dice—. Escaparates, apartamentos, cosas así. Tal vez, a la larga, podría construir armarios, mesas y todo eso. Estaba pensando en ir a hablar con Patrick McGuigan, a lo mejor me aceptaría como aprendiz sin pagarme. Tenemos suficiente dinero ahorrado para aguantar hasta que consiga un trabajo de verdad.

—Suena como un plan.

—Seremos pobres.

—Yo he sido pobre —dice ella—. Ya estoy acostumbrada.

A la mañana siguiente, va al loft de McGuigan, en la Once con la Cuarenta y ocho.

Fueron juntos al Sagrado Corazón y hablan unos minutos del instituto, y de hockey unos minutos más, y después Callan pregunta si puede ir a trabajar para él.

—Me estás tomando el pelo, ¿verdad? —dice McGuigan.

—No, hablo en serio.

Muy en serio: Callan trabaja como una madre primeriza.

Aparece a las siete en punto cada mañana con una fiambrera en la mano y una actitud de fiambrera en la cabeza. McGuigan no sabía qué esperar, pero lo que no esperaba era que Callan fuera una persona muy trabajadora. Imaginaba que era un borracho o un colgado, pero no el ciudadano que entra por la puerta puntual cada mañana.

No, el tipo ha venido a trabajar, y a aprender.

Callan descubre que le gusta trabajar con las manos.

Al principio es un manazas (se siente como un idiota, un gilipollas), pero después empieza a mejorar. Y McGuigan, una vez comprobado que Callan va en serio, tiene paciencia. Dedica tiempo a enseñarle cosas, le da pequeños trabajos para que la cague, hasta que llega el momento en que puede hacerlos sin cagarla.

Callan vuelve a casa cada noche cansado.

Al final del día está agotado (le duelen los brazos, todo), pero mentalmente se siente bien. Está relajado, no le preocupa nada. No ha hecho nada durante el día que vaya a causarle pesadillas por la noche.

Deja de frecuentar los bares y pubs en los que O-Bop y él pasaban las horas. Ya no va al Liffey ni al Landmark. Casi todos los días vuelve a casa, Siobhan y él toman una cena rápida, ven un poco la tele y se van a la cama.

Un día O-Bop aparece en el estudio de carpintería.

Se queda en la puerta, con aspecto de estúpido un momento, pero Callan ni siquiera le mira, sino que presta atención al trabajo de lijamiento, y entonces O-Bop da media vuelta y se va, y McGuigan piensa que tal vez debería decir algo, pero no se le ocurre nada que decir. Es como si Callan se hubiera ocupado de ello, punto, y ahora McGuigan ya no tiene que preocuparse de que vengan los chicos del West Side.

Pero después de trabajar, Callan va a buscar a O-Bop. Le encuentra en la esquina de la Once con la Cuarenta y tres, y pasean hasta el puerto juntos.

—Que te den por el culo —dice O-Bop—. ¿Por qué te has comportado de esa manera?

—Es mi forma de decirte que mi trabajo es mi trabajo.

—¿Ya no puedo ir a saludarte?

—Cuando estoy trabajando no.

—¿Ya no somos amigos? —pregunta O-Bop.

—Somos amigos.

—No sé —dice O-Bop—. Ya no apareces, nadie te ve. Podrías venir a tomar una pinta de vez en cuando.

—Ya no pierdo el tiempo en los bares.

O-Bop ríe.

—Te estás convirtiendo en un puto boy scout, ¿eh?

—Ríete si quieres.

—Sí, ya lo creo.

Se quedan mirando el río. La noche es fría. El agua se ve negra y dura.

—Sí, vale, no me hagas favores —dice O-Bop—. Ya no eres nada divertido, desde que te has convertido en un héroe de la clase obrera. Es que la gente pregunta por ti.

—¿Quién pregunta por mí?

—Gente.

—¿Peaches?

—Escucha —dice O-Bop—, la cosa está muy tensa, hay mucha presión. La gente está nerviosa por si a otra gente se le ocurre hablar con los jurados de acusación.

—Yo no he hablado con nadie.

—Ya, bueno, sigue así.

Callan agarra a Stevie por las solapas de la chaqueta verde guisante.

—¿Me estás amenazando, Stevie?

—No.

La insinuación de un gemido.

—Porque ni se te ocurra amenazarme, Stevie.

—Solo estaba diciendo... ya sabes.

Callan le suelta.

—Sí, lo sé.

Lo sabe.

Es mucho más difícil salir que entrar. Pero lo está consiguiendo, se está marchando, y cada día aumenta más la distancia. Cada día se acerca más a esa vida nueva, y le gusta la vida nueva. Le gusta levantarse para ir a trabajar, trabajar con ahínco y después volver a casa con Siobhan. Cenar, acostarse temprano, levantarse y volver a repetir la rutina.

Siobhan y él se llevan de maravilla. Hasta hablan de casarse.

Entonces Neill Demonte muere.

—Tengo que ir al funeral —dice Callan.

—¿Por qué? —pregunta Siobhan.

—Por respeto.

—¿A un gángster?

Está cabreada. Está enfadada y asustada. De que Callan vuelva al redil. Porque está luchando contra los antiguos demonios de su vida, y ahora da la impresión de que está a punto de rendirse a ellos de nuevo, después de haberse esforzado tanto por alejarse.

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