—Con una prima.
Entrega la maleta con los cinco millones a Adán.
—¿Dónde está Pilar? —pregunta Adán.
—Camino de casa —dice Fabián con una sonrisa torcida que pone la carne de gallina a Adán.
—¿Se ha ido sin sus hijos? —pregunta—. ¿Qué están haciendo aquí? ¿Qué...?
—Solo estoy siguiendo las instrucciones de Raúl —dice Fabián—. Adán...
Señala al otro lado del puente, por donde se está acercando poco a poco un Land Rover negro.
—Espera aquí —dice Adán. Coge la maleta y empieza a cruzar el puente.
—¿Es aquí donde nos encontraremos con mamá? —oye Fabián que pregunta la niña.
—Sí —contesta.
—¿Dónde está? ¿Está con esa gente? —pregunta Claudia, y señala el coche que hay al otro lado del puente, del cual están bajando los Orejuela.
—Creo que sí —dice Fabián.
—¡Quiero ir allí!
—Tendrás que esperar unos minutos —dice Fabián.
—¡Quiero ir ahora!
—Antes tenemos que hablar con esos hombres.
Adán camina hacia el centro del puente, tal como habían acordado. Siente las piernas rígidas a causa del miedo. Si hay un francotirador en las colinas, soy hombre muerto, se dice. Pero podrían haberme matado en cualquier momento desde que llegué a Colombia, así que querrán oír lo que voy a decirles.
Llega a la mitad del puente y espera, mientras los Orejuela se acercan. Dos hermanos, Manuel y Gilberto, bajos, morenos y achaparrados. Se estrechan la mano.
—¿Hablamos de negocios? —pregunta Adán.
—Para eso hemos venido —contesta Gilberto.
—Vosotros habéis pedido este encuentro —añade Manuel.
Con brusquedad, piensa Adán. Con rudeza. Y le da igual. Por lo visto, la dinámica será que Gilberto se incline por el pacto y Manuel se resista. Muy bien. Empecemos.
—Voy a sacar a nuestro
pasador
de la Federación —dice Adán—. No obstante, quiero asegurarme de que nuestras relaciones con Colombia continuarán.
—Nuestra relación es con Abrego —dice Manuel—, y con la Federación.
—Muy bien —dice Adán—, pero por cada kilo de vuestra cocaína que la Federación maneja, maneja cinco kilos de Medellín.
Se da cuenta de que ha tocado un punto débil, sobre todo en Gilberto. Los hermanos están celosos de sus rivales más poderosos de Medellín, y son ambiciosos. Ahora que la DEA norteamericana está machacando el cártel de Medellín y sus sucursales de Florida, se presenta una oportunidad para los Orejuela de dar un paso adelante.
—¿Nos estás ofreciendo un acuerdo en exclusiva? —pregunta Gilberto.
—Si dejáis que me ocupe de vuestra cocaína —dice Adán—, solo comerciaríamos con producto de Cali.
—La oferta es muy generosa —dice Manuel—, pero a don Abrego le sabría mal que os mantuviéramos en el negocio, y nos negaría el suyo.
Pero Gilberto está buscando una respuesta a eso, piensa Adán. Se siente tentado.
—Don Abrego es el pasado... Nosotros somos el futuro —dice Adán.
—Cuesta creerlo —dice Manuel—, cuando el jefe de vuestro
pasador
está en la cárcel. Da la impresión de que los poderes fácticos de México creen que Abrego es su futuro. Y después de él... Méndez.
—Derrotaremos a Méndez.
—¿Por qué estás tan convencido? —pregunta Manuel—. Tendréis que luchar contra Méndez, y Abrego apoyará a Méndez, al igual que los otros
pasadores
. Y los
federales
. No te ofendas, Adán Barrera, pero la verdad es que creo estar mirando a un hombre muerto, ofreciéndome la exclusiva de dejar de trabajar con los vivos para trabajar con los muertos. ¿Cuánta cocaína podrás manejar desde la tumba?
—Nosotros somos el
pasador
de los Barrera —dice Adán—. Ya hemos ganado antes, y volveremos a...
—No —dice Manuel—. Perdóname de nuevo, pero vosotros ya no sois el
pasador
de los Barrera. Tu tío, estoy de acuerdo, habría podido vencer a Abrego, a Méndez y a todo el gobierno mexicano, pero tú no eres tu tío. Eres muy inteligente, pero el cerebro solo no es suficiente. ¿Hasta qué punto eres duro? Te diré la verdad, Adán: me pareces blando. No me pareces un hombre lo bastante duro para cumplir lo que dices, lo que tendrás que hacer.
Adán asiente, y después pide permiso para abrir la maleta que tiene a los pies. Recibe el permiso, se inclina, la abre y enseña el dinero que hay dentro.
—Cinco millones del dinero de Güero Méndez. Le dimos por el culo a su mujer y la obligamos a darnos el dinero. Bien, si todavía creéis que no podemos vencerle, tomad este dinero, matadme a tiros, arrojad mi cuerpo por el puente y seguid recibiendo vuestra limosna de la Federación. Si decidís que podemos derrotar a Méndez, aceptad este dinero como un gesto de buena voluntad y un adelanto de los muchos millones que vamos a ganar juntos.
Su expresión es serena, pero deduce de la expresión de los hermanos que podría pasar cualquier cosa.
Fabián también.
Y las instrucciones del Tiburón en este caso son muy claras. Órdenes de Raúl dictadas por el legendario M-1.
—
Vengan
—dice Fabián a los niños. —¿Vamos a ver a mamá? —pregunta Claudia. —Sí.
Fabián la toma de la mano, se sube a Güerito al hombro y empieza a andar hacia el centro del puente.
—¡Mi esposa, mi esposa linda!
Los gritos de Güero resuenan en la desierta y espaciosa casa.
Los criados se han escondido. Los guardaespaldas esperan fuera, mientras Güero pasea tambaleante por la casa, derriba muebles, destroza cristales, se arroja sobre el sofá de piel de vaca y sepulta la cara en la almohada mientras solloza.
Ha encontrado una simple nota: YA NO TE QUIERO, ME HE IDO CON FABIÁN Y ME HE LLEVADO A LOS NIÑOS. SE ENCUENTRAN BIEN.
Tiene el corazón partido. Haría cualquier cosa por recuperarla. La perdonaría, se reconciliarían. Se lo dice a la almohada. Después levanta la cabeza y aúlla.
—¡Mi esposa, mi esposa linda!
Los guardaespaldas, la docena de
sicarios
que vigilan los muros y puertas de la
estancia
, le oyen desde fuera. Les asusta, y ya estaban nerviosos desde la detención de Miguel Ángel Barrera, pues saben que se avecina una guerra. Una reorganización seguro, y suelen ir acompañadas de derramamiento de sangre.
Y ahora, el
jefe
está en la casa bramando como una mujer para que todo el mundo le oiga.
Es
inquietante
.
Y todo el día ha sido igual.
Una furgoneta de FedEx se acerca por la carretera.
Un montón de AK-47 apuntan hacia ella.
Los guardias detienen la furgoneta antes de que llegue a la puerta. Uno de ellos apunta con una metralleta al conductor, mientras los demás registran la parte posterior de la furgoneta.
—¿Qué quieres? —preguntan al aterrorizado conductor.
—Traigo un paquete para el señor Méndez.
—¿De quién?
El conductor señala la dirección del remitente en la etiqueta.
—De su mujer.
El guardia está preocupado. Don Güero dijo que no debían molestarle, pero si es de la señora Méndez habrá que aceptarlo.
—Se lo llevaré —dice.
—Lo tiene que firmar.
El guardia apunta el cañón del arma a la cara del conductor.
—Lo puedo firmar yo por él, ¿verdad? —pregunta.
—Por supuesto, faltaría más.
El guardia firma, lleva el paquete a la casa y toca el timbre. Una criada acude a la puerta.
—Don Güero no quiere que...
—Un paquete de la señora. Federal Express.
Güero aparece detrás de la criada. Tiene los ojos hinchados, la cara congestionada, la nariz llena de mocos.
—¿Qué pasa? —pregunta con brusquedad—. Maldita sea, dije...
—Un paquete de la señora.
Güero lo coge y cierra la puerta de golpe. Güero abre la caja.
Al fin y al cabo, es de ella.
Abre la caja y ve la pequeña nevera portátil. La abre y ve el reluciente pelo negro.
Los ojos muertos.
La boca abierta.
Y entre sus dientes, una tarjeta.
Güero se pone a chillar.
Los guardias, presas del pánico, abren la puerta a patadas y entran.
Irrumpen en la sala y ven al
jefe
parado delante de una caja, sin dejar de chillar. El guardia que entró el paquete mira dentro de la caja, se agacha y vomita. La cabeza cercenada de Pilar descansa sobre el lecho de su propia sangre, con los dientes apretados alrededor de una tarjeta.
Dos guardias más toman a Güero de los brazos y tratan de llevárselo, pero él planta los pies en el suelo y sigue gritando. El otro guardia se seca la boca, se recupera y coge la nota de la boca de Pilar.
El mensaje es absurdo:
HOLA, MAMADA.
Los demás guardias intentan acercar a Güero al sofá, pero él se apodera de la nota, la lee, palidece todavía más, si eso es posible, y grita:
—¡Dios mío, mis niños! ¿Dónde están mis niños?
—¿Dónde está mi madre? ¡Yo quiero a mi madre!
Claudia brama porque no ve a su madre en el puente, solo un puñado de hombres desconocidos que les miran. Güerito se contagia de su pánico y empieza a llorar. Claudia no quiere abrazos ahora. Se retuerce en los brazos de Fabián.
—
¡Mi madre!
—grita—.
¡Mi madre!
Pero Fabián sigue caminando hacia el centro del puente.
Adán le ve acercarse.
Como una pesadilla, una visión del infierno.
Adán se siente paralizado, con los pies clavados a la madera del puente, y así se queda mientras Fabián sonríe a los hermanos Orejuela.
—Don Miguel Ángel Barrera da por sentado que su sangre corre por las venas de su sobrino —dice.
Adán cree en los números, en la ciencia, en la física. Es en ese preciso momento cuando comprende la naturaleza del mal, que el mal posee un impulso propio, el cual, una vez puesto en marcha no puede detenerse. Es la ley de la física: un cuerpo en descanso tiende a mantenerse en descanso. Un cuerpo eh movimiento tiende a mantenerse en movimiento. Hasta que algo lo detiene.
Y el plan de Tío es, como de costumbre, brillante. Incluso en su absoluta depravación inspirada por el crack, es muy agudo en la percepción de la naturaleza humana. En eso reside el genio de Tío: sabe que un hombre incapaz de poner un gran mal en movimiento carece de energía para detenerlo una vez en marcha. Que lo más difícil del mundo no es reprimirse de cometer maldades, sino plantarles cara y frenarlas.
Interponer la vida en el camino de un maremoto.
Porque las cosas son así, piensa Adán, mientras su cabeza da vueltas. Si impido esto demostraré debilidad ante los Orejuela, una debilidad que, a la corta o a la larga, comportará consecuencias fatales. Si muestro la más mínima desunión con Fabián, somos hombres muertos.
El genio de Tío consiste en colocarme en esta posición, a sabiendas de que no me queda ninguna alternativa.
—¡Quiero a mamá! —chilla Claudia.
—Chsss... —susurra Fabián—. Te voy a llevar con ella.
Fabián mira a Adán, esperando la señal.
Y Adán sabe que va a darla.
Porque tiene que proteger a una familia, piensa Adán, y no existe otra elección. Es la familia de Méndez o la mía.
Si Parada hubiera estado presente lo hubiera expresado de otra manera. Habría dicho que en ausencia de Dios solo existe la naturaleza, y las leyes de la naturaleza son crueles. Que lo primero que hacen los nuevos líderes es matar a la prole de los antiguos. Sin Dios, solo existe una cosa: la supervivencia.
Bien, Dios no existe, piensa Adán.
Asiente.
Fabián arroja a la niña desde el puente. Su cabello se eleva como alas inútiles y se precipita al fondo, mientras Fabián agarra al pequeño y lo tira por encima de la barandilla de un solo movimiento.
Adán se obliga a mirar.
Los cuerpos de los niños caen doscientos diez metros y se estrellan contra las rocas.
Entonces mira a los hermanos Orejuela, que han palidecido de horror. La mano de Gilberto tiembla cuando cierra la maleta, la levanta y retrocede por el puente.
Abajo, el río Magdalena se lleva los cuerpos y la sangre.
¿No habrá nadie capaz de librarme
de este cura turbulento?
Enrique II
San Diego
1994
Es el Día de los Muertos.
Un gran día en México.
La tradición se remonta a la época azteca y rinde honor a la diosa Mictecacihuatl, la «Señora de los Muertos», pero los sacerdotes españoles la maquillaron y la trasladaron de mediados de verano a otoño, para que coincidiera con la víspera del día de Todos los Santos. Sí, vale, piensa Art, los dominicanos ya pueden decir misa, pero todo gira en torno a la Muerte.
A los mexicanos no les importa hablar de la muerte. Le dan muchos nombres: la Señora Guapa, la Flaca, la Huesuda, o solo la Muerte. No intentan mantenerla alejada. Están muy unidos con la muerte, son carne y uña. Mantienen lazos firmes con los muertos. El Día de los Muertos, los vivos van a visitar a los muertos. Preparan platos muy laboriosos, se los llevan al cementerio, se sientan y comparten una sabrosa comida con sus seres queridos.
Mierda, piensa Art, me gustaría compartir una sabrosa comida con mi familia viva. Viven en la misma ciudad, ocupan el mismo tiempo y espacio físico, y no obstante vivimos en diferentes planos de existencia.
Firmó los papeles del divorcio poco después de enterarse de los asesinatos de Pilar Méndez y sus dos hijos. ¿Un simple reconocimiento de una realidad inevitable, o una forma de penitencia?, se preguntó. Sabía que compartía cierta responsabilidad por la muerte de los niños, que había colaborado en poner en marcha la espantosa máquina, en el mismo momento en que susurró en los oídos de Tío la falsa información de que Güero Méndez era el imaginario informador Mamada. De modo que cuando corrió la voz por los canales de inteligencia (los rumores de que los Barrera habían decapitado a Pilar y arrojado a sus hijos desde un puente de Colombia), Art tomó una pluma por fin y firmó los papeles de divorcio que llevaban meses encima de su mesa.
Concedió la custodia absoluta de los niños a Althie.
—Estoy agradecida, Art —dijo ella—, pero ¿por qué ahora?
Castigo, pensó él.
Yo también he perdido dos hijos.
No los ha perdido, por supuesto. Los ve cada dos fines de semana y un mes en verano. Va a los partidos de voleibol de Cassie y a los partidos de béisbol de Michael. Asiste religiosamente a las asambleas escolares, las obras de teatro, los recitales de ballet, las reuniones de padres y profesores.