Plata o plomo.
El yin y el yang del nuevo cártel de Baja.
Negociar con Adán y obtener plata, o negociar con Raúl y obtener plomo. Una estructura que inclinó la balanza de Baja en contra de Güero Méndez. Tardó demasiado en comprender lo que estaba pasando, y cuando lo hizo, no pudo bajar sus precios porque no podía mover suficiente cocaína a través de la Plaza, y tenía que desembolsar el treinta por ciento para moverla a través de Sonora o el Golfo.
No, tuvo que admitir Raúl, el trato del doce por ciento había sido un acto de gran genialidad.
Es perfecto para tipos como Fabián Martínez y el resto de los Junior.
Las reglas eran sencillas.
Les decías a los Barrera cuándo ibas a trasladar el producto, fuera cual fuese (cocaína, marihuana o heroína), el peso y cuál era tu precio de venta acordado (por lo general entre catorce mil y dieciséis mil dólares por kilo), y en qué fecha pensabas entregarlo al minorista en Estados Unidos. Luego tenías cuarenta y ocho horas después de esa fecha para pagar a los Barrera el doce por ciento del precio de venta acordado. (El precio acordado era una simple garantía sobre un mínimo. Si lo vendías por menos, seguías debiendo el porcentaje sobre el precio acordado. Si lo vendías por más, debías el porcentaje sobre el precio aumentado.) Si eras incapaz de entregar el dinero antes de dos días, lo mejor era sentarse con Adán y acordar un plan de pago, o sentarse con Raúl y...
Plomo o plata.
El doce por ciento era solo por transportar droga a través de la Plaza. Si querías llegar a acuerdos independientes con la policía local, los
federales
o cualquier
comandante
para garantizar la seguridad de tu cargamento, estupendo, pero si te pillaban, seguías debiendo el doce por ciento. Si querías que los Barrera se encargaran de las medidas de seguridad, estupendo también, pero te costaba el precio de la
mordida
más una cuota de gestión. Pero en ese caso, los Barrera garantizaban la seguridad de tu cargamento en el lado mexicano de la frontera. Si lo capturaban, te reembolsaban el coste entero del cargamento. En el caso de la cocaína, por ejemplo, los Barrera te pagaban el precio de compra que habías negociado con el cártel de los Orejuela de Cali, no el precio al por menor que esperabas obtener en Estados Unidos. Si comprabas a los Barrera el paquete de seguridad, la seguridad de tu cargamento estaba garantizada por completo desde el momento en que llegaba a Baja hasta que alcanzaba la frontera. Ningún otro traficante intentaría apoderarse de él, ningún bandido intentaría robarlo. Raúl y sus
sicarios
se encargaban de eso. Tendrías que estar muy loco para intentar apropiarte de un cargamento cuya seguridad dependía de Raúl Barrera.
Los Barrera también ofrecían servicios financieros. Adán quería facilitar a la mayor cantidad de gente posible la incorporación al negocio, de modo que nunca había que adelantar el doce por ciento. No tenías que pagarlo hasta después de haber vendido la mercancía. Pero los Barrera daban un paso más: te ayudaban a blanquear el dinero una vez que habías vendido tu cargamento, un producto que les proporcionaba beneficios complementarios. La tasa vigente por blanqueo de dinero era del seis y medio por ciento, pero los banqueros sobornados cedían a los Barrera un rapel del cinco por ciento, de manera que Adán ganaba un uno y medio por ciento más de cada dólar de cada cliente. Una vez más, no estabas obligado a lavar tu dinero por mediación de los Barrera (eras un hombre de negocios independiente, podías hacer lo que te diera la gana). Pero si acudías a otros y te engañaban o embargaban el cargamento, si la policía de Aduanas de Estados Unidos te requisaba el dinero al cruzar la frontera, tú te lo habías buscado, mientras que los Barrera te garantizaban el dinero. Todo lo que ingresabas en sucio, te lo devolvían limpio, al cabo de tres días laborables, menos el seis y medio por ciento.
Y esta ha sido la «Revolución de Baja» de Adán Barrera: actualizar el negocio de la droga.
«Miguel Ángel Barrera introdujo el negocio de la droga en el siglo XX —dijo un
narcotraficante
—. Adán lo está reconduciendo al siglo XXI.»
Y de paso, derrotando a Güero Méndez, piensa Adán. Si no puede mover su cocaína, no puede pagar la
mordida
. Si no puede pagar la
mordida
, no puede mover la cocaína. Entretanto, nosotros estamos construyendo una red veloz, eficiente y emprendedora, utilizando la tecnología y los mecanismos financieros más nuevos y mejores.
La vida es estupenda, piensa Adán, en este Día de los Muertos.
El Día de los Muertos, piensa Callan.
Cojonudo.
¿Es que cada día no es el día de los muertos?
Está tomando unas copas en la barra de La Sirena. Si quieres un desafío, intenta tomarte un whisky sin hielo en un bar de playa mexicano. Le dices a un tipo que quieres una copa sin la puta sombrilla, y te mira como si le hubieras arruinado el día.
De todos modos, Callan lo hace.
—Eh,
viejo
, ¿está lloviendo?
—No.
—Pues entonces no necesito esto, ¿verdad?
Y si quisiera zumo de frutas,
amigo
, pediría un zumo de frutas. Pero el único zumo que me apetece es el de cebada.
Vitamina C irlandesa.
El agua de la vida.
Lo cual no deja de ser divertido, piensa Callan, cuando piensas en cómo me gano la vida, en lo que he hecho siempre, básicamente.
Cancelar reservas de gente.
«Lo siento, señor, se va a marchar pronto.»
«Sí, pero...»
«Ni pero ni nada. Salga de la piscina.»
Ya no trabaja para la familia Cimino, pero Sal Scachi aún tiene la última palabra. Callan se estaba relajando en Costa Rica, esperando a que amainara la tormenta de mierda de Nueva York, cuando Scachi fue a verle.
—¿Te apetece ir a Colombia? —le preguntó a Callan.
—¿Para qué?
Para ponerse en contacto con algo llamado «MAS», fue la respuesta.
Muerte a Secuestradores. Scachi explicó que había empezado en el 81, cuando el grupo insurgente de izquierdas M-19 secuestró a la hermana del señor de la droga colombiano Fabián Ochoa y pidió un rescate.
Sí, un buen plan de negocios, pensó Callan, secuestrar a la hermana de un jefe.
Como si Ochoa fuera a pagar, ¿verdad?
Lo que hizo el magnate de la coca fue, dijo Scachi, convocar a doscientos veintitrés socios y obligarles a desembolsar a cada uno veinte mil dólares en metálico y diez de sus mejores pistoleros. Haced los cálculos: es una suma de cuatro millones y medio de pavos y un ejército de más de dos mil matones.
—Escucha esto —dijo Scachi—. Esos tíos volaron sobre un estadio de fútbol en helicóptero y lanzaron folletos anunciando lo que iban a hacer.
Que consistía, básicamente, en arrasar Cali y Medellín como perros rabiosos cargados de crack. Irrumpir en casas, sacar a estudiantes universitarios de sus clases, matar a tiros a algunos sin más trámites y llevar a otros a pisos francos para «interrogarlos».
La hermana de Ochoa fue liberada sana y salva.
—¿Qué tiene que ver todo esto conmigo? —preguntó Callan.
Scachi se lo cuenta. En el 85, el gobierno colombiano pactó una tregua con varios grupos izquierdistas que formaban una alianza llamada la Unión Patriótica, que consiguió catorce escaños en las elecciones del 86.
—Vale —dijo Callan.
—Nada de vale —replicó Scachi—. Esos tipos son comunistas, Sean.
Scachi se lanzó a una diatriba feroz, cuya idea principal consistía en que nosotros luchábamos contra los comunistas para que la gente tuviera democracia, y que los jodidos desagradecidos nos daban la espalda y votaban a los comunistas. Lo que Sal estaba diciendo, supuso Callan, era que la gente debía tener democracia, pero no tanta.
Tenían total y absoluta libertad para elegir a quienes nosotros queríamos.
—MAS va a hacer algo al respecto —dijo Scachi—. Les iría bien un hombre de tu talento.
Tal vez, pensó Callan, pero no van a conseguir a un hombre de mi talento. No sé cuál es la relación de Scachi con MAS, pero no tiene nada que ver conmigo.
—Creo que voy a volver a Nueva York —dijo Callan.
Al fin y al cabo, Johnny Boy se hallaba al frente de la familia, y Johnny Boy no tenía motivos para dar otra cosa a Callan que no fuera amor y amparo.
—Sí, puedes hacerlo —dijo Scachi—. Solo que te están esperando unas tres mil acusaciones federales.
—¿Por qué?
—¿Por qué? —dijo Scachi—. Tráfico de cocaína, extorsión, chantaje. Ha llegado a mis oídos que también te quieren por lo de Big Paulie.
—¿Te quieren a ti por lo de Big Paulie, Sal? —pregunta Callan.
—¿Qué estás diciendo?
—Tú me metiste en ello.
—Escucha, muchacho, tal vez te lo pueda arreglar —dice Scachi—, pero no te haría daño echarnos una manita con esto.
Callan no preguntó cómo iba a arreglar Sal una acusación federal mandándole a Colombia para ponerse en contacto con una pandilla de vigilantes de la cocaína anticomunistas, porque son cosas que prefieres no saber. Se limitó a aceptar el billete de avión y un pasaporte nuevo, voló a Medellín y se dispuso a trabajar para MAS.
Muerte a los Secuestradores resultó ser Muerte a los Candidatos Electos de la Unión Patriótica. Seis recibieron balas en la cabeza en lugar de jurar su cargo. (Días de los Muertos, piensa Callan, mientras trasiega su copa. Días de los Muertos.)
Después de eso, la cosa se animó, recuerda. El M-19 se desquitó apoderándose del Palacio de Justicia, y más de cien personas, incluidos varios jueces del Tribunal Supremo, resultaron muertos en el intento de rescate fallido. Eso es lo que consigues, piensa Callan, cuando utilizas polis y soldados en lugar de profesionales.
No obstante, utilizaron profesionales para acabar con el líder de la Unión Patriótica. Callan no apretó el gatillo, pero sí empleó el arma cuando se cargaron a Jaime Pardo Leal. Fue un buen golpe: limpio, eficiente, profesional.
Resultó ser un simple calentamiento.
La auténtica matanza empezó en el 88.
El dinero empleado procedía en su mayor parte del Hombre en persona, el señor de la cocaína de Medellín Pablo Escobar.
Al principio, Callan no entendía por qué Escobar y los demás señores de la coca se preocupaban tanto por la política. Pero después averiguó que los chicos del cártel habían invertido un montón de dinero procedente de la cocaína en bienes raíces, extensos ranchos de ganado que no querían ver repartidos por algún plan izquierdista de distribución de la tierra.
Callan llegó a conocer muy bien uno de esos ranchos.
En la primavera del 87, MAS le trasladó a Las Tangas, una enorme finca propiedad de un par de hermanos, Carlos y Fidel Cardona. Cuando todavía eran adolescentes, su padre había sido secuestrado y asesinado por guerrilleros comunistas. Para que luego hablen de política y toda esa mierda, pensó Callan cuando les conoció en el rancho, es algo personal. Siempre es algo personal.
Las Tangas no era tanto un rancho como un fuerte. Callan vio algo de ganado, pero sobre todo vio a asesinos como él.
Había muchos colombianos, soldados del cártel en préstamo, pero también sudafricanos y rodesianos que habían perdido su guerra y esperaban ganar esta. Había israelíes, libaneses, rusos, irlandeses y cubanos. Era una puta Villa Olímpica de asesinos a sueldo.
Su entrenamiento también era duro.
Se rumoreaba que un tipo era un coronel israelí llegado con una puta pandilla de ingleses, todos ex SAS, al menos eso afirmaban. Como buen irlandés, Callan odiaba a los ingleses y al SAS, pero tuvo que admitir que aquellos británicos sabían lo que hacían.
Callan siempre había sido hábil con una 22, pero ese tipo de trabajo exigía mucho más, y muy pronto le enseñaron a utilizar y manejar el M-16, el AK-47, la ametralladora M-60 y el rifle con mira telescópica Modelo 90.
También se entrenó en el combate cuerpo a cuerpo, cómo matar con un cuchillo, con un garrote, con las manos y los pies. Algunos de los instructores permanentes eran ex miembros de las Fuerzas Especiales norteamericanas, algunos de ellos veteranos de la Operación Fénix de Vietnam. Muchos eran oficiales del ejército colombiano que hablaban inglés como si fueran de Mayberry, en Estados Unidos.
Callan se tronchaba de risa cuando uno de aquellos colombianos abría la boca y hablaba como un patán norteamericano. Después descubrió que la mayoría de aquellos tíos se habían entrenado en Fort Benning, Georgia.
Algo así como la Escuela de las Américas.
Sí, ¿qué clase de escuela es esa?, pensó Callan. Leer, escribir y matar. En cualquier caso, enseñaban desagradables disciplinas, que los colombianos transmitían muy contentos al grupo que había llegado a conocerse como los Tangueros.
También había un montón de «Aprendizaje en el Trabajo».
Un día un pelotón de Tangueros fue a tender una emboscada a un grupo de guerrilleros que estaban operando en la zona. Un oficial del ejército local había entregado fotos de los seis presuntos objetivos, que vivían en pueblos como
campesinos
cuando no se dedicaban a la guerrilla.
Fidel Cardona iba al mando de la misión. Cardona se había convertido en una especie de chalado, que se hacía llamar Rambo y se vestía como el tío de la película. En cualquier caso, montaron una emboscada en la carretera de tierra por la que aquellos tíos transitaban.
Los Tangueros se desplegaron en formación de U perfecta, tal como les habían enseñado. A Callan no le gustó estar tirado en la maleza, con uniforme de camuflaje, sudando por el calor. Soy un tío de ciudad, piensa. ¿Cuándo he ingresado yo en el puto ejército?
La verdad era que estaba nervioso. No asustado, más bien aprensivo, sin saber qué esperar. Nunca había combatido contra guerrilleros. Pensó que debían de ser muy buenos, que estaban bien entrenados, que conocían mejor el terreno y que sabían utilizarlo.
Los guerrilleros se internaron en el extremo abierto de la U.
No eran lo que Callan había esperado, combatientes veteranos con uniforme de camuflaje, armados con AK. Parecían granjeros con camisas de algodón viejas y pantalones cortos de
campesino
. Tampoco se movían como soldados, desplegados, vigilantes. Solo estaban caminando por la carretera.
Callan fijó el visor de su rifle Galil en el tío que iba más a la izquierda. Apuntó un poco bajo, al estómago del tipo, por si el rifle se levantaba. Tampoco quería ver la cara del tipo, porque tenía cara de niño y hablaba con sus amigos y reía, como haces con tus colegas al finalizar la jornada laboral. Callan clavó la vista en el azul de la camisa del hombre, porque era como disparar contra una cosa, un blanco.