El poder del perro (48 page)

Read El poder del perro Online

Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El poder del perro
10.67Mb size Format: txt, pdf, ePub

Se arrodilla delante de las tumbas y deposita sus ofrendas, y después vierte agua fresca en tres cuencos, para que puedan lavarse las manos antes de comer. Fuera, una pequeña banda
norteña
toca música alegre bajo el ojo vigilante de un pelotón de
sicarios
. Güero deja una toalla limpia al lado de cada cuenco, después erige un altar, distribuye con cuidado las velas votivas y los platos de arroz y judías,
pollo
con salsa de
mole
, calabazas y ñames escarchados. Enciende una varilla de incienso y se sienta en el suelo.

Comparte recuerdos con ellos.

Buenos recuerdos de picnics, zambullidas en lagos de montaña, partidos familiares
de fútbol
. Habla en voz alta, oye sus respuestas en la cabeza. Una música más dulce que la que están tocando fuera.

Pronto me reuniré con vosotros, dice a su mujer y a sus hijos.

No muy pronto, pero pronto.

Antes hay mucho trabajo que hacer.

Antes tengo que preparar una mesa para los Barrera.

Y cargarla de fruta amarga.

Y de calaveras de caramelo con sus nombres: Miguel Ángel, Adán, Raúl.

Y enviar sus almas al infierno.

Al fin y al cabo, es el Día de los Muertos.

La disco, piensa Adán, es un monumento a la vulgaridad.

Raúl ha construido La Sirena con temas submarinos. Una grotesca sirena de neón preside la entrada, y cuando entras, las paredes interiores están esculpidas como arrecifes de coral y cavernas submarinas.

Toda la pared izquierda es un enorme depósito que contiene dos mil litros de agua salada. El precio del cristal consiguió que Adán se estremeciera, dejando aparte el coste de los peces exóticos tropicales: cirujanos amarillos, azules y púrpura a doscientos dólares cada uno; un pez globo a trescientos; un pez payaso a quinientos, de un hermoso color amarillo y lunares negros. Después los costosos corales, y por supuesto Raúl los quiso de varios tipos: coral cerebro abierto, coral hongo, coral flor, en forma de dedos que se alzan del fondo marino como un marinero ahogado. Y «rocas vivas», con algas calcificadas que proyectan destellos púrpura bajo las luces. Las anguilas (morenas copo de nieve negras y blancas, morenas marrones a franjas negras) asoman la cabeza por los agujeros de la roca y los corales, y hay cangrejos que corretean sobre las rocas y gambas que flotan en la corriente creada mediante impulsos eléctricos.

El lado derecho del club está dominado por una cascada de verdad. («Eso es absurdo —protestó Adán cuando estaba en construcción—. ¿Cómo puedes poner una cascada submarina?» «Quería una, punto», fue la contestación de Raúl. Bien, ya tengo la respuesta, pensó Adán. Quería una.) Y debajo de la cascada hay una gruta con rocas lisas que sirven de cama a las parejas, y Adán se alegra de que, por motivos higiénicos, la cascada rocíe regularmente la gruta.

Las mesas del club son de metal retorcido y oxidado, y la superficie de madreperla con conchas incrustadas. La pista de baile está pintada como el fondo del mar, y la cara iluminación crea un efecto de ondulación azul, como si los bailarines estuvieran nadando bajo el agua.

El lugar costó una fortuna.

—Puedes construirlo —había advertido Adán a Raúl—, pero será mejor que dé dinero.

—¿No lo hacen todos? —replicó Raúl.

En justicia, era cierto, tuvo que admitir Adán. Raúl podía tener un gusto aterrador, pero es un genio creando clubes nocturnos y restaurantes de moda, centros de beneficios
per se
y de incalculable valor para blanquear los narcodólares que ahora fluyen desde
el norte
como un profundo río verde.

El lugar está atestado de gente.

No solo porque es el Día de los Muertos, sino porque La Sirena es un éxito rotundo, incluso en esta ciudad tan competitiva. Y durante la orgía alcohólica anual conocida como vacaciones de primavera, los universitarios norteamericanos acudirán en bandadas al club, para gastar todavía más dólares (limpios) norteamericanos.

Pero esta noche la clientela es sobre todo mexicana, la mayoría amigos y socios comerciales de los hermanos Barrera, que han venido a celebrar el día con ellos. Hay algunos turistas norteamericanos que han conseguido hacerse un hueco, y también un puñado de europeos, pero no hay problema. Esta noche no se hablará de negocios, ni ninguna noche. Existe la regla no escrita de que los negocios legales de los complejos de ocio veraniegos están al margen de cualquier actividad relacionada con el narcotráfico. Nada de negocios, nada de reuniones y, sobre todo, nada de violencia. Después de los narcóticos, el turismo es la mayor fuente de divisas del país, de manera que nadie quiere asustar a los norteamericanos, ingleses, alemanes y japoneses que dejan sus dólares, libras, marcos y yens en Mazatlán, Puerto Vallaría, Cabo San Lucas y Cozumel.

Todos los cárteles son propietarios de clubes nocturnos, restaurantes, discos y hoteles en estas ciudades, de modo que tienen intereses que proteger, unos intereses que saldrían malparados si un turista recibiera una bala perdida. Nadie quiere coger un periódico y ver titulares acerca de un tiroteo sangriento, con fotos de cadáveres tirados en la calle. De modo que los
pasadores
y el gobierno han llegado a un próspero acuerdo del tipo «Lleváoslo a otro sitio, chicos». Hay demasiado dinero en juego para cagarla.

En estas ciudades puedes jugar, pero tienes que jugar limpio.

Y esta noche no cabe duda de que están jugando, piensa Adán, mientras ve a Fabián Martínez bailar con tres o cuatro alemanas rubias.

Hay demasiados negocios de que ocuparse, el ciclo incesante del producto que va al norte y el dinero que va a al sur. Existen los acuerdos comerciales constantes con los Orejuela, después el movimiento de la cocaína desde Colombia a México, el sempiterno desafío de que llegue sana y salva a Estados Unidos y se convierta en crack, de venderla a los minoristas, de recoger el dinero, de transportar el dinero hasta México y blanquearlo.

Una parte del dinero se destina al ocio, pero otro tanto va a parar a los sobornos.

Plata o plomo.

Es sencillo: uno de los lugartenientes de los Barrera va al comandante de la policía local, o a cualquier oficial del ejército al mando, con una bolsa llena de dinero y le da a elegir con estas palabras exactas:
¿Plata o plomo?

Es lo único que hace falta decir. El significado está muy claro: puedes enriquecerte o morir. Tú eliges.

Si deciden enriquecerse, es asunto de Adán. Si deciden morir, es asunto de Raúl.

La mayoría prefieren enriquecerse.

Coño
, piensa Adán, la mayoría de los polis planeaban enriquecerse. De hecho, tenían que comprar sus cargos a sus superiores, o pagar una cuota mensual de
mordida
. Era como en una franquicia. Burger King, Taco Bell, McSobornos. El dinero más fácil del mundo. Dinero gratis. Solo hacer la vista gorda, estar en otro sitio, no ver nada, no oír nada, no decir nada, y el pago mensual llegará completo y puntual.

Y la guerra, reflexiona Adán, mientras ve a la gente bailar bajo la luz azul centelleante, ha supuesto una bonificación para la pasma y el ejército. Méndez paga a sus polis para que confisquen nuestra droga, nosotros pagamos a nuestros chicos para que confisquen la de Méndez. Es un buen acuerdo para todos, excepto para aquel a quien le confiscan la droga. Digamos que la policía estatal de Baja se apodera de cocaína de Güero valorada en un millón de dólares. Nosotros les pagamos una «cuota de descubridor» de cien mil dólares, aparecen como héroes en los periódicos y quedan como buenos chicos delante de los yanquis, y tras un intervalo decente nos venden aquel cargamento valorado en un millón de dólares por quinientos mil.

Es un trato en que todo el mundo sale ganando.

Y eso solo en México.

También hay que pagar a los agentes de Aduanas de Estados Unidos para que hagan la vista gorda cuando coches cargados de coca, hierba o heroína cruzan sus puestos, treinta mil dólares por cargamento, sea cual sea. Y aun así, no existe garantía de que el coche vaya a cruzar por un puesto de control «limpio», aunque hayas comprado edificios de apartamentos desde cuyos tejados se dominan los pasos fronterizos, y tengas apostados vigías que están en contacto por radio con tus conductores e intenten encaminarles hacia los carriles «correctos». Pero cambian con frecuencia y de manera arbitraria a los agentes de Aduanas, de modo que si envías una docena de coches a la vez, que vayan a cruzar la frontera por San Isidro y Otay Mesa, esperas que al menos nueve o diez lo consigan.

Están los sobornos a los polis de San Diego, Los Angeles, San Bernardino, lo que quieras. Y a la policía estatal, y a los departamentos del sheriff. Y a las secretarias y mecanógrafas de la DEA, para que te pasen información sobre las investigaciones en marcha, o con qué tecnología se están llevando a cabo. O incluso ese extraño, extrañísimo, agente de la DEA que se ha vendido, pero son pocos y están muy alejados entre sí, porque entre la DEA y los cárteles mexicanos todavía existe una enemistad mortal, debido al asesinato de Ernie Hidalgo. Art Keller se encarga de eso.

Y menos mal, piensa Adán, porque la obsesión vengativa de Keller podría costarme dinero a corto plazo, pero a la larga me hace ganar dinero. Y esto es lo que los norteamericanos no consiguen llegar a comprender, que lo único que consiguen es aumentar el precio y hacernos ricos. Sin ellos, cualquier
bobo
con un camión viejo o una barca agujereada con motor fueraborda podría transportar drogas
al norte
. Y entonces el precio no compensaría el esfuerzo. Pero tal como están las cosas, hacen falta millones de dólares para mover las drogas, y en consonancia los precios son altísimos. Los norteamericanos se apoderan de un producto que crece literalmente en los árboles y lo transforman en una mercancía valiosa. Sin ellos, la cocaína y la marihuana serían como las naranjas, y en lugar de ganar miles de millones pasándolas de contrabando, yo ganaría unos pocos centavos trabajando como un negro en algún campo de California, recogiéndolas.

Y lo más divertido de todo reside en que el propio Keller es también un producto, porque yo gano millones vendiendo protección contra él, cobrando miles de dólares por el uso de nuestros polis, soldados y agentes de Aduanas a los contratistas independientes que quieren transportar su producto a través de la Plaza. Agentes de Aduanas, guardia costera, equipos de vigilancia, comunicaciones. .. Es lo que la pasma mexicana valora y la norteamericana no. Somos socios,
mi hermano Arturo
, de la misma empresa.

Camaradas en la Guerra contra las Drogas.

No podríamos existir el uno sin el otro.

Adán ve a dos chicas de aspecto nórdico que se colocan bajo la cascada, para dejar que el chorro moje sus camisetas y exhibir los pechos a sus admiradores, que son numerosos. La música retumba, el baile es frenético, la bebida fluye sin parar. Es el Día de los Muertos, y casi toda la gente que ha venido esta noche son viejos amigos de Culiacán o Badiraguato, y si eres un narco de Sinaloa tienes muchos muertos a los que recordar.

Hay un montón de fantasmas en esa fiesta.

La guerra ha sido sangrienta.

Pero, piensa Adán, con suerte casi ha terminado, y volveremos a los negocios propiamente dichos.

Porque Adán Barrera ha reinventado el negocio de la droga.

La forma tradicional de cualquier
pasador
mexicano era la pirámide. Como en las familias de la mafia siciliana, había un padrino, un jefe, y después capitanes, soldados, y cada nivel «sustentaba» al siguiente. Los niveles inferiores ganaban muy poco dinero, a menos que pudieran construir niveles por debajo, que a su vez los sustentaban, pero ganaban muy poco. Todo el mundo, salvo los idiotas, comprendían el problema de la pirámide: si entras pronto, te forras; si entras tarde, estás jodido. Todo ello condujo a Adán, después de analizar el problema, a crear motivaciones para salir y crear una pirámide nueva.

La pirámide también era demasiado vulnerable a la agresión de las fuerzas de la ley. Lo único que se necesitaba, pensó Adán, era un
dedo
, un chivato, un soldado insatisfecho de los niveles inferiores, que podía delatarte a la pasma y derrumbar la estructura piramidal integrada. Todos los cabecillas de las Cinco Familias de Nueva York están ahora en la cárcel, y sus familias han entrado en un pronunciado e inevitable declive.

Fue Adán quien se cargó la pirámide y la sustituyó por una estructura horizontal. Bien, casi horizontal. Su nueva organización solo tenía dos niveles: los hermanos Barrera arriba y todos los demás debajo.

Pero a la misma altura.

—Queremos empresarios, no empleados —explicó Adán a Raúl—. Los empleados cuestan dinero, los empresarios ganan dinero.

La nueva estructura creó un creciente grupo de hombres de negocios independientes, bien recompensados y muy motivados, que pagaban el doce por ciento de sus ganancias a los Barrera, y de buena gana. Ahora solo había un nivel al que sustentar, y dirigías tu propio negocio, corrías tus propios peligros, recibías tus propias recompensas.

Y Adán se encargaba de que las recompensas potenciales fueran mayores para los empresarios emergentes. Reconstruyó su cártel de Baja sobre ese principio, permitiendo (no, alentando) a su gente que se independizara: redujo sus «impuestos» al doce por ciento, concedió préstamos a un interés bajo para reunir el capital de lanzamiento, les facilitó acceso a servicios financieros (por ejemplo, blanqueo de dinero), todo a cambio de la simple lealtad al cártel.

—El doce por ciento de muchos —había explicado Adán a Raúl cuando propuso la drástica reducción de impuestos— sumará más que el treinta por ciento de unos pocos.

Había tenido en cuenta las lecciones de la Revolución Reagan. Podían ganar más dinero bajando impuestos que elevándolos, porque los impuestos menores permitían que más empresarios se integraran en el negocio, ganaran más dinero y pagaran más impuestos.

Raúl es de la opinión que el plomo, no el nuevo modelo de negocio, está ganando la guerra contra Méndez, y en cierto sentido tiene razón. Pero Adán está convencido de que el factor más poderoso es la pura fuerza de la economía: los Barrera han arruinado a Güero Méndez. Puedes vender Coca-Cola con un treinta por ciento de recargo, o Pepsi con un veinte por ciento de recargo. Tú eliges. Una elección fácil: puedes vender Pepsi y ganar un montón de dinero, o Coca-Cola y ganar menos dinero, hasta que Raúl te mate. De pronto había un montón de distribuidores de Pepsi. Tenías que ser idiota para elegir el plomo de la Coca-Cola en lugar de la plata de la Pepsi.

Other books

Sex and the Citadel by Shereen El Feki
Something More by Janet Dailey
Crawlers by John Shirley
Savage Heat by Ryan, Nan
The Eyes of the Dragon by Stephen King
Muezzinland by Stephen Palmer
Immediate Family by Eileen Goudge
The Zombies Of Lake Woebegotten by Geillor, Harrison
Begin to Begin by Brown,A.S.